jueves, 5 de marzo de 2015

MÁRTIRES DE PARACUELLOS

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UN GRAN ARTÍCULO CON UN GRAN ERROR

Por Pío Moa

   Muñoz Molina ha escrito un gran artículo sobre las raíces del terrorismo que venimos sufriendo muchos años, ahora con más brutalidad que nunca.  Una nota a destacar sobre el País Vasco: “Las madres, que en cualquier sociedad normal procuran inducir la templanza en sus hijos, en esa tierra han azuzado con frecuencia a los suyos”. Muchos somos testigos de madres y abuelas degeneradas por la basura de Sabino Arana, que mostraban impúdicamente su alegría cuando algún “español” era asesinado por los “gudaris”, normalmente por la espalda, como corresponde al valor de  esa mezcla de sabinianos y marxistas, usurpadores de la “idiosincrasia vasca”. Cuando un número considerable de madres y abuelas han llegado a tal degradación moral y han perdido cualquier rastro de aquellas cualidades femeninas que suelen frenar la barbarie, esa sociedad sufre un embrutecimiento profundo, y ha dado pasos muy largos en el mismo sentido que en otros tiempos los dio Alemania. No olvida Muñoz Molina al clero simpatizante de los asesinos, pues el clero nacionalista ha sido uno de los principales canales, si no el principal, por donde ha fluido el cieno de odio que hoy anega la conciencia de tantos vascos. 
     Ni olvida el escritor cómo la misma miseria, algo más disfrazada, algo más hipócrita,  la cultivan los nacionalistas catalanes. Cuando el PSOE se lanzaba de cabeza a la guerra civil, en 1934, Besteiro denunciaba a Largo Caballero y a Prieto: “están envenenando a los trabajadores”. Ahí está la raíz del mal, en los demagogos y envenenadores profesionales de la conciencia de los ciudadanos.  Pero la voz de Besteiro resultó muy débil, quedó ahogada por la chulería, el griterío y la violencia de sus compañeros de partido. Ahora ocurre algo similar. El envenenamiento que estamos sufriendo por parte de toda esa gente apenas tiene parangón, y la debilidad de la respuesta augura tiempos difíciles. ¡Qué fácil es echar por tierra, en muy poco tiempo, el fruto de largos años de esfuerzos constructivos! La gente no acaba de creérselo, casi nadie acaba de creérselo hasta que la tragedia llega.
    Muñoz Molina ve muy claras las cosas en la actualidad, percibe el sectarismo y la miseria moral reinantes en amplios medios de opinión, pero, y ahí está su gran error,   padece sobre el pasado la misma distorsión sectaria que otros manifiestan sobre el presente. Alude a los “bombardeos fascistas” de la guerra, como si la “aviación popular” no hubiera machacado, cuando pudo, a la población civil del otro lado, que por lo visto no merece recuerdo alguno. Menciona el Madrid que en noviembre del 1936  sonreía “con plomo en las entrañas, y en medio del dolor era la fortaleza que resistía gallardamente a la agresión del fascismo”. Ni eran fascistas los que intentaban conquistar Madrid, ni era “el pueblo” el que se movilizaba; además, aquel era también el Madrid de las checas y de Paracuellos;  y los autores principales de la defensa de la ciudad (y del enorme mito sobre esa defensa) fueron unos demócratas tan ejemplares como los comunistas  agentes de Stalin, entre ellos Líster, a quien dedicó  otro poema Antonio Machado.
   Pero no  hablo del error histórico de Muñoz Molina por  ningún prurito de estudioso. Hay dos razones para no pasarlo por alto. En primer lugar, esos mitos son del mismo tipo que llevan a los etarras al crimen, al PNV a apoyar el crimen y tratar de extraerle rentas políticas, y a los nacionalistas catalanes a hacer pactos de canallas con los asesinos y a propugnar el “diálogo” con ellos a costa de las víctimas, de la ley y de la democracia. Y los mismos comunistas, socialistas y demás, que tanto habían hecho por llegar a la guerra civil y  justificaban los peores desmanes con el cuento de la lucha “contra el fascismo”,  iban entonces de la mano con los nacionalistas vascos y catalanes, los cuales de ningún modo mejoraban a los actuales. Eran exactamente iguales en ideas, y peores en actos, pues creían tener a su alcance, por fin, el descuartizamiento de España.
    Y ahora los vemos de nuevo a todos juntos, formando una especie de cadena. El PNV apoya a los asesinos dándoles todo tipo de pretextos, ayudas políticas y hasta subvenciones, y propugnando el “diálogo” con ellos. A su vez el socialista  Pachi López propugna el diálogo con el PNV.  La Esquerra establece pactos gangsteriles con los terroristas, y Maragall mantiene sin el menor problema  el pacto con la pactante. Zapatero dice que no, pero sí. Algo los une a todos ellos, señor Muñoz Molina: su aversión a España  y su escaso aprecio a la democracia, que, creen, no vale si no son ellos quienes mandan.
    Y ahí están discutiendo sobre si ETA o Al Quaida. El salvaje atentado va contra España y contra nuestra democracia, y en eso coinciden exactamente la ETA y el terrorismo árabe, entre los cuales siempre ha habido lazos, como es bien sabido. Pero algunos creen que en un caso podrán sacar beneficios electorales, y en el otro no. Usted, señor Muñoz, invoca   un patriotismo y un civismo de izquierdas que nunca, o apenas, han existido. Lo escribió Azaña: “Lo que me ha dado un hachazo terrible, en lo más profundo de mi intimidad, es, con motivo de la guerra, haber descubierto la falta de solidaridad nacional. A muy pocos nos importa la idea nacional. Ni aun el peligro de la guerra ha servido de soldador. Al contrario, se ha aprovechado para que cada cual tire por su lado”.
Hoy,  ni aún el peligro del terrorismo y la disgregación de España sirven de soldador. En España la izquierda siempre ha sido así, con las debidas y escasas excepciones. Quien estudie sin prejuicios el pasado, podrá entender mejor el presente.     

Los verdaderos olvidados de la Guerra Civil

LA RAZÓN  martes 2 de marzo de 2004
Pío Moa es escritor

El reportaje «Las fosas del olvido» de hace unas semanas en TVE- 2, aunque menos sectario de lo que imaginaba, no deja de ser un falseamiento esencial de la historia.
    La idea básica es que, como las Cortes «condenaron» saliéndose de sus competencias y conocimientos, obviamente la sublevación de la derecha en el 36, esa sublevación fue la causante última de todos los crímenes. La realidad es muy distinta. Fue la izquierda, en especial los socialistas y los nacionalistas catalanes, la que se sublevó en octubre de 1934 contra un gobierno democrático y contra la legalidad republicana, con el propósito explícito no de dar un simple golpe de estado, sino de organizar una guerra civil, pues estaba convencida de que ganaría. Si entonces la derecha no hubiera defendido la legalidad republicana, allí habría acabado aquel régimen.
    Cuando las mismas izquierdas que protagonizaron la sangrienta revuelta de 1934 volvieron al poder en 1936, llenas de orgullo por su gesta, iniciaron un período revolucionario, de imposición y violencias. Con ello se deslegitimaron los gobiernos de Azaña y Casares, y abocaron a las derechas a la rebelión, planteada en principio como un golpe rápido y poco cruento. Entonces el gobierno no defendió la Constitución, al contrario que la derecha en el 34, sino que terminó de echarla por tierra al armar a las masas.
   Como tantas veces se ha dicho, cuando la legalidad cae por tierra, los crímenes proliferan, máxime después de años de cultivo del odio incondicional al contrario. Basta leer la prensa izquierdista de entonces para ver hasta qué punto sembraba ese odio, considerándolo una fuerza y una virtud revolucionarias.
    Por lo tanto fueron fundamentalmente las izquierdas quienes desataron las violencias de una guerra que, contra sus expectativas, terminaron perdiendo. Esta realidad se abre paso cada vez más al conocimiento público, tras veinte años de absoluto predominio de las versiones izquierdistas, basadas en Tuñón de Lara y que reproducen en lo esencial las tesis propagandísticas de la Comintern.
Al lado de la falsedad dicha, en la que afortunadamente no insistió demasiado el reportaje, está la de presentar las brigadas internacionales o el maquis con ropaje ajeno: el maquis fue un intento del PCE de volver a la guerra, querencia natural suya, pues ya Lenin aclaró que un partido comunista tiene por fin preparar la guerra civil.
    Luego hubo deficiencias como mezclar las víctimas de crímenes con los caídos en combate, o dar por buenas las cifras de 800 fosas comunes y 30.000 enterrados. La asociación dedicada a estas cosas, después de cuatro años en que ha movido a numerosos voluntarios y obtenido colaboración y subvenciones de diversos organismos, reconoce no haber localizado más de 200 cadáveres, algunos del bando franquista y otros no fusilados, sino muertos en la lucha. Pero la izquierda siempre ha sido extraordinariamente «liberal» con las cifras. Se podría hacer un trabajo sobre sus habituales y enormes exageraciones.
   Tampoco cabe hablar de olvido de estas víctimas: desde comienzos de la transición, las campañas izquierdistas que las recuerdan son constantes, y han recibido un tratamiento de absoluto privilegio en los medios de masas. Eso no sería malo si el recuerdo no viniera teñido de rencor y del olvido despreciativo hacia las víctimas del bando contrario.
    Pero hay otras víctimas, éstas sí verdaderamente olvidadas, y son las producidas entre las propias izquierdas. Existen bastante informes de los anarquistas sobre matanzas contra ellos realizadas por los comunistas, e informes comunistas sobre matanzas de campesinos reacios a la colectivización llevadas a cabo por anarquistas. También existen sobre asesinatos de oficiales y soldados socialistas y anarquistas, que luego eran acusados de haber intentado desertar. Seguramente suman muchas más víctimas que las halladas en estos cuatros años por la asociación de las fosas, y sería una excelente ocasión de reivindicar, como ellos dicen, su memoria y su dignidad.
    No sería mala idea que alguien se hiciera cargo de la investigación pertinente.
    Un aspecto consolador del reportaje fue la casi general ausencia de rencor en los testimonios. La idea común es que una cosa así nunca debe repetirse. Y para que no se repita, es imprescindible que quienes quieran especular con los muertos del pasado para resucitar los viejos odios y mentiras, sean debida y constantemente desenmascarados.

LAS FOSAS DEL OLVIDO

Por José Manuel de Ezpeleta

Hace unos días casi todos pudimos ver en la segunda cadena de TVE, el programa titulado ‘Las fosas del olvido’. Pues bien a más de uno le habrá producido desolación y tristeza el contemplar como la historia y los hechos allí expuestos, así como sus imágenes y sus contundentes manifestaciones aparecieron sesgadas por no decir falseadas, al menos sin que aparecieran contrastadas con algún documento que así lo acredite.
Casi de los cuarenta y seis minutos que duró el documental, treinta y tres estuvieron dedicados monográficamente según lo establecido por su director y guionista don Alfonso Domingo, a los ‘30.000 desaparecidos de la guerra civil española enterrados en tumbas sin nombre’, y conforme al parecer también sostenido tanto por don Emilio Silva, nieto de republicano asesinado en campo abierto y fundador de la ‘Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica’, como por los voluntarios y seudo especialistas en esta materia e integrados en ella, siendo su objetivo principal la búsqueda y exhumación de víctimas según ellos en 800 fosas comunes como todos pudimos ver, para seguidamente identificar y exhumar aquellos restos humanos que basados en testimonios ‘orales’, fueron fusilados por el ‘Régimen franquista’ en diferentes lugares de la geografía Española. ¿Habrán investigado con detenimiento y profundidad estas supuestas víctimas del franquismo, en la gran cantidad de archivos incluida la mencionada Causa General?.
Al margen del rigor y lo morboso en la publicidad de dichas excavaciones incluidas las pruebas del ADN, que por cierto, no creo que fuera necesario haber dedicado casi dos minutos en explicar la forma de obtenerlo, se mostró claramente un afán propagandístico e insultante por algunas de las declaraciones hechas en algunos momentos por personas supuestamente afectadas empeñadas en recuperar los restos de sus seres queridos, aunque claro está, tales descendientes no tienen la culpa de ello. Bajo el pretexto de abrir algunas fosas y de dar a sus seres queridos un entierro digno, la mencionada Asociación pretende polarizar tan magna obra glorificando a todos aquellos que murieron sin juicio aparente y bajo la represión de Franco, como si todos los males y fusilamientos hubieran sido obra del ‘Régimen’, porque por el mismo procedimiento, todos los horrores y fusilamientos llevados a cabo por el Gobierno republicano durante el mismo periodo y no otro, habrían sido ‘bajo el régimen Azañista’, termino que nunca se menciona. Lo correcto sería poner nombre y apellidos a quienes cometieron tales asesinatos o en su caso bajo quienes se llevaron a cabo, pero de lo que se trata y así se hizo, fue de generalizar sin entrar a matizar los hechos históricos de tales fusilamientos y de utilizarlos como arma arrojadiza tanto en número como en calidad, y así pudimos ver cómo se mezclaban las víctimas de las Brigadas Internacionales con las de los pobres Maquis que lucharon después de la guerra por instaurar un régimen democrático a semejanza del de la República, por no mencionar el recién creado Consorcio en memoria de los combatientes rojos caídos en el Ebro.
Es licito y necesario que a estas alturas y con la perspectiva del tiempo transcurrido, se valla investigando y haciendo un recuento del número de caídos por ambas partes, así como donde y cómo murieron, pero discriminando entre quienes cayeron luchando en aquella guerra fratricida y los que fueron asesinados dentro de la retaguardia por ambos bandos. Si esto hubiera sido el argumento y la exposición de dicho programa, aún con las limitaciones de éste y acompañado con el necesario rigor histórico y documental, la cosa hubiera resultado ecuánime y veraz. Pero no fue así y resultó que de haber sido un tema divulgativo y pedagógico para todos lo españoles, resultó ser tendencioso, desagradable y mal intencionado.
Tal vez con el afán reivindicativo expuesto por dicha Asociación de descubrir y mostrar el desprecio que según éstos, durante tantos años han padecido miles de familiares víctimas de aquella represión, no se dieron cuenta incluido el director de este trabajo, que también otros miles de caídos y víctimas del terror rojo o Azañista, aun yacen en otras fosas comunes sin que nadie explote malintencionadamente la recuperación de  su memoria histórica también olvidada, y me refiero al gran número de gente que sabiendo o ignorando la fecha y el lugar donde fueron asesinados sus también seres queridos, no alardean y menos aún reclaman sus restos, aunque para ello tan sólo se dedicasen unos once minutos de programa. Dicha Asociación seguirá en su empeño, y cada cierto tiempo nos volverá a mostrar sus últimos logros y adquisiciones, aun con la ayuda de patrocinadores y de otros estamentos cercanos a algún partido político, pero ignorando que no el olvido pero sí el perdón, son componentes de una actitud que jamás alcanzaran a entender.
Al parecer los odios, los revanchismos y los resentimientos seculares que algunos pretenden reivindicar de modo exultante y machacón con programas como este, hacen que el poco rigor y la escasa credibilidad que exponen en él cale en una sociedad moderna y sin complejos, capaz de asumir aquellos hechos sin venganza alguna y sin que se conviertan en arma arrojadiza. Precisamente ésta postura es la que mantienen diversas asociaciones de víctimas del Azañismo, o mejor dicho de José Giral, Largo Caballero o Negrín y de algunos de sus ministros y jefecillos de orden Público, que sin levantar polvo alguno guardan la memoria y el recuerdo de sus caídos sin que nadie sepa de ellos y sin que ningún organismo les preste la más mínima ayuda. Al contrario, siempre han estado dispuestos a colaborar en lo que se les ha requerido, incluso de forma anónima a dejar que se haga uso de sus cementerios o lugares de enterramiento, siendo correspondidos tanto en éste como en otros casos de documentales propagandísticos, con la mutilación más cicatera que han hecho en este caso al no tener el necesario rigor y la valentía profesional de dejar por ejemplo que el letrero que menciona el nombre del cementerio donde filmaron sus censuradas tomas apareciera completo.
Sin olvidar que él titulo del documental se presta al olvido, tanto la productora como televisión española se prestaron también a olvidar conjuntamente algunos aspectos históricos y relevantes sobre las fosas de Paracuellos de Jarama, por cierto filmadas ampliamente por la productora. Pero de lo que se trataba en dicho programa, era de mostrar con unas efímeras pinceladas a los televidentes, imágenes del traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera al Valle de los Caídos como ejemplo de digno enterramiento, de resumir lo más posible el testimonio de uno de los supervivientes de aquellas matanzas de presos cuyo padre y hermano reposan en una de estas olvidadas fosas, así como de la entrega de unos documentos a unos familiares que buscando a sus muertos, documentalmente aparecen identificados en lugares cercanos a Madrid. En resumen todo un alarde de bochornoso espectáculo, de inequidad documental y de falta de rigor histórico para las generaciones presentes y venideras, que nunca sabrán gracias a este tipo de programas llamados ‘documentales’ la verdad de una guerra y unos hechos, que por tanto olvidar quizás volvamos a repetir.


CARRILLO COMO EJEMPLO

Por Pío Moa

   Santiago Carrillo desempeñó un buen papel durante la transición, bastante mejor que el PSOE, aunque a éste nadie le tomaba en serio sus radicalismos, mientras que al PCE nadie acababa de creerle su moderación. Fue el mejor papel en la vida del caudillo comunista. En función de él y de la reconciliación,  casi todo el mundo prefirió olvidar otras historias siniestras.
   ¿Por qué ahora, un cuarto de siglo después, se le recuerda cada vez más en relación con  los asesinatos en masa de Paracuellos? Por una razón muy sencilla: porque la izquierda, y él mismo, están inmersos en una campaña incesante por refrescar, con las peores intenciones, los antiguos crímenes y no crímenes de la derecha (meten en el mismo cajón de las “víctimas” a las que realmente lo fueron y a los castigados por asesinatos y terrorismo). La capacidad de rencor de la izquierda, a través de los años y de las generaciones, es sencillamente asombrosa. Y no menos su habilidad para sacar tajada política –y monetaria- de hechos que, sin necesidad de olvidarlos, debieran haber dejado de surtir cualquier efecto político.
    Una de las más miserables mentiras de estos turbios jardineros del rencor es la de que “durante cuarenta años las víctimas han sido olvidadas y  ya es hora de reivindicar su dignidad”.  En los últimos diez años del franquismo ya las víctimas más recordadas empezaban a ser las izquierdistas, y la cosa ha ido in crescendo  durante los decenios siguientes, hasta hoy. Lo que ha predominado de manera absoluta, y absolutamente abusiva en  los medios de comunicación,  y en toda esa literatura y  arte de chiste que padecemos, es la referencia exclusiva a las víctimas de uno de los bandos. Las que  han padecido en su dignidad y han sido condenadas al olvido han sido precisamente las otras. La derecha, en general, ha tragado, y una parte de ella, a base de callar –otorgando-- en aras de una “reconciliación” unilateral, y por tanto falsa, ha llegado a comulgar con buena parte de las ruedas de molino al respecto. Tanto más cuanto que las administraba P. Preston, unánimemente reverenciado a derecha e izquierda, y uno de los mayores fraudes historiográficos de los últimos diez o quince años; o Santos Juliá, y otros de la misma cuerda.
    Es muy lamentable tener que salir al paso de esta golfería, pero ya va siendo hora de hacerlo, porque si no, terminaríamos ahogados en la mentira  más nauseabunda sobre nuestro pasado. César Vidal lo ha hecho hace poco, con “Checas de Madrid”, y habrá que insistir en ello.
    Carrillo podría haber pasado a la historia  fundamentalmente por su actitud constructiva en una época difícil, pero él y todos los demás parecen empeñados en convencernos de que si obraron entonces de manera sensata no fue por convicción, sino sólo por no haberse sentido con fuerzas para hacer lo que les pedía el cuerpo. Lo que está haciendo esa gente, desde Maragall a Anasagasti pasando por Llamazares y muchos socialistas, no enlaza con la transición. Enlaza con la rebelión antidemocrática de 1934, con Paracuellos o con el Pacto de Santoña. Ojalá encuentren entre los españoles todo el desprecio que merecen. 
PIO MOA


VICTIMAS OLVIDADAS


ABC, del 17 de diciembre de 2003, en Cartas al Director.

Por Juan Ignacio Medina Muñoz


Nos estamos acostumbrando a que, de vez en cuando, y siempre coincidiendo con fechas señaladas, los partidos políticos y algunas instituciones del país decidan celebrar homenajes a aquellas personas represaliadas o perseguidas por el régimen del general Franco.
Hace unas semanas los grupos de la oposición rendían un homenaje en el Congreso de los Diputados a las víctimas del franquismo. En 2001 la Comunidad de Madrid, con el apoyo de todos los grupos parlamentarios, hacía lo propio con las ‘Brigadas Internacionales’.
Y yo me pregunto una cosa: cuándo se hará un homenaje a las víctimas de la sinrazón comunista, personas como Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca y tantos otros que sufrieron persecución en la zona republicana y que murieron masacradas en Paracuellos del Jarama, Aravaca, Cuartel de la Montaña...
Uno de los errores del franquismo fue olvidarse de quienes habían perdido la guerra. Desde la llegada de la democracia se viene haciendo lo mismo, pero al revés. Con esta actitud, y 67 años después del comienzo de la contienda, la Guerra Civil sigue dividiendo a los españoles.



¿ PRESCRIBEN LOS GENOCIDIOS PARA TODOS ?

