Origen causal y funciones del Estado
En términos generales, siguiendo a Marx y Engels, Lenin dice —porque sigue más vivo que nunca mal que pese a muchos— que el Estado —dentro de la línea de desarrollo típica de la sociedad Occidental— ha tenido su razón histórica de ser en el hecho de la propiedad privada que dividió a la sociedad humana en clases sociales antagónicas, explotadoras y explotadas; en clases económica y políticamente dominantes y dominadas históricamente irreconciliables. Así, la historia del Estado fue y sigue siendo la historia de la lucha más o menos manifiesta y cruenta entre amos y esclavos, señores y siervos, capitalistas y asalariados. Que los burgueses se empeñen en sostener lo contrario, es algo así como querer contener agua en el cuenco de las manos.
Esta es la idea fundamental del marxismo en punto a la cuestión del papel histórico y la significación del Estado. Según esta idea, el Estado es el producto directo y la manifestación inmediata del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio y el momento en que la sociedad se divide en clases; y actúa siempre en defensa de las clases dominantes, especialmente cuando las contradicciones con sus clases dominadas o subalternas no pueden resolverse conciliarse objetivamente
[1] . Dicho en sentido inverso, la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son permanentes e irreconciliables. La prueba está en que el origen de las clases estuvo determinado por el hecho originario de la propiedad privada, y que el fundamento lógico e histórico[2] de las clases coincidió con el propio origen y fundamento del Estado como categoría político-institucional, en tanto salvaguarda de los intereses de las clases dominantes. Es precisamente sobre esta cuestión fundamental de la teoría política, que los ideólogos de la burguesía han concentrado su labor tergiversadora del materialismo histórico, falsificación que se ha instrumentado a instancias de dos categorías de agentes:
1)Los apologetas teóricos burgueses (filósofos, juristas, economistas, sociólogos, psicólogos, literatos, periodistas, etc.)
2)Los oportunistas políticos enquistados en el movimiento obrero
Los teóricos burgueses ―en especial los pequeñoburgueses― empujados por los hechos indiscutibles de la historia a reconocer que el Estado sólo existe allí donde las contradicciones entre las clases fundamentales de la sociedad (actualmente burguesía y proletariado) se tornan objetivamente irreconciliables, tratan de resistir y sobreponerse a esa evidencia empírica, intentando convencer que el Estado resulta ser el órgano de una presunta conciliación de clases, presentándola como una tendencia natural de la sociedad. Algo así como pretender el absurdo de que la prohibición política del incesto, es el producto de la supuesta tendencia natural de los seres humanos a las relaciones sexuales no consanguíneas, cuando está demostrado científica y empíricamente que es justamente al revés.
Según Marx, de ser cierto que la conciliación entre las clases es una tendencia natural en las relaciones sociales, el Estado no podría haber surgido ni sostenerse un solo minuto. El estado prohíbe la tendencia natural de los asalariados a implantar la propiedad colectiva de los medios de producción, dado que ellos encarnan la ausencia total de esa propiedad; del mismo modo que el Estado prohíbe el incesto porque existe la tendencia natural a las relaciones consanguíneas. Para los profesores y publicistas filisteos —¡incluso los que, a cada paso, invocan en actitud benévola a Marx!— resulta que el Estado es precisamente el que concilia las clases porque su tendencia natural (la de las clases) es esa. Pero, según Marx, el Estado es ajeno a esa presunta tendencia en la sociedad de clases; para Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, de opresión de una clase por otra, es el "orden" que legaliza y afianza esta opresión, evitando o amortiguando los choques violentos entre las clases, producto de la explotación de una clase por otra, lo cual no permite la conciliación, sino que, al contrario, es un producto de su lucha, su condición de existencia como Estado que tiende a prohibirla y al mismo tiempo a ejercerla en nombre de la clase dominante. Y cuando no puede conseguir la conciliación y el enfrentamiento se hace inevitable, interviene violentamente a favor de las clases dominantes para aplastar a las clases subalternas.
