lunes, 13 de septiembre de 2010

CATALUÑA Y SU VERDADERA HISTORIA, LA HISTORIA DE UN CONDADO DE ARAGÓN ELEVADO A REINO COMPARTIDO

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Cada 11 de septiembre, la Cataluña oficial celebra la “Diada nacional”, elevada al rango de “fiesta nacional” por mor del nuevo Estatuto catalán. Se conmemora que otro 11 de septiembre, el de 1714, Barcelona cayó en poder de las tropas franco-españolas de Felipe V, mandadas por el duque de Berwich, lo que traería consigo el fin de las instituciones históricas del Principado.

Los estamentos catalanes, encabezados por la Generalidad de Cataluña, realizan una ofrenda foral ante el monumento erigido en memoria de Rafael Casanova, conseller en cap del Consejo de Ciento de Barcelona, que se distinguió en la defensa de la ciudad.

Hagamos un ejercicio de Memoria Histórica. En 1700 falleció sin descendencia el rey Carlos II El Hechizado, último monarca de la Casa de Austria. Un mes antes de morir, nombró sucesor a Felipe de Borbón, duque de Anjou, segundo hijo del Delfín de Francia, llamado a heredar a su padre el rey Luis XIV. El problema era que la designación efectuada por el último monarca español de los Habsburgo, tío abuelo de Felipe, fue rechazada por su sobrino Carlos, archiduque de Austria, hijo del emperador Leopoldo I de Alemania, primo carnal del rey difunto.

La legitimidad estuvo del lado del archiduque, pues su rival era nieto y biznieto de sendas infantas españolas que habían renunciado al trono de España “a perpetuidad” para sí y sus descendientes al contraer matrimonio con miembros de la Casa de Borbón reinante en Francia. La bisabuela de Felipe V era la infanta Ana de Austria, hermana de Felipe IV de España, que había contraído matrimonio en 1615 con el rey francés Luis XIII. De este matrimonio nació Luis XIV, El Rey Sol de los franceses, que se casó a su vez con su prima carnal María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y hermana de Carlos II. El cardenal Portocarrero convenció a Carlos II en su lecho de muerte para que nombrara sucesor al duque de Anjou. En el testamento redactado por el cardenal, el rey dejaba sin efecto las renuncias de las Infantas.

España se partió en dos. Los reinos de la Corona de Aragón proclamaron rey al archiduque Carlos, mientras Castilla se decantaba por Felipe V. Estalló la guerra, que adquirió relevancia internacional, pues Inglaterra decidió tomar partido por Carlos de Austria para evitar que Francia se convirtiera en el nuevo árbitro de la política europea. La suerte de las armas pareció inclinarse en un principio por el archiduque, pero después de 10 años de incesantes combates dentro y fuera de España, el cansancio provocado por la guerra impulsó a Inglaterra a buscar la paz. Las potencias europeas se pusieron de acuerdo y firmaron en Utrecht en 1713 un tratado humillante para España. Felipe V vería reconocido su derecho al trono a cambio de renunciar a la Corona francesa y consentía la pérdida de los Países Bajos y la ocupación de Gibraltar y Menorca por los ingleses.

Cataluña decidió continuar la lucha. Fue entonces cuando Luis XIV decidió enviar un poderoso ejército al mando del duque de Berwick, que puso sitio a Barcelona. Abandonada a su suerte por el archiduque Carlos, la defensa de la ciudad fue dirigida por Rafael Casanova, conseller en cap del Consejo de Ciento, cargo que llevaba aparejado el grado de coronel de los Regimientos de la Coronela, la milicia urbana que defendía la capital del Principado. El asedio comenzó el 25 de julio de 1714. A mediados de agosto, los barceloneses rechazaron el asalto de las tropas borbónicas. El día 11 de septiembre el ejército sitiador volvió a la carga y fue entonces cuando Casanova se presentó en las murallas con el estandarte de Santa Eulalia, que sólo debía sacarse en el caso de que Barcelona corriera un peligro inminente. El presidente de la Generalidad cayó herido, las puertas de la ciudad se abrieron y allí acabó –dicen los historiadores nacionalistas– la independencia nacional de Cataluña, que pronto vería cómo una ley de castigo suprimía la Generalidad y consideraba al Principado como un territorio más de la Corona de Castilla.

Pues bien, el mismo día de la caída de la ciudad Casanova firmó una proclama dirigida a los barceloneses y a los catalanes en general. Era ciertamente el último grito desesperado de un patriota, sí, pero de un patriota español. En Cataluña se oculta cuidadosamente este manifiesto del que entresacamos los párrafos más significativos: “Se hace saber a todos (...) que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está expuesta en último extremo, de sujetarse a una entera esclavitud. (...) Se confía, que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida, por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”.

Pretender que Casanova luchó por la independencia nacional de Cataluña es falsear la Historia. Está bien honrar su memoria, pero no para convertirlo en un mito del independentismo catalán. Nuestro héroe fue amnistiado por Felipe V. Regresó a Barcelona, donde volvió a ejercer su profesión de abogado. Murió en 1747 a la edad de 83 años.

*Jaime Ignacio del Burgo fue senador en las Cortes constituyentes y presidente de la Comisión Constitucional del Congreso.

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