sábado, 21 de mayo de 2011

LOS JÓVENES INDIGNAOS NO TIENEN MIEDO A LOS TANQUES, COMO EN TAHRIR, POR ESO NO ES LO MISMO

Sin tanques no hay paraíso

Sol no es la plaza Tahrir y la primavera árabe nos quedaría muy lejana aunque África arrancara al cruzar los Pirineos

Día 21/05/2011

ENTONCES, en otro tiempo, cuando aún las palabras no padecían de anorexia, una revolución era un asunto serio e incluso respetable a veces. A veces, pocas veces. En cualquier caso, entonces, una revolución no era una revuelta. Ni un motín del montón. Ni una algarada brusca y pasajera. Era un tantarantán que descuajaringaba el mundo y ponía a la Historia en el disparadero. Era la apoteosis del realismo trágico y no el cuento de hadas que intentaban vendernos. Era, en definitiva, una palabra gruesa cuando aún las palabras no padecían de anorexia. Ahora, sin embargo, ya nada es lo que es, o, por mejor decir, no es sino lo que parece. La realidad se ha transformado en un «reality» que sólo rinde cuentas ante el plenario de la audiencia. Y la tragedia —tal y como pronosticaba Marx a rebufo de Hegel— sube a escena de nuevo reconvertida en sainete. ¿«Spanish Revolution»? ¡Qué fuerte, colega! Un chute de sangría alucinógena te coloca (o descoloca) mucho menos que ese estupefaciente utópico con el que trapichean en las teletiendas. Porque hete aquí que, de golpe y sin porrazos de por medio, la tropilla indignada, la turba vocinglera, los surferos del caos, los párvulos gamberros, se ufanan de sentar plaza, tras una rabieta impune, en el martirologio de la humanidad rebelde. Para el carro, Ben-Hur. Ahórrate los lobos, que se esfumó la nieve.

Se puede aceptar que desvirtúen una campaña electoral con el pretexto de la espontaneidad seráfica y los abracadabras de la red de redes. Se puede transigir, ya puestos, con que incorporen el himno del Madrid («veteranos y noveles», tatachín, «veteranos y noveles») a la banda sonora de la revolución pendiente. O con que entren a saco en El Rincón del Vago de Internet e hinchen la burra del ideario sandinista con los protocolos del abuelito Hessel a la hora de elaborar un manifiesto que, a fuerza de ser romo, impide meter el remo. No obstante, dando lo anterior por bueno, la Puerta del Sol no es la plaza Tahrir y la primavera árabe nos quedaría muy lejana aunque África arrancara al cruzar los Pirineos. El sarpullido de indignación que nos aqueja se encuentra más cercano a un fuego de campamento que al kilómetro cero de la nueva era pese al empeño denodado de los perros de prensa por sazonar el muermo de la sección política con toques de «trending topic», costumbrismo de urgencia y sociología versión 2.0.

Mas en Tahrir desborda la sangre derramada y en estos pagos, por suerte, lo que corre que se las pela es la cerveza. Sin tanques no hay paraísos revolucionarios y, por no haber, ni tan siquiera hay un Mubarak al que sacar a puntapiés de su ensimismamiento. Qué le vamos a hacer, la dicha nunca es completa. A no ser, por supuesto, que en un arrebato de lucidez pasmosa se decida que sí, que hay motivo, en efecto. Que un país con cinco millones de parados, con las finanzas públicas en situación de quiebra técnica, con la justicia hecha unos zorros y consumido por las corruptelas es imposible que fíe al porvenir lo que se niega en el presente. Demasiada responsabilidad para quienes acampan en la irresponsabilidad autista y la inocencia a pierna suelta. Para quienes se jactan de que ellos están de vuelta sin haberse arriesgado a traspasar la puerta.

¿Y la kermés heroica? Dejémoslo en verbena.

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