La Nación nº 401-402, del 17 de septiembre de 2003

Por Mariano Cañas Barrera

Pues parece que no. Curioso y extraño a la vez, resulta que el famoso juez Baltasar Garzón logre que 43 cargos de la Dictadura argentina hayan sido arrestados y posiblemente se van sometiendo a extradición para ser juzgados en España. Y digo que resulta curioso y extraño a la vez que el señor Garzón, que por cierto fue el número dos en las listas electorales del PSOE detrás de Felipe González en su último triunfo electoral, pida la extradición de los militares argentinos por genocidio y sin embargo fue el que desestimó por ‘Delitos de genocidio, tortura y terrorismo’ interpuesto contra Santiago Carrillo Solares, en 1998, por según el ilustre juez ‘una querella mal intencionada’.
La paja en el ojo ajeno. Quizás el señor Garzón ignore que el antiguo compañero de izquierdas Santiago Carrillo, ingresó en el Partido Comunista el día 7 de noviembre de 1936, siendo en esa fecha el Consejero de Orden Público de Madrid.
Desde la llegada de Carrillo al ‘Orden Público’ se incrementaron las sacas de presos de las cárceles de Porlier, Ventas, Modelo y San Antón, firmando las listas de las sacas de la mano derecha de Carrillo Segunda Serrano evitando que aumentaran los asesinatos, un anarquista llamado Melchor Rodríguez al ser designado en diciembre, delegado especial de prisiones, lo que le valió el nombre de ‘Ángel Rojo’.
Quizás siga ignorando Garzón que el Dr. Félix Schaleyer, representante de Noruega en Madrid, comentó en su libro ‘Un diplomático en el Madrid rojo’, que visitó a Carrillo para evitar más masacres diciéndole que las noches del 7 y 8 de noviembre estuvieron los autobuses yendo y viniendo a las prisiones....
En otro lado dice: ‘...que a pesar de aquellas falsas promesas continuaron los trasportes que sacaban de las cárceles, sin que Miaja ni Carrillo se creyeron obligados a intervenir...’.
También debe ignorar el señor juez que existe un teletipo fechado en Valencia el 10 de diciembre de 1936, firmado por Irujo, ministro sin cartera, enviado al secretario de Miaja, que entre otras cosas decía: ‘...Había tenido noticias de haber sido fusilados gran número de detenidos y que le interesaba saber número de víctimas, cárceles de donde habían sido extraídos y medidas del gobierno que hayan sido adoptadas...’.
Se sabe que Carrillo estaba muy unido a Milhain Koltsov, que según Krivitsky, jefe del Servicio militar soviético para Europa, era quien formaba parte activa en la defensa de Madrid.
Si esto no era suficiente, ésta el testimonio de muchas personas, entre ellas Ricardo Ayeste Yebes, que dijo que vio ‘cómo asesinaban en el Arroyo de San José de Paracuellos y por la tarde vio llegar a otros autobuses llenos, procedentes de San Antón con 55 pasajeros cada uno...’.
El muchacho conocido como Julián ‘el Estudiante’ en sus declaraciones dijo que ‘el 29 de agosto de 1936, Carrillo y su chófer Juan Izascu, le recogieron en la checa de Marqués de Cubas y fueron a Fomento junto a la estación de Atocha en un Ford matrícula M-984. Era de noche donde esperaban a Carrillo los chequistas Manuel Domínguez y el guardia de asalto Juan Bartolomé. Allí estaba sentada una mujer joven de unos 30 años, casi desnuda que no hacía más que llorar y suplicar que no la pegaran más. Llegó por fin al sótano Santiago Carrillo y dio al la orden de quemarla los pechos, orden que éste cumplió con su cigarro puro. La mujer suplicaba que ese tormento cesara. Luego me dijeron que era una monja, Sor Felisa, del Convento de las Maravillas, en la calle Bravo Murillo’.
En otro momento de su declaración dice: ‘sin consideración los mataban a todos con ametralladoras y fusiles... Seguidamente los echaron en las zanjas y nos mandaron cubrir de tierra los cadáveres. Debía ser la primera semana de noviembre, cuando nos llegaban tres autobuses de cientos de personas amontonadas... no paraban de matarlos...’.
En un apartado de su declaración continúa diciendo el Estudiante: ‘Era Santiago Carrillo. Apearon del coche a tres señores y una señora, les hicieron andar sobre la cuneta más de 12 metros y sin que yo me lo esperaba sacaron las ametralladoras y los mataron a los cuatro. Uno de ellos era el Duque de Veragua...’.
Muchos testigos han escrito sobre el genocidio de Paracuellos, que al señor Garzón le parece ‘una querella mal intencionada’, pero si bien intencionados los crímenes que dicen cometieron altos cargos de repúblicas hispanoamericanas. Con lo que el famoso juez ignora la realidad de los hechos.
Por ejemplo. Luca de Tena que estuvo detenido en San Antón, que logró salvarse de la muerte (cosa que no pudo el gran abogado y autor don Pedro Muñoz Seca), contó cosas de las que allí pasaron, como le recordó hace años a Carrillo en el ‘ABC’.
El marqués de Valdeiglesias en el semanario ‘Domingo’ de San Sebastián narró los hechos contados por supervivientes a las matanzas.
Don José Antonio García Noblejas escribió en ‘El gran holocausto de Paracuellos de Jarama’ la culpabilidad de Santiago Carrillo en la matanza, al enviar a Ramón Tordesillas [Ramón Torrecilla] para hacer unas listas eligiendo los presos que debían ‘ser salvados’ de la prisión. Y esto ocurría el mismo día que Carrillo era nombrado Delegado del Gobierno.
Esas listas según la obra de Jesús de Galíndez ‘Los Vascos en la defensa de Madrid’ eran obedeciendo órdenes estrictas de Carrillo.
Ian Gibson –poco sospechoso de ser partidario del bando nacional- decía: ‘que la complicidad del Consejero de Orden Público, Santiago Carrillo, nos parece fuera de toda duda’.
Ricardo de la Cierva en su documentada obra ‘Carrillo miente’ demuestra la culpabilidad del ex delegado de Orden Público, en su documento número 56.
Carlos Fernández en sus libros ‘Paracuellos del Jarama ¿Carrillo culpable?’, atestigua que ‘...si aquí hubiera habido un Tribunal de Nüremberg, Santiago Carrillo probablemente hubiera acabado en la horca’.
El historiador Javier Cervera Gil en el cuaderno nº 258 de ‘Historia 16’, dice textualmente: ‘Santiago Carrillo conocía la suerte que estaban corriendo los internos de las cárceles madrileñas’.
Pío Moa en su magnifico libro ‘Mitos de la guerra civil’ dice en él capitulo de la Batalla de Madrid, hablando de la masacre de Paracuellos que la ‘organización corrió a cargo de la Junta de Defensa, de la que Carrillo era Consejero de Orden Público’.
Podríamos hacer mención de muchos historiadores de ambos bandos, pero todos sabemos quién fue el culpable de aquel genocidio y yo pregunto al ilustre juez don Baltasar Garzón: ¿Prescriben los genocidios para unos sí y para otros no?.



Los mártires de la Guerra Civil fueron asesinados por el odio a la fe
La Razón,  9 de Julio de 2003
Historiador Con tres doctorados (uno de ellos en Historia con premio extraordinario de fin de carrera), César Vidal aborda en su último libro las siniestras «checas de Madrid»
José Joaquín Iriarte
César Vidal no es un nostálgico del franquismo (a su época la llama «dictadura») sino un joven historiador que ha irrumpido en la historia de la Guerra Civil con un escalofriante relato de uno de los períodos revolucionarios más sangrientos de la II República Española. «Las checas de Madrid» (Belacqua) es una invitación a no olvidar la historia, «pero sí a conocerla sin odios ni falsedades».
-Afirma en el libro que se vivió una persecución religiosa «cuyo único precedente aproximado se hallaría, antes del siglo XX, en la terrible persecución contra los cristianos desencadenada por Diocleciano». ¿No se encuentra en la Historia ningún otro paralelismo?
 – Lamentablemente sí los hubo. Las matanzas masivas de sacerdotes y católicos durante la revolución mexicana o la persecución de cristianos de todas las confesiones durante el régimen soviético son claros precedentes de lo que realizaría el Frente Popular en España.
– ¿Cuántos clérigos y laicos –por su condición de católicos– fueron asesinados en la Guerra Civil?
 El número de sacerdotes y religiosos es cercano a los siete mil, es decir, muchos más fusilados en números absolutos (no digamos ya proporcionales), que los miembros de cualquier otro colectivo, ya formaran parte de un sindicato, de un partido o de la masonería. Por lo que se refiere al número de católicos, por el simple hecho de serlo, es más difícil de calcular, pero estaríamos hablando, sin ninguna duda, de una cifra muy superior.
– ¿Es cierto que sólo en Madrid el número de asesinatos superó a los de la dictadura de Pinochet?
 Sin ningún género de dudas. El número de asesinados por las checas de Madrid superó ampliamente los doce mil –ésos son los nombres incluidos en mi libro– y pudo incluso rebasar la cifra de quince mil.
– ¿A qué se llamaba checa?
 El nombre de checa derivaba de la «cheká» soviética, un organismo creado por Lenin para implantar el terror como instrumento de perpetuación de su dictadura.
– ¿Cuántas hubo en Madrid?
 Más de doscientas... 
– Cuántas iglesias fueron incendiadas, destruidas o profanadas?
 De nuevo la cifra debe evaluarse en varios millares, ya que en la zona controlada por el Frente Popular no hubo lugar de culto que no fuera objeto de ultrajes.
– Los sacerdotes asesinados, ¿se distinguían por alguna actividad política?
– En absoluto era gente que se dedicara a la política ni tampoco –como se ha dicho tantas veces– que fueran amigos de los poderosos. Lo que existía, como había señalado décadas atrás Pablo Iglesias, el fundador del PSOE, era una guerra ideológica declarada por las izquierdas que para ellas sólo podía acabar con la desaparición del cristianismo.

NI UNA SOLA APOSTASÍA

¿Un testimonio de especial ejemplaridad?
 Sería injusto fijarse en uno solo. Basta recordar las palabras de aquel autor francés que, refiriéndose a los sacerdotes y religiosos asesinados por el Frente Popular dijo: «¡Siete mil asesinados y ni una sola apostasía!». Habría que añadir que fueron mayoría los que murieron perdonando a sus asesinos.
 ¿Cuál ha sido el criterio para, desoyendo opiniones contrarias por razones de «oportunidad política», la Iglesia haya elevado a los altares a los mártires de la Guerra Civil?
 El tema desborda mi labor como historiador, pero en mi opinión la razón resulta obvia: fueron mártires a los que se dio muerte no por razones políticas o sociales, sino porque se odiaba fanática y visceralmente a su ministerio religioso y su fe.
 ¿Hubo por parte del Frente Popular un auténtico odio a la fe?
 Sin ningún género de dudas. Fue anterior a la constitución del Frente Popular. Así quedó de manifiesto ya en mayo de 1931 con las primeras quemas de conventos; siguió con la redacción de una Constitución que colocaba fuera de la ley a las órdenes religiosas dedicadas a la docencia; estalló en las terribles matanzas del levantamiento socialista-nacionalista de octubre de 1934, y se amplió durante la Guerra Civil. No deja de ser significativo que el primer número de «El mono azul», la revista de Alberti, ya estuviera plagado de mofas, escarnios y blasfemias contra la fe.
 De no producirse el 18 de julio, ¿era inexorable la implantación de una dictadura obediente a la URSS?
 Me parece imposible negar esa posibilidad. Tal peligro ya fue señalado por el socialista Besteiro o por Casado. La documentación soviética que aparece en el libro muestra que Negrín había pactado con Stalin la desaparición del sistema parlamentario y la creación de una dictadura similar a las que se crearían en Europa después de 1945.
 ¿Habríamos corrido la misma suerte también en el caso de que la guerra la hubiera ganado el Frente Popular? ¿Nuestra situación ahora sería como la de Bulgaria o Rumania?
 Posiblemente más cerca de Albania y de la antigua Yugoslavia que la de los países mencionados.
 Ganó Franco. ¿El llamado «nacionalcatolicismo» sirvió a la Iglesia o se sirvió de ella?
–Tengo serias dudas de que existiera ese nacionalcatolicismo. Me parece un cliché interesadamente simplista acuñado para desprestigiar de una sola tacada al régimen nacido de la Guerra Civil y a la Iglesia católica y, aunque ha habido acercamientos interesantes, posiblemente está por escribir la historia definitiva de las relaciones entre la Iglesia católica y Franco.
- Carrillo, ¿es responsable o no de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama?
 Así lo aseguraba Dimitrov, a la sazón factotum de la Komintern, en un documento que reproduzco en mi libro. Creo que no existe ningún investigador serio que haya estudiado las matanzas de Paracuellos que pueda eximir a Carrillo de la responsabilidad de los asesinatos. Sin embargo, al mismo tiempo, como también señalo en el libro, creo que la responsabilidad material y especialmente moral de aquel precedente de las matanzas perpetradas por los soviéticos en Katyn o por los nazis en Baby Yar no se reduce sólo a Santiago Carrillo.
 ¿Cree usted que el rencor de unos y otros permanece todavía en la conciencia de los supervivientes y descendientes de los dos bandos enfrentados? ¿Quién perdona más fácilmente?
 Creo –con los matices y las excepciones que se quiera– que en el bando vencedor se comenzó la tarea de olvidar el horror ya en los años cuarenta, y la prueba es la práctica ausencia de textos dedicados a recordar las atrocidades de los vencidos. Ese deseo de olvidar –y resulta inexplicable– no fue asumido por los derrotados hasta los años sesenta. Finalmente, el haraquiri de las instituciones de los vencedores durante la Transición, la instauración de una monarquía para todos y la mano tendida a una izquierda que tenía escaso peso popular antes de 1977, permitieron hacer tabla rasa del pasado. Quizá por eso resulta tan lamentable que en los últimos tiempos se haya llevado a cabo el intento de crear una visión «políticamente correcta» –y documentalmente falsa– de la Guerra Civil, que no sirve a la asunción del pasado y a la reconciliación, sino a intereses políticos y mediáticos sospechosos. No son los pueblos que falsean u olvidan la Historia los que la superan, sino los que la recuerdan tal como fue y la asumen aprendiendo las lecciones pertinentes.


Ultima visita de SS. Juan Pablo II a España

El pasado domingo 4 de mayo en Madrid, España vivió uno de los mayores acontecimientos que pocas veces se repiten en la historia de la Iglesia católica, la canonización de cinco beatos españoles. Desde 1622 no se producía un fenómeno semejante. En aquel año, se elevó a los altares a Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Isidro Labrador. El pasado domingo fueron cinco los españoles añadidos a la enorme lista de Santos: los sacerdotes Pedro Poveda Castroverde y José María Rubio, y las religiosas Genoveva Torres, Ángela de la Cruz y Maravillas de Jesús. Los nuevos cinco santos tienen en común el ser españoles y contemporáneos del pasado siglo XX. En palabras de Juan Pablo II, los nuevos santos “se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección”. Pidiendo a los españoles, que imitemos la vida de los cristianos santificados el pasado domingo.
Aquella espléndida mañana en la plaza de Colón, durante la homilía, el Santo Padre subrayó en la misa de canonización: Sed testigos de mi resurrección (Lc. 24, 46-48), Jesús dice a sus Apóstoles en el relato del Evangelio apenas proclamado. Misión difícil y exigente, confiada a hombres que aún no se atreven a mostrarse en público por miedo de ser reconocidos como discípulos del Nazareno. No obstante, la primera lectura nos ha presentado a Pedro que, una vez recibido el Espíritu Santo en Pentecostés, tiene la valentía de proclamar ante el pueblo la resurrección de Jesús y exhortar al arrepentimiento y a la conversión”. Mencionando más adelante: Los nuevos santos se presentan hoy ante nosotros como verdaderos discípulos del Señor y testigos de su Resurrección”. Luego describió los aspectos más destacados de cada uno de los nuevos santos. Aparte de los otros tres beatos, SS. Juan Pablo II, dijo del entonces padre Pedro Poveda, nacido en Linares (Jaén), en 1874: “Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia”. El cual, inició su ministerio entre los pobres de las cuevas de Guadix (Granada), pero a pesar de su labor humanitaria tropezó con múltiples incomprensiones de la época que le llevaron a retirarse a Madrid, donde fundó la Institución Teresiana. Al iniciarse la guerra, el Padre Poveda al ser detenido en su domicilio por un grupo de milicianos que acto seguido, lo conducirían al martirio, les respondió “soy sacerdote de Jesucristo”. Su cuerpo, apareciendo junto a las tapias del cementerio del Este, el día 28 de julio de 1936, convirtiéndose en uno más de los miles “nuevos mártires de la fe”, como consecuencia de la persecución religiosa dentro de la guerra civil española.
La Madre Maravillas víctima también de la misma persecución, pasaba las noches en oración junto al monumento del Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles, esperando salir con su comunidad de un momento a otro, aún exponiendo su vida, si llegara el momento de defender la sagrada imagen en caso de ser profanada. En julio de 1936 las Carmelitas fueron expulsadas de su convento y llevadas detenidas a las Ursulinas de Getafe. Más tarde, se refugiaron en un piso de la calle Claudio Coello de Madrid, viviendo tiempos de observancia y de heroísmo durante los catorce meses en los que no faltaron registros y amenazas, como otros cientos y cientos de madrileños.
Durante la ceremonia de canonización el Santo Padre dijo de ella: “Santa Maravillas de Jesús vivió animada por una fe heroica, plasmada en la respuesta a una vocación austera, poniendo a Dios como centro de su existencia. Superadas las tristes circunstancias de la Guerra Civil española, realizó nuevas fundaciones de la Orden del Carmelo presididas por el espíritu característico de la reforma teresiana. Su vida contemplativa y la clausura del monasterio no le impidieron atender a las necesidades de las personas que trataba y a promover obras sociales y caritativas a su alrededor”. Sería a partir del 4 de marzo de 1939, cuando la Madre Maravillas, junto con un grupo de monjas volverían a recuperar el convento del Cerro de los Ángeles completamente destruido, restaurándolo con gran esfuerzo para la vida comunitaria, en junio del mismo año.
Con el lema elegido por los Obispos “Seréis mis testigos”, mandato con el que Jesucristo envió a sus discípulos a la misión evangelizadora, el Santo Padre, quiso dejarnos con su mensaje, un testimonio de esperanza, de fe y de evangelio. Lo mismo que en los inolvidables viajes de 1982, 1986, 1989 y 1993, cuando nos mostró la meta de nuestra esperanza y el fundamento de nuestra fe. Así, en sus veinticinco años de ministerio apostólico, el Papa nos ha alentando sin descanso con la palabra a ser testigos de Jesucristo muerto y resucitado.
Y es que desde hace dos milenios, la Iglesia católica ha estado a punto de desaparecer en multitud de ocasiones. Por ejemplo, con Miguel Cerulario y la crisis iconoclasta en el siglo XI, con el cisma de Aviñón o con la Reforma luterana. Pero, qué casualidad: cual ave fénix, la Iglesia católica siempre renació de sus aparentes cenizas. Gracias a españoles como Sto. Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos, orden a la que pertenecía el gran Sto. Tomás de Aquino, y San Ignacio de Loyola, fundador este último de un contingente de sacerdotes que, desde la atalaya de la formación intelectual, defendieron a toda costa aquella iglesia que a mediados del siglo XVI estaba prácticamente desahuciada. Sin embargo hoy día, cuando lo que prevalece es el racionalismo, bajo las sombras de la Ilustración, la prepotencia del Positivismo y un generalizado laicismo, hacen que más de uno se plantee si los valores del catolicismo son de esta o de otra época.
Parece ser, que muchos españoles son más proclives a estas doctrinas, incluida la de Marx, al seguir creyendo que “la religión es el opio del pueblo”, o con aquella ingeniosa y ocurrente frase de Manuel Azaña: “España ha dejado de ser católica”. Pues sí, la Iglesia persiste ante cualquier envite y España sigue siendo católica aunque la Constitución no lo reconozca explícitamente. Casi setenta años después, los españoles, y en particular los madrileños, ya no practican aquel deporte de quemar iglesias, sino todo lo contrario: el de poner en los balcones, como prueba de adhesión, la bandera roja y gualda junto a la foto de SS. Juan Pablo II.
Como el propio Pontífice ha señalado en esta su última visita, la Iglesia no puede ser identificada con ningún régimen u opción política. A excepción hecha naturalmente, por todos aquellos cuyo programa político-social, es precisamente erradicar a cualquier precio el vestigio de fe o sentimiento religioso en aras de un ideal de modernidad, negando cualquier representación moral y cristiana de tantos millones de españoles. Así ocurrió en el pasado siglo que fue testigo de las más devastadoras consecuencias de la aplicación de este tipo de credos, cuando se quiso anular la dimensión espiritual del hombre en aras de un ideal colectivista, a través de un proletariado de corte comunista. El mismo Juan Pablo II pudo comprobar en Polonia durante su infancia y juventud, como fue sometida al yugo marxista, y cómo se llegó a la más alta locura humana de todos los tiempos en los campos de exterminio nazis. Pero hay quien olvida la historia, y que en la España de 1936 también ocurrieron hechos similares, entre ellos, la mayor matanza de sacerdotes, religiosos y laicos asesinados en Paracuellos de Jarama y en otros tantos lugares, víctimas de la fe,  predecesores de aquel horroroso Holocausto.
Con su mensaje, Juan Pablo II nos ha reconfortado a todos los católicos españoles frente a un laicismo progresivo y un aparente relativismo moral, así como a las constantes campañas de desprestigio con que la izquierda intelectual domina el actual panorama mediático en España. Por lo que al respecto, en la canonización del pasado domingo dijo: no se puede ignorar la constante insidia de la mediocridad en la vida espiritual, del aburguesamiento progresivo, de la mentalidad consumista, del afán por la eficiencia y la desmesura del activismo”. Como corolario de esta realidad, SS. Juan Pablo II exhortó a todos los españoles a “no abandonar ni romper con sus raíces cristianas, parte esencial e imprescindible de su ser colectivo, de su historia y de su cultura”.
Pues bien: no rompamos nuestras raíces cristianas ni olvidemos los que dieron su vida por defenderla. Hace ya bastantes años, SS. Pío XII, decía: “¿Cómo es posible que los españoles hayan podido tan fácilmente olvidar a sus Mártires de los años 1936-39, a los que yo me encomiendo cada día?”. Y no hace mucho tiempo, SS. Juan Pablo II al beatificar a mártires del mismo periodo revolucionario, pronunció esta frase: “Por eso no olvidemos a los mártires de nuestro tiempo. No nos comportemos como si no existieran”.
Por último, en la plaza de Colón, Juan Pablo II pidió a los religiosos que salvaguarden “tanto la fidelidad a la experiencia primigenia como el modo de responder adecuadamente a las exigencias cambiantes de cada momento histórico”, al tiempo que les instó a proseguir “su camino de fidelidad dinámica a la propia vocación y misión”, teniendo en cuenta que “la humanidad tiene sed de testigos auténticos de Cristo” y que “la cualidad espiritual de la vida consagrada es lo que impacta a las personas de nuestro tiempo, sedientas también de valores absolutos”.
Al término de la canonización, el Santo Padre, se despidió diciendo: “Al concluir esta celebración, en la que he canonizado a cinco nuevos Santos, quiero dar gracias a Dios que me ha permitido realizar el quinto viaje apostólico a vuestra Nación, tierra de fieles hijos de la Iglesia que ha dado tantos santos y misioneros. Mi primera visita tuvo como lema «Testigo de la esperanza»; y esta vez ha tenido «Seréis mis testigos». Recordad siempre que el distintivo de los cristianos es dar testimonio audaz y valiente de Jesucristo, muerto y resucitado por nuestra salvación.”
Después de reiterar su agradecimiento a Sus Majestades los Reyes de España, Familia Real, Gobierno y Autoridades de la Nación, y al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid por su invitación y acogida, dijo a continuación:
      Saludo, además, con gran afecto a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas, a tantos jóvenes, familias, hombres y mujeres de buena voluntad. Me llevo el recuerdo de vuestros rostros esperanzados, que he encontrado estos días, y comprometidos con Jesucristo y su Evangelio. Sois depositarios de una rica herencia espiritual que debe ser capaz de dinamizar vuestra vitalidad cristiana, unida al gran amor a la Iglesia y al Sucesor de Pedro.
       Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda. Y con gran afecto os digo, como en la primera vez, ¡Hasta siempre España! ¡Hasta siempre, tierra de María!”.
Hasta aquí el escrito oficial. Pero Juan Pablo II añadió a continuación las siguientes palabras: “Aunque os haya costado sacrificio ha merecido la pena. La Plaza de Colón se ha convertido en un gran templo para acoger la celebración que hemos rezado con devoción y se ha cantado con esmero. Nos encontramos en el corazón de Madrid, cerca de grandes museos, bibliotecas y otros centros de cultura fundada en la fe cristiana que España, parte de Europa, que ha sabido luego ofrecer a América con su organización y después en otras parte del mundo. El lugar evoca pues la vocación de los católicos españoles a ser constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo. España evangelizada. España evangelizadora. Ese es el camino. No descuidéis nunca esa misión que hizo noble a vuestro país en el pasado y en este momento intrépido para el futuro. Gracias a la juventud española que ayer vino tan numerosa para demostrar a la moderna sociedad que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo. La juventud es la llama de esperanza para el futuro de España y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece. De nuevo me voy contento. Adiós España. Adiós ciudad de Madrid. Que Dios os bendiga.”

