jueves, 2 de febrero de 2012

REME MORALES: UNA MEMBRANA POLÍTICAMENTE CORRECTA


VUESTRO SEXO, HIJOS MIOS

Una membrana políticamente incorrecta

Por Remedios Morales

Estimados copulantes: El himen es un incomprendido. Así, como suena. En nuestra cultura forma parte de esa batería de rasgos injustos con las mujeres que, después de haber alcanzado mucho protagonismo a lo largo de la historia, en poco tiempo han sido condenados al ostracismo. Seguramente, entre todos los menudillos que se apretujan ahí abajo, ha sido el más aborrecido por las chicas.
Hace años, en una reunión feminista oí decir que, como medida para alcanzar algo más de libertad sexual e igualdad con los hombres, lo mejor sería retirar el himen a las recién nacidas igual que hacen los judíos con el prepucio de los niños en el rito de la circuncisión. La gente políticamente correcta suele ignorar que, en términos de biología evolutiva, la estrategia sexual femenina nunca debe ser comparada con la masculina. Reconozco que es deplorable nacer precintada, pero, desde un punto de vista evolutivo, el himen es un objeto precioso que tiene mucho que ver con la transformación de una hembra primate en una hembra humana.

Al contrario que los labios menores, el himen sí que es un rasgo de neotenia (recordad que neoténico es el rasgo embrionario que permanece en el individuo adulto). Se trata del residuo de la membrana urogenital, que, en los embriones femeninos, cierra completamente la zona del vestíbulo y que desaparece antes del nacimiento en todos los mamíferos, salvo en la hembra humana, que lo retiene como una membrana en forma de media luna que cierra parcialmente la entrada de la vagina. Eventualmente puede tener otras muchas formas, pero siempre mantiene una abertura algo elástica, por la que pasa el sangrado menstrual y los tampones higiénicos. Las mujeres conservan el himen en la edad adulta hasta que se rompe accidentalmente o en la primera cópula –ese es el problema– y acaba por eliminarse totalmente en el primer parto.

El himen es un rasgo anticopulatorio a priori como puede ser, por ejemplo, la fimosis en los hombres. La diferencia está en que la fimosis no es, ni mucho menos, un rasgo común, mientras que todas las mujeres nacen con un himen. La razón es que la mujer no sólo supera su desfloración con su voluntad, "cerrando los ojos y pensando en Inglaterra", como se recomendaba a las jóvenes victorianas, sino que puede quedarse embarazada desde ese primer y molesto acto y transmitir su rasgo, mientras que cualquier dolor en el pene vuelve a su dueño impotente para el coito.

Ese fue, precisamente, el caso de Luis XVI y su esposa María Antonieta, perfectamente documentado gracias a la correspondencia de esta última con su madre María Teresa de Austria y a las labores de espionaje de los embajadores europeos, que dejaron constancia para la eternidad de cómo un sencillo impedimento hizo imposible consumar el matrimonio de la joven pareja hasta siete años después de la boda, cuando, por fin, el rey reunió el valor suficiente para enfrentarse a una pequeña operación.

La desfloración, a pesar del empeño que ginecólogos y feministas ponen en minimizarla, causa un dolor variable, que va desde una pequeña molestia en la joven atleta acostumbrada a usar tampones super y que, por fortuna para ella, cuenta con un compañero experto, hasta un dolor de todos los demonios acompañado de sangrado abundante en las dueñas de un himen recalcitrante. Aunque las jóvenes de hoy día estén mejor preparadas para afrontar el trago, sabemos que muchas recién casadas guardaron de su desfloración un mal recuerdo de por vida. La emperatriz Elisabeth de Austria, la famosa Sissi, y su esposo, Francisco José, a pesar de estar muy enamorados –o quizás precisamente por eso–, no lograron consumar el himeneo hasta la tercera noche después de la boda.

Los biólogos se preguntan por qué un cuerpo tan sexual como el de las mujeres retiene ese rasgo anticopulatorio. En cualquier especie, todos los rasgos físicos que limitan la disponibilidad para ejercer el sexo tienden a ser eliminados –lógicamente– en cada generación cada vez que aparecen. Los machos con rasgos anticopulatorios no se reproducen. Tampoco es posible que una hembra, salvo la humana, sea capaz de estarse quieta mientras soporta repetidos intentos de penetración dolorosa. Por eso el himen no está presente en otras hembras. En la especie humana, como decía más arriba, este rasgo disuasorio de la penetración fue transmitido, sin problemas, de generación en generación porque la mujer tiene la inteligencia suficiente para anticipar un desenlace conveniente.

Pero la idea va más allá, porque el hecho de que todas las mujeres hayan heredado este rasgo ha convencido a los expertos de que puede haber sido potenciado durante la evolución por haber proporcionado ventajas a sus poseedoras. En ese sentido, no se puede negar que el himen es un rasgo de cautela, y de los gordos. Su objetivo es retrasar la edad de la iniciación, evitar una mala gestión del sexo cuando no se tiene la madurez suficiente para negociarlo y funcionar como un timbre de alarma para que los escarceos de los adolescentes no alcancen un punto sin retorno.

Además, hay que tener en cuenta que, dentro de la estrategia evolutiva de los machos, es importante no cargar con los hijos de otros machos, y el himen fue, hasta hace poco tiempo, la única garantía de que la novia no estaba embarazada de otro. En todas las sociedades, una joven propensa a la generosidad sexual reducía su valor de entrada en el mercado matrimonial y, en el peor de los casos, traía al mundo un hijo "concebido a escote"como decía Quevedo, que tenía que criar ella sola. La inteligente hembra humana, naturalmente, ha empleado todo tipo de supercherías para simular una desfloración ante un marido crédulo.

Nada de esto parece tener sentido, actualmente, en nuestra sociedad. Hay anticonceptivos, hay pruebas de paternidad, hay subvenciones para madres solteras, hay aborto gratis, casi no hay vírgenes y casi no hay niños. Sin embargo, ahí persiste esa pieza arqueológica, como objeto de negociación, en otras culturas que seguramente sobrevivirán a la nuestra.

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