jueves, 12 de febrero de 2009

3 - BASILIO BLASCO - LOS COMUNISTAS ESPAÑOLES VISTOS POR GUY HERMET

Es preciso partir del aspecto bifronte de la organización comunista.
Su actividad internacional, en frase acuñada « las relaciones con los partidos hermanos » ; y su actividad, su actuación nacional. Veamos, en primer lugar, el plano internacional.

Hasta fecha muy reciente, el PCE ha sido fiel reflejo o, mejor aún, un disciplinado ejecutor de las consignas del PCUS y, sobre todo, de la figura que tras la desaparición de la Komintern hacía sus veces :
M. Suslov.

El PCE ha tenido sus desviacionistas, casi siempre de izquierdas; su «titismo » ; y, consecuencia del XX Congreso del PCUS, su aparente proceso de desestalinización.

Si el culto de la personalidad no alcanza en el PCE los niveles irracionales de otros partidos comunistas que ocupan el poder, es un hecho indiscutible que, para buena parte de los militantes e incluso de los no militantes, la imagen del PCE coincide con el físico de Santiago Carrillo, su secretario general, o con la personalidad, ya legendaria, de Dolores Ibárruri.

Hay que subrayar, como es bien sabido, que desde hace todavía pocos años, el PCE ha ido distanciándose del primogénito PCUS.
El punto clave en la fricción fue la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia, en el verano de 1968, en Checoslovaquia ;
intervención que fue condenada por el partido español con mayor fuerza y vigor que sus modelos italiano y francés.

También habría que anotar en este distanciamiento las cada vez más importantes relaciones entre el gobierno soviético y el gobierno franquista (cf. Fernando Claudín: «Las relaciones soviéticofranquistas», en Horizonte español 1972, vol. II. p. 237-265), y que han culminado en 1972 con la firma de un protocolo comercial entre ambos gobiernos.

Aproximación diplomática que, salvo algún ligero incidente de tipo periodístico, no ha sido condenada públicamente por el PCE. Un avatar ideológico (?) en estas relaciones, ahora tormentosas, fue el capítulo escisionista protagonizado por Enrique Líster e impulsado por la URSS y cuya mínima relevancia política nos exime de mayor comentario.

La ruptura de estos tradicionales lazos de amistad y dependencia entre el PCUS y el PCE ha tenido otras consecuencias, realmente superficiales, para la dirección del partido pero de indudable impacto entre los militantes de base. Las visitas de Santiago Carrillo a la Cuba castrista (cf. su apología Cuba 68, París, 1968, en cuya página 59, escribe llanamente, refiriéndose a Fidel Castro :
« Yo le escuchaba con el espíritu crítico con que un revolucionario escucha a otro [...] »), en otros tiempos tan denostada, y de otros máximos dirigentes del PCE a Corea del norte y a la China popular, tras las reiteradas y sectarias condenas del maoísmo, someten al militante de base a un régimen alternante de ducha escocesa de muy difícil asimilación ;
entre otros motivos, porque estas nuevas amistades sólo han sido justificadas por el consabido recurso al internacionalismo proletario, cuya actual vaciedad de contenido sólo puede equipararse con la brillantez de su eficacia oratoria.
Pero, pasemos a la política nacional del PCE. Como ya hemos señalado anteriormente, la línea ideológica del Partido Comunista quedó claramente determinada y decidida, sin caer nosotros por ello en ningún tipo de determinismo histórico, por la práctica frentepopulista y por la política aliancista con las fuerzas burguesas durante la guerra civil.

El siguiente episodio, también ya comentado, sería la consigna de « unión nacional de todos los españoles », lanzada en 1941.

La eliminación de la guerrilla y de las corrientes disidentes, denominadas «titistas », junto con algunas incidencias con las fuerzas representadas en el gobierno de la segunda República en el exilio mexicano, van marcando una serie de etapas intermedias que, con el acceso de Santiago Carrillo al puesto de secretario general, culminarán en lo que Guy Hermet ha diagnosticado como «el paso de la lucha armada a segundo plano » (G.H., p. 60).

En junio de 1956, el PCE lanza la consigna de « reconciliación nacional » que, en la jornada señalada para la gran demostración, el día 5 de mayo de 1958, fracasa estrepitosamente, al enfrentarse con la gran indiferencia popular y pese a la campaña de movilización realizada por los militantes comunistas.

Otro tanto ocurre con la « Huelga nacional pacífica », señalada para el 18 de junio de 1959, y que, según Max Gallo demuestra la incapacidad de la oposición española para enfrentarse con el franquismo (Max Gallo: Histoire de l'Espagne franquiste, vol. II, p. 313-318 - edición española de Ruedo ibérico, 1972).

La etapa siguiente sería la aprobación por el VI Congreso del PCE, celebrado en 1960, de los principios de la « Huelga nacional pacífica » y de la « Huelga general política » ; ambas acciones, coordinadas con la

« Reconciliación nacional », según el espíritu que animaba a los participantes en el VI Congreso, darían al traste de inmediato con el ya tambaleante poder franquista.