Por José Manuel de Ezpeleta

OTRO  HOMENAJE  AL  GENOCIDA

La Nación. nº 395, Pág. 6 del 4 de junio de 2003.

Hemos llegado a la firme convicción de que los más destacados franquistas, los que durante años chuparon de la teta del “Régimen anterior”, se están convirtiendo en miserables personajes. Produce auténticas náuseas, él escucharles hablar sobre funestos personajillos del bando rojo en la Cruzada de Liberación Nacional. Ya escribimos, en su día, del grotesco homenaje que en el mismísimo Ministerio de la Gobernación, se le ofreció a este siniestro personaje, al genocida Carrillo, en el que se le entregó una peluca y una gabardina. También aquí, como en el acto de hace unos días, fue figura destacada Martín Villa. ¡Da vergüenza!.
A finales del pasado mes de marzo, se le hizo entrega del premio “Fernando Abril Martorell”, por parte de la Fundación del citado ex ministro, por Luis Leal. Presentes en el acto, toda una muestra de sujetos que parece increíble que alguno llegara a ser ministro, antes o inmediatamente después de muerto Franco, y hasta hijos de ministros del Caudillo. Para su vergüenza, si aún la tienen, allí estaban presentes, junto al incombustible Martín Villa, entre otros, Rafael Arias Salgado y Landelino Lavilla.
Todos estos sujetos, algunos reconocidos perjuros, no se detuvieron ni un momento a pensar la clase de indeseables al que iban a homenajear. Un destacado genocida autor directo unas veces, e indirecto otras, del asesinato de miles de honrados y destacados españoles –el episodio del asesinato del Duque de Veragua, Cristóbal Colón, donde ordenó hasta que le cortaran el dedo, para hacerse con un valioso anillo- es espeluznante. Tampoco recordaron sus palabras poco antes de la muerte de Franco, dirigidas a su heredero, a título de Rey, Juan Carlos de Borbón, cargadas de amenazas y de desprecio hacia la figura del entonces príncipe de España. Comprendemos la gran indignación de los familiares de los diez mil asesinados en Paracuellos de Jarama por órdenes de este siniestro Santiago Carrillo.
En un programa de Televisión Española, emitido hace años, que dirigía una chica que creo recordar que se llamaba Nieves Herrero, a preguntas sobre su responsabilidad en aquellos horrendos crímenes, Carrillo contestó sin inmutarse: “Yo sólo soy responsable de unos dos mil ejecutados, pues eran militares que había que evitar que formaran una quinta columna”. Esto lo pudieron ver y escuchar millones de españoles, que no salían de su asombro, especialmente los familiares de estos dos mil asesinados, por órdenes directas de Carrillo, en Paracuellos del Jarama.
Aunque no tenga relación directa con lo anterior, lo que ha estado ocurriendo con las manifestaciones contra la guerra en Iraq, tiene su miga. Profusión de banderas republicanas y de la comunista con la hoz y el martillo, y al frente de ellas los más altos cargos del Partido Socialista y de los comunistas de Izquierda Unida. En esta ocasión, ni la Agencia EFE, tan diligente cuando grupos de jóvenes patriotas enarbolaban la bandera española, la bandera nacional, así como la prensa, radio y televisión nacionales, se desgañitan afirmando que “unos ultras” provocan con la exhibición de la bandera nacional con el Águila de San Juan (que es perfectamente constitucional, hasta el extremo de que tal Águila figura en la propia encuadernación del original de la Constitución) estos mismos medios de comunicación no han dicho ni una sola palabra, ni por supuesto han protestado, por la escandalosa exhibición de auténticas banderas anticonstitucionales en las que hemos referido. Es la ley del embudo, la ley de los cobardes.



EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 161 – 8 de abril de 2003

¿Quiénes fueron los culpables de la Guerra Civil?



Por Mario Tecglen
La opinión reinante. El pensamiento único. Esa especie de pacto tácito que tenemos que soportar a diario a través de cualquier letra impresa, nos repiten hasta la saciedad; nos restriegan en cada ocasión, que cuando los españoles vivían la paz de su Idílica República, unos militarones, en connivencia con unos señoritos fascistas, rompieron aquel edén y nos empujaron a una terrible guerra fratricida.
Han insistido tanto, tanto, que hasta mis hijos se lo están creyendo. Pero, mira por donde, un insólito personaje, Pío Moa, comunista activo hasta el punto de ser miembro del GRAPO, se ha dedicado a consultar documentos, hemerotecas y testimonios, y está sacando a relucir hechos concretos que demuestran la realidad histórica dejando con el culo al aire las mentiras al uso y a sus mentirosos. Pero, además, a él, como es comunista con curriculum, se lo publican.
Después de su entrevista en TV con Carlos Dávila el pasado 19 de febrero, se han escuchado en los medios de comunicación las conocidas voces del pensamiento único que lo ponían a caldo. Pero al que suscribe, habituado a soportar la machacona cantinela de omitir, o falsear, o inventar, o tergiversar cualquier tema que entrañe algo relativo a los tiempos pasados, le sorprendió, sí, pero muy gratamente.
Aclara Moa, sin lugar a la menor duda, que en el tristemente célebre bombardeo de Guernica murieron 120 personas, y no 1.300, como han afirmado los más comedidos, ni 3.000, como llegaron a asegurar los más mendaces.
Fue para mi una auténtica gozada cuando escuché por la tele a Pío Moa afirmar que la República, realmente, se acabó el 16 de febrero de 1936, cuando el Frente Popular ganó las elecciones generales. Y su comentario, a raíz de ello, respecto a la forma en que tildaban de «botarates» a los moderados republicanos.
A ello me cumple añadir que en muchos casos a los botarates les consideraron enemigos de la «Dictadura del Proletariado» y los quitaron de en medio; como hicieron con Manuel Rico Avello y con Melquiades Álvarez; ambos conspicuos líderes republicanos, que cayeron en la Cárcel Modelo de Madrid, junto a Julio Ruiz de Alda y Fernando Primo de Rivera, en agosto de 1936.
No estoy, en cambio, en absoluto de acuerdo cuando puntualiza que el número de fusilados en ambas retaguardias fue muy similar.
Sin conocer las cifras, porque, que yo sepa, no se han publicado; pero usando simplemente el sentido común, cae de su peso que los caídos en Madrid, sólo entre Paracuellos, las tapias del Cementerio del Este, la Cuesta de la Vega, La Pradera de San Isidro... etc., más los miles de fusilados en la Playa del Saler de Valencia, más los miles de monárquicos y terratenientes que mataron en cientos de pueblos castellanos, andaluces, y murcianos, más los fusilados en Barcelona, y en Gerona, y en Santander, no admiten una comparación razonable; e inducen a rechazar tal afirmación.
Es doloroso e injusto que una y otra vez así lo afirmen, creando confusión en toda la gente joven y menos joven. Y sería muy deseable que los buenos historiadores cuantificaran estas muertes con cierto rigor, y publicaran su justa realidad.
Pero lo más relevante de su entrevista fue cuando Moa se atrevió a plantear ante las cámaras que los verdaderos responsables de la Guerra Civil fueron Largo Caballero y Alcalá Zamora. (¡Oh! Pero que dice este insensato. Habrán exclamado los del «pensamiento único»).
El tema es de lo más interesante y complejo, y yo también me voy a atrever a expresar mi versión.
La cosa viene de muy atrás. Las injusticias sociales en los trabajadores del campo, con jornadas de diez, once y hasta doce horas, ya desde 1875, exigían salir de la oscuridad en que se encontraban durante siglos. De una población activa de siete millones de trabajadores, tan sólo 900.000 eran industriales. Aquella era una España agraria y rural en la que las consignas de los sindicatos marxistas cayeron como semillas en terreno abonado. Y los trabajadores, entonces, se organizaron y, en consecuencia, comenzaron los enfrentamientos.
Ya José Antonio, en su discurso fundacional, defendía al socialismo «como una reacción legítima contra el caciquismo liberal», aunque repudiara la lucha de clases.
La República del 14 de abril de 1931 pudo ser la oportunidad idónea para intentar ese deseado equilibrio entre los hombres y entre las tierras de España, y así parecía cuando Manuel Azaña, intelectual frío e inteligente, declaró, rebosando buena fe, que se afanaría para conseguir «Un Marco de Convivencia para una España obviamente escindida». Pero, ¿cómo habían de instrumentar ese deseable Marco de Convivencia? Pues sólo por medio de la Constitución pendiente. Y es entonces, al redactar la Constitución, cuando falla el sistema. Los nuevos republicanos se reúnen prescindiendo de la necesaria representación de la España tradicional y católica que había supuesto más de la mitad de los votos en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. O sea: La Constitución Republicana de julio de 1931 se aprobó sin consenso.
El principal responsable de esa cojera representativa no cabe duda de que era Alcalá Zamora, presidente de la República. Pero fue Manuel Azaña, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, el que decretó inmediatamente la expulsión de los jesuitas. Aquello fue un duro golpe a la Iglesia. Una contradicción en cuanto a las libertades y a la convivencia que tanto habían pregonado. Y un ultraje para los miles de padres católicos cuyos hijos se formaban en sus aulas.
Después llegaron otros decretos; como el que ordenaba retirar los crucifijos de las escuelas y un largo etc., que colocaban a Azaña, claramente, como enemigo de la España tradicional y de la Iglesia Católica. Y es aquel sentimiento anticatólico, unido al paro obrero y al hambre que afecta a las clases más adictas a la República, lo que provoca una decepción generalizada, que rápidamente aprovechan los partidos y los sindicatos marxistas.
A Largo Caballero, el Lenin Español, siempre le pareció que sólo mediante la confrontación violenta se conseguiría implantar la República Libertaria que deseaban los trabajadores, y conforme a ese criterio, largamente expuesto, se comportó abiertamente en todas y cada una de sus actuaciones, conducta que recogen, unánimemente, la mayoría de los historiadores.
Son por tanto, a juicio del que suscribe, esos dos personajes: Azaña y Largo Caballero, los que traicionaron la convivencia republicana y provocaron los graves enfrentamientos que acabaron en la Guerra Civil.
Hoy, Pío Moa, a través de sus libros y entrevistas, está realizando un servicio a la Verdad, de la que tan escasos estamos. Por lo que, olvidándome de su pasado y en nombre de ella; o sea de la Verdad, me es grato enviarle mi felicitación expresa.
Pienso que fue Azaña, más que Alcalá Zamora, el principal redactor de la Constitución, no consensuada, de julio de 1931, de la que surgieron los decretos de expulsión de los Jesuitas;  la retirada de los crucifijos de las escuelas, y las limitaciones a los colegios religiosos. Fue así como Azaña se enfrentó con un altísimo número de católicos españoles, casi todos tradicionalistas y votantes de la CEDA y, a partir de ahí, es cuando se comenzaron a perfilar, cada vez más claramente, las dos Españas irreconciliables.
Manuel Azaña, quizá de buena fe, quiso llenar de contenido su frase máxima: «Conseguir un marco de convivencia para una España obviamente escindida», y al acobardarse ante las bravatas de los libertarios, dejó los ánimos dispuestos para un enfrentamiento, lo que a Largo Caballero, el Lenin Español, le pareció siempre el mejor  camino posible para conseguir sus objetivos.
En cambio, la CEDA, conservadores, moderados, sin apoyo ideológico, llevaban las de perder. El marxismo, dominante en casi toda Europa, resultaba potencialmente triunfador.
Fueron por tanto a mi juicio, Azaña -y no Alcalá Zamora- y Largo Caballero los más directos responsables del conflicto, ante una derecha acobardada que, aún con las elecciones ganadas, no supo, o no pudo, imponerse.



LA CONDENA DEL 36
ABC de 16 de febrero de 2001 
Por   Jaime Campmany
‘Otra estratagema de Arzallus. Ahora, ni los unos están en el alzamiento del 36 ni los otros están en la revolución del 34. Aquí, los únicos dinamiteros que quedan son los que mueven el árbol para que Arzallus recoja las nueces’
Javier Arzallus ha subido al desván de la Historia y ha bajado con una condena al alzamiento militar de 1936.. De aquello hace más de dos tercios de siglo, a buenas horas, mangas verdes, y además es imposible considerarlo desde cualquier punto de vista (militar, político, social o religioso, en definitiva, histórico) como un hecho aislado, llegamos hasta la estratagema de Galba y la muerte de Viriato.
Hala, venid y vamos todos a condenar el alzamiento militar del 36. ¡Toma, y a la revolución de Asturias del 34, y la quema de conventos, y la represión de Casas Viejas, ni heridos ni prisioneros, tiros en la barriga, y el asesinato de Calvo-Sotelo, y el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, y luego el de Companys y muchos más, y los ‘paseos’, y la Brigada del Amanecer, y el crimen de García Lorca, y el de Maeztu, y el de Muñoz Seca, y el de Víctor Pradera, padre e hijo, y la persecución religiosa, curas y frailes a miles, prelados a docenas, quema de iglesias, ahí está el libro de Antonio Montero, inencontrable hoy, mejor olvidar aquello, el martirologio cordobés de Abderrahman fue como un aperitivo, fusilaron incluso al Corazón de Jesús, que no se movía, y la masacre de Paracuellos, y la matanza de marinos en Cartagena, al mar, al mar, cada marino con su piedra al cuello, y el horror de la plaza de toros de Badajoz, y el bombardeo de la Legión Condor, y los tanques rusos aplastando España, y las ciudades tomadas a saco, y la lavativa de cemento, y el Batallón Garibaldi, y las Brigadas Internacionales, y el ‘cinturón de hierro de Bilbao’ por un lado, y la IV de Navarra por otro, y la checa de Fomento, y otras, y la orgía, coño, lo que se sabe!
Y ya con el anatema en la mano, vamos a condenar también la dictadura y la dictablanda, y la bomba de Mateo Morral, y la guerra de África con sus soldados de cuota y su ‘Expediente Picasso’, y los asesinatos de Canovas, de Sagasta y de Eduardo Dato, y el de Prim, en la calle del Turco le mataron a Prim, metidito en su coche con la Guardia Civil, y el caballo de Pavía irrumpiendo en el Congreso mientras sus señorías se arrojaban por las ventanas, y el tricornio de Tejero y el ‘Elefante Blanco’, que caen más cerca, y el rayadillo acribillado de la guerra de Cuba, y los últimos de Filipinas, y las guerras carlistas, Zumalacárregui con la boinaza, y la campana de Huesca, las cabezas como Badajoz, y Alfonso III el Magno, que le sacó los ojos a sus cuatro hermanos, y el traidor de Oppas, y el conde don Julián, y la carbonada de Bellido Dolfos, y de paso, como el que no quiere la cosa, ánimo señor Arzallus, vamos a condenar los crímenes etarras que nos vienen diezmando sin ton ni son, sólo porque hay algunos vascos que quieren estar siempre tirando peñascos desde Roncesvalles, ese entretenimiento.
Porque ahí está la madre del cordero. Vamos a condenar el alzamiento del 36, y a ‘Islero’ que mató a Manolete, y a Caín que mató a su hermano con la quijada de burro, y nos olvidamos de condenar a la ETA, que es lo que hoy, y ayer, y mañana, está matando aquí, sin sentido y sin descanso. De aquello, de lo del 36, todos somos hijos, porque todos nuestros padres estaban en aquellas trincheras, a un lado o al otro, y no vale seguir insultándonos desde un nuevo Altavoz del Frente. El padre de Arzallus, por cierto, estaba con la boina y el detente. Pero ahora, ni los unos están en el alzamiento del 36 ni los otros están en la revolución del 34. Aquí, los únicos dinamiteros que quedan son los que mueven el árbol para que Arzallus recoja las nueces. El 36 es cosa del desván, y la ETA es un asunto de tanatorio.



Gentes Mártires
ALFA OMEGA nº 336
9 de enero de 2003

Por Javier  Paredes

 

Dieciocho de julio de 1936, comienza la guerra civil española y se desata la persecución religiosa. Ahora sí que se va a producir de verdad el martirio de las personas. Madrid es el peor sitio de España para creer en Dios. Los milicianos han detenido a unas treinta personas porque huelen a cera. Les han sorprendido en una iglesia rezando el Rosario y les encierran hasta decidir su castigo.


Por fin a uno de ellos se le ocurre una pena que todos aprueban. Suben a sus prisioneros en un camión y atraviesan el parque del Retiro, justo por donde el Ayuntamiento de Madrid, desde hace tiempo, ha erigido un monumento en honor a Satanás, que todavía, al día de hoy, no se ha atrevido a quitar ningún alcalde. Y llegan al zoológico que, en esos tiempos, se llama la Casa de Fieras. Los osos y los leones están hambrientos, porque desde que estalló la guerra no hay comida ni para las personas. Para saciarles, arrojan los prisioneros a las fieras. A unos cuantos les acortan el tormento, porque les revientan la cabeza a balazos antes de que se los coman las bestias. De la persecución religiosa de estos años...
 Datos: 13 obispos asesinados, además de uno de cada siete sacerdotes y uno de cada cinco religiosos; en total fueron martirizados 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes, y 283 monjas, a lo que hay que añadir un número de laicos imposible de calcular. Para los católicos españoles parece el fin; para sus perseguidores ni siquiera lo parece, están convencidos de que lo es. El 5 de marzo de 1937, el Secretario General del partido comunista, José Díaz, afirma lo siguiente: «En las provincias en que dominamos, la Iglesia ya no existe. España ha sobrepasado en mucho la obra de los soviets, porque la Iglesia, en España, está hoy aniquilada».

 Y Madrid está controlada por los comunistas. En la ciudad todos son sospechosos, si no tienen algún carnet de los de su bando, si no demuestran que son de los suyos. Se pide la documentación por las calles y ningún escondite es seguro, porque es la hora del odio y de la venganza que practican los delatores.
 La anarquía se ha apoderado de una sociedad descompuesta y los más sanguinarios se convierten en jueces. Se puede registrar cualquier casa particular sin necesidad de una orden judicial; para que abran, es suficiente con utilizar la culata del fusil como picaporte. Pero ninguno de estos hechos tendrá una condena parlamentaria.
 Aunque la Historia grite, ellos callarán, porque desde hace un tiempo, de algunos temas, ya no hablan. Pero tampoco les hace falta su condena, porque quienes mueren perdonando no necesitan la condena de ningún Parlamento para justificarse ante la Historia.

 Otra forma de revancha...
FUERZA NUEVA Nº 1275
Por Ángel Ruíz Ayúcar
La memoria hemipléjica
 En la crónica anterior denunciaba el empeño de los rojos en ganar, por la propaganda, la guerra que perdieron por las armas. Magro consuelo. No merecía la pena ocuparse del tema, si no fuera porque, con el griterío de unos y el silencio de otros, se está realizando la más burda falsificación de un periodo de la Historia de España, junto a la cual la Leyenda Negra se convierte en historieta de tebeo. La insistencia en crear memoria hemipléjica, que sólo atienda a los rencores de un lado, nos obliga a recrearla toda entera.
El último intento, por ahora, de manipular la historia de la guerra y sus consecuencias, ha sido el análisis, "desde distintas perspectivas", que El País ha publicado de la resolución aprobada por todos los grupos parlamentarios, el 20 de noviembre, en el 27 aniversario de la muerte de Franco, en la que se condena "el uso de la violencia para imponer convicciones políticas" y se reafirma "el reconocimiento moral de las víctimas de la guerra civil". De una condena tan amplia y genérica poco habría que decir, si no fuera porque, a continuación, se pide el reconocimiento moral "de cuantos padecieron la represión de la dictadura franquista", lo que apunta claramente adónde se dirigen los tiros, sobre todo cuando no hay ninguna alusión a "cuantos padecieron la represión de la dictadura marxista", en la que fue zona roja.
Las diferentes perspectivas que dice publicar el periódico son, en primer lugar, un artículo, con foto -dice- de unos pobres niños expatriados a Francia por los rojos, firmado por un tal Emilio Silva, que, según se indica, es "presidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica". Dado el cargo que ocupa, vamos a ayudarle a recuperarla.
Dice el referido señor que si no seguimos el proceso de países como Alemania y Francia, en la revisión del pasado "relacionado con el fascismo", seguiremos sufriendo los efectos que causó directamente la dictadura. El planteamiento resulta orientativo. Alaba la intervención en Francia y Alemania de la revisión del pasado relacionado con el fascismo, pero ni una palabra del relacionado con el comunismo, a pesar de que media Alemania quedó esclavizada de Moscú y sirvió de escenario al muro de la vergüenza, derribado en 1988 por la ira de los propios alemanes esclavizados. Tampoco estaría de más hablar de la represión sufrida por los franceses llamados "colaboracionistas", sobre la que se han publicado estudios estremecedores, a los que el señor Silva puede tener acceso. Pero ese lado de la cuestión parece que a él no le interesa. Su planteamiento es tan simple como simplista: fascismo malo, comunismo bueno. Al menos, a la actuación de los comunistas en España (¿ha oído hablar de Paracuellos?) no le dedica atención alguna.
Habla luego de uno de los temas recurrentes de la campaña antifranquista puesta de moda: la exhumación de los cadáveres de algunos fusilados en zona nacional durante la guerra. Y asegura que ciertos habitantes de la región no hablan del tema por miedo a que "en algún momento puedan aparecer por allí de nuevo los falangistas". Dice que hay españoles que siguen teniendo miedo, pero no se refiere a los que viven bajo el terror de ETA y tienen que ir con escolta, sino a los que sufrieron la muerte de familiares en zona nacional, pero con el olvido de los que la sufrieron en zona roja. Si nos ponemos a desenterrar muertos, es posible que el señor Silva perdiera todo interés por recuperar la memoria.
Pues eso, que se estudie la Historia
Como cuando dice que miles de españoles, simpatizantes del bando nacional, participaron o aplaudieron las violaciones de los derechos humanos después de la guerra civil. ¿Y cuántos participaron en hechos parecidos, en la zona roja, o los aplaudieron? Con una diferencia importante: los encarcelados o ejecutados por los crímenes cometidos en zona roja, no lo hubieran sido si no hubieran asesinado antes. ¿Quiere pensar, por un momento, cuál hubiera sido la represión, si hubieran ganado los rojos? Eso a él no le importa. Él, a lo suyo. Se lamenta de que los jóvenes no hayan estudiado "ni la Segunda República, ni la guerra civil, ni la dictadura franquista". Pues de acuerdo, que se estudie. La República con su quema de conventos; con la represión de Casas Viejas; con la revolución de Asturias contra el Gobierno legítimo porque habían perdido las elecciones; con la bolchevización de la zona roja, la represión, la anarquía y el hambre que los llevó a  mandar a los niños al exilio, mientras en zona nacional dimos de comer a los nuestros. ¡Venga, a contarlo todo y no sólo la mitad, además adulterada!
En cuanto a la otra "perspectiva" del tema que presenta El País, la firma un diputado del PP, llamado Manuel Atienza. Una perspectiva "correctamente política", que se puede reducir a un "tós somos buenos" y vamos a olvidar, con una alusión cariñosa a "la oposición democrática al franquismo". Si alguien quiere creer que con estos artículos se ha dado voz a las dos partes en litigio, es que considera a los lectores tontos de baba.

