VELNEVA SIEMPRE TAN CERTERO
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Jiménez Villarejo recula ahora y rectifica a El País
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Jiménez Villarejo recula ahora y rectifica a El País
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Jiménez Villarejo
ha escrito una carta
al director de El País
en la que puntualiza el subtítulo del día 10
en el que el diario le atribuía haber llamado
"cómplices de torturadores"
a los jueces del Supremo.
El caso es que el ex fiscal se ratificó
el jueves de todo lo dicho
en la Complutense. (Volver)
velneva dijo el día 16 de Abril de 2010 a las 11:14:14:
LAS HORDAS
Blasco Ibáñez nos dejó, entre algunas joyas de su novelística, “La horda”, un relato social narrado con la excepcional maestría descriptiva del valenciano. La obra, ambientada en el Madrid de los albores del siglo XX, nos retrata una sociedad en la que el talento es sepultado por la losa del origen, de la cuna, del nacimiento. Recién coronado rey Alfonso XIII, la España del quiero y no puedo, la España de las sempiternas buenas intenciones, la España irregenerable, contemplaba impasible cómo millones, sí millones, de personas eran ignoradas, marginadas y explotadas por el sistema corrupto de la Restauración. Para salir de ese desfiladero maldito, sólo había un camino: pasarse al campo de los explotadores y servirles de verdugos baratos.
La movilidad social era un tema que se dejaba para los teóricos. Hace cien años, ni la bono loto ni la euromillones ni el cupón ni las quinielas. En cuanto a la educación, ríanse. Patrimonio de unos cuantos. Hoy, sí. Hoy es posible el tránsito desde las clases altas a las bajas merced a la crisis. En cuanto al revés, de abajo arriba, no crean. Los juegos de azar están en manos de las peñas. ¿Y la educación? Pues de tan socializante que se ha pretendido, ha recorrido el camino que se esperaba: de ser de calidad alta pero privilegio de unos pocos, a descender a niveles de sonrojo por mal uso de muchísimos. Hordas decimonónicas. Hordas actuales. Siempre hordas.
Los caciques del XIX se llaman hoy ediles. Los oligarcas de aquella época, dirigentes de formaciones políticas. Los terratenientes de entonces, grandes empresarios de nuestros tiempos. Los marginados obreros y campesinos de tiempos pretéritos, campesinos y obreros de nuestros días. La horda. No hay redención para la horda. Salvo que se ponga el pasamontaña del verdugo y ejecute. Qué porvenir aguardaba a Pepe Blanco de no ser militante destacado del PSOE. ¿Hubiera José Bono amasado la fortuna que se le atribuye, fuera del cauce de su militancia psoecialista? ¿Y don Luis Roldán, el de las dos carreras universitarias y el de la aventura a Laos?
Los parados, con o sin subsidio, en la cola del empleo que nunca llegará. Los cinco millones de puestos destruidos no se recuperarán jamás en las condiciones de 2007. Por el contrario, la multitud de desempleados se ensanchará a la par que las prestaciones asistenciales sufrirán paulatinas y severas restricciones. El Estado del Bienestar, adiós y muy buenas. La sociedad está acorralada. Acorralada y vendida. Como el sistema educativo. Nos quieren dar gato por liebre. Lo malo no es que se nos pretenda engañar. Lo malo es que nos dejemos embaucar. Lo peor no es que nos engañen tres veces. Lo peor es que aceptemos el continuado fraude con el silencio de los corderos. Lo más indecente no es que nos conduzcan al matadero. Lo más indecente es que allanemos el camino a los falsos pastores de las iglesias civiles. La horda. Por rudimentarios que sean los vínculos de quienes la integran, el grupo se primitiviza hasta el extremo de devenir jauría. Cuando la horda se degrada a ese nivel, la condición humana se aproxima al instinto animal. Entonces, la ley del pueblo es suplida por la ley de la selva.
La horda era el aviso de la catástrofe. La Primera Guerra Mundial apenas enseñó nada. Las hordas se tomaron un respiro de racionalidad que pronto se trastocó en erupción ígnea del instinto asesino. El período subsiguiente nada regeneró. Años de felicidad loca que antecedieron a la depresión del veintinueve. Umbral de una nueva guerra. De nuevo lo advirtió Blasco. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, publicada en 1916, revela una Europa rota. La contienda mundial nos mostró nuestro pálpito más salvaje e invencible. El instinto arrasó a la razón. Entre los sentimientos, el odio campeó. La discordia se hizo dueña. Las heridas no restañaron y jamás se cerraron las cicatrices.
