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Abstencionista a la fuerza
3 de Enero de 2009 - 13:00:17 - Luis del Pino
Si cabe extraer alguna conclusión de las encuestas publicadas ayer por distintos medios de comunicación, es que Rajoy no conseguiría ganar unas elecciones ni aunque mañana filmáramos a Zapatero atracando a una anciana con una navaja a la salida de un cajero automático.
No sólo es que el PP continúe tres puntos por debajo en intención de voto, con la que está cayendo. Es que, encima, la valoración del propio Rajoy no ha hecho sino disminuir desde que cogiera las riendas del partido tras las elecciones del 14-M. Cinco años de lento camino hacia la nada. Y lo más llamativo es que esa disminución de la valoración de Rajoy tiene lugar, precisamente, entre sus propios votantes.
¡Mira que resulta difícil que tus votantes te aticen a la hora de valorarte en las encuestas, teniendo en cuenta lo hooligans que somos los españoles en materia política! ¡Pues Rajoy ha conseguido la proeza! Y hay que reconocer que se lo ha ganado a pulso.
A lo largo de la última legislatura, el PP de Rajoy estuvo vendiendo, sistemáticamente, el mensaje de que no había que entrar en ninguno de los temas conflictivos de carácter social o político, porque lo que verdaderamente haría que las elecciones se decantaran del lado del PP serían las cuestiones económicas. Había que adentrarse de puntillas en el escabroso terreno de la Ley de matrimonio homosexual. Había que adoptar un perfil bajo en el asunto de Educación para la Ciudadanía. Había que hacer como si el 11-M no hubiera existido. Había que mantenerse a una medida distancia de esos ruidosos manifestantes que se empeñaban en protagonizar una Rebelión Cívica que Rajoy no quería. Había que tender la mano a Zapatero en materia antiterrorista cada vez que el Presidente llamaba al líder del PP a la Moncloa, a pesar de que todos supiéramos que Zapatero nos estaba mintiendo en el tema de la negociación con ETA.
Había que evitar todos y cada uno de los puntos de confrontación, porque la crisis económica pondría en bandeja a la derecha la vuelta al poder.
Y hete aquí que llega la crisis económica a finales del año pasado y, después de las últimas elecciones, lo que el PP hace no es pasar a la ofensiva para adelantar lo más posible la caída del gobierno Zapatero, sino cepillarse a toda su "ala dura", con el aplauso de todos los medios de comunicación de la izquierda.
Y, con una crisis económica galopante, con un número de parados que alcanza otra vez cotas históricas que creíamos olvidadas para siempre, con un derrumbe sonoro y repentino del tejido económico del país, el equipo de Rajoy vuelve a conseguir la hazaña de que Zapatero se le escape crudo y de que a la opinión pública se le transmita el mensaje de que la culpa de la crisis la tienen... el liberalismo y Bush.
Podríamos todos tratar de pensar bien. Podríamos pensar, simplemente, que el equipo que actualmente dirige el PP está formado por gente no muy avispada, que no ganaría unas elecciones ni aunque se implantara un régimen de partido único.
Lo que pasa es que, a estas alturas, ya resulta difícil pensar bien. Porque una simple colección de gente poco avispada podría, en efecto, dejar de hacer las cosas que debería hacer y, como resultado, perder elección tras elección. Pero lo que no cuadra con esa imagen benévola son ciertas cosas que el equipo de Rajoy ha hecho hasta el momento y que revelan, no una simple inutilidad, sino una consciente voluntad de hacer lo que hacen.
Porque el actual equipo del PP ha conseguido, por ejemplo, lo que ni siquiera los asesinos de ETA lograron: que personas como María San Gil abandonen la actividad política. El equipo de Rajoy, y más concretamente el alcalde de Madrid, ha conseguido lo que Zapatero no se hubiera atrevido a hacer: sentar a Federico Jiménez Losantos en el banquillo. Como también es el equipo de Rajoy, y no el Partido Socialista, quien acaba de sentar también en el banquillo a otro periodista liberal: a Víctor Gago. Igual que muchas de las presiones más fuertes para acallar la voz de la Cope han venido, no del PSOE, sino de la actual cúpula del PP.
Es por eso que decía que, a estas alturas, no me siento capaz ya de recurrir a las explicaciones benévolas. Cuando la cúpula del PP se pone a hacer el trabajo sucio que el propio PSOE no se atrevería a hacer, no puedo evitar preguntarme en qué despacho o cenáculo se ha decidido ese reparto de papeles. Y no puedo dejar de pensar, reflexionando a toro pasado, que en realidad Rajoy no ha tenido, a lo largo de estos cinco años, la más mínima voluntad de oponerse a lo que estaba sucediendo. Antes al contrario: todas y cada una de sus acciones parecen dictadas por la voluntad consciente de conseguir que las bases de la derecha fueran tragando, poco a poco, con ese cambio de modelo social y territorial que no habría podido ponerse en marcha de no mediar el 11-M.
Y heme aquí, como consecuencia, huérfano de partido al que votar. Después de haberme decantado por el PP en todas las elecciones celebradas hasta el momento, no puedo ya votar, en conciencia, a aquéllos que siento que han traicionado las cosas en las que creo. Entiendo perfectamente, por tanto, los resultados de las encuestas.
Yo no sé si mi forma de pensar será mayoritaria entre los votantes naturales del PP. Supongo que no. Pero imagino que sí que habrá un cierto porcentaje de votantes del PP que se encuentran en mi misma situación, y que ese porcentaje es lo suficientemente significativo como para que Rajoy, a pesar de los pesares, siga sin poder sobrepasar a Zapatero en intención de voto. Cuando el mensaje que transmites es que algunos de tus votantes te dan asco, lo más natural es que esos votantes decidan devolverte el cumplido. Amor con amor se paga, que dice el refrán.
Dentro del PP hay muchísima gente extraordinaria. Sigue habiéndola. En realidad, lo que yo percibo al hablar con militantes y cuadros intermedios del partido, es que la inmensa mayoría del PP sigue estando donde estaba y defendiendo los mismos principios. Pero hay un pequeño problema: que esa inmensa mayoría de gente extraordinaria no tiene mando en plaza. Y al final, en un hipotético gobierno, quien decide la política a seguir es el que manda en el partido, no el militante de base. Y, si Rajoy se ha comportado como lo ha hecho estando en la oposición, no quiero ni imaginar lo que sería en caso de alcanzar el Gobierno.
Si la actual cúpula del PP ha sido capaz, desde la oposición, de echar a patadas a militantes del partido que han estado plantando cara a ETA durante años y de poner en marcha una campaña judicial contra los únicos que se han estado partiendo la cara por los principios que el PP decía defender, ¿qué harían si tuvieran a su disposición los recursos del Estado? ¿Fusilarnos en efigie a aquéllos que exigiéramos la derogación de las leyes anticonstitucionales aprobadas durante la etapa Zapatero?
Y que conste que entiendo perfectamente otras posibles posturas ante el año electoral que se avecina. Entiendo perfectamente, por ejemplo, que haya quien continúe pensando que el PP representa el único voto útil posible para desalojar a Zapatero. Y me parece una postura tan respetable y tan digna como la mía. Hay gente con mayor capacidad de esperanza que yo.
Por mi parte - y respetando, como digo, cualquier otra opinión - mientras no se produzca en el PP una rectificación en toda la línea, no puedo, por motivos de conciencia, entregarles mi voto. Así que aquí me tienen: a mis 46 años y convertido en un nuevo abstencionista a la fuerza. Como dice la canción: la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida.
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