jueves, 12 de febrero de 2009

2 - BASILIO BLASCO - LOS COMUNISTAS ESPAÑOLES VISTOS POR GUY HERMET

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Quizá sea también el ya citado Fernando Claudín el dirigente comunista que con mayor lucidez ha vislumbrado el gran debate ideológico que la guerra civil planteó entre las posiciones encontradas de anarquistas y comunistas:
«La tragedia de la revolución española es que no supo darse ni un poder revolucionario a semejanza del bolchevique en la guerra civil rusa, ni un poder jacobino burgués a semejanza del de los revolucionarios franceses de 1793»
(F. Claudín: Op. cit., cap. IV, p. 614, nota 149).
Al final de la guerra civil, el PCE, tras la experiencia políticomilitar que le ha convertido en el grupo obrero de mayor importancia numérica, debe enfrentarse a un nuevo capítulo de su historia: la clandestinidad y el franquismo.

Durante el periodo 1936-1939, había reunido « una fuerte clientela de origen burgués o rural y de opinión moderada» (G.H., p.39).

2. Al mencionar el fenómeno quiñonista, apuntábamos ya varios temas de importancia. La diáspora de los dirigentes, la brutal represión franquista sobre los militantes del interior
(que, a veces, se extienden a la Europa nazi), crean una situación de emergencia y de martirologio que, prácticamente, enlazará con el periodo, también de efectos lamentables, de la guerra fría.
En este periodo confuso habría que señalar tres temas de importancia desigual. Uno, el lanzamiento de la consigna de « unión nacional de todos los españoles »,
que, cronológicamente, es el primer intento del PCE de creación de un frente amplio, burguesía incluida, de lucha contra el franquismo.

El segundo, sería el episodio de la lucha guerrillera; tema que continúa siendo uno de los puntos confusos en la historia del PCE, repleta de meandros y de recovecos. Sí es indudable que su planteamiento estaba íntimamente unido con el previsible triunfo de la URSS y de las democracias occidentales sobre las potencias del Eje.

Hermet afirma que los guerrilleros « recibieron una ayuda inicial de los servicios secretos americanos a partir de África del norte » (G.H., p. 47). El interés potencial de la acción guerrillera quedó descartado, casi desde su principio, con el acuerdo de las potencias vencedoras sobre el futuro del gobierno del general Franco ;
acuerdo que, como es sabido, era contrario a toda acción militar sobre la España franquista.
Por otra parte, las posibilidades autónomas del movimiento guerrillero también quedaron eliminadas, muy tempranamente, con el desastre del Valle de Aran.

Unos dos mil hombres, bien pertrechados, que forman la Agrupación de Guerrilleros, se enfrentan con fuerzas del ejército franquista, de la Guardia civil y de la Policía Armada, y son obligados a retirarse tras sufrir numerosas bajas.

Interesa, a este respecto, dejar constancia de que el intento guerrillero, en aquellas fechas, no contaba con el asentimiento unánime del PCE.

Tomás Cossías afirma que, cuando en reunión clandestina en el sur de Francia se discute el plan, « son numerosos los asistentes que se oponen al proyecto »
(La lucha contra el maquís en España; p. 61) ; idéntica opinión expresa el ya citado A. Sorel:
« Cuando en el vencimiento del año 1944 se planea, en días de fiebre y de entusiasmo, la invasión del territorio español por parte de dos mil guerrilleros españoles en Francia, algunos comunistas muestran su disconformidad con el proyecto en una agitada reunión tenida en el mes de septiembre »
(A. Sorel: Op. cit., p. 55 ; este autor recoge, en buena parte, en su obra, publicada por la Editorial Ebro en París, la información del anteriormente mencionado Tomás Cossías en su ya citado libro, publicado en Madrid, por la Editora Nacional, en 1956).

A partir de 1946, la guerrilla languidece hasta 1951, año en que desaparecen los últimos focos en Galicia y en la provincia de Granada.

La Historia oficial del PCE no es muy explícita sobre el problema de las discrepancias en torno a la utilidad o eficacia de la guerrilla :
en 1948, « la dirección del partido decidió, de acuerdo con los jefes del movimiento guerrillero, la disolución de dicho movimiento» [Historia, op. cit., p. 235).

Aunque, en la misma página, hallamos otra constatación de la orientación política que ya se estaba forjando en la dirección del PCE : fracasada la guerrilla, a la que se había ido de mala gana,
« el partido llegó a la conclusión de que el deber de los comunistas era trabajar en el seno de los sindicatos verticales para ligarse allí a las masas » (Historia, op. cit., p. 235).

La guerrilla había sido un epílogo artificial a la guerra civil. La clandestinidad y la permanencia de la dirección en el exilio provocaría no un cambio en la orientación, sino una confirmación de las tendencias frentepopulistas, ya periclitadas, radicalizándose, además, el centralismo burocrático.

El tercer tema que cierra el ciclo considerado y abre el siguiente, bien pudiera ser el que se conoció miméticamente (por referencia a la URSS) con el nombre de «titismo».

La resultante fue la expulsión de Del Barrio y Comorera ;
que evoca, entre otras cosas, la subordinación total del PSUC al PCE y la no tolerancia de líneas discrepantes en torno al entendimiento de la cuestión nacional en España.
3. El PCE estrecha filas ideológicas, eliminando los tímidos pluriformismos marxismos disidentes, y aprieta sus esquemas en torno al concepto de centralismo democrático que, como ya hemos sugerido, en tiempos de clandestinidad política y mental, se convierte en centralismo burocrático.
Este, aunque con denominación mucho más aséptica, es otro de los temas abordados por G. Hermet al tratar de la organización del PCE.

