El sábado, una anciana de 71 años fue abandonada por su hija a las puertas de una residencia asturiana, regentada por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
La noticia encierra un resumen de los muchos males que asaltan a esta «cultura del bienestar». Sin temor a que me consideren un reaccionario, un carca trasnochado o un retrógrado, debo mantener un convencimiento absoluto de que nos estamos equivocando.
Los valores que marcan las metas de la mayoría en esta sociedad individualista y de consumo están llevando a la desestructuración de los estamentos familiares y al aislamiento de nuestros ancianos.
El hecho de que una hija llegue a tratar a su madre como a un perro y la abandone a su suerte, no sólo deja en evidencia la escasa categoría humana de la aludida, sino que además nos da una idea de lo que la persona vale en la sociedad.
Porque ¡hete aquí! que según el reformado Código Penal, mientras abandonar a un animal es una falta y maltratarlos un delito y se persigue por ley, dejar tirada a una anciana a las puertas de un asilo, causándole un daño moral de difícil restitución, por no ser, no es ni falta administrativa.
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