Vergonzante acuerdo en el Congreso de los Diputados... 
Fuerza Nueva nº 1275
Por Miguel Jiménez Marrero
Olvidaron la horrible represión marxista-comunista del Frente Popular
El 20 de noviembre de 2002 fue otro día que produce vergüenza ajena. El Congreso de los Diputados acordaba por unanimidad condenar el Régimen presidido por el Generalísimo Franco, añadiendo el infumable Alfonso Guerra que no se podía olvidar la represión franquista ni a los exiliados republicanos.
La noticia, una vez más, dejó atónitos a los españoles decentes que aún viven y que no olvidan. Lo primero que causó este asombro fue que, esta vez, el Partido Popular se sumara a la infamia, a la trampa que el marxismo-comunismo y separatistas le habían tendido, y lo segundo, que el partido del que es nada menos que presidente de honor Manuel Fraga y en que militan buen número de quienes, en su día, sirvieron leal y eficazmente al Régimen anterior, entre ellos, ministros, subsecretarios, directores generales, gobernadores, etc... incluso el abuelo y el padre del propio presidente del actual Gobierno, con los cuales tuvimos cierta amistad en su momento, desempeñaron con eficacia y lealtad altos cargos durante el franquismo, se sumara a ésta. Flaco servicio a gran parte de la sociedad española.
¿Qué es lo que ha hecho esta falsa democracia inorgánica, además de prostituir a gran parte de los medios de comunicación y de implantarnos la televisión basura; de convertir en moneda corriente la general y galopante corrupción a todos los niveles de la sociedad, especialmente entre los políticos; de la degeneración moral de gran parte de la sociedad, especialmente entre la juventud, que ha "fabricado", insistimos, esta partitocracia -que no democracia- que no gobierna? ¿Es que a los señores diputados marxistas y sus mariachis se les ha secado el cerebro, y no recuerdan la situación de extrema miseria en que se encontraban los trabajadores antes del 18 de Julio, sin Seguridad Social, sin viviendas, con sueldos de miseria, etc...? ¿Es que -insistimos- se les ha secado el cerebro y no recuerdan que fue precisamente la revolución social iniciada el 18 de Julio la que concedió a todos los trabajadores españoles una avanzada Seguridad Social inexistente el 18 de Julio, que cubre todas sus necesidades (enfermedad, hospitalización, medicinas, jubilación, pagas extraordinarias, subsidio de paro, subsidios familiares, el acceso a miles y miles de viviendas, el disfrute de vacaciones pagadas, el contar con residencias de descanso por toda la geografía nacional para el disfrute de estos trabajadores en sus vacaciones, el sembrar el territorio nacional de Centros de Formación Profesional y crear las Universidades Laborales? ¿Es que se olvidan, asimismo, de la implantación de los convenios colectivos, la creación de las Magistraturas de Trabajo para la defensa gratuita de los trabajadores, el acceso de estos trabajadores a los Consejos de Administración de las empresas y un largo y larguísimo etc...?
¿Es que los señores diputados han perdido la dignidad y el más elemental sentido de la responsabilidad, condenando a un Régimen del que se aprovecharon buen número de estos mismos diputados, que, además de lo expuesto anteriormente, salvó a España de la feroz dictadura comunista, y condena asimismo al Régimen nacido el 18 de Julio por haberse atrevido a volcarse materialmente en dignificar al trabajador, en acabar con el miserable proletariado, creando una potente clase media?
La cadena de crímenes a cargo de los milicianos y de las checas cometidos durante los primeros cinco meses después del 18 de Julio fueron realmente impresionantes. El asalto al Cuartel de la Montaña y masivo asesinato de cuantos se encontraban en su interior; el asalto a la Cárcel Modelo, asesinando masivamente a presos, la casi totalidad políticos -incluidas varias personalidades que ocuparon altos cargos en la República-, militares, juristas, etc... El asesinato de centenares de sacerdotes, obispos, monjas, actos vandálicos de toda índole, que culminarían con el aberrante asesinato, con el tiro en la nuca, y arrojados a las zanjas previamente abiertas en Paracuellos de Jarama, algunos todavía con vida, a 10.000 españoles de todas las edades y condición social, obra canallesca del máximo responsable del comunismo, el genocida Santiago Carrillo; del goteo de crímenes en los pueblos controlados por los rojos, especialmente en Andalucía, relación que, bajo el título genérico de Matanzas, viene publicando el semanario La Nación; el asesinato masivo de jefes y oficiales de la Armada, en aguas de Málaga y Cartagena, después de someterlos a infames humillaciones, etc...
Esto y mucho más es lo que los "ilustres" diputados ocultaron al aprobar la condena del Régimen anterior. Con esta condena, también lo han hecho a la figura del Rey de España, cuya fidelidad a Franco y su Régimen permaneció inmutable hasta la muerte del Caudillo, e incluso hasta algunos meses después, dictando un Decreto en el que pedía a todos los españoles que permanecieran fieles a la memoria de un hombre que -según dijo- lo había dado todo en beneficio de España y de los españoles. Otro tanto podemos decir del perjuro Adolfo Suárez, que desde el oscuro puesto de un pueblo abulense llegó a ocupar -gracias a su arribismo- altos cargos de responsabilidad en el Régimen presidido por el Caudillo, especialmente en el campo de la comunicación, y que es del conocimiento de todos los buenos españoles.
En resumen, que cada palo aguante su vela.


Casas Viejas es Casas Viejas

EL MUNDO (Diario de Andalucía)

18 de marzo de 1998

Por  Antonio Burgos

Tiene bastante razón ese amigo mío que dice que "todo empieza a no ser de donde era". Treviño va a empezar a no ser de la provincia de Burgos, y Patricio González quiere que Algeciras empiece a no ser provincia de Cádiz y que el Campo de Gibraltar sea una provincia andaluza más. La décima, porque no es la novena como dice Patricio: la novena provincia andaluza es la emigración a Cataluña. Y ahora otro González, ¿será por González?, Francisco González, alcalde de Benalup de Sidonia, ha decidido que Benalup empiece a no ser Benalup. Quiere desenterrar el nombre antiguo y volver a ponerle al pueblo Casas Viejas. Entiendo que con una voluntad de desandar la Historia hacia la reconciliación con nuestras propias raíces. El franquismo había ocultado el nombre de Casas Viejas como la amante sorprendida que esconde al maromo dentro del ropero. Franco, que era lo menos concupiscente que ha despachado la Historia de España, hizo el santo del ropero con Casas Viejas y luego la guardó dentro del armario. Lo que no sabía Franco es que ahora cuando Francisco González ha abierto el ropero de tres puertas de la Historia para que Benalup vuelva a ser Casas Viejas, nos hemos encontrado con el cadáver de la choza de Seisdedos, y de la Guardia Civil, y del tiros a la barriga que vaya usted a saber si lo dijo Azaña o no lo dijo Azaña. Como también ha salido la preciosa leyenda del rosal de Seisdedos que Blas Infante plantó en Villa Alegría, una leyenda de igual belleza que los rosales de Mañara.
Está muy bien que Benalup vuelva a ser Casas Viejas, y no lo de antes, que se escribía Benalup de Sidonia pero en la conciencia de la Historia se seguía pronunciando Casas Viejas. Hombre, puede comprenderse que aquel pueblo que se llamaba Asquerosa no quisiera seguir siendo conocido por tal nombre, pero lo de Casas Viejas es que no acertaba a comprenderlo. ¿Qué hay de infamante en Casas Viejas como para que se le quisiera borrar hasta el nombre? La Historia es como es y no como quisiéramos que fuera. Aunque fuera de Sidonia, lo de Benalup era realmente de Franco, como Barbate de Franco, que también ha vuelto a ser Barbate a secas, o en todo caso Barbate de Paquirri o Barbate de Varo el de las comparsas. A Casas Viejas le pusieron Benalup como los travestís operados que se llaman Manolo se ponen de nombre Bibi, y si se llaman Paco pasan a ser Verónica o Amanda. Como queriendo que nadie le preguntara por su vida anterior, cual los que llegaban al banderín de enganche de la Legión. Por mucho que le cambiaran el nombre, Casas Viejas está en la conciencia de la Historia de España, como está el Barranco de Viznar, como está el kilómetro 4 de la carretera de Carmona, como está la plaza de toros de Cádiz, o como está Paracuellos , que todo hay que decirlo, no vamos a recordar sólo la parte de la Historia que interesa a unos y no el resto.
Ahora, que lo que temo seriamente es que esto de Casas Viejas anime todavía más el guerracivilismo de los felipistas andaluces. Si llamándose aún aquello Benalup de Sidonia la Ñañesa se puso a hablar de los fusilamientos de la Moncloa, imagínense lo que puede largar del PP como se acuerde de la choza de Seisdedos. Si llamándose aquello Benalup de Sidonia para que no nos acordáramos de los tiros a la barriga dijo Francisco Luis Córdoba, el jefe de los servicios manipulativos de Canal Sur que "aquí estamos para pegar tiros contra el enemigo, el PP", imagínense las consignas que puede dar este baranda para la escaleta del telediario de la noche como se inspire el mocito en la noticia del cambio de nombre de Casas Viejas: "A Arenas entre las cejas, que no cojee..." Y como está muy bien que llamemos a las cosas por su nombre, y que Casas Viejas sea Casas Viejas, digo yo que por qué nos quedamos en los topónimos de Barbate y Casas Viejas. ¿Por qué a los Servicios Informativos de Canal Sur no los llamamos ya por su propio nombre, como lo que son, Servicios Manipulativos de Canal Sur?.

LA NUEVA ESPAÑA 
Diario de Asturias
26/08/2002
SANTIAGO CARRILLO. Ex secretario general del Partido Comunista de España:
«Julio Anguita dejó Izquierda Unida en muy mala situación»
«Los desenterramientos en fosas comunes de fusilados tras la guerra civil no tienen que ser causa de revanchas»

AVILES
Aeropuerto de Asturias
ÁLVAREZ-BUYLLA
Santiago Carrillo llegó a su región natal ­nació en Gijón y se recrió en Avilés­ acompañado de su esposa. Tras un corto período de vacaciones junto a su familia, regresará de nuevo a Madrid. El ex secretario general del Partido Comunista de España recuerda aún con agrado aquellos tiempos de escolar en Avilés, cuando era un «niño indisciplinado» al que le gustaba mucho más jugar en la calle que meterse en las aulas para adquirir conocimientos de cultura general. Luego, también están en su mente sus primeros pasos en la política, de la mano de su padre, su militancia en las Juventudes Socialistas, la guerra civil, el destierro, la vuelta a la España democrática...
Hay personas que están realizando desenterramientos de personas que militaron en el bando perdedor de la guerra civil y que reposan en fosas comunes. ¿Le parece a usted bien?
Yo creo que no está mal que se desentierre a esa gente que está en las fosas comunes y que fue fusilada tras finalizar la guerra civil. Se les debe dar una sepultura digna. Ahora bien, dicho esto quiero señalar que, a estas alturas, estos desenterramientos no tienen que ser causa de revancha o de venganza. Yo la verdad es que no veo mal que los españoles sepan que aquí se mató a mucha gente cuando la guerra que enfrentó a unos españoles con otros durante tres largos años ya había terminado.
Llegados a este punto, no podemos olvidar que para no pocos españoles Santiago Carrillo fue «el malo de la película» y al que le achacan la responsabilidad de los fusilamientos de Paracuellos del Jarama. Hace años le hice esta pregunta y ésta fue la respuesta.
Durante la guerra civil, yo no tenía ni idea de lo que era Paracuellos y esto algún día se demostrará, porque esa zona quedaba fuera de lo que era mi jurisdicción. Cuando ocurrieron esos hechos yo era consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid y Paracuellos estaba en una zona que era responsabilidad del Gobierno, no mía. No obstante, a mí me siguen cargando con esa culpa. Y le diré una cosa: cuando, tras recuperar la democracia, España celebró elecciones y yo era secretario general del PCE, en los comicios de Paracuellos el alcalde que los vecinos eligieron era del PCE, señal de que en ese pueblo no contaban la historia como en el resto de España.
¿Qué ocurrirá en España si los del otro bando empiezan también a desenterrar sus muertos?
Los muertos del otro lado ya están todos desenterrados.
Un personaje que siempre le cayó muy bien a Santiago Carrillo fue Adolfo Suárez. Tal vez porque durante su Gobierno legalizó, un Sábado Santo, el Partido Comunista de España.
Suárez fue, de todo el sector reformista del franquismo, el más progresista y el que nunca jugó a excluir al PCE de la vida política española. Por eso lo valoro y me precio de su amistad.
La coalición Izquierda Unida, que agrupa en su seno, como su principal fuerza política, al PCE, sigue bajando en intención de voto, según las últimas encuestas. ¿A qué cree usted que es debido este descenso?
Izquierda Unida está mal porque Julio Anguita la dejó en una muy mala situación y pienso que va a costar mucho trabajo levantar cabeza. Pero yo estaría muy contento si consiguen hacerlo.
¿Lo logrará el asturiano Gaspar Llamazares, actual coordinador general?
Llamazares es un hombre joven, de muy buena intención y al que yo le deseo mucho éxito en su difícil gestión.
¿Va a permanecer en Asturias mucho tiempo?
Vengo sólo una semana. Luego tengo que volver a Madrid.
¿Nunca consideró la posibilidad de venirse a vivir a Asturias?
Me tienta el hacerlo, pero mi trabajo, en la medida de las posibilidades en que todavía puedo hacerlo, me obliga a permanecer habitualmente en Madrid.

UNA FLAGELACION INNECESARIA
Por  José Utrera Molina
La reciente declaración de las actuales Cortes españolas condenando al régimen nacido el 18 de Julio de 1936 constituye, a mi modesto juicio, un penoso episodio histórico lleno de connotaciones peligrosamente negativas. Conviene recordar que el ánimo y la voluntad con que se instrumentó a lo largo y a lo ancho la llamada "transición política", no obedecían a otra razón que no fuera el propósito conciliador para todos los españoles, tanto para los que habían luchado defendiendo sus ideales en una zona, como para aquellos que habían manifestado de cualquier manera su oposición con las armas en el campo contrario. Pero lo que acabamos de conocer, abre de manera inoportuna un espacio cuarteado y rupturista. No cabe duda de que quienes sustentan criterios sectarios y olvidadizos, no logran desembarazarse de la pesada carga constituida por sus viejos rencores.  No existe en modo alguno ninguna muestra de talante político serio, ni tan siquiera mínimamente respetuoso, con la situación pasada que el propio Felipe González, rotundo adversario de Franco, denominaba en muchas ocasiones como "régimen anterior" y que la derecha hoy convierte en "oprobiosa dictadura". 
Esta actitud no sólo es imprudente sino que también es infame. La Historia no se puede falsificar impunemente y estamos asistiendo a una escandaloso proceso que destruye hasta los cimientos de una etapa que podría ser discutible que cometió errores, que limitó ciertamente las libertades formales, pero que nadie puede negar que tuvo unos efectos integradores socialmente beneficiosos para todos los españoles. Insisto en que la Historia, por mucho que nos pese a unos y a otros no se puede cambiar, aunque a ello también contribuyan tantos y miserables silencios que ayer eran voces entusiasmadas que realizaban sin limitaciones la más escandalosa apología del régimen del 18 de Julio. Cualquiera que se asome a las hemerotecas podrá comprobar la certidumbre de este juicio. Las futuras generaciones tendrán un concepto muy equivocado de lo que ocurrió en España en la primera mitad del siglo pasado. Todavía quedamos algunos testigos a los cuales no se nos podrá jamás impedir las referencias a una situación intensa y dramáticamente vivida. La tremenda y confabuladora operación que ofrece una prueba de maniqueísmo formidable, quiere volver a situar a España en el abismo de dos mitades irreconciliables. 
Pero la sorpresa que muchos de nosotros padecemos al comprobar, cómo los hijos de aquella generación escupen sobre sus padres, envilecen la conducta de sus mayores, situándolos en un plano de abierta negatividad histórica, no nos parece fácilmente tolerable. ¿Se condena a familias enteras, algunas de las cuales yo conocí de manera muy directa y que hoy se encuentran situadas en la cúspide de la administración española, a permanecer en un espacio histórico donde la criminalidad y la tiranía tienen su asiento, máxime cuando ellos contribuyeron desde puestos importantísimos a la consolidación del Régimen del 18 de Julio?. ¿Podrá dormir tranquilo el redactor de la declaración por parte del Partido Popular, cuyo padre ocupó puestos de responsabilidad en el mismo régimen?. He puesto estos dos ejemplos por considerarlos altamente significativos, pero ¿es que tenemos que presentarnos ante el tribunal de la Historia como caínes redomados, tropa envilecida seguidora de capitanes sin dignidad, sin honor y sin prestigio?. Se condena nuestro pasado pero sólo en parte, porque nadie refiere la cruenta significación que tuvo la Revolución de Asturias en el año 1934 y que rompió sin duda alguna la legalidad constitucional, produciendo miles de muertos y constituyendo el antecedente mas rotundamente claro de la Guerra civil española. ¿Se condenan también los miles de asesinatos a sacerdotes españoles en aquella etapa cuya realidad trágica en ocasiones la propia Iglesia española se empeña en silenciar con un lenguaje ambivalente y críptico? ¿se olvidan los centenares de Paracuellos que hay en España?.
Este patético oficio de desenterrar muertos es un juego macabro que no puede beneficiar a nadie, pero en último término, estimo que la intención más profunda de la declaración a que me he referido no es otra que la de ofender a quien por obra y gracia de aquel régimen y de aquel caudillo es hoy Rey de todos los españoles, que reconoció en su día la legitimación histórica del 18 de Julio, y que al referirse en ocasión solemne a Francisco Franco manifestó "que era una figura excepcional y que su recuerdo constituiría para él una exigencia de comportamiento y de lealtad, porque España nunca podría olvidar a quien como soldado y como estadista había consagrado toda la existencia a su servicio". Yo considero, por tanto, no lícito este propósito, que constituye una trampa saducea que encierra en ella a los que posiblemente no han reparado en que esta declaración puede dañar a quien hoy, con todo derecho y con legítima ascendencia, gobierna como rey a la Nación española.
Me niego rotundamente a que nadie me acomode en una posición de nostálgica beligerancia. Por mi edad, no pude intervenir como combatiente en la guerra Civil española, pero en mi propia familia tuve señales inequívocas de la crueldad y de los efectos demoledores de una guerra entre hermanos. Tuve exiliados y conté también con el sacrificio sublime y heroico de los que afrontaron la muerte con gallardía, pero nunca, en ningún momento de mi dilatada actuación política, tuve para mis adversarios desdén o menosprecio y, por el contrario, afirmé en muchas ocasiones que el ideal que yo servía, no era otro que aquél que se proponía unir a los hombres que habían matado con los que habían muerto, y apelé, en toda circunstancia, al favorecimiento de un clima que, sin olvidar las gestas que habían sido parte de nuestro honor y nuestra gloria, sirvieran también para dignificar a nuestros adversarios, y unirnos en la gran empresa de una España libre, pacifica y conciliadora. Por eso, la nota comentada ha encendido de amargura, ha llenado de decepción y ha sorprendido a tantos suscitando perplejidades sin cuento, al estimarla, no como una prueba de la ofensiva de determinadas fuerzas políticas sino como una claudicación cobarde de una parte de la derecha española que, compungida y miedosa, no ha salido aún de su domicilio habitual, donde residen más ratas huidizas que águilas airosas.

Las "sacas", Paracuellos de Jarama

GUARACABUYA
Sociedad Económica de Amigos del País

Por José Sánchez-Boudy 
Al marxismo y a los socialistas, con el caso Pinochet, se le están yendo los tiros por la culata. Despertaron, sin darse cuenta, la caja de Pandora, poniendo de manifiesto los crímenes del comunismo a través del mundo. Del castrocomunismo. De las Democracias Populares. Los crímenes horrendos del leninismo en general.
En días pasados la televisión española proyectó unas imágenes de la Cámara de Diputados española. Donde se sientan los del público. Estaba tomada por antipinochistas gritando consignas que recordaban los más tétricos días de la República Española, cuando el marxismo y el socialismo asesinaban a diestra y siniestra con "las brigadas del amanecer", quemaban colegios católicos como el de los Hermanos Maristas --los que me hicieron como soy: un intransigente por la libertad--, un colegio, con uno de los mejores laboratorios de enseñanza de España.

Me recordé de aquellos días en que los marxistas y socialistas fusilaban a Cristo; rompían las estatuas de la Virgen María; mataban sacerdotes; quemaban iglesias, y las "brigadas del amanecer", grupo de asesinos comunistas y socialistas llenaban de cadáveres las carreteras de España. Un Ministro de la República me contó cómo al salir hacia Valencia para asistir al velorio de la madre, la carretera estaba llena de "asesinados".
Me recuerdo del Parlamento Español donde brillaron los hombres honrados; donde brillaron el gran asturiano Melquiadez Alvarez, asesinado por los rojos en una de "las sacas" de Madrid; y Castelas. ¡Ah! ¡Esas crónicas parlamentarias de Wenceslao Fernández Flores! ¡Qué cuerpo de diputados antes de que llegaran los comunistas, y en plena Cámara le gritaran a Calvo Sotelo: "Ese hombre ha de morir". Creo fue "La Pasionaria".

Hablo de las "sacas de Madrid", Esto es: sacar los presos de las cárceles madrileñas y llevarlos a Paracuellos del Jarama y asesinarlos.
Si se lee la entrevista que Ian Gibson, el socialista irlandés, le hizo a Santiago Carrillo, en el libro sobre estas "sacas" y la masacre de Paracuellos del Jarama se verá que Santiago Carrillo, el hombre que dirigió las "sacas" y ordenó los fusilamientos y que ha sido diputado en el Parlamento del Partido Comunista Español en el Parlamento democrático de la España actual, se defiende sin poder negar su culpabilidad.
Santiago Carrillo acaba de ser acusado en Argentina de esos crímenes. ¿Fue llevado ante los tribunales de España o acusado por el juez Baltasar Garzón? No hombre no. Fue Premiado con un acta de diputado. Y oídas sus opiniones con respeto. ¿Lo llevarán a los tribunales? Claro que no. A lo mejor un juez dice que sus actos, no fueron delitos.

Lo que le están haciendo a España la tierra de los juristas que nos formaron, la tierra de los grandes juristas del mundo; la tierra del Fuero Juzgo da grima, lo que se está haciendo con el caso Pinochet llena de pavor.
Están destruyendo el estado de derecho, desde dentro, a nivel mundial. Están desmantelándolo. El día que lo logren adiós derechos individuales.
No se puede caer nunca en la arbitrariedad jurídica. Ni se puede interpretar la ley en forma diferente, de manera que favorezca a una persona y perjudique a otra. No se pueden supeditar las decisiones judiciales a órganos políticos o administrativos, como parece que se trata de hacer esperando por decisiones de ministros antes de que el Tribunal inglés dicte sentencia.

Para burlar la sentencia de éste no se puede hacer una nueva ley, idéntica a la rechazada por el alto tribunal, como ha sucedido varias veces en Estados Unidos. Ni se puede, como se pretende en el caso de Pinochet, seguirle procedimiento en otras jurisdicciones judiciales para embrollarlo en un infinito proceso.
No se trata por lo tanto, como he afirmado en artículos anteriores de "enjuiciarlo jurídicamente". Se trata, por el Comunismo Internacional, de desestabilizar a Chile. Se trata por el comunismo internacional, de sembrar el "terror jurídico": el comunismo de guerra por otros medios.
Se está, pues al asalto, de lo que es la base de sustentación, el meollo de la estructura de la democracia y del mundo occidental; al asalto de la estructura jurídica del mismo.

