El humanismo cristiano es una cosa muy sensata que,
entre otras cosas, mantiene que
el género humano no se divide en
heterosexuales y
homosexuales,
sino en hombres y
mujeres,
los cuales en su libertad
normalmente tienen hijos, que,
casualmente,
resulta que son también a su vez
hombres y mujeres,
mira tú por donde,
y respecto de ellos
los hombres y las mujeres
que son sus padres
tienen obligaciones
y no sólo derechos
(de estos últimos pocos).
Este conjunto de hombres y mujeres de diferentes edades
forman lo que se llama familia
y suele ser la célula constituva
de toda sociedad más o menos civilizada.
A su vez, y en justa correspondencia a su amor y cuidados,
estos hombres y mujeres
llamados hijos normalmente
les respetarán,
les atendarán
y les cuidarán
cuando sean mayores
y no puedan valerse por sí mismos
y no les eutanasiarán.
Además,
esos hombres y mujeres
están también obligados moralmente y socialmente
a mantener,
ayudar
y cuidar de los más débiles,
de los enfermos,
de los pobres
y de aquellos que no tienen descendencia
por la causa que fuere y
por lo tanto están más sólos que la una
frente a su vida y
frente a su muerte.
Y todo ello deben hacerlo
respetando la inviolable dignidad
de todos los seres humanos
por su condición transcendente
de hijos de Dios,
amando al prójimo como a uno mismo,
perdonando a los enemigos
y no deseando a los demás
lo que uno no desea para sí mismo y
aceptando las propias debilidades y
las de los demás.
Más o menos así vive,
con la ayuda de Dios,
la mayoría de los hombres y mujeres
que creen en los valores del humanismo cristiano
y que han fundado
a través de los siglos
la civilización más próspera,
más libre y
más justa que ha conocido
la historia de los hombres y
de las mujeres.
entre otras cosas, mantiene que
el género humano no se divide en
heterosexuales y
homosexuales,
sino en hombres y
mujeres,
los cuales en su libertad
normalmente tienen hijos, que,
casualmente,
resulta que son también a su vez
hombres y mujeres,
mira tú por donde,
y respecto de ellos
los hombres y las mujeres
que son sus padres
tienen obligaciones
y no sólo derechos
(de estos últimos pocos).
Este conjunto de hombres y mujeres de diferentes edades
forman lo que se llama familia
y suele ser la célula constituva
de toda sociedad más o menos civilizada.
A su vez, y en justa correspondencia a su amor y cuidados,
estos hombres y mujeres
llamados hijos normalmente
les respetarán,
les atendarán
y les cuidarán
cuando sean mayores
y no puedan valerse por sí mismos
y no les eutanasiarán.
Además,
esos hombres y mujeres
están también obligados moralmente y socialmente
a mantener,
ayudar
y cuidar de los más débiles,
de los enfermos,
de los pobres
y de aquellos que no tienen descendencia
por la causa que fuere y
por lo tanto están más sólos que la una
frente a su vida y
frente a su muerte.
Y todo ello deben hacerlo
respetando la inviolable dignidad
de todos los seres humanos
por su condición transcendente
de hijos de Dios,
amando al prójimo como a uno mismo,
perdonando a los enemigos
y no deseando a los demás
lo que uno no desea para sí mismo y
aceptando las propias debilidades y
las de los demás.
Más o menos así vive,
con la ayuda de Dios,
la mayoría de los hombres y mujeres
que creen en los valores del humanismo cristiano
y que han fundado
a través de los siglos
la civilización más próspera,
más libre y
más justa que ha conocido
la historia de los hombres y
de las mujeres.
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