El dictador Anastasio Somoza García fue en Nicaragua el máximo representante de esa locura del poder. Durante su dinastía, Somoza García creó todo un aparato militar y de seguridad encargado de protegerlo. Somoza García vivía cada segundo de su vida ocupado en eliminar cualquier amenaza y así lo hizo durante décadas. Al final, su vida terminó violentamente.
Su hijo Anastasio Somoza Debayle no aprendió la lección y continuó aferrándose a ese poder heredado de su padre, pero en venganza, fue más tiránico, autoritario y represor. A pesar de que mantuvo su poder, su vida también acabó con un derrame de sangre, tanto de los miles de nicaragüenses muertos, como de su propio fin.
Luego ese grupo de revolucionarios, que encabezó el movimiento popular de liberación, aseguró que a Nicaragua le esperaba otra historia, pero nos dimos cuenta que era la misma historia. No querían irse del poder. No querían renunciar a sus privilegios. No querían dejar que los nicaragüenses eligieran su futuro, sino que se lo imponían a como antes lo había hecho la dictadura de los Somoza. Los únicos casos excepcionales en la historia de Nicaragua han sido la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro y el exmandatario Enrique Bolaños. Ninguno de los dos estuvo interesado en perpetuarse en el poder. Los dos se retiraron como personas dignas de haber cumplido su mandato y de haberlo hecho bien. Los dos respetaron la Constitución y le dieron ese necesario respiro democrático a Nicaragua.
Ahora el presidente Daniel Ortega quiere a toda costa mantenerse en el poder. Para él la Constitución es inconstitucional, las leyes son nada más papel y el respeto democrático, un invento del imperialismo. ¿Se acuerdan de la interminable lista de empresas que tenía la familia Somoza? ¿Recuerdan la influencia que tenía Somoza en cada institución del Estado?
Hoy la semejanza entre la familia Somoza y el mandatario Daniel Ortega no deja de ser asombrosa, escandalosa y triste. Asombrosa porque parece que los políticos nicaragüenses no han aprendido de las dos dictaduras que tuvo el país (la de Somoza y la de los sandinistas) y de las heridas que dejó en nuestras familias. Escandalosa porque a pesar del fraude de las elecciones municipales del 2008, la influencia de Ortega en vez de caer, sigue en aumento y triste, porque Nicaragua ha perdido toda credibilidad internacional.
Los nicaragüenses estamos perdiendo el apoyo de países amigos que se van, pues no encuentran señales de cambio, solo de agravamiento de la pobreza, la corrupción y el tráfico de influencias. El presidente Daniel Ortega, su familia y sus allegados no perderán nada. A ellos no les importa que la cooperación se vaya. Seremos nosotros los que en el futuro pagaremos los costos de este empecinamiento de Ortega por aferrarse al poder a costa de sangre, fraude y compra de voluntades.
Lástima por Nicaragua. Lástima por nosotros. Lástima por nuestros hijos que una vez más tendrán que ser testigos de lo que nosotros y nuestros padres vivieron: La locura de una persona por eternizarse en el poder.