El antifranquista soy yo
LA PRIMERA
LA RAZÓN  Digital
Por Carlos SEMPRÚN MAURA6 de diciembre de 2002
Sí, señores, el antifranquista soy yo, no ustedes. Tecleen Internet y saldrán las informaciones: huida de Lequeitio ¬ninguna concesión a la K¬ hasta Bilbao, luego de Bilbao a Bayona en barco, en 1936, inicio del exilio de una familia roja o republicana, según se mire, aunque para mi padre, que fue quien se exilió, no íbamos a ser los niños, desde luego republicano, de rojo, nada.
Refugiados en Francia, dura penuria de la guerra y de la ocupación nazi, alegría de la liberación, militarismo antifranquista, primero en París, luego en el aparato clandestino del PCE en España, bueno, más bien «correo del zar», con estancias clandestinas más o menos largas, de una semana, a seis meses; ruptura con el PCE, militancia en el FLP, ruptura con el FLP, militancia en otros grupos izquierdosos hasta la muerte de Franco.
Tengo la impresión de haberlo contado mil veces, hasta en algún libro, pero considero necesario recordarlo a vuelapluma, para justificar mi afirmación de que el antifranquista soy yo, y no ustedes. Claro que hubiera podido emplear el «nosotros», pero como dudo de que todos los antifranquistas de verdad estén de acuerdo conmigo, prefiero hablar en nombre propio de mis propias opiniones, que sé, sin embargo, compartidas por algunos, pocos.
¿A santo de qué viene todo esto? Pues a santo, o más bien demonio, de la ceremonia fúnebre en las Cortes, condenando con un sentido impresionante de la actualidad, y no hablemos de la Historia, la dictadura franquista. Una vez más, los señores diputados nos han tomado el pelo. Peor, han participado en una operación de birlibirloque, que sólo beneficia a Zapatero y a sus amigos, que no fueron antifranquistas por cuestiones de edad, como millones de españoles que tenían menos de quince años a la muerte del dictador. Y, al pan, pan y al vino, vino, muchos de los antifranquistas oficiales son igual de nefastos o peores, pienso, claro, en el PCE, el GRAPO, ETA. No todos están representados en las Cortes, pero este acto simbólico supera el recinto del Parlamento.
No es que yo pida que las Cortes celebren todos los 18 de julio el Día de la Cruzada, o algo así, evidentemente estaría aún más indignado, pero al condenar el franquismo de esa manera, incluso con alguna precaución oratoria, están justificando, señores diputados, todas las barbaridades cometidas en zona roja, o republicana: Paracuellos, los «paseos», las checas, el asesinato bajo la tortura de Andrés Nin, el tiro en la nuca a Camilo Berneri, y todas las demás atrocidades cometidas por casi todos los del bando antifranquista contra supuestos enemigos del mismo bando, o contra los de enfrente.
No, no estoy diciendo que los franquistas no cometieron barbaridades, cometieron infinitas. ¿Entonces qué? ¿Por qué condenar únicamente la dictadura franquista, tantos años después, sin condenar las atrocidades de los «míos», porque soy antifranquista, pero intento ser lúcido?
Y ¿cómo no tratar del papel de la URSS y de Stalin en esa contienda, primero para controlarla y evitar al máximo las aventuras revolucionarias de los anarquistas, que tan eficazmente machacaron en Rusia, por los años 19/20, luego, una vez que Stalin había decidido aliarse con Hitler para lograr esa gigantesca estafa de favorecer la victoria de Franco, y complacer así al Fuhrer, aparentando ser sus más feroces enemigos.
Pero, bueno, estamos en 2002, y no sé si se han enterado los señores diputados, la guerra ha terminado y la dictadura falleció, desde hace bastantes años, yo diría incluso que antes que el dictador, lo cual favoreció la transición democrática.
Resulta que algunos antifranquistas que se han jugado el pellejo ¬yo no, yo sólo arriesgué la cárcel, no habiendo participado en ningún atentado¬, pienso en otros quienes, como Pío Moa, extremaron su antifranquismo hasta la violencia y recibieron sus sendos palos, y han sabido realizar un balance crítico de su actividad y de los peligros totalitarios de su acción, o a Gabriel Albiac, quien hace poco mostraba sus más extremas reservas a esta demagógica operación «antifranquista» por gentes que nunca lo fueron, y cuando el dictador hace tiempo que ha muerto, en su cama, es cierto.
Además, yo me pregunto si entre ciertos antifranquistas oficiales, condecorados por la estupidez, como Santiago Carrillo, sin ir más lejos, o franquistas como Ridruejo y Laín Entralgo, las fronteras del Bien y del Mal, de la democracia o la tiranía, no son más ambiguas de lo que parecen proclamar las Cortes, que ya habían homenajeado a las Brigadas Internacionales, que fueron el brazo armado de Stalin en España, utilizadas por sus servicios para liquidar a trotskistas y otros herejes. O como la extravagante ceremonia del Instituto Cervantes, en Moscú, homenajeando a Alberti, no por su obra, que considero mediocre, sino porque estuvieron él y María Teresa León lamiendo el trasero a Stalin durante tres horas.
¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo pueden los diputados del PP dejarse chantajear de esta forma? Evidentemente por complejo de culpa e ignorancia supina.  Pues ¿basta ya! Terminaré con la consigna anarquista de 1936 ¿Ni Franco! ¿Ni Stalin! Y eso lo mismo ayer que hoy. Pero ¿quién es el guapo que se atreve?

EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 143 – 6 de diciembre de 2002

LA «ESTANQUERA»


Por Aquilino Duque
La bandera roja y gualda fue, con la monarquía, una de las «imposiciones» de los demócratas de nuevo cuño a los demócratas de toda la vida en las componendas de la Transición. Para endulzarles a éstos la píldora, se procedió a autorizar lo que el recién amnistiado camarada Carrillo llamaría «banderolas»: senyera, ikurriña, aljofifa y otras inventadas sobre la marcha. El tema de la bandera no le quitaba el sueño a Carrillo, pues la suya era la que aún suele cubrir los féretros de sus camaradas, y en cuanto a los socialistas, la suya era la de la II República: sangre, oro y permanganato. Puede que por el peso de los llamados «poderes fácticos», los primeros Gobiernos de la II Restauración quisieron zanjar el pleito banderil con homenajes a la «estanquera», como le decían los de siniestras, y esos homenajes, acompañados de desfile militar, se celebraron en diversas capitales de la nación, Barcelona y Vitoria inclusive. Recuerdo el acto en la Plaza de España de Sevilla al que creo asistió S. M. la Reina y en el que hizo de «alférez» el alcalde andalucista don Luis Uruñuela. Recuerdo el desfile de Vitoria, con el entonces lendakari Garaicoechea agachando la cabecita al paso de la bandera, que aún lucía el escudo con el águila. El águila voló, y la pobre «estanquera» hubo de replegarse a los cuarteles, como las estatuas ecuestres del último que supo hacerla «temida y honrada».
 

UNA RECONCILIACIÓN ENCONADORA


Por Martín Quijano
El Congreso aprueba, por unanimidad (lo cual no es extraño en la partitocracia española, pues sólo significa que son unánimes los portavoces) una resolución condenando, según dicen, el Alzamiento de 1936. No el de 1930, ni el de 1932, ni el de 1934, ni los múltiples anarquistas de aquellos años. Sólo el que dio origen a la Guerra Civil porque ni unos ni otros cejaron, como es lógico cuando va la vida en ello. La condena especifica que «nadie puede sentirse justificado, como ocurrió en el pasado, para utilizar la violencia con la intención de imponer sus convicciones políticas y establecer regímenes totalitarios contrarios a la libertad y dignidad de todos los ciudadanos». No entra en matices, sino que elabora una opinión específica, sin considerandos o salvedades. Algo propio de tiempos plácidos, en los que ninguno de los firmantes se siente verdaderamente amenazado, porque, como especifican más adelante, es «lo que merece condena de nuestra sociedad democrática».
Además explica que tal declaración se debe a que «resulta conveniente para nuestra convivencia democrática mantener el espíritu de concordia y reconciliación» y que tenemos «el deber de proceder al reconocimiento moral de todos los hombres y mujeres (la corrección política siempre presente) que fueron víctimas de la Guerra Civil (fija entre 35.000 y 100.000 la cifra de enterrados en fosas comunes por recuperar) [...] así como la de cuantos padecieron más tarde la represión de la dictadura franquista […] Y a una acción protectora económica y social de los exilados».
La declaración ha sido redactada por personas del PP. Con un especial protagonismo de Jaime Ignacio del Burgo, presidente de la Comisión Constitucional e hijo de quien levantó el Requeté navarro para el Alzamiento. No cabe acusarle, dada su trayectoria política, de adversario de las ideas de su padre. Es decir, hay que admitir a priori una postura de intento de reconciliación política con quienes se consideran herederos del bando perdedor, que llevan años insistiendo en una declaración condenatoria. La aceptación unánime tiene la virtud de potenciar un olvido del tema como motivo de posteriores enfrentamientos. Y desde ese punto de vista, debería ser bienvenido. Si con ello se diese por terminado el debate inútil sobre acontecimientos pasados, que ya nos interesa a sólo una pequeña fracción de españoles, podríamos darnos por contentos, como pretenden los, sin duda, bienintencionados pero doctrinarios parlamentarios.
Pero esa minoría que aún nos preocupamos por el tema tiene derecho a protestar por los errores y peligros que plantea la Declaración tan unánimemente adoptada. En primer lugar, resulta inane, por no decir estúpida, la condena a la violencia y a las situaciones violentas de entonces desde el Olimpo aparente actual. Y lo es además porque:
  1. Nadie se levanta en armas para imponer la esclavitud y privar de libertad a nadie, sino para defender ambos aspectos de su vida personal. Es decir, la declaración puede servir para justificar el Alzamiento en armas de la media España que no se resignaba a morir a manos de la otra, según dijo en su día Gil Robles. Desde este punto de vista, el debate puede continuar indefinidamente, pese a la intención de liquidarlo.
  2. La condena del Régimen de Franco como dictadura no existe más que desde el punto de vista polarizado actual. Ni él ni sus seguidores lo pusieron en duda al otorgarle los poderes que le otorgaron. Ni era considerado ominoso, ni tiene por qué serlo en el futuro. La calificación de un Régimen depende de sí sirve al bien común y personal o no. La historia está llena de dictaduras glorificadas como benefactoras para las Naciones que las tuvieron.
  3. Omite cualquier consideración del por qué se llegó al clima que originó el Alzamiento. Se trata de una omisión típica de los políticos que se consideran herederos de aquellos que consiguieron enfrentar hasta tal punto a los españoles. Es la característica propia de los políticos que tiran la piedra y esconden la mano.
  4. Hablar específicamente de la represión de la dictadura franquista, después de lamentar las víctimas en general, constituye un intento de polarización pernicioso. En primer lugar porque supone tomar partido, aparentemente, por uno de los bandos. Y en segundo lugar por borrar la diferencia entre la represión fría de los primeros días (frialdad que se mantuvo hasta los últimos días en el bando republicano) y la justicia ejercida contra los ejecutores de tanta barbarie como se desató en la zona republicana. Difuminar la diferencia entre ambos casos es propio de una frivolidad intelectual muy condenable por parte de quienes consideran los hechos sesenta años después.
  5. Aventurar que los muertos enterrados en fosas comunes puede alcanzar las cifras antes mencionadas es una estupidez propia de parlamentarios que piensan estar en el centro de la verdad. Se trata de cifras sobre las que no han conseguido ponerse de acuerdo historiadores obligados intelectualmente a la ecuanimidad. Y los políticos actuales, obligados y sumisos al partidismo sectario, las aventuran con completa despreocupación e irresponsabilidad. Posiblemente cada bando (existen dos bandos, aunque no lo admitan) piensa que corresponden al contrario.
  6. La cita al exilio confunde churras con merinas. Confunde los que tuvieron que huir para evitar la represalia política en sus carnes con los que huían del castigo por las barbaridades cometidas, y con los que huyeron engañados por sus dirigentes. Confunde a los que huyeron con las espaldas bien cubiertas por un expolio innegable y a los que se fueron con una mano delante y otra atrás. La alusión a «los niños de la guerra» es particularmente banal, pues ignora los que, no habiendo ido a la URSS, fueron repatriados inmediatamente por sus familias. Y de aquellos que volvieron tras la muerte de Stalin, que se incorporaron a la vida española, con el decidido apoyo de las Autoridades de entonces. Con satisfacción variable desde hace cincuenta años.
En resumen, la cacareada declaración reconciliadora es intelectualmente banal y trasluce una condena unidireccional a un Régimen que la Nación apoyó durante cuarenta años. Prescindiendo aquí de juzgar los éxitos, fracasos, virtudes o defectos de ese Régimen, debe ser respetado como realidad de la Historia española, con sus justificación histórica por encima de los caprichos «intelectuales» o dogmáticos de los parlamentarios actuales. Sólo a personas automutiladas intelectualmente se les puede ocurrir condenar hechos pasados sin intentar comprender por qué ocurrieron. Para el caso actual, es fácil entender por qué los políticos de izquierda han sacado adelante esta declaración: silencia los errores o barbaridades de quienes consideran sus antepasados directos y favorece la educación mental de las generaciones actuales de españoles hacia la aceptación de sus directrices políticas.
No es tan fácil, en cambio entender por qué la han sacado adelante los políticos de derecha, con una abjuración práctica de las ideas de sus antepasados. Claro que una abjuración más por parte de los políticos actuales de la derecha española es algo que no sorprende a ningún observador de nuestra política actual, formada en el acoquinamiento intelectual.
En cualquier caso, cabe decir como conclusión que una declaración que se proclama reconciliadora es manifiestamente enconadora de la vida política española. Aunque esa maldad intrínseca, característica de la charlatanería irresponsable de nuestros políticos, no tiene gravedad porque está atemperada, como en tantas otras ocasiones, por la indiferencia con que considera el tema la sociedad española actual.

Segunda presentación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ante el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la Organización de las Naciones Unidas


Nueva York, 20 de Agosto de 2002
(Copia Literal del Texto)

 El 28 de octubre del año 2000 en Priaranza del Bierzo, un grupo de arqueólogos voluntarios comenzó los trabajos de exhumación de una fosa en la que se encontraban los restos de 13 civiles republicanos que fueron asesinados por un grupo de civiles armados que se identificaba con el levantamiento del General Franco el 16 de octubre de 1936. La familia de una de las víctimas había promovido la exhumación.
Los tribunales españoles consideran que los cuerpos no-identificados, abandonados en fosas comunes desde la guerra civil y en los anos posteriores a la llegada del General Franco al poder, no tienen ningún interés judicial. Excepto en contadas y recientes excepciones, los jueces españoles se han sistemáticamente  inhibido de ordenar la exhumación de los cuerpos enterrados y de investigar las causas de la muerte, limitándose a aconsejar a los familiares que debían tan sólo conseguir  la autorización del dueño de la finca y/o una  autorización de los Ayuntamientos correspondientes para proseguir.
Durante los días en que se realizaron los trabajos de excavación arqueológica muchas personas de pueblos aledaños se acercaron y contaron que también tenían padres, hermanos o abuelos desaparecidos. Así surgió? la necesidad? de crear la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH).
En España, mas de 30.000 cuerpos no-identificados permanecen en fosas comunes, incluyendo al más famoso desaparecido forzado del mundo, el poeta Federico García Lorca. Algunas de dichas fosas, como las de Mérida tendrían a unas 3500 personas, las de Oviedo, unas1.600 personas, las de Gijón, 2000, las de Sevilla, 2.500 personas, Teruel, 1.005 personas, y la lista se puede ampliando. En la inmensa mayoría de ellas se encuentran los cadáveres de Españoles desaparecidos tras ser arrestados por grupos armados afines al General Franco, cuando tomaron el control de la zona. En varios otros casos, fueron desaparecidos encontrándose en manos de Agentes del Estado, meses después de haber concluido el conflicto armado y ya firmemente establecido el régimen del General Franco. Todos ellos eran sospechosos de participación, militancia o afinidad con el Estado Republicano. Para todos ellos, se ha mantenido una desigualdad de trato ante los tribunales  y las demás instituciones del Estado, que ha impedido aclarar no solo las circunstancias de su muerte sino la localización de sus cuerpos y la posibilidad para sus familiares de darles digna sepultura.
Durante los años setenta en España, tras la muerte del dictador Francisco Franco, se iniciaron espontáneamente algunas exhumaciones de fosas comunes por iniciativa de las familias. Sin embargo este proceso se termino con el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981, del Teniente Antonio Tejero y la creencia de que la reciente democracia española no podría soportar encontrase con su pasado. El efecto de miedo colectivo de un sector de la población, ya fuertemente golpeado por la represión del régimen franquista, disuadió a los familiares de continuar con las exhumaciones y se mantuvo la situación de duelo suspendido.
Finalmente el 28 de octubre de 2000 algunos familiares decidieron abrir la fosa de los trece republicanos en Priaranza del Bierzo con el apoyo de un grupo de antropólogos y forenses.
El 16 de marzo de 2002, la Universidad de Granada acepto a título excepcional y dentro del marco de una excavación arqueológica, que un experto tomara las muestras de algunos cuerpos & nbsp; para practicarles la prueba del ADN. No contando con financiamiento para estos casos ¿históricos?, las muestras sólo fueron practicadas sobre cuatro de los 18 cuerpos exhumados. Sus resultados estarán listos a mediados de septiembre y serán las primeras víctimas no combatientes de la guerra civil identificadas mediante dicha prueba. En contrapartida, y solo para ilustrar el trato discriminatorio contra las victimas, el Estado español recientemente consideró procedente desembolsar millones de pesetas para exhumar y repatriar desde Rusia, los cuerpos de varios voluntarios españoles  de la División Azul, grupo militar ofrecido por el General Franco como muestra de su amistas con el dictador Adolfo Hitler, para apoyar las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
A raíz de este acontecimiento local, la sociedad española ha estado retomando las medidas para enfrentar su pasado y una cantidad enorme de peticiones y solicitudes han llegado a nuestra Asociación para continuar dicha iniciativa en todo el territorio del país. La ARMH ha decidido asumir esa responsabilidad con madurez y serenidad, sin animo de venganza, movida únicamente por principios humanitarios y por el afán de restablecer la verdad de los hechos y reclamar el derecho a dar sepultura digna a las victimas. Consideramos además que seguir negando la existencia de dichas fosas por parte del Estado o inhibirse a abrirlas judicialmente y aclarar las circunstancias en que fueron enterrados los desaparecidos, perpetua la discriminación contra aquella parte de la población española que fue considerada ?vencida? a raíz de la Guerra Civil y constituye una demostración de su falta de cumplimiento a la obligación de investigar y garantizar el derecho a la verdad.
Una de las principales dificultades con las que se enfrenta la ARMH en sus trabajos es el miedo. En muchos pueblos de España todavía la gente tiene miedo a hablar de la guerra civil. La transición española a la democracia, se llevó a cabo dejando al margen la responsabilidad internacional de todo Estado de investigar las violaciones graves y sistemáticas a los derechos fundamentales.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica solicita al Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas recomendar al Estado Español el cumplimiento de sus obligaciones en materia de derecho internacional y termine con el trato discriminatorio continuo que sigue afectando a los sobrevivientes de las victimas negándole el derecho a la verdad y a la justicia.
Por ello la Asociación pide que:
  1. El Estado Español, a través de sus instituciones judiciales cumpla con su deber de investigar y aclarar los hechos, ordenando la exhumación judicial de los cuerpos que se encuentran aun en las fosas comunes que daten de Julio de 1936 en adelante.
    La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica solicita al Grupo de Trabajo sobre desapariciones forzosas recordar al Estado español que las desapariciones forzadas son constitutivas de delitos continuos e imprescriptibles por ser una afrenta a la dignidad humana. Recordar también que si bien una serie de actuaciones, instancias y reparaciones fueron accesibles desde 1940 a un sector de la población española para esclarecer y reparar lo sucedido con las victimas de las hordas rojas?, dichas medidas no han alcanzado a los familiares de los desaparecidos del otro bando, que por décadas se han mantenido con el estigma de ? vencidos?. Por ello la Asociación solicita al Grupo de Trabajo de Naciones Unidas que se recuerde al Estado español que la comunidad internacional del cual es parte ha considerado en su conjunto que tales violaciones deben dar lugar a una investigación judicial con recursos eficaces y que los Convenios de Ginebra no distinguen el bando al que pertenecían las victimas durante el conflicto armado.
  2. El Estado Español proceda a la identificación de los cuerpos enterrados en las fosas comunes, ordenando a través de sus tribunales que se hagan las pruebas pertinentes de identificación (ADN y otras) y que restituya oficialmente sus restos a los familiares. Cuando dicha identificación individual fuera técnicamente imposible, el Estado Español deberá tomar las disposiciones adecuadas para dar digna sepultura en los Campos santos consagrados a este efecto, junto a los demás miembros de su comunidad, señalando en forma visible en el Monumento publico que allí descansan las victimas del conflicto y las circunstancias de su muerte.
    La Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica insiste en que el Estado Español debe proceder a la brevedad a dictar la exhumación judicial ya que dichos casos de  desaparecidos constituyen un delito continuo que mantiene el ultraje a la victimas, sus familiares y la sociedad. Mantener la posición actual de que dichos restos ya no presentan interés judicial y que solo representan valor como excavaciones arqueológicas significa una grave ruptura con la obligación imprescriptible del Estado de indagar e investigar para terminar con la afrenta que significa para una sociedad no reconocer a sus propios desaparecidos.
  3. El Estado disponga de las medidas de reparación y dignificación de la memoria de las victimas y termine con la discriminación y falta de igualdad de trato a los familiares.
    La Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica considera que el Estado Español debe convocar la creación de una comisión de esclarecimiento histórico a los fines de tomar medidas tales como la apertura al publico de los Archivos militares donde constan los expedientes de los desaparecidos, y en muchos casos sus ultimas cartas y efectos de carácter personal para que estos sean restituidos oficialmente a sus familiares o colocados en un centro de acceso publico dignificando su memoria en los casos de no ser solicitados. Asimismo la Asociación sostiene que dichos familiares son ellos también victimas de una situación de la impunidad que ha conculcado su derecho a saber la verdad y a obtener justicia, así como a beneficiarse de los mecanismos y prestaciones que se dieron desde 1939 a favor de las victimas calificadas por el régimen franquista como? Caídos por Dios y por la Patria?.  Creemos que dichos familiares tienen derecho a disfrutar de una dignidad que aun hoy no pueden disfrutar cuando todavía existen placas y monumentos oficiales que ensalzan como? libertadores? a los autores de las violaciones gravísimas, masivas y sistemáticas de los derechos humanos y a las Convenciones de Ginebra sobre el derecho humanitario.

WORLD SOCIALIST WEB SITE

Publicado por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI)

Exigen en España que se excaven las fosas comunes

Por Vicky Short
30 Octubre 2002
Al gobierno español y a los jueces se les podría ordenar que cooperen con la investigación de incontables fosas comunes que se excavaron secretamente durante la Guerra Civil (1936-1939) y después. Puede que se les obligue a comenzar a abrir las fosas e identificar los cadáveres que yacen en ellas.
Las fosas se esparcen por toda España. El pueblo español ha sabido de su existencia por más de 60 años. Según cierto informe, contienen los restos de más de 30,000 soldados republicanos, militantes y otros adversarios de la dictadura fascista de Franco. Las víctimas fueron capturadas o detenidas durante la Guerra Civil y luego ejecutadas; o fueron ejecutadas sumariamente por los falangistas o las tropas franquistas durante los días y meses que siguieron la guerra. Sus cadáveres fueron depositados en fosas, excavadas con apremio, a un lado de las carreteras, al fondo de precipicios, o en medio de los campos. Algunos fueron detenidos; a otros se les persuadió que se entregaran luego de asegurársele que no les pasaría nada.

