jueves, 20 de mayo de 2010

BONO - DIOS MÍO QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS

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09:17 (20-05-2010) | 20

'El Plural' arremete contra LA GACETA y se columpia atribuyendo informaciones de otr

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José Bono tiene que estar más solo que la una, mediáticamente hablando, si tiene que recurrir a El Plural para vender la burra. “LA GACETA ha publicado 200 presuntas insidias, 30 de ellas en portada, contra el presidente del Congreso”, titulaban ayer los del digital que menos honor hace a su nombre. Lo curioso es que salvo una opinión en Radio Inter y algunos ejemplos más –poquitos para esos dos centenares de “insidias”–,

los de Enric Sopena atribuían a este periódico incluso informaciones que no son nuestras.

Vean, por ejemplo, al hilo de los caballos de la Hípica Almenara lo que escribían,
cargándonos con el mochuelo de haber dicho
que “el líder socialista los había pagado
con billetes de 500 euros envueltos en periódicos”.

Y con suficiencia:
“Al final, no fue ni una cosa ni la otra.
Todo era falso.
Eran graves inexactitudes de la misma cuadra”.
Claro, tan inexacto que el ‘enterao’ que redactó la noticia
ni se ‘pispó’ de que lo de los Bin Laden de Bono
era de El Confidencial
y hacía mención tan sólo a un caballo.

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DIOS MIO, QUE SOLOS SE QUEDAN LOS MUERTOS

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Cerraron sus ojos
Que aun tenía abiertos;
Taparon su cara
Con un blanco lienzo;
Y unos sollozando,
Otros en silencio,
De la triste alcoba
Todos se salieron.
 
La luz, que en un vaso
Ardía en el suelo,
Al muro arrojaba
La sombra del lecho,
Y entre aquella sombra
Veíase a intervalos
Dibujarse rígida
La forma del cuerpo.
 
Despertaba el día
Y a su albor primero,
Con sus mil ruidos
Despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
De vida y misterios,
De luz y tinieblas,
[medité]1 un momento:
¡Dios mío, qué solos
Se quedan los muertos!
 
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
 
Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedose deserto.
 
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba...
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
 
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
 
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapáronle luego,
y con un saludo
despidiose el duelo.
 
La piqueta al hombro,
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
reinaba el silencio:
perdido en las sombras,
medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
 
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero
de la pobre niña
a solas me acuerdo.
 
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo,
del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...
 
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos!

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