Finalmente, el Congreso dirigía « una carta a todas las fuerzas de la oposición insistiendo en la propuesta que ya había formulado en julio de 1959 de celebrar una conferencia de mesa redonda para contrastar las opiniones y determinar los puntos en que la coincidencia era posible»

(Historia, op. cit., p.274).
Este análisis, como el tiempo demostraría rápidamente, no se basaba en la valoración de unos datos objetivos sino en el triunfalismo voluntarista, grave enfermedad que aqueja desde hace largo tiempo a la dirección del PCE ;
triunfalismo que se refuerza, además, por la razón histórica que el PCE se abona continuamente en su haber no en función del materialismo dialéctico sino en nombre del fatalismo profético.

Durante los días 5 y 6 de junio de 1962, tiene lugar en Munich esta « mesa redonda» que preconizaba el VI Congreso, pero para la que no recibe invitación el PCE. Mundo Obrero, según el ya citado Max Gallo, ve en esta reunión de la burguesía liberal española la prueba del éxito de la política de « reconciliación nacional », pero advierte que « la garantía de una transición sin violencia reside, en primer lugar, en un acuerdo con el Partido Comunista » (Max Gallo : Op. cit., vol. II, p. 359).

Otros hechos concretos a destacar en este periodo son: en primer lugar, las huelgas de Asturias de 1962, de cuya experiencia surgirían posteriormente las Comisiones obreras; y, en segundo lugar, el asesinato de Julián Grimau perpetrado el 20 de abril de 1963.

De este último hecho se derivaría lógicamente un considerable aumento del prestigio del PCE.

Del primero, las Comisiones obreras, son ya muchos los autores y políticos que se han ocupado señalando su trayectoria ascendente hasta 1967-1968 y luego su proceso de declive, debido a la política aliancista y a los fenómenos de burocratización surgidos en su interior.
[Véase entre otros: Julio Sanz Oller, Entre el fraude y la esperanza: las Comisiones obreras de Barcelona. Ruedo ibérico 1972].

Quedan, sin embargo, como la experiencia más interesante y enriquecedora del movimiento obrero español en su lucha de clases contra el franquismo.
En 1964, se alzan voces en el propio interior del PCE contra el análisis de la línea general adoptada por el VI Congreso.

Aludimos a la crisis que protagonizaron Fernando Claudín y Jorge Semprún.

El primero de ellos, antiguo y prestigioso militante, afirmaría en la reunión del Ejecutivo de 1964: «La Reconciliación puede llevar a la Revolución democrática, pero no a la Revolución socialista. » Algún tiempo más tarde, escribiría:
« La creación de un partido marxista de tipo nuevo -ya por la renovación del actual Partido Comunista y su fusión con otros núcleos marxistas, ya por otra vía- es una necesidad histórica, tanto en España como en otros países [...]

Un partido que considere al marxismo como problema, como un hacer constante, práctico y teórico.» La crítica se saldó con la expulsión de ambos dirigentes ; pero no dejó de tener repercusiones, sobre todo en los sectores intelectuales, tanto por el contenido de la misma crítica como por el prestigio personal de que gozaban Claudín y Semprún.

En los años siguientes, superando la « Reconciliación nacional» con una nueva figura aliancista e insistiendo de manera indiscriminada en las dos grandes huelgas, se completa la línea general del PCE, en particular por la elaboración de su secretario general, Santiago Carrillo, a través de sus escritos Después de Franco, ¿ qué ? y Nuevos enfoques a problemas de hoy.

Las nuevas orientaciones no suponen una renovación teórica, sino una confirmación de las posiciones anteriores y un afianzamiento en el propósito de dar del Partido Comunista una imagen de partido de orden ; de partido que, con palabras de Guy Hermet, ha llegado al convencimiento de que «sólo se pueda pasar al socialismo de una manera progresiva, por etapas» (G.H., p. 153).

La primera orientación aportada en este último periodo es la « Alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura ». Este concepto, tomado de la idea de bloque histórico de Gramsci, en labios de Santiago Carrillo se convierte en toda « una concepción estratégica [...] basada en la idea de que la edificación del socialismo no es, en el mundo actual, tarea exclusiva de la clase obrera, sino también de otros grupos y clases sociales » (G.H., p. 155, citando a S. Carrillo:
Después de Franco, ¿qué?, p. 108-109). O, como también afirma el mismo secretario general, « el poder que aseguraría la transición del capitalismo al socialismo sería un poder de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura, un poder democrático, pluripartidista »
(Nuevos enfoques, p. 175). Análisis que, evidentemente, también toma parte primordial de su contenido de la noción de revolución científico-técnica, tan cara a los soviéticos, y que resulta un tanto discordante con la, por otra parte, insistente pretensión del PCE de superar la supuesta etapa feudalista del franquismo.
La segunda nueva orientación de la misma reciente época es el llamado « Pacto por la Libertad » ; consistente, según Hermet, en « el apoyo a un gobierno provisional, sin signo constitucional, incluso aunque no sea llamado a participar en él » (G.H., p. 153).

El PCE sólo impone tres condiciones: restablecimiento de las libertades políticas, amnistía total y elección de Constituyentes mediante sufragio universal. Este acuerdo amplísimo comprendería incluso la aceptación de la Monarquía, como forma de gobierno, en el caso de que el país, libremente consultado, optase por ella, ya que el PCE se compromete, igualmente, al respecto de la consulta electoral.

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