De acuerdo a los militantes que abogan por semejante acción, varias de las numerosas fosas comunes excavadas contienen más de mil cadáveres, específicamente en Oviedo y Gijón al norte del país; en Teruel al este; y en Sevilla al sur. Se cree que la tumba mayor, cerca de Mérida, contiene más de 3,500 cadáveres.
Los militantes también esperan identificar los restos de Federico García Lorca, famoso poeta y dramaturgo que en agosto, 1936, fuera asesinado y enterrado en una cuneta. Nunca se le ha reconocido públicamente desde que fuera asesinado, y tampoco ha sido honrada su memoria.
Durante los últimos tres años, en la región de León, en el noroeste, voluntarios que pagaron para que se desenterraran los cadáveres para hacerle análisis de ácido ribonucléico, han descubierto un puñado de fosas menores. En marzo del presente, la Universidad de Granada acordó que uno de sus peritos se encargaría de tomar pequeñas muestras de los cadáveres de una de las fosas para conducir los análisis. Esto fue hecho como excepción y dentro de los reglamentos establecidos para una excavación arqueológica, pero la carencia de fondos limitó el análisis a solamente 4 de los 18 cadáveres que se habían descubierto en una fosa común. Los resultados han de revelarse pronto.

Los militantes han señalado la actitud diferente del estado, que recientemente donó millones para exhumar y repatriar de Rusia los cadáveres de varios voluntarios españoles de la División Azul, grupo militar que Franco enviara, como muestra de amistad, a Adolfo Hitler con tal de asistir las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
La iniciativa de las familias para comenzar las excavaciones privadas de las fosas republicanas ha servido de insignia para unir a miles de parientes que anhelaban por el entierro digno de sus seres queridos y hacerle honor a su memoria. Una organización llamada la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ha llevado el caso a las Naciones Unidas, específicamente al Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la Organización de las Naciones Unidas, luego que los jueces españoles y el gobierno del Partido Popular rehusaran comenzar la investigación de los cadáveres. Ha exigido, entre otras cosas, que se quiten de las exhibiciones públicas los innumerables símbolos franquistas que “ofenden la dignidad de las víctimas”. En el pasado, el comité de las Naciones Unidas ha investigado casos que en su gran mayoría provienen de países latinoamericanos, africanos y asiáticos.

El abogado que representa a los parientes dijo que la labor “apremia” debido a que la mayoría de los que exigen que las fosas comunes se abran son ancianos y los únicos que pueden dar detalles para ubicarlas. Aquellos que estaban vivos cuando se perpetraron estos asesinatos hoy día pasan de los ochenta. Muchos, que temen que la memoria de sus desaparecidos pronto será olvidada, dibujaron mapas de los lugares donde saben que yacen y se los entregaron a sus hijos para que lo guardaran bajo seguro. Por décadas han velado y venerado estas fosas no marcadas.
Se están excavando siete tumbas con fondos privados; se busca un total de 50 personas. Muchas todavía no han sido reclamadas, pero los militantes creen que, a medida que las fosas se abran, más parientes se revelarán. “Todavía tienen miedo”, declaró Santiago Macías, vocero de la asociación. “No han podido hablar durante 60 años y es un gran esfuerzo para ellos romper el silencio. Pero lo harán”.

Aunque la Guerra Civil Española terminó hace ya 63 años, los archivos militares — que contienen los expedientes acerca de los desaparecidos - además de los bienes personales y, en muchos casos, las últimas cartas y mensajes a sus parientes - nunca han sido abiertos al público. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica ahora exige que estos archivos se abran y que los funcionarios del gobierno devuelvan los efectos personales a los parientes o, en caso que algún cadáver no se reclame, que se exhiban en público como acto para honrar su memoria.
La Asociación sostiene que los parientes de los desaparecidos son víctimas de una estructura jurídica que les previene beneficiarse de los programas y servicios que se le otorgaron a los partidarios de Franco, quienes el régimen llamara “Los Caídos por Dios y por la Patria”. Sostienen que las víctimas del régimen franquista no pueden gozar de la dignidad que merecen mientras todavía existen insignias y monumentos oficiales que elogian como “libertadores” a los autores de tan tremenda y sistemática infracción de los derechos humanos básicos.

El silencio acerca de la existencia y ubicación de las fosas comunes 27 años después de la muerte de Franco representa una acusación formal del papel clasista cobarde y colaboracionista que jugaron todas las llamadas organizaciones obreras: los estalinistas, los socialdemócratas, y otros grupos radicales. Por 36 años Franco gobernó a España por medio del terror y los parientes y amigos de los desaparecidos temían perder sus vidas si expresaban lo que sentían. Luego de la victoria de Franco en 1939, grandes cantidades de gente sirvieron sentencias de cárcel de 20 y 30 años. Muchos otros pasaron décadas escondidos en graneros y desvanes, tendidos sobre techos falsos, disfrazados de mujer, etc. Muchos fueron denunciados a las autoridades y sentenciados a muerte.
Cuando Franco murió en 1975, el Partido Comunista, el Partido Socialista y los sindicatos obreros negociaron una “transición pacífica” a la democracia bajo la consigna, Olvidar y Perdonar, que le diera amnistía política a los fascistas. Ni una sola de las víctimas del régimen franquista ha sido reconocida, compensada, enterrada adecuadamente u honrada.

Después de la muerte de Franco, parientes de los desaparecidos comenzaron una campaña para abrir las fosas y hasta empezaron a abrir varias ellos mismos. No obstante, el Partido Socialista (PSOE), que llegara al poder en 1982 y gobernara por 14 años, usó el intento de golpe militar en 1981, cuando varios guardias armados del ejército invadieron el congreso, para barrer el asunto bajo la alfombra. Usaron la excusa que “temíamos resucitar las pasiones bestiales de la Guerra Civil”.
“En muchos pueblos y villas de España, la gente todavía tiene miedo de hablar de la Guerra Civil”, expresó el abogado Montserrat Sans, quien llevó el caso ante las Naciones Unidas. “La transición de España a la democracia tomó lugar ignorando el deber, internacionalmente reconocido, de investigar seria y sistemáticamente las infracciones de los derechos humanos”.
El caso de las fosas comunes españolas le hace burla a las inquietudes que los países imperialistas han mostrado acerca de la posibilidad de fosas comunes en los Balcanes, Afganistán, Irak o cualquier otro país que sea objetivo de ataque. El mismo juez español, Baltasar Garzón, hizo gran causa acerca de los desaparecidos chilenos cuando el dictador militar Augusto Pinochet fue arrestado e imputado de cargos criminales cuando se encontraba en Londres. Es difícil imaginar que [Garzón] no sabía nada de las fosas comunes en su propio país, pues era miembro dirigente del sistema jurídico y del gobierno socialista de 1982-1996.

A los parientes de las víctimas de la opresión fascista no les convendrá tener fe en el PSOE, el Partido Comunista, la Izquierda Unida o cualquier organización que por décadas toleró y ayudó a encubrir los crímenes de los fascistas. Si la presión ahora obliga a estas organizaciones a interesarse en el asunto es porque quieren conducirlo por una vía inofensiva. Es la conclusión a la que nos hacen llegar las palabras de Amparo Valcarce, diputada socialista de León ante el Congreso, quién presentara una moción al Congreso acerca del tema de las fosas comunes. Valcarce expresó que la democracia - y junto a ella “la reconciliación de todos los españoles” permite rescatar del olvido a todas esas personas que murieron “por defender a la República y la democracia”. Sin embargo, Valcarce, quien ha investigado el caso y llevado a cabo varias conversaciones con los amigos y parientes de los desaparecidos, declaró que ni ella ni su partido querían “culpar a nadie”. Añadió que los familiares “sólo quieren devolver la dignidad a sus muertos con algo tan elemental como su enterramiento, ya que se les privó del duelo, una práctica común en todas las civilizaciones”.
La “transición pacífica a la democracia” no sólo cubrió los delitos de la dictadura franquista, sino que previno al pueblo español hacerle frente a su propio pasado. A millones de jóvenes españoles se les mantiene ignorantes de los sucesos revolucionarios que tomaron lugar en su país durante la década del 30, así como también del papel contrarrevolucionario de las diferentes organizaciones que los traicionaron. Si el éxito se hubiera logrado, el curso de la historia mundial habría cambiado, como también habría cambiado el. La apertura de las fosas podría ofrecer la oportunidad de resuscitar estas lecciones.


RECUPERAR LA MEMORIA, OTRA HISTORIA ES POSIBLE

Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (16-3-2002)

La identificación de cuatro de los trece cuerpos que fueron exhumados de una fosa común en Priaranza del Bierzo es un paso importante para la historia. Se trata de la primera fosa común de la Guerra Civil a la que se le practican las pruebas de ADN y aunque esté sucediendo en el marco de una democracia que pronto cumplirá 27 años, nunca es tarde para reparar los errores de la historia.
 La apertura de la fosa de los conocidos como "Trece de Priaranza" ha sido, sin duda, un punto de inflexión en la relación de la sociedad con la memoria de unos hechos que marcaron la vida de muchos miles de españoles que todavía viven.  Cualquier sociedad necesita incorporar esos recuerdos a su patrimonio histórico. En la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial tardaron cerca de treinta años en soportar la revisión del nazismo y dejar de mirar en otra dirección, para no querer ver su pasado. Un margen de tiempo similar precisaron los franceses para revisar la colaboración de muchos ciudadanos con el nazismo. En España, donde ha existido una dictadura de casi cuarenta años, están a punto de cumplirse esos treinta años y puede que hechos como el de la exhumación de esta fosa y la identificación de los hombres que en ella permanecieron enterrados durante 64 años, sean los primeros síntomas de que la sociedad española comienza a enfrentarse con la madurez necesaria a la revisión de su pasado reciente.
 El hecho de que buena parte de las labores relacionadas con la recuperación de esta historia haya sido llevada a cabo por personas que nacieron en los últimos años de la dictadura o posteriormente a la a muerte de Franco también puede tomarse como algo sociológicamente sintomático. Los desgarros biográficos de la guerra, de la posguerra, la asfixiante vida cotidiana del franquismo para los perdedores y el miedo a las amenazas que sufría la democracia durante la Transición, han impedido que la generación que perdió a sus padres tras el alzamiento militar haya podido soportar el esfuerzo emocional de remover una historia que durante años había sobrevivido comprimida por el miedo, el silencio, la angustia y la desesperación.
Los hombres y mujeres que como los trece de Priaranza fueron sacados de sus casas y sus familias nunca volvieron a saber de ellos desaparecieron dos veces. La primera al morir y ser abandonados sus cuerpos en cunetas y campos. La segunda tras el final de la dictadura, durante estos años en que podían haber sido recuperados pero la interpretación de alguno de los posibles escenarios de la Transición los condenó a permanecer en el olvido.
La consolidación de la democracia y la solidez de la cultura democrática de los españoles se miden en situaciones de este tipo. Algunos columnistas de la prensa leonesa "advirtieron" a los promotores de las exhumaciones de que su objetivo no debía ser el de buscar venganzas o reabrir heridas; no supieron o no quisieron entender que lo que esto hace es cicatrizarlas. Conviene saber que la legislación acerca de la Desaparición Permanente, asumida por los países miembros de la Organización de Naciones Unidas, permitiría a los familiares la interposición de una demanda, puesto que los delitos de Desaparición Forzosa y Permanente no prescriben. Pero el camino es otro.
La identificación mediante las pruebas de ADN permitirá a los familiares tener la certeza del lugar y de las circunstancias en que se produzco la muerte de esas personas; un derecho que deberían garantizar las administraciones públicas. De ellas debería emanar el esfuerzo por reparar el olvido histórico y recompensar con el reconocimiento y la identificación a tantas familias. No hay que olvidar que durante los años posteriores a la Guerra Civil los gobiernos militares ofrecían ayudas a los familiares de los "caídos" del bando franquista para recuperar sus restos, trasladarlos y darles cristiana sepultura. Mientras el Estado en sus diferentes ámbitos no garantice las mismas ayudas a los familiares de los hombres y mujeres que murieron por defender un gobierno que había sido elegido por la mayoría de los españoles, tan solo cinco meses antes del alzamiento militar, se estará cometiendo un agravio comparativo.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, con la imprescindible colaboración y el esfuerzo de muchas personas, ha trabajado para "construir" un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas. El objetivo era llegar hasta el final, hasta que los huesos tengan un nombre y puedan descansar donde merecen. También descansarán sus familiares, esos hombres y mujeres que han pasado la vida con el padre o la madre en una cuneta.  Así se curan heridas, así se consolida la democracia y así se construye una sociedad en la que los derechos humanos y el respeto a las víctimas sea un punto de partida.

De Carrillo a Llamazares

Libertad Digital
Noviembre de 2002

Por  Antonio Burgos
Este inquietante y oscuro Llamazares que es el nuevo baranda que manda en Izquierda Unida me está haciendo acordarme mucho de Santiago Carrillo. Y no es que yo sea precisamente presidente del club de fans de don Santiago, de La Pasionaria y de todo ese baúl de los recuerdos, tan malos recuerdos para muchos. De don Santiago, cuando aún no estaba en el Hogar del Pensionista de la política, antes de esta su personal versión de los viajes del Imserso en forma de conferencias en fundaciones y centros culturales varios, no me gustaban ni las herramientas del escudo de su partido. En este punto mee pasaba como a Oselito, el personaje castizo, taurino y popular que el dibujante republicano Martínez de León publicaba en sus viñetas de El Sol. Al Oselito de Andrés Martínez lo animaron un día de Frente Popular a hacerse del PC y dijo, muy serio y con mucha gracia:
---¿Pero cómo me voy a apuntar yo a un partido que tiene en el escudo una hoz y un martillo, que son herramientas que nada más que sirven para hartarse de trabajar? Hombre, si por lo menos ese escudo tuviera una butaca y un langostino...
Desde su butaca y sus langostinos, Llamazares se niega a firmar el Pacto Antiterrorista y quiere un pacto pret-a-porter para que no le haga arrugas a Madrazo en el probador de sangre de Estella. Y aquí es donde surge mi admiración tardía y en lontananza de Carrillo, cuando compruebo la enorme capacidad de concesión que tuvo don Santiago, más patriota que Llamazares durmiendo. Si a Llamazares le hubieran pedido nada más que el 10 por 100 de cuanto concedió Carrillo, la Transición no hubiera sido tal como gozosamente fue. Santiago Carrillo, que venía del puño cerrado, de las barricadas del 36, del exilio del 39, de Moscú, de Stalin y del Pacto de Varsovia...
--- Y de Paracuellos del Jarama, no se le olvide a usted que Carrillo venía de Paracuellos del Jarama...
Pues más a mi favor todavía para lo que quiero decir. Porque quiero decir Carrillo, que venía del marxismo-leninismo stalinista de pata negra, que era Moscú puro de oliva, comunista por el plan antiguo y de cinco estrellas (rojas), cuando llegó el momento de las Constituyentes y tras la legalización del que entonces por antonomasia era El Partido de la lucha contra la dictadura, aceptó la Monarquía como forma de Estado, admitió la roja y amarilla como bandera constitucional y hasta la leche que mamaron los leones de las Cortes. Todo.
En cambio este oscuro e inquietante coordinador... (¿Coordinador, de qué, qué coordina? ¿No es más bien administrador de unas ideas en ruina y un partido apuntalado?) En cambio este Llamazares, que no viene de la Komintern, sino tirando muy largo del eurocomunismo democrático de Marchais y Berlinguer, que no ha conocido más que un PC legalizado y parlamentario, va el tío, se tira el monte donde Arzalluz da sus sermones y se pone a ponerle peros al Pacto Antiterrorista, cuando la mayoría de los votantes de Izquierda Unida, como gente de bien que son, como demostrados patriotas que son, quieren sumarse al bloque de la paz y la libertad. Hasta Comisiones Obreras y UGT le están dando ejemplo a este coordinador descoordinado, ¿quien lo coordinará?, que quiere que se fastidien el coronel Aznar y el comandante Zapatero, porque él no come rancho.
Que no firme Convergencia y Unión por un quítame allá ese preámbulo, tiene cierta lógica. Los nacionalismos, como los extremeños del abuelo de mi compadre Alfonso Ussía, se tocan. Lo que no me explico es que se alinee con el nacionalismo burgués (o lo otro) quien hasta ayer por la mañana defendía el internacionalismo proletario y que la izquierda sindical de los hechos le dé un ejemplo a la izquierda de las ideas. Peregrinas.


EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 141 – 19 de noviembre de 2002


AGAZAPADO EN LOS TANATORIOS

Por  Ángel Palomino
Con lo bonito que hace hablar bien de los muertos y cómo lo estropean los intelectuales orgánicos, los jóvenes analfabetos, los viejos malsines del periodismo gauchista, y esa casta nutrida, la politicalla, los que viven de la política integrados en el institucional aparato que reúne los  cientos de dedos elegidos a dedo en listas cerradas, dedos sometidos, obedientes a la orden de votar SÍ o NO como la disciplina partitocrática nos enseña; la politicasta de los mítines y las manifestaciones de virtuales cientos de miles de militantes unidos por la nómina con sus bosques de pértigas con banderita, luciendo el hierro sindical, rojas pegatinas pagadas por el contribuyente, ese Don Nadie, obligado a padecer las consecuencias salvajes de la huelga y la agresión informativa de los piquetes que -con violencia, descalabraduras y estrépito de cristales rotos- procuran el éxito del atropello.
¿Quién abusó del muerto Bardem? ¿Quién lo robó cubriendo su ataúd con una bandera que es, sólo, memoria de sangre, tiranía y lágrimas, repudiada en su país de origen, Rusia, la más atroz potencia antidemocrática del siglo XX?
-Era comunista -dicen orgullosos los que aún viven de eso-. Un intelectual comprometido en la lucha por la libertad y la democracia.
A José Antonio Bardem pudo incluirlo don Alfonso Guerra en la lista de exiliados de la contienda civil. La familia Bardem huyó de la zona roja y luego se pasó a la España de Franco. Juan Antonio lució con marcialidad la camisa azul en San Sebastián, con otros falangistas exiliados que actuaban como Falange Madrileña en la zona nacional.
Pasaron los años y a España  llegó el exquisito ramalazo del disgusto a papá, la moda italiana de asociar cine, comunismo, niñatería pija, dolce vita e intelectualidad. Coincidía con un fenómeno paralelo en Estados Unidos, donde el senador McCarthy realizó una meritoria labor de saneamiento social -con ayuda de la mayor parte de los profesionales, artistas e intelectuales independientes- para desenmascarar a los elegantes y bien carrozados comunistas especialmente en Washington, donde habían llegado hasta la Secretaría de Estado, y en el firmamento glamouroso de Hollywood. El Partido -antes, a través de la KGB y ahora de sus cenizas aún operativas en todo Occidente- nunca lo ha perdonado: todavía le disparan, matan su biografía con leyendas negras e insultos. También en España lucieron garbo marxista luchadores por la libertad como Rabal, Patino, Gades, Saura, actorcillos como Juan Diego, algunas actrices de medio pelo, este recién incinerado en olor de santidad camarada Bardem y su anciana hermana, erguida y envuelta en transparencias.
A mí me hubiese gustado dedicar unas palabras amables a Bardem, pero la masificada unidad de cultura de los orquestadores comunistas a la borreguil familia de las grandes empresas periodísticas, más la RTV del Estado, más todos los intelectuales de derechas e izquierdas incomprometibles con la verdad hacen irrealizable a los escritores independientes expresar un juicio solamente cortés y despolitizado: es obligatoria la indignidad y asentir a tanto disparate. Bardem nunca supo hacer algo que deseaba vehementemente y no le salía: cine de calidad. «Calle Mayor» es una película de costumbres, sencilla, discreta, medianilla, nada comunista ni de derechas ni de izquierdas; tenía un antecedente cinematográfico y un origen teatral, «La señorita de Trevélez» y lo mismo podría tenerlo en alguna novela de Fernández Florez que, a veces, se ponía melancólico. Así, en «Huella de luz» y en la bellísima novela y muy aceptable filme «El bosque animado» que, en su versión literaria, debió ser sobrada justificación para la fama universal en la que nadie pensó porque el autor mostró siempre desdén por la política y los políticos de izquierdas y la izquierda no perdona. En 1936 tuvo que refugiarse en una embajada y pasarse a la zona nacional, lo cual le salvó de morir en Paracuellos o en cualquier otro escenario justiciero popular de la milicianada progresista del poeta Alberti. Tan grave falta de respeto le cerró el acceso al premio Nobel y otros reconocimientos, como a Borges y a tantos otros sentenciados a muerte intelectual, cuando no a ambas penas. De la muerte física pudo escapar don Wenceslao; de la otra, no.
Ha sido incinerado Bardem, un director que pudo ser mejor. Un comunista que paseó el esmoquin y las buenas maneras con la soltura de sus camaradas internacionales. El Partido le dio la desmesurada fama que a tanto mediocre transfiguró en eminencia, a tanto fantasma en sabio psiquiatra, genial pintor, insigne economista, viejo profesor, cineasta renovador. El Partido espera agazapado en tanatorios y capillas fúnebres ardientes o frías. Su aparato lo encumbró, el muerto es suyo, lo secuestra, lo envuelve en sus siniestros ropones, pone focos a sus hoces, a sus martillos… Y todos los noticiarios dedican palabras, textos, imágenes al servicio de esa fama inventada.
Nos queda la foto; esa foto surrealista, patética: la anciana actriz Pilar Bardem con el puño en alto, y la más que madura chica de Almodóvar Marisa Paredes, exhibiendo también su puñito con el polvoriento saludo, cantan, aquella canción de los parias del mundo y los esclavos sin pan, que hoy suena rarísima. Entre una y otra, sin saludar ni cantar, atrapado, sorprendido, un secretario de estado: Marisa, relajada, saluda con aire chungo de noche Tropicana. Pilar, adopta posición militar de firmes, tipo Tianamen, para ejemplo de los parias y de los esclavos sin pan.
La viuda, doña María -mis respetos, señora, mi condolencia- no se unió a la cantata; perdón, al esperpento.