El Estado capitalista, aunque niega de palabra la lucha de clases, es siempre el primero en asumirla, sea por omisión, cuando permite que las clases dominantes conculquen derechos, o por acción, cuando actúa violentamente contra las clases subalternas que luchan por la defensa de esos derechos conculcados. Esto es así, porque es el Estado de la clase burguesa en actitud conservadora, porque, para el Estado y para la clase que el Estado representa, la lucha de clases constituye una amenaza que trata de conjurar evitando que se concrete. Tal es su función. Pero, para cumplir esa función ideológica de preservar la paz entre las clases, el Estado debe estar dispuesto a prohibir política y, si es preciso, bélicamente, todo conato de lucha efectiva de clases allí donde se produzca, pero siempre en perjuicio de las clases subalternas o explotadas, y en beneficio de las clases dominantes a las que representa; por tanto, pretextando ser el paladín de la conciliación de clases, lo que hace el Estado, todo Estado, en realidad, es garantizar el dominio de la clase explotadora ―que representa― sobre la clase explotada, lo cual determina, a su vez, que la clase explotada, resulte ser, al mismo tiempo, necesariamente una clase oprimida. Tal es el secreto inconfesable de la tortilla ideológica cocinada para consumo de las masas explotadas por los políticos pequeñoburgueses.
Los políticos pequeñoburgueses interesados en el actual statu quo, pregonan que el “orden” social y político es el resultado de la propensión natural de la sociedad a la conciliación de las clases y no al enfrentamiento, producto de la opresión de una clase por otra a instancias del Estado, como consecuencia de la explotación permanente de que esa clase hace objeto a la otra:
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Por su parte, a los oportunistas políticos en organizaciones tipo Partido Comunista de España (PCE), sus escrúpulos “marxistas” les impiden negar explícitamente el marxismo y, con él, la conclusión teórica avalada por la abrumadora acumulación de evidencias históricas que demuestran a cada paso la naturaleza opresiva del Estado moderno; pero al mismo tiempo carecen por completo de voluntad política para asumir prácticamente las consecuencias políticas de esa conclusión teórica marxista. Por tanto, tratan de eludir esa conclusión teórica mediante un subterfugio ideológico urdido por uno de los tantos renegados del marxismo ―sin duda el de mayor relevancia histórica― llamado Karl Kautsky[3] .
La conclusión teórica de Marx, literalmente es la siguiente:
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Esta es la conclusión teórica a la que Marx llegó en 1852, y que, desde Kautsky en adelante, los oportunistas enquistados en el movimiento político del proletariado ―y a través de él, en el aparato de Estado capitalista— han venido olvidando, escamoteando y falsificando escandalosamente, porque les resulta insoportable mirar de frente a la verdad histórica; porque su apego pequeñoburgués a la propiedad privada les impele a pensar y actuar de espaldas a ella. Por eso siguen aferrados a la mentira que todos los días les pide esa parte de su corazón, y que su maestro por excelencia en el arte de la tergiversación teórica ―llamado Karl Kautsky― les ha venido procurado hasta hoy, para que —como él mismo en su momento― pudieran tener un lugar al sol en el Estado burgués, sin ver al mismo tiempo violentada aquella otra parte de su corazón que también quiere lo mejor posible para los más “desfavorecidos” de este mundo, es decir, lo que el sistema capitalista permita.
Semejante tergiversación del materialismo histórico por parte de Kautsky —y de los oportunistas autoproclamados “comunistas” que siguieron políticamente su pensamiento hasta hoy día— tiene su fundamento en aceptar la lucha de clases, pero no su necesaria consecuencia desde el punto de vista de los explotados y oprimidos, cual es, la necesidad de destruir el Estado capitalista para reemplazarlo por un Estado obrero auténticamente democrático, no sólo porque esta clase ha pasado ha ser ya mayoría social absoluta a escala mundial, sino porque la ausencia de propiedad privada sobre gran parte de los medios de producción, cambio y circulación de valores económicos y riqueza producida, garantiza su control colectivo democrático, permanente y riguroso en cada ámbito de la vida social, única posibilidad de prevenir y preservar a la sociedad, de lo que a cualquier individuo o minoría social, se le ocurra urdir y pretender hacer para conseguir cualquier propósito económico o político particular sin legítimo mérito para ello y a expensas de la voluntad y la seguridad colectiva o general, así como de lo que subrepticiamente intente hacer o dejar de hacer para provecho propio en perjuicio del tiempo de trabajo de los demás.
