lunes, 17 de junio de 2013

URDANGARIN EN LA ESPAÑA PERDIDA, SE CRITICA AL QUE COBRA Y NO AL QUE DA


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viernes, 9 de marzo de 2012


Urdangarín "versus" su cuñado.



            Analizado con herramientas propias de la ciencia económica, la sociología del conflicto y la gramática parda, el “affaire Urdangarín” puede considerarse un caso de doble traición.   

            Más allá de la calificación jurídica que su conducta merezca en la España “social y democrática de derecho”, Urdangarín, en parte, hacía lo que siempre hicieron las Coronas: pedir dinero para hacerse un patrimonio y poder pagar sus gastos.
            Y esta forma de financiarse no era una de las menores ventajas de los antiguos Reinos respecto a los actuales Estados caníbal, puesto que las solicitudes monetarias del monarca no eran ni mucho menos tan gravosas como los vigentes impuestos estatales. Y no lo eran porque, primero, la nobleza se resistía con eficacia a las gabelas, y segundo porque las monarquías procuraban conservar intacto el capital privado que les allegaba las rentas con las que vivir, que no era otro que su propio país, el Reino.

            Entonces, por qué, para qué se castiga al Duque de Palma con un proceso judicial.

            ¿Porque la justicia es ciega?. En la España de 2012 esa respuesta no alcanza la validez científica del chiste.    

            Para entender el expediente tenemos que formular una hipótesis sobre quién consintió que las investigaciones de la Fiscalía (órgano dependiente del Gobierno) sobre Matas y sus turbios manejos, terminasen por afectar de manera tan grave a un miembro de la Familia Real, pues sólo de esta forma podremos comprender los móviles que han hecho posible que una corruptela cortesana se haya convertido en un escándalo nacional.

            Los medios de comunicación o a la Justicia no dejan de ser elementos  necesarios de las penas presentes y eventualmente futuras del consorte de una Infanta, pero en última instancia son poco más que segundones de esta tragicomedia que tiene lugar en el país bufo de los “ERES”. 

            La hipótesis que explica el “caso Urdangarín” está en su cuñado. 
           
            Así todo encaja.

            Su cuñado debe cuidar su capital, el Reino, si quiere algún día heredarlo. Y para protegerle del expolio y demostrar a la vez su orden de preferencias aprovechó la oportunidad que le brindó el Duque para no dejar lugar a dudas: entre amparar a un miembro de la familia o sostener el prestigio del trono, la continuidad del reinado bien vale el sacrificio de un pariente... o los que sea menester, pensó. Y no movió un dedo en defensa del infame.             
            Un aviso a navegantes.

           Lo cierto es que Urdangarín se merece el uso que entiendo ha hecho de él su cuñado. Se comportó como un advenedizo, como un venal gobernante público al uso: sus ingresos procedían, presuntamente, del fraude, de la estafa. Para estos fangos le bastaba ingresar en algún partido político sin tener que menoscabar la Corona, el orgullo de la sangre azul.
  
            Pero lo peor, lo que a “su bajeza” jamás le iba a perdonar Su Alteza es que un pariente de segunda confiara la seguridad de su dinero a un paraíso fiscal antes que al país en el que él espera reinar. 
            A quién se le ocurre, cómo es posible que no pudiera controlar semejante acto fallido.
            Cabe entender los desvelos de un buen padre de familia por proteger su fortuna del Estado caníbal, aunque sea español, sacando el dinero del país, pero con ello reveló que no confía en el buen gobierno del heredero.
            El solo intento de poner en fuga su capital y usar testaferros para que lo defiendan supuso un acto tan brutal en las formas como definitivo en el fondo: decía sin decir, que para el Duque la nación está perdida también con su cuñado. Y éste, consciente de la desconfianza personal, completa, majestuosa, ineluctable que le había demostrado su hermano político conduciendo su patrimonio fuera del país, no pudo menos que responder a su traición con la traición de consentir que le "estigmatizaran" vía medios de comunicación y castigo judicial.      

            En su descargo debo decir que le acusan de hacer algo que, en términos económicos, sólo en términos económicos, tiene una lógica aplastante: dado que no cree en la continuidad de la Corona ni en el bienestar de su patria maximizó sus ingresos en el plazo más breve posible a costa de degradar el capital-país. Lo que en gramática parda viene a significar “coge el dinero y corre".
           
            Ahora bien, lo que perpetró no fue por considerarse impune. Si hubiera sido así no se habría fugado económica, físicamente, sino que hubiese seguido haciendo lo mismo "ad aeternum" con la seguridad de que nada tenía que temer.

            No ha sido la creencia en la impunidad la causa de su error. Fue la nula fe en su país, que para su desgracia es también el que pretende heredar a toda costa su cuñado.

            Sólo hizo cálculos crematísticos, sin parar mientes en el guante que involuntariamente lanzaba al hermano de su esposa. 

            Un asunto para la ciencia económica, la sociología del conflicto y la gramática parda.


twitter: @elunicparaiso

Coda.
El caso Urdangarín es una prueba más de que el Estado actual es irrecuperable para el buen gobierno.
Se critica al Duque por pedir pero no a los gobernantes por dar.
Estamos tan envilecidos por el Estado y su gasto, que hemos alejado de nuestro pensamiento la perentoria exigencia a los políticos democráticos de que justifiquen por qué entregaron dinero a Urdangarín de la forma que lo hicieron. Sin embargo mostramos nuestro más severo disgusto por el hecho de que el Duque lo recibiera.
Nos llama la atención un presunto estafador que utilizó para delinquir el sofisticado método de cobrar a cambio de nada, pero nada tenemos que objetar al sistema político que lo consintió.
Cuando el gobernante no se siente compelido a abandonar su cargo "ipso facto" ante la evidencia de que colaboró con un delito o fue víctima de él por negligencia, hemos llegado al final del viaje.
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