 AHORA, A CONDENAR LA REPÚBLICA
EL SEMANAL DIGITAL  (25 de noviembre de 2002)

Por  Alfredo Casquero
Según el doctor Alfonso Guerra, experto en toda clase de depuraciones y limpiezas, para curar una herida hay que airearla. Este docto personaje, cuyo ejemplo democrático habrá de ser estudiado en la politología moderna, y cuyo comportamiento durante su época dorada, hermanos aparte, puede perfectamente modelo para generaciones futuras, ha dado de lleno en la  solución del problema. Durante muchos años la izquierda española quería recuperar para la historia una parte de la desgracia pasada. Si a Carrillo no le importa, con la aprobación en el Congreso de los Diputados la semana pasada de una declaración sobre las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, podremos también solicitar que se exhumen los cadáveres de Paracuellos del Jarama, se podrá investigar donde quedaron los cadáveres después de los paseos, se podrá interrogar, con la ayuda de algún vidente, a algún poeta recién fallecido, cuya gaviota equivocada fue testigo y algo más de algún que otro asesinato. Podrán ser de gran ayuda.
Me parece muy bien que se quiera olvidar la Guerra Civil, sus trágicas consecuencias, la dictadura de Franco, la represión. Pero si seguimos el  consejo del hermano de Juan Guerra, aireemos todo, para que todo  cicatrice. Y durante los últimos 27 años la izquierda española, cuyas redes dominan o inspiran cualquier manifestación cultural, ya sea en el  cine, en la canción o donde queramos mirar, han aireado sólo una parte de la tragedia. Y no han querido olvidar, ni reconciliar. ¿Habría mejor argumento para una película intensa, dramática, que el asesinato, por ejemplo, de los monjes de Barbastro? Historias de esas hay muchas. En cada pueblo de España. Historias que ya no se cuentan, porque no interesa contar la verdad, sino sólo una parte. Es imposible saber el número de personas asesinadas por el grave delito de confesar su fe. Y eso ocurrió antes de la Guerra Civil. Casi siete mil personas, obispos, monjas, sacerdotes y frailes fueron asesinados, torturados, violados, con el beneplácito o la inacción de la II República. Números entre los que no se incluyen los católicos "paseados", e igualmente asesinados por el mismo  motivo.
La izquierda española, tan rencorosa, no ha cumplido el principal pacto de la transición, que era asumir el pasado, y no volverlo a utilizar en contra de nadie. La izquierda española, y la izquierdona de los vetustos  comunistas, han tratado de dar una patada al PP en la memoria de todos los españoles que sufrieron una de las persecución más sangrientas de la Europa moderna. No hay forma de hacerles entender que Franco murió hace muchos años, y que España no necesita que cada mes, en cada momento  electoral, saquen a relucir parte del pasado.
Pero esto, no evita el gravísimo error del PP. El complejo, la cobardía, el cálculo electoral por encima de cualquier otra consideración avergüenza a quien como yo, voté en su día al PP. No se entiende, salvo por una  vergonzante estrategia electoral que hubieran aprobado declaración  semejante sin que a su vez, no se exigiera la condena también de los asesinatos producidos desde el 31. Si no ellos no olvidan, yo tampoco.  Quiero una condena en el Parlamento, aprobada por socialistas y  comunistas, por toda la Cámara, de los sucesos que fueron causantes de la Guerra Civil. Quiero que el Parlamento español, socialistas y comunistas, pidan perdón a los familiares de quienes sufrieron la terrible persecución religiosa que originó la Guerra Civil. Quiero una condena de la represión sufrida durante la II República, y de los asesinatos en masa, y de la barbarie comunista. Quiero una resolución unánime en la que se condene los  años trágicos del 31 al 36, y en la que todos los parlamentarios, izquierda incluida, se solidaricen con las víctimas. Había olvidado y perdonado, pero la semana pasada me ha hecho recordar muchas historias. Para que una herida cicatrice hay que airearla. Pero de nada sirve airear la mitad de la herida, cuando la zona más afectada, la que más ha sangrado, la más podrida, continúa oculta. Si realmente la terapia consiste en cicatrizar, que cicatrice todo.

DESTIERRO DE ODIOS
Libertad Digital
25 de Noviembre de 2002

Por  Cristina Losada
Cuando la transición, yo era de los indignados por el pacto de silencio sobre los crímenes de la guerra civil y el franquismo. Entonces creía a pies juntillas en la versión que nos habían dado de la guerra los partidos y los presuntos historiadores de la izquierda. Los dos bandos habían cometido barbaridades, cierto, pero la derecha más y sus fines habían sido infinitamente más perversos: acabar con un régimen democrático, aniquilar las libertades. Eso pensaba, ignorante de la realidad histórica, y me enfurecía que los comunistas, que eran el partido fuerte de la oposición, aceptaran correr un tupido velo sobre aquel mar de iniquidades.
Hoy, tras veintitantos años de democracia y libertades, los que entonces callaron, más todos los antifranquistas retrospectivos, criados a las ubres prisaicas, se ponen como locos a desenterrar huesos y a convocar a los fantasmas de la guerra civil. ¿Les ha dado por el espiritismo? No. La fiebre que les ha puesto a remover el pasado tiene un primer y primario causante: se llama próximas elecciones, o cómo llegar al poder. Y el virus ya les atacó en anteriores comicios y produjo un delirio célebre: la identificación del PP con los asesinos de García Lorca.
Tan superiores se sienten los socialistas, tan creídos de su alquímica habilidad para hacer de la mentira una “verdad”, que ni se les ocurre que quedan en evidencia. Pues si hay que honrar ahora a los muertos y a los exiliados, entiéndase que a los suyos, significa que no lo hicieron en sus catorce años en el poder. Un largo olvido en cierto modo justificado: estaban ocupados en cosas más importantes, como llenarse unos bolsillos hambrientos, lo que sin duda exige esfuerzo y dedicación. Y lo hicieron a conciencia.
Pero que la izquierda española recurra a estos revivals del pasado indica que subyacen razones más profundas. La República y la guerra civil, en la versión de la izquierda, han sido siempre una de sus principales fuentes de legitimidad política y moral: le permiten aparecer como “defensora de la democracia y víctima del fascismo”. Y ese falso pasado, que le hizo llegar con prestigio y aureola de santidad a la transición, se ha vuelto doblemente importante tras el paso depredador de los socialistas por el gobierno. El PSOE necesita un pasado mítico del que enorgullecerse para difuminar un pasado reciente de latrocinio y tropelías del que no reniega.

Resucitar el pasado tiene otra “ventaja”: resucita al enemigo. Igual que en la República, como muestra Pío Moa en su trilogía sobre esa época y la guerra, la izquierda necesitó una derecha fascista y se la inventó cuando apenas existía, hoy los socialistas necesitan y reinventan una derecha autoritaria y antidemócrata. Para probar ambos pecados en el PP lo vinculan una y otra vez al franquismo, régimen que retratan como absolutamente despreciable y al que no reconocen ni un logro, y menos el de que se hiciera el harakiri. La izquierda española está acostumbrada a construir su legitimidad sobre la deslegitimación de la derecha, lo que la lleva, en esta democracia como en la República, a considerarse la única con verdadero derecho a gobernar.

En fin, si este desentierro no fuera hijo del oportunismo y del sectarismo, cabría un debate serio acerca de los ajustes de cuentas con el pasado y las virtudes terapéuticas de la verdad. Michael Ignatieff dice en su ensayo “Una pesadilla de la que intentamos despertar”, que no siempre la verdad y la justicia facilitan la reconciliación y que lo que precisan muchas sociedades castigadas por conflictos civiles es olvidar. Pues la verdad está relacionada con la identidad, definida en parte por oposición al otro, y aún en el caso de que los bandos enfrentados pudieran ponerse de acuerdo sobre la verdad factual, lo que interesa a la gente es la verdad moral, y ahí las dificultades son inmensas: es casi imposible que se reconozca quien tuvo más culpa.
 Ignatieff habla de conflictos recientes, Yugoslavia, Ruanda, Sudáfrica, en donde persisten “comunidades consolidadas por el miedo”. Cuando el miedo al otro desaparece, cuando ha pasado tanto tiempo como en España, debería ser posible hablar con franqueza de lo que ocurrió, ir filtrando y desechando las mentiras. Pero si uno de los bandos se nutre de un paso falsificado y lo alimenta para basar en él su estrategia presente, asistimos tanto al entierro definitivo de la verdad como al peligroso desentierro de los odios.
Escarbar en la tierra de los muertos para instrumentalizarlos, como hacen el PSOE y otros, es una afrenta a los muertos, cuya indignidad no se justifica, sino que se redobla por el hecho de que lo hiciera Franco con los suyos. Si se hace bajo la banderola de una versión de la guerra que borra la responsabilidad crucial de los socialistas y la izquierda en ella, el pasado no vuelve jamás a ser pasado, los muertos se convierten en fantasmas que piden venganza y la historia, en pesadilla de la que no se puede despertar.

PARACUELLOS DE JARAMA  1936
BIOGRAFIA de  SANTIAGO CARRILLO SOLARES.   
Ex secretario General del  PCE
 
(Gijón,1915- ?) Desde 1928 (13 años) fue miembro de las Juventudes Socialistas, en las que actuó para convertirlas en comunistas, partido al que pasó en 1936. Participó en la revolución contra el gobierno republicano de octubre de 1934 en Asturias como secretario general de las Juventudes socialistas, por lo que tras su derrota fue ingresado en prisión hasta que fue liberado en febrero de 1936 con la victoria del Frente Popular.  Fue el cabecilla de una maniobra secreta por la que pasó las Juventudes Socialistas a las Comunistas, formando las Juventudes Socialistas Unificadas, de carácter comunista.  Él se afilió al Partido Comunista de España.  Durante la guerra civil, entre noviembre de 1936 y enero de 1937, como Delegado de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid se vio involucrado en el genocidio de miles de personas durante noviembre y diciembre de 1936 especialmente en Paracuellos del Jarama (Madrid), participación nunca aclarada por él suficientemente. En entrevista con el historiador no franquista Javier Cervera le dijo "... Para mí lo importante era que Franco no pudiera organizar tres (...) cuerpos de ejército (...) Y ese objetivo lo logramos.  ¿No lo logramos salvando la vida de esta gente?  Es verdad, pero en aquel momento moría mucha gente en Madrid (...).  Remordimientos de conciencia no tengo ninguno y pienso que cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo que hice yo (...).  Pero, lo cierto que en ese momento era o ellos o nosotros.  (...) odio a esa gente le tenía yo tanta como le tenía la mujer que le habían hundido la casa.  (...) En aquel momento eso me preocupó como un hecho político negativo para la República" (Madrid en guerra, Ed. Alianza Editorial, 1999, página 103).
 Los crímenes de Paracuellos del Jarama pese a la, al menos, inactividad de Carrillo eran tan fáciles de detener que con sólo la voluntad que puso el anarquista Melchor Rodríguez se detuvieron ipso facto.  Por ello, con sólo la acción de Carrillo en un principio se hubieran salvado miles de vidas.  Si no dio la orden ni lo conoció demuestra una incapacidad política en el cargo que le debía inhabilitar de por vida a responsabilidades públicas.  A finales del verano de 1936 se pasó al Partido Comunista Español, y en 1937 fue nombrado miembro del comité central del PCE.  En 1939 rompió con su padre, Wenceslao Carrillo, por la decisión de éste de unirse a los que consideraban perdida la guerra.  Tras la derrota militar huyó a Francia y Méjico.  Intentó una frustrada invasión guerrillera a través de los Pirineos con los maquis que salvo asesinar a algunos civiles, sacerdotes y guardias civiles no dio ningún resultado por la pasividad y oposición de la población civil.  En 1960 fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de España (VI Congreso del PCE).  Era gran amigo del terrible dictador rumano Ceaucescu y fue acogido por Stalin en la Unión Soviética hasta que regresó a España en febrero de 1976 donde fue diputado en las Cortes monárquicas entre 1977 y 1986. Tras su fracaso en elecciones democráticas en 1982 se retiró de la secretaría hasta que en 1985 fue excluido de los órganos de dirección del PCE, al que abandonó después, creando un desconocido Partido de los Trabajadores de España-Unidad Comunista que obtuvo un fracaso electoral en las elecciones al Parlamento Europeo.  En 1991 firmó un acuerdo para que los miembros de su partido ingresaran en el PSOE.  La imagen corresponde a los años de la República o a los que se le vincula con el genocidio de Paracuellos del Jarama (Madrid, 1936).
          www.geocities.com/Athens/crete

Ortega y Gasset y los mártires de Barbastro
La Razón   12 de noviembre del 2002
Por Monseñor  Juan José Omella Omella.  Obispo de Barbastro (Huesca)
El pasado 25 de octubre se cumplieron diez años de la beatificación de los 51 jóvenes mártires de Barbastro, la mayor parte de ellos de 21 a 25 años. «¿Por primera vez en la historia de la Iglesia, todo un seminario mártir!», exclamó Juan Pablo II al final de la proclamación de los beatos. Sus voces, sus escritos, sus cánticos, su entusiasmo, se han ido irradiando por todo el mundo, en oleadas de asombro y de devoción.
En estos años, muchos seminarios los han elegido como patronos por su fidelidad. Parroquias, colegios, comunidades religiosas, seminarios, movimientos apostólicos piden reliquias, piden un poco de tierra empapada en la sangre de los mártires de la carretera de Barbastro a Berbegal, levantan monumentos individuales y colectivos, celebran el día de su glorioso martirio. Crean museos a semejanza del de Barbastro, como ha ocurrido en Polonia y Paraguay. En las misiones claretianas de Oriente (Filipinas, Timor, Taiwán, Corea, Vietnam...) a los claretianos se les conoce como «los padres de los mártires de Barbastro».
El hermoso sueño de los mártires de Barbastro -evangelizar a todo el mundo- se está cumpliendo. El beato Rafael Briega, que había sido destinado a China, a la misión de Tunki, y que poseía un amplio conocimiento del lenguaje mandarín, dejó escrito en vísperas de su sacrificio: «Díganle al P. Fogued que ya no puedo ir a China; ofrezco mi sangre por esas misiones». Una reliquia del beato Briega ha llegado ya hasta China continental.
Por el museo de los mártires de Barbastro pasan miles de peregrinos, que acaban todos conmovidos. ¿Cuántas veces se oye repetir estas expresiones: «Visitar este museo es como participar en unos ejercicios espirituales»! Un obispo polaco, al llegar a la cripta de los mártires y enterarse de que el noventa por ciento del clero de la diócesis había sido fusilado y que hasta se había obligado a todas las familias cristianas que tenían nichos en el cementerio, a borrar y hacer desaparecer las cruces y símbolos religiosos, exclamó: «Pero esto que pasó aquí fue algo satánico. Ni en Polonia, bajo los nazis, ni bajo el comunismo, se llegó a tanto». Uno recuerda las palabras de Ortega y Gasset: «Yo no he podido sentir nunca hacia los mártires admiración, sino envidia. Es más fácil lleno de fe morir, que exento de ella arrastrarse por la vida».
Y las de Schmauss: «Los que creen sólo en el mundo de la experiencia se sienten inquietos en su seguridad mundana por los testimonios de un mundo transcendente y buscan quitárselo de encima por todos los medios, con la astucia y la fuerza. Su odio no conoce límites, tienden a la destrucción, a la persecución destructora de los que quieren perseverar hasta el fin».
Ojalá que el testimonio de estos jóvenes mártires de Barbastro ayude a las nuevas generaciones de bautizados a vivir el gozo de la fe, la fidelidad al Evangelio, la belleza suprema de Dios. Él es la única esperanza del Hombre. Y la verdadera alegría del mundo.


MI COMPAÑERO JUAN ANTONIO BARDEM
ABC. 13 de noviembre de 2002
Por JOSÉ ANTONIO VACA DE OSMA. Embajador de España
HASTA 1936 fuimos compañeros en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar de Madrid, de colegio, de clase y hasta de pupitre. Él, Juan Antonio, sacaba bastantes buenas notas, aunque no era de los mejores. Jugaba a veces de portero de fútbol, yo siempre de extremo derecha. Bardem era algo gordito y todos sabíamos que sus padres eran dos buenos cómicos de la época, Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro.
Terminamos cuarto año de bachillerato y luego vino la dispersión del verano, el terrible verano del 36.
Le encontré poco más tarde en San Sebastián, zona nacional. Con sus padres, Juan Antonio había huido de la zona roja, donde no había ni teatro, ni toros, ni fútbol, ni comida... Así Matilde y Rafael Bardem pudieron actuar con éxito durante los tres años de la guerra en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, en Sevilla, y en otras ciudades de la retaguardia nacional, en las que se vivía una casi ofensiva normalidad.
Juan Antonio Bardem, mi compañero de colegio, llevaba camisa azul con el yugo y las flechas. Pertenecía a la Falange de Madrid en la capital guipuzcoana, con Eduardo y Gregorio Manzanos, que luego fueron sus productores cinematográficos, con Federico Izquierdo Luque, con José Manuel Rivas, con Ángeles Ramos y otros jóvenes, más bien adolescentes, que organizaron allí el SEU.
Muchos años después, en 1957, encontré a Juan Antonio Bardem en el Hotel Reina Isabel, de Ávila. Yo iba a saludarle cuando noté que me rehuía en el hall y en el comedor. Él dirigía entonces una película, creo que en la propia ciudad amurallada y me parece que por allí andaban como protagonistas una actriz mexicana, Rosita Arenas, y el galán de moda, Armando Calvo. Unos años después coincidí de nuevo con Bardem y le pregunté por qué me había huido en Ávila hasta por los pasillos del hotel. Su respuesta me resultó ingenua, casi cómoda: -¿No sabes que soy comunista? Temía que tú, por tu autoridad en la provincia, me ibas a meter en la cárcel. -¡Qué cosas más absurdas dices, y precisamente a ti, mi amigo y compañero, cuando he estado nueve años al frente de aquel gobierno y nadie fue en mi tiempo a la cárcel por motivos políticos...!
Nuestro nuevo encuentro tuvo lugar en la Embajada de Italia cuando vino a Madrid el presidente Pertini. Estábamos charlando Juan Antonio y yo cuando me dijo: -Te voy a presentar a Santiago. Ese Santiago al que ahora se le reverencia y se le llama don Santiago. Un personaje que me recordaba demasiado su destacada actuación en los días nefastos de Paracuellos. Así que rechacé la invitación: -Perdona, pero no me interesa.
Por mi carrera y por sus actividades e ideas, tan lejanas de las mías, no volvimos a coincidir. He sentido mucho la muerte del antiguo pilarista, que tan buen cine hacía en tiempos de Franco. Ahora he visto en la televisión su entierro, triste espectáculo staliniano, trasnochado, puños en alto, banderas rojas, la hoz y el martillo, la «Internacional»... Me sorprendieron algunas conocidas actrices alzando el puño con gesto agresivo. Las declaraciones de muchos asistentes eran casi unánimes, todos habían padecido bajo la tiranía franquista, aquellos tiempos en los que triunfaban Bardem, Berlanga, Fernán-Gómez, Rabal, Gala, Marsillach, Sastre... Y se situaban ventajosamente los que hoy dominan importantes medios de comunicación y en el supuesto mundo cultural e intelectual. Todos les conocemos. Alguno de ellos ha dicho: «Contra Franco vivíamos mejor». Dan ganas de reír... o de llorar.


REESCRIBIR LA HISTORIA DE ESPAÑA
Libertad Digital
13 de noviembre de 2002

EDITORIAL   
La especie de que la II República en 1936 era un feliz y pacífico estado de derecho gobernado por una izquierda plural, progresista y democrática contra la que las odiosas fuerzas de la reacción se sublevaron para imponer la dictadura, a fuerza de repetirse en las publicaciones y en los libros de texto que estudian nuestros bachilleres y universitarios, ha acabado por convertirse en la “versión oficial” de aquel triste periodo de nuestra historia.
Tanto es así que hoy se empieza a ver el pacto fundacional de la transición y de la democracia española –consistente en la voluntad de la izquierda y de la derecha de enterrar definitivamente el pasado junto con sus muertos para alumbrar un futuro de paz y libertad– como una especie de conspiración de silencio impuesta por los herederos del franquismo para ocultar un pasado de barbarie del que, al parecer, la izquierda fue víctima y nunca verdugo.
A pesar de que la guerra civil española es quizá el episodio histórico del siglo XX sobre el que más mentiras e inexactitudes se han dicho y escrito, los historiadores más dignos de crédito, así como las numerosas pruebas documentales y los testimonios de quienes la vivieron, indican que el número de asesinatos políticos cometidos por el llamado bando republicano (bajo el control de Stalin en la época más virulenta de los Procesos de Moscú) en el mejor de los casos nada tuvo que envidiar al que cabe atribuir al bando nacional, superando con mucho a los partidarios de Franco en saña y arbitrariedad.
Algunos de los protagonistas de aquella tragedia, como Santiago Carrillo y Dolores Ibarruri, conscientes de que nada tenían que ganar, mucho que perder y todavía más que callar desenterrando los muertos de la guerra civil, predicaron la “reconciliación nacional” y decidieron aceptar el generoso ofrecimiento de la derecha en la transición para cubrir con un manto de olvido aquellos años.
Pero un cuarto de siglo después, debilitada la memoria histórica por el transcurso del tiempo, el fallecimiento de los testigos y la constante manipulación de los hechos por parte de quienes han hecho un lucrativo negocio –con réditos tanto económicos como políticos– de la reescritura de la historia de la guerra civil y de la dictadura de Franco en clave de mitologema progre, la izquierda quiere romper aquel pacto de piadoso silencio exigiendo a la derecha representada por el Partido Popular que condene explícitamente el Alzamiento Nacional y la dictadura de Franco, como si eso fuera necesario o pertinente a estas alturas. Y a esto se añade la exhumación literal de los represaliados por el bando nacional, que aplaudía en días pasados el propio Carrillo, quien todavía no ha pedido perdón por los que ordenó fusilar en Paracuellos.
No es difícil adivinar que este repentino interés por los muertos del bando republicano en la guerra civil obedece a intereses políticos en la órbita del PSOE, que siempre ha agitado irresponsablemente el espantajo de la guerra civil con fines electorales, aunque durante sus 13 años consecutivos de gobierno tuvo tiempo de sobra para remover tumbas.
Así las cosas, no es extraño que medios de comunicación extranjeros de tendencia “progresista” como The New York Times (que leen más de 7 millones de personas) ignoren 25 años de democracia que incluyen 13 de gobiernos del PSOE y hablen en torno a este asunto como si acabara de finalizar la dictadura y los españoles se atrevieran por primera vez a hablar de su pasado reciente, exigiendo al partido “heredero” del franquismo que se sume a la “nueva era de transparencia” que la democracia demanda.
Los prejuicios y la arrogancia con que la progresía norteamericana aborda los asuntos de países distintos al suyo le impide contrastar mínimamente la versión de los hechos que les proporcionan sus colegas del “tercer mundo”. Aunque también hay que decir que los injustificados complejos de la derecha le han impedido contrarrestar eficazmente la manipulación y deformación de la historia que socialistas y nacionalistas han practicado e impuesto en los últimos 25 años.


ACUSAN AL GOBIERNO DE AZNAR DE FRANQUISTA

Libertad digital
13 de noviembre de 2002

The New York Times ofrece una visión sesgada de la historia reciente de España.
 
“Los españoles se encaran por fin con el fantasma de Franco”, así tituló el diario neoyorquino este lunes un reportaje fechado en Madrid y publicado en su página dos. Las autoras, Elaine Scolino y Emma Dalyal, acusan al Gobierno Aznar de complicidad con el franquismo y consideran que nuestro país está despertando de una amnesia colectiva que ha durado más de veinticinco años.