Pero esta prevención y preservación del delito, bajo el socialismo, no es esencialmente represiva, como sucede bajo el capitalismo, sino de naturaleza social. En efecto, con la desaparición de la propiedad privada sobre los medios de producción, desaparece la explotación de trabajo ajeno y, con ella, el fondo de consumo burgués ilegítimamente apropiado[4] . En este nuevo contexto social, la distribución de este fondo de consumo entre los trabajadores según el principio universal: “a cada cual según su capacidad, de cada cual según su trabajo”, permite:
1)Aumentar el nivel de vida de la población obrera activa ―que el capitalismo mantiene en las peores condiciones de vida y de trabajo―, sin perjuicio para el salario histórico del resto de los productores libres asociados;
2)ocupar a pleno rendimiento y con carácter permanente, la capacidad instalada del aparato productivo que el capitalismo mantiene ociosa;
3)Erradicar el paro, así como la tendencia histórica del capital al mínimo del salario relativo respecto del fondo de consumo de los capitalistas, y,
4)disminución progresiva democráticamente pactada de las horas de trabajo, según aumenta el grado de desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social y el nivel de vida de los productores libres asociados.
Bajo estas nuevas condiciones revolucionarias ―día que pasa cada vez más necesarias y posibles―, la propensión al delito debe languidecer, en tanto desaparece bajo sus pies el suelo nutricio de la propiedad privada expropiadora que alimenta su existencia, creada tras el cataclismo social que supuso el no menos necesario y transitorio pasaje de la comunidad primitiva a la sociedad de clases, cuya última etapa es el capitalismo imperialista.
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[1] Con el término “objetivamente”, queremos aludir no precisamente a las contradicciones políticamente manifiestas o expresas ―como puede ser la lucha de los asalariados por algo que la burguesía no les quiera conceder― sino a las contradicciones económica y socialmente implícitas en el sistema de vida vigente que dan sentido a esas luchas por algo que los explotados consideran necesario y la burguesía no les puede conceder. Dadas las segundas, que las primeras se produzcan es sólo cuestión de tiempo y de determinadas condiciones globales de existencia de este sistema de vida. Para prevenir evitando que este último tipo de luchas se produzcan y, para afrontarlas cuando se producen, es para lo cual las clases dominantes han creado sus respectivos tipos de Estado a lo largo de la historia de la lucha de clases. Y una forma de prevención, la más primaria, consiste en el afán de las clases dominantes por tratar de inculcar a las clases subalternas la idea de que las clases no existen. De ahí la categoría política inocua de “ciudadano”, que mezcla, confunde y trata de unificar engañosamente a las clases en ese conglomerado cívico políticamente neutro que define el comportamiento de los individuos dentro de la comunidad política o Estado, y que la intelectualidad burguesa suele extender y aplicar impropiamente a la sociedad civil con ese propósito; lo mismo hacen con categorías jurídicas, técnicas, sociológicas etc., funcionales a la sociedad burguesa, catalogando a los individuos en duplas dialécticas social y políticamente neutras, como la de “productor-consumidor” “contribuyente-no contribuyente”, “clases activas-clases pasivas” “trabajador-empresario”, “peatón-automovilista”, “comprador-vendedor”, “arrendador-arrendatario”, “fumador-no fumador” etc., etc., verdaderos “paquetes” de relaciones dialécticas accesorias o contingentes que envuelven y ocultan los conflictos entre clases que, sin duda, todas ellas contienen y tienden a disolver en ellos.
[2] El fundamento lógico de una cosa es su razón de ser y finalidad como tal, mientras que su fundamento histórico es la aparición de su función, el momento en que esta función se activa, su origen temporal. Así, por ejemplo, el fundamento lógico de la digestión en los animales, es la transformación de los alimentos en sangre, mientras que su fundamento histórico es la masticación y formación del bolo alimenticio.
[3] Hasta 1914, en que votó los créditos de guerra, era considerado como el más destacado teórico marxista vivo y principal líder político del movimiento obrero europeo.
[4] Equivalente a la diferencia entre la tasa media de plusvalor (%P.), multiplicada por el número de asalariados activos (W), y la suma del fondo de amortización del capital fijo (Fa.), más la masa de plusvalor adicional necesario para ampliar la producción (Pa.) O sea: Fcb = (%Pl x W) – (Fa. + Pa.).
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