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Ortega decía que la filosofía es un problema de nivel y esta afirmación se puede aplicar también y muy especialmente a la política. El bochorno que produce contemplar hoy el vídeo de la reunión de ZP con grandes empresarios norteamericanos en Nueva York a finales del verano de 2008, en el transcurso de la cual se permitió estúpidas bromitas sobre la envidia que suscitaba en Berlusconi y Sarkozy el crecimiento español y se atrevió a anunciar que pronto superaríamos a Francia en PIB per cápita, nos indica el nivel de la gente que hoy nos gobierna. Si hay algo que un estadista no hace jamás, es proferir chanzas en público sobre otros gobernantes socios y aliados. La condición de paleto irredimible de Zapatero queda patente en esas imágenes que nos cubren de vergüenza ajena, pero que en la medida que son protagonizadas por el presidente del Gobierno de España nos degradan a todos los españoles. Tras esta exhibición de vanidad de parvenu pueblerino, la caída libre de todos nuestros indicadores ha cubierto de ridículo a este pequeño burócrata de partido encumbrado a La Moncloa por una conjunción aciaga de factores completamente ajenos a sus inexistentes méritos. Otra muestra del bajísimo nivel en el que se mueve nuestra sociedad lo proporciona otro infame producto audiovisual, el perpetrado por la factoría Roures como preparación de la irresponsable huelga general del próximo día 29. El grado de zafiedad, de maniqueísmo gratuito y de mal gusto que se desprende de semejante bodrio nos da la medida del concepto que de la audiencia a la que se dirigen tienen los guionistas y los promotores de tal bazofia. Más allá de las propuestas y los programas destinados a afrontar las gravísimas deficiencias de nuestro modelo productivo, la principal fuerza de la oposición ha de esforzarse en subir el nivel de la nación que pronto le será confiada.
Los ocho años de Aznar nos han demostrado que, sin esta condición previa, cualquier avance es efímero y baldío.
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