(Libertad Digital) Al parecer, España, después de 25 años de democracia que incluyen 13 de gobiernos socialistas, “sólo ahora empieza (...) a superar el terror del alzamiento armado de 1936 y la guerra civil que llevó al generalísimo al poder. (...) a trancas y barrancas, los españoles empiezan a superar su temor a que algo malo les suceda si se atreven a recordar, rompiendo una conspiración de silencio que podría obligar al gobierno español de centro-derecha a reconocer una época que quería olvidar”. Así analiza la historia de España un artículo del periódico “The New York Times”.
Acaso el párrafo más llamativo es el que se refiere al Partido Popular: “Pero el gobierno no se ha sumado a la nueva época de claridad. Quizá esto no sea sorprendente, habida cuenta de que el conservador Partido Popular al que pertenece el primer ministro, José María Aznar, tiene en parte raíces franquistas y que veteranos políticos procedentes de la época de Franco siguen próximos al Gobierno”
Las autoras de la noticia se han basado en la reciente exposición “El Exilio”, inaugurada por Don Juan Carlos el pasado septiembre, en la abundante y a veces poco objetiva literatura sobre la Guerra Civil publicada últimamente –citan la novela de Dulce Chacón “La voz dormida”, “Esclavos por la patria” de Isaías Lafuente, y "Los niños perdidos del franquismo”, de Montse Armengou y Ricard Belis–, así como el “drama” televisivo “Cuéntame”, que, “aunque en un tono edulcorado, muestra la vida cotidiana de la España de los años sesenta (...) que describe a los españoles como una vez fueron: tímidos e inseguros en los decadentes años de gobierno derechista”.
Asimismo, se hacen eco de las actividades de Emilio Silva, nieto de un combatiente republicano, quien ha creado la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica, cuyo fin estatutario es ayudar a las víctimas republicanas encontrando las fosas comunes donde fueron enterrados los fusilados del bando nacionalista para identificarlos y darles sepultura; aunque, según su fundador, "también atendemos peticiones para exhumar cuerpos de fusilados que lucharon al lado de Franco”.
El diagnóstico de Scolino y Dalyal, aparte de desconocer profundamente la realidad política y sociológica española, no tiene en cuenta que los mayores interesados en esa “conspiración de silencio” fueron los propios miembros y “herederos” del bando izquierdista en la guerra civil, quienes acordaron, junto con los representantes de la derecha, no remover los horrores del pasado para hacer posible un futuro en paz y en libertad. Baste recordar, como simple ejemplo de lo que sucedía en las zonas dominadas por el gobierno republicano, a Santiago Carrillo y a la Pasionaria, quienes fusilaron miles de presos políticos, sin juicio previo, en Paracuellos del Jarama.


LA DESMEMORIA TAMBIEN MATA

FUNDACIÓN FRANCISCO FRANCO

BOLETÍN INFORMATIVO  Núm. 91


Mienten, mienten, mienten, es hoy el deporte al que se han aficionado políticos, periodistas y falsos historiadores: es una droga; ya no pueden vivir sin la mentira y pierden el miedo a la verdad; están íntimamente convencidos de que la verdad ya ha sido borrada y nadie se atreve a revelarla o a contradecir la mentira, porque lo tacharán de embustero, de fascista, de enemigo de la democracia. T, asombrosamente, los medios de comunicación del Estado se suman a la desinformación con reportajes espeluznantes y versiones infames, falsas o sesgadas, inadmisibles en emisoras oficiales. Y en periódicosde derechas de toda la vida.

Sesenta y seis años después, la machacona y desvergonzada actividad desinformadora comunista no se contenta con dar por borrados sus crímenes de la Guerra Civil; sabe que algunos son imborrables; entonces da un paso adelante y justifica los asesinatos: las víctimas eran enemigos peligrosos.

Ya han sembrado la idea de que la Iglesia Católica se sumó al <<bando rebelde>>. Sólo eran dos los bandos; en el llamado Nacional, la Iglesia siguió siendo iglesia; en el llamado Rojo, se procedió a su exterminio iniciado en 1934, pero de eso no se debe hablar porque reconocerlo es <<abrir viejas heridas>> y hasta se logró que en el Vaticano se paralizasen las causas de beatificación de los mártires hasta que Su Santidad Juan Pablo II puso orden en el asunto. La represión tergiversadora ha sido tan eficaz que los asesinos han perdido el miedo a hablar de aquel horror.

El día 10 de agosto del 2002, en el diario <<El Mundo-El Día de Baleares>>, se publica una entrevista del periodista Antonio Lucas a un siminiestro personaje del Partido Comunista. El entrevistador le hace una pregunta aludiendo, quizás, a la actitud de ciertos obispos que condenan de boquilla el terrorismo cuando sacude el árbol, pero se identifican con quienes cosechan las nueces políticas del terror.
Pregunta.- ¿Qué le parecen los obispos?
Respuesta.- Pues creo que los obispos sí que pueden ser peligrosos en determinadas circunstancias históricas. Por ejemplo, lo fueron en España en el treintaiséis.
En el treinta y seis, ellos fusilaron a trece obispos que murieron perdonando a sus asesinos. El personaje de la entrevista es ese a quien los políticos, los periodistas, llaman don Santiago Carrillo, responsable histórico de la fosa común de Paracuellos del Jarama.

Por si se ha olvidado que las heroicas milicias de su partido, en ardorosa competencia con las de otros demócratas del Frente Popular, hicieron justicia eliminándolos, le ofrezco la lista de aquellos mártires:
Asensio, obispo de Barbastro.
Basulto, de Jaén.
Borrás, de Tarragona (aux.).
Enténaga, de Ciudad real.
Huíx. De Lérida.
Irurita, de Barcelona.
Laplana, de Cuenca.
Madina Olmos, de Guadix.
Nieto, de Sigüenza.
Polanco, de Teruel.
Ponce, de Orihuela.
Serra, de Segorbe.
Ventaja, de Almería.

Con esa respuesta han sido nuevamente asesinados por la misma razón que en 1936: porque eran obispos. Y si le interesa refrescar la memoria, le añado tres datos. Pacíficos y nada peligrosos, fueron sacrificados 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 monjas. Y un dato más: 20.000 templos fueron destruidos o saqueados.
A. P.



MEMORIA HISTÓRICA


EL HOLOCAUSTO DE PARACUELLOS


P’ALANTE Quincenal Navarro Católico nº 463


Por J. ULÍBARRI

El diario “El País” de 7-X-2002, continuando el desarrollo de la nueva consigna socialista de ‘recuperar la memoria histórica’, informa del proyecto del ‘conocido’ (¿?) dramaturgo José Sanchís Sinesterra de representar a partir del 8 de noviembre próximo en el Ateneo de Madrid una colección de nueve pequeñas piezas teatrales bajo la común rúbrica de “Terror y miseria del primer franquismo”. Estas obras están consagradas a luchar “contra la amnesia generalizada en lo tocante al franquismo, que ha producido el ascenso al poder del PP.
Curiosamente, a ese mismo ascenso del “centro reformista ha contribuido también, aunque por otros conductos, la amnesia que igualmente padecen muchos católicos y miembros de la España Nacional. Nosotros también tenemos que luchar contra la amnesia. ¡Católicos: luchad contra la amnesia!.
Para ayudarnos, conmemoraremos en este mes de noviembre las matanzas de cristianos en Paracuellos del Jarama. ¡Aquello sí que fue un holocausto, sólo que sin la propaganda internacional, comparable a la del holocausto judío! Fue el paradigma de las matanzas colectivas, porque, refiriéndonos solo a eclesiásticos, antes y después, estos eran asesinados aisladamente o en grupos muy pequeños. A Paracuellos fueron grupos grandes formados en las cárceles y en otros centros de detención por religiosos de distintas órdenes.
En los días 7 y 8 de noviembre de 1936 tuvieron lugar las más famosas “sacas” de presos para ser asesinados, pero hubo muchas más. La Cruz Roja Internacional y algunas embajadas protestaron en vano. Se calcula que solamente en esos dos días fueron asesinados mil quinientas personas, si bien no todas religiosas. Se les ametrallaba al borde de siete grandes fosas de más de cíen metros. Los que no morían paralizados por el espanto, lo hacían al grito unánime de “¡Viva Cristo Rey!”.Al comenzar diciembre se suspendieron los asesinatos en masa.
La visión de conjunto. El Holocausto cristiano de Paracuellos vuelve a tener protagonismo histórico, con motivo de la visita a España del Papa Juan Pablo II. Fue por omisión, No lo fue a visitar en su largo periplo. Tampoco había ido a las fosas de Katyn donde los rusos asesinaron a toda la oficialidad del ejército polaco. Sin embargo, visitó cinco veces el campo alemán de Auschwitz, donde se enfrentaron nazis y judíos, dos bandos que ninguno era cristiano. Pero se ha dicho que porque había que tener siempre presente “la visión de conjunto”.
Ahora vuelve a hablarse de esa visión con motivo del revuelo levantado por las canonizaciones de Isabel la Católica, Fray Bartolomé de las Casas y el P. José María Escrivá. Antes, por el bloqueo de la canonización de los Mártires de nuestra Cruzada, levantado finalmente por el Papa Juan Pablo II.
Eso de la visión de conjunto está adquiriendo, al lado de su aceptación clásica, otra. En su versión noble y tradicional forma parte de la virtud de la prudencia, que integra todos los factores posibles antes de tomar una decisión. Renunciar, pues, a la visión de conjunto es, pues, una imprudencia. Pero en la practica vamos viendo situaciones en que se invoca sin fundamento comprobable y luego, si se comprueba que éste no existe, se convierte en coartada de planteamientos censurables. Mucho ojo, pues, en aceptar alegremente y a priori apelaciones a la visión de conjunto. Hay veces que hay que echarse a temblar.


EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 139– 5 de noviembre de 2002


‘CINISMO UNIDO’


IU exige honrar la memoria de los «esclavos» del franquismo (El País 20-octubre-2002)
Hasta el inesperado suceso de la caída del imperio soviético, el Partido Comunista español recibió, en la persona del dirigente Ignacio Gallego, español predilecto del eminentísimo Politburó, ayuda mensual en dólares, moneda con la que el comunismo combatía al capitalismo. Desde 1976, el dinero que antes llegaba a través del partido comunista francés, pasa directamente al camarada Gallego encargado de mantener la trama soviética que nos traería ese futuro que Gallego, Dolores y Carrillo conocían y deseaban para los españoles tan contentos con la democracia que nos habíamos dado sin mover un dedo. Ellos, los viejos comunistas sabían lo de Paracuellos, lo de las chekas, lo del chekista Alberti, lo de la caza de troskistas… y sabían lo de las purgas estalinianas, lo del Gulag… Y ahora vienen estos socios del horror hablando de los «esclavos del franquismo». Estos masturbadores del cadáver soviético, activos panegiristas del terror rojo. Todavía en 1984, el diputado democrático camarada Gallego recibió, además de la cuota habitual (20.000 dólares fijos más gastos) una dotación extraordinaria de 50.000 dólares para sanear el partido, viciado por la corriente eurocomunista, con la invención del Partido Comunista de los Pueblos de España, «parte integrante del movimiento comunista internacional» según estimulante comentario de Pravda.
La desvergüenza comunista impone el terror propagandístico mediante estos trucos. La organización que más esclavos creó en el siglo XX (la que, por poner un ejemplo, desterró de sus pueblos a 500.000 chechenos condenados a trabajar y a morir en Siberia) busca esclavos franquistas y pide monumentos que los recuerden… Y lo piden «en honor a la memoria colectiva y a la verdadera historia de nuestro país». Y nadie les sacará a relucir su pasado. Al contrario, todo «progresista» votará que «vale, compañero, leña a esos anticomunistas que tuvieron la desvergüenza de vencer a Líster, a Zhukov…». Los conservadores suelen abstenerse, aunque cada vez se lo ponen más difícil.
La historia apaleada; eso es práctica habitual entre los comunistas.

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Por Alvar frías
El secretario general del Partido Comunista de España, esa institución obsoleta, deplorable durante su existencia en los países que la tuvieron que padecer, que sumió a una importante población del orbe en la miseria, que ha asesinado a millones de seres, y que no tiene nada que ofrecer, digo que el secretario general del Partido Comunista de España, Francisco Frutos, hace unos días lanzó a los cuatro vientos que el PP «no sería considerado un partido absolutamente democrático hasta que no condene el levantamiento del 18 de julio de 1936».
¡Si será cínico! Y lo dice, naturalmente, haciendo abstracción de que por culpa del partido que él representa en la actualidad tuvo que producirse el levantamiento del 18 de julio que condena, y gracias a ese levantamiento él vive tan ricamente hoy.
Francisco Frutos debería reflexionar, aunque sólo fuera durante un cuarto de hora, para darse cuenta de las sandeces que dice y que sería mejor dejara el PC y se pusiera a trabajar como un españolito cualquiera para ganarse el pan en vez de hacer recomendaciones desdichadas a diestro y siniestro.

El cráneo
ABC 1 de noviembre de 2002

Por Afonso Ussía
Estos últimos meses, muy bien filmados por las cámaras de los servicios informativos de Tele-5, se suceden uno tras otro desenterramientos de cadáveres correspondientes a víctimas de la brutalidad de nuestra Guerra Civil. Curiosamente sólo de víctimas de un lado. Tres cráneos por aquí, cinco por allá, doce en una fosa común hallada en las afueras de un pueblo o de una ciudad cualquiera. Imágenes espeluznantes que nos recuerdan la locura sangrienta de una época que muchos creíamos superada. Todos esos cráneos, según los informadores de Tele-5, vibraron de vida y sensaciones sobre los hombros de hombres y mujeres que lucharon contra los nacionales en aquella guerra terrible. El comunista Frutos ha vuelto a recordar nuestros peores tiempos exigiendo a los dirigentes del Partido Popular que pidan perdón por el 18 de julio de 1936. Es decir, que un comunista quiere remover el fango. Y exige que pidan perdón aquellos que no habían nacido cuando España se dividió en dos -a partir de la revolución de Asturias de 1934-, y la vida de los adversarios dejó de tener valor tanto de un lado como del otro. Esa estupidez de Frutos y la obsesión de los informativos de Tele-5 me animan a organizar una búsqueda, que por dejadez, por ayudar al olvido, por contribuir al abrazo que nos dimos todos los españoles con la promulgación de la Constitución, tenía en mi intención y no había llevado a cabo. Quizá, aprovechando la influencia que el Grupo Correo-Prensa Española tiene en Tele-5 podría conseguir que un par de cámaras me acompañara durante el empeño.
Mi madre, que murió hace unos meses, lo hizo con la amargura de no haber encontrado jamás el cadáver de su padre, un escritor llamado Pedro Muñoz-Seca que fue fusilado por los comunistas y anarquistas en Paracuellos de Jarama junto a otros diez mil españoles. Los comunistas anteriores a Frutos lo asesinaron por ser monárquico. Testigos de su muerte informaron a mi madre que, ya caído el cuerpo de Muñoz-Seca, fue rematado de un tiro en la cabeza disparado por un oficial de las Brigadas Internacionales. Un oficial alto y rubio que remataba con mucha efectividad y profesionalidad
Algunos cuerpos fueron identificados, pero más de ocho mil esqueletos se reúnen en las fosas comunes de Paracuellos. La que cobija los restos de mi abuelo se hallaba junto a un viejo olivo. Sucede que un día desapareció el olivo y el punto de referencia se esfumó. El día que asesinaron a Muñoz-Seca -el 28 de noviembre de 1936-, fueron fusilados dos mil personas más. Entre ellas, niños de doce a quince años que los comunistas decidieron que no merecía la pena que vivieran por ser hijos de militares. A diez metros de mi abuelo le atravesaron el cuerpo de balas a un niño, hijo de un oficial de la Armada. Y también fue rematado por el alto, apuesto y rubio oficial de las Brigadas Internacionales mientras el pelotón de fusilamiento se tomaba unas horas de descanso en espera de otra saca de «presos trasladados a Valencia».
El empeño no es fácil, porque hallar el cráneo agujereado de un familiar entre ocho mil cráneos en las mismas condiciones resulta harto complicado. Sería hermoso que el camarada Frutos se prestara a acompañarme en tan ardua tarea. Su gesto tendría el significado de la superación del horror. El cráneo de mi abuelo, unido probablemente al resto de su esqueleto, yace en un revoltijo de huesos y otros cráneos de hombres y de niños, sin ninguna señal específica que ayude a determinar cuál es su cuerpo. Se está perdiendo un gran reportaje Tele-5 para ofrecerlo en sus informativos. Decenas de miles de españoles, hijos y nietos de aquellos inocentes asesinados, desean identificar los esqueletos de los suyos. Y lo mismo que en Paracuellos, en todos los lugares de España que fueron elegidos para los «paseos» nocturnos o los pelotones de fusilamiento. Estaban ahí callados para contribuir al abrazo definitivo. Pero si empiezan a sacar cráneos, desenterremos a todos. Y si es ante las cámaras de televisión, mejor que mejor.

EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 138– 29 de octubre de 2002


EL VIEJO COMUNISTA


Por Ángel Palomino
Han pasado más de sesenta y cinco años desde noviembre de 1936. Pero no todo puede ser borrado: Paracuellos del Jarama sigue mostrando la mayor fosa común de víctimas del comunismo en Occidente.
Lo recordamos; lo recuerdan, quieran o no, los que participaron en la matanza y los que la presenciaron más o menos de cerca, movilizados por las milicias rojas para trabajar en aquellas zanjas espantosas, y los millones de españoles que han tenido -tienen- ante sí la evidencia de tan señalado e infame ejemplo de barbarie al que -imperdonable omisión- nunca dedica RTVE un reportaje, un comentario, unos minutos de «Informe Semanal».
Sin embargo, la vieja propaganda nacida y perfeccionada en la KGB no abandona sus tópicos, sus falsas noticias convertidas en verdades por el estaliniano aparato tergiversador de la historia. Todavía afirman, dan por hecho -«lo sabe todo el mundo»- que el 18 de julio de 1936, un grupo de generales, obispos y terratenientes fascistas se alzó contra la República para destruir la legalidad democrática y esclavizar al pueblo.
Lo dicen, insisten, es una técnica, no falla: repetir, repetir. Ya han conseguido convertir en culpables a las víctimas de sus brigadas del amanecer, sus checas, sus patrullas depredadoras, sus comités. Las víctimas, en aquellos días de ira, fueron ellos y sus chequistas. Se lo creen: ya es verdad.
Cualquier comunista veterano, contemporáneo de quienes dejaron en España la marca identificativa, la tapia ensangrentada, la huella inconfundible de la realidad hispano soviética leninista, estalinista, ibarrurista, carrillista, debería callar cuando se habla de Paracuellos. Algunos cambian de conversación, encienden un cigarrillo, miran para otro lado. pero, a estas alturas de la antihistoria, casi todos creen, solamente, lo que ellos mismos han inventado.
En reciente entrevista, el viejo responsable histórico de lo ocurrido en Paracuellos, afirmó que, en ciertos momentos, los obispos son peligrosos: «Por ejemplo, en España en el treinta y seis». Quizá, por eso los mataban.
En 1936 fusilaron a 13; a los trece que pillaron. Pese a ser tan peligrosos, murieron perdonando a sus verdugos. El viejo comunista de Paracuellos, que ha pasado tantos años echando balones fuera, lo considera actualmente, un acto de lucha por la libertad y el orden. No lo vi, lo he leído en El Día-El Mundo de Baleares, pero sé que no se sonrojó. Los peces no se ahogan en el agua ni los comunistas en la mentira.
Trece obispos asesinados, y no todos en la calentura de julio del 36. A fray Anselmo Polanco, obispo de Teruel, lo fusilaron los hombres de Líster a pocos quilómetros de la frontera Francesa cuando, próximo el final de la guerra, hacían la última de sus memorables retiradas.
Se lo recuerdo al viejo comunista. Cuando oiga hablar de obispos o de represiones y, sobre todo, de Paracuellos, que encienda un pitillo, que mire para otro lado. Que no nos tire de la lengua.

EL RISCO DE LA NAVA

GACETA SEMANAL DE LA HERMANDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS
Nº 123– 2 de julio de 2002
 

LA IZQUIERDONA


Por Ángel Palomino

La hemos visto estos días; la izquierdona de la amenaza y la bravata; la hemos oído en la palabrería de unos dirigentes cubiertos con caspa demagógica de Frente Popular años 30, y nadando con flotador de patito disney en mares de banderas del más chillón color castrista, norcoreano, necrorrumano y difuntosoviético. Y, con ella, la izquierdona de diputados relamidos preocupados por la raya del pantalón y por la raya del peinado a raya. Era ella misma, la eterna izquierdona de mal afinados, vociferantes coros de bateleros del Jarama; de torvos piquetes didácticos e ilustrativos con vocación de milicianada 1936.
Los opulentos asalariados del poder sindical, representativos de sí mismos, de las oficinas y los despachos heredados de Girón y de Solís, junto a los herederos de aquella izquierdona largo caballerista y pasionaria que paseaba de la Cheka de Fomento y la Cárcel Modelo a Torrejón y Paracuellos, han hecho jornadas extraordinarias y viajes relámpago para, con su falsa ubicuidad, aparentar multitudes en rebelión nacional. Parecían disfrutar con la fiesta porque creían estar viviendo el principio de una orgía, el amanecer de la Utopía realizada. Ya veían venir a Fidel en un reactor para darles la partitura de un tiempo que se pudre entre los escombros del Muro de Berlín y bajo las pesadas alfombras del Kremlim donde las escobas de un poder medio noqueado, y errabundo esconden la miseria de un pasado totalitario, sangriento y ruinoso.
Ahí están con sus barbas y sus camisetas. No hacen política. Sólo quieren mostrar la guardarropía y los dientes. Para que la gente acabe creyendo que -aun en el bochorno de una huelga fracasada- son alguien.
 


RELATO DE UN ENFRENTAMIENTO 

Aparecido en el Boletín de la Fundación Francisco Franco nº 89, pág.18

  

Por Don Jesús Flores ThiesCoronel de Artillería (retirado)
La televisión catalana, Canal 33, viene emitiendo una serie de programas que, para entendernos rápidamente, denominaremos . No es nada nuevo, pues así lo viene haciendo desde su creación, lo que no es de extrañar, ya que es el denominador común de todas las cadenas de televisión, incluida la oficial, la que pagamos todos los españoles. Solicitaron de la Fundación FF la presencia de un “tertuliano”, ofrecimiento que también se hizo a Ricardo de la Cierva, que se excusó por su trabajo. Finalmente sería yo quien me presenté a la emisora para asistir al programa. Y me presenté a pecho descubierto, pese a que aquella noche llovía copiosamente.
Cuando de la Fundación me ofrecieron esta posibilidad tuve algunas dudas, ya que era como meterme en un avispero, pero al saber que asistía Carrillo, acepté inmediatamente pues la ocasión se presentaba del color del oro. Yo sabía que acudía a una encerrona donde muy poco podía hacer. Hay que tener en cuenta que me encontraba solo en “ambiente hostil”, con unos participantes “hostiles” y con un público, para variar, “hostil”. Pero es que el programa consistía en hablar de la represión “franquista de la posguerra, del caso de los niños raptados” y del maquis. Nada de la guerra que era donde yo podía coger de las orejas a Carrillo. Intervinimos, además del genocida y yo, Richard Viñas (historiador), una joven profesora de Historia de la Universidad de Bellaterra y una señora “represaliada”.
Mis primeras palabras fueron para decir que yo sabía que aquel no era un programa televisivo de investigación histórica sino una serie de proceso al “franquismo” pero que aceptaba el estar presente, pese a saberme en “zona enemiga”, ya que se me presentaba la ocasión de poder decir, en unos pocos minutos, algo que en los miles de horas de otras emisiones antifranquistas es imposible oír.
He de decir que el presentador Ramón Rovira, realizador de los programas informativos y creador de estas series, se comportó conmigo de forma admirable, concediéndome más tiempo para hablar que a los otros concursantes, con la excepción de Carrillo. Yo buscaba la ocasión de poder llevar el agua a mi molino y sería precisamente el de Paracuellos el que me lo puso fácil. La desfachatez de este personaje le hizo decir que la guerra no terminó para Franco con la derrota de la república sino que después, en la durísima represión, “los falangistas, con listas preparadas, iban por las cárceles organizando sacas...” Fue demasiado, así que al concederme la palabra le dije