Eran muchos los que tenían interés en azuzar a las hordas. La guerra es una fuente de negocios para los más crueles y más desalmados. La memoria histórica es el filón letal que impide el cierre de las hostilidades. Los señores de la guerra son los responsables. Los culpables. Las hordas, fieras al cabo manejadas por el líder impostor. No queramos que el apocalipsis nos aceche. No lo queramos.
Un saludo.
Blasco Ibáñez nos dejó, entre algunas joyas de su novelística, “La horda”, un relato social narrado con la excepcional maestría descriptiva del valenciano. La obra, ambientada en el Madrid de los albores del siglo XX, nos retrata una sociedad en la que el talento es sepultado por la losa del origen, de la cuna, del nacimiento. Recién coronado rey Alfonso XIII, la España del quiero y no puedo, la España de las sempiternas buenas intenciones, la España irregenerable, contemplaba impasible cómo millones, sí millones, de personas eran ignoradas, marginadas y explotadas por el sistema corrupto de la Restauración. Para salir de ese desfiladero maldito, sólo había un camino: pasarse al campo de los explotadores y servirles de verdugos baratos.
La movilidad social era un tema que se dejaba para los teóricos. Hace cien años, ni la bono loto ni la euromillones ni el cupón ni las quinielas. En cuanto a la educación, ríanse. Patrimonio de unos cuantos. Hoy, sí. Hoy es posible el tránsito desde las clases altas a las bajas merced a la crisis. En cuanto al revés, de abajo arriba, no crean. Los juegos de azar están en manos de las peñas. ¿Y la educación? Pues de tan socializante que se ha pretendido, ha recorrido el camino que se esperaba: de ser de calidad alta pero privilegio de unos pocos, a descender a niveles de sonrojo por mal uso de muchísimos. Hordas decimonónicas. Hordas actuales. Siempre hordas.
Los caciques del XIX se llaman hoy ediles. Los oligarcas de aquella época, dirigentes de formaciones políticas. Los terratenientes de entonces, grandes empresarios de nuestros tiempos. Los marginados obreros y campesinos de tiempos pretéritos, campesinos y obreros de nuestros días. La horda. No hay redención para la horda. Salvo que se ponga el pasamontaña del verdugo y ejecute. Qué porvenir aguardaba a Pepe Blanco de no ser militante destacado del PSOE. ¿Hubiera José Bono amasado la fortuna que se le atribuye, fuera del cauce de su militancia psoecialista? ¿Y don Luis Roldán, el de las dos carreras universitarias y el de la aventura a Laos?
Los parados, con o sin subsidio, en la cola del empleo que nunca llegará. Los cinco millones de puestos destruidos no se recuperarán jamás en las condiciones de 2007. Por el contrario, la multitud de desempleados se ensanchará a la par que las prestaciones asistenciales sufrirán paulatinas y severas restricciones. El Estado del Bienestar, adiós y muy buenas. La sociedad está acorralada. Acorralada y vendida. Como el sistema educativo. Nos quieren dar gato por liebre. Lo malo no es que se nos pretenda engañar. Lo malo es que nos dejemos embaucar. Lo peor no es que nos engañen tres veces. Lo peor es que aceptemos el continuado fraude con el silencio de los corderos. Lo más indecente no es que nos conduzcan al matadero. Lo más indecente es que allanemos el camino a los falsos pastores de las iglesias civiles. La horda. Por rudimentarios que sean los vínculos de quienes la integran, el grupo se primitiviza hasta el extremo de devenir jauría. Cuando la horda se degrada a ese nivel, la condición humana se aproxima al instinto animal. Entonces, la ley del pueblo es suplida por la ley de la selva.
La horda era el aviso de la catástrofe. La Primera Guerra Mundial apenas enseñó nada. Las hordas se tomaron un respiro de racionalidad que pronto se trastocó en erupción ígnea del instinto asesino. El período subsiguiente nada regeneró. Años de felicidad loca que antecedieron a la depresión del veintinueve. Umbral de una nueva guerra. De nuevo lo advirtió Blasco. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, publicada en 1916, revela una Europa rota. La contienda mundial nos mostró nuestro pálpito más salvaje e invencible. El instinto arrasó a la razón. Entre los sentimientos, el odio campeó. La discordia se hizo dueña. Las heridas no restañaron y jamás se cerraron las cicatrices.
Eran muchos los que tenían interés en azuzar a las hordas. La guerra es una fuente de negocios para los más crueles y más desalmados. La memoria histórica es el filón letal que impide el cierre de las hostilidades. Los señores de la guerra son los responsables. Los culpables. Las hordas, fieras al cabo manejadas por el líder impostor. No queramos que el apocalipsis nos aceche. No lo queramos.
Un saludo.
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