Sus órganos son el Comité central, compuesto, en 1970, por 111 miembros, de los que se afirma que 90 están en España. El Comité ejecutivo, compuesto por 13 miembros en 1960 y ampliado a 20 en 1970. Y el auténtico aparato ejecutivo que es el Secretariado compuesto por 6 miembros y de amplísimas facultades.

El todo está encabezado por la figura del secretario general y de su presidenta. El Comité central, en palabras de Hermet, desempeña « un papel de órgano de repercusión de las decisiones tomadas en otras partes » (G.H., p. 84).
Junto a los órganos principales existen otras organizaciones paralelas « que disfrutan de una autonomía nominal» (G.H., p. 81).

La Unión de Juventudes Comunistas, la Oposición Sindical Obrera y la Unión Democrática de Mujeres. Esto es otro de los lamentables aspectos del PCE que no ha dudado en abortar movimientos espontaneístas, nacidos de un fuerte impulso de la base, pero que podían escapar a su rígido control, como fue el caso de los Comités proVietnam.

Y, a la inversa, el apoyo a movimientos menos ideológicos y nada espontáneos pero que abarcan un más amplio espectro social; como fue el caso de las madrileñas Comisiones cívicas; aunque su final también sería desastroso, como en el caso anterior, al tratar el PCE de imponer su control a través de los militantes comunistas en las Cívicas.

Evidentemente, en los supuestos mencionados, la responsabilidad debe ser compartida entre la dirección del exterior y los responsables del interior (Hermet fija su número en unos treinta) que, salvo muy honestas excepciones, son unos simples funcionarios con amplísimas competencias políticas y vocación de comisarios ideológicos.

¿Sobre qué base se asienta esta cúspide de poder ? Sobre, y no es una perogrullada, los antiguos y los nuevos militantes.

Los « viejos », de la guerra civil o los años 40, que, en su gran mayoría, y por razones muy diversas, cumplen una función económica (cotización, venta de bonos, colectas para represaliados políticos, etc.) y propagandística (difusión de las publicaciones del partido).

Entre los jóvenes, « los dirigentes del partido reconocen que su implantación es muy escasa en el medio rural, a nivel de las células de pueblo y de los comités locales» (G.H., p. 90).

Hermet añade por su cuenta y riesgo e ignoramos hasta qué punto será correcta su afirmación que « en su conjunto, los responsables y militantes de base del interior siguen prácticamente abandonados a su suerte » (G.H., p. 99).

La estimación de cifras de militantes oscila enormemente: entre los cinco mil indicados por la CIA y los 35 ó 40 000 de que habla el secretario general (entre el interior y el exterior).

Parece que la edad media oscila entre los 35 y los 40 años, cifra que tiene muchas posibilidades de ser correcta, si tenemos en cuenta a los estudiantes y a los obreros cualificados de edad media.
Dentro de estas apreciaciones, estrictamente matemáticas y de difícil verificación, G. Hermet avanza una idea que sólo es aceptable en principio.

Afirma el autor francés que los tres grandes motivos que inducen a la adhesión al PCE son la tradición familiar, el lugar del trabajo y el prestigio de los comunistas en la lucha diaria (G.H., p. 105-106).

Añadiríamos que también son numerosos los que se aproximan al PCE para obtener su ingreso llevados por un ideal revolucionario y por una formación marxista;
o, aquellos otros, que, dado el prestigio organizativo del PCE, estiman que sólo en su seno puede llevarse a cabo una actividad revolucionaria o, simplemente, antifranquista.

Núcleos de atracción que no son tratados por G. Hermet y que consideramos de excepcional importancia; que, además, nos conducen directísimamente a otros dos temas, tampoco considerados por Hermet, y que estimamos de gran trascendencia.

El primero sería una descripción y un análisis de la vida política de cada célula:

¿ Se discute, se reflexiona, o, por el contrario, cada célula es una simple caja de resonancia de las consignas llegadas de las alturas ? Esta pregunta nos lleva de la mano a la segunda interrogante:

¿ Por qué son tantos los militantes que abandonan el partido o son abandonados por el partido ?

¿ Qué causas motivan la defección ? ¿ Cuál es el futuro de estos exmilitantes ? ¿Quedan inutilizados para la acción política?

Cierto que el tema tiene una doble perspectiva y tratamiento, según se trate de un militante obrero o de un militante intelectual o estdiantil.

El hecho cierto es que, desde 1957, son muchos los militantes que han roto con el partido o que, incluso, ignoran si continúan o no militando ya que han sido « congelados » para toda actividad.

Evidentemente nos referimos a los alejados por razones ideológicas y no a los apartados por motivos policiacos, de seguridad del aparato. Incluso sería otro tema a tratar, dentro también del marco organizativo, el distinto tratamiento que reciben unos y otros militantes en cuanto a sus derechos y obligaciones ;
aludimos, concretamente, al trato excepcionalmente benévolo que reciben los militantes encuadrados en una categoría, considerada por el partido, intelectual: los llamados « militantes de firma ».
Posiblemente nos encontremos frente a una práctica clasista dentro del mismo partido.

4. La tercera parte fundamental del estudio de Guy Hermet se consagra a lo que el autor titula « El programa comunista» y que, de forma más simplificada, denominaremos la ideología actual del PCE, su táctica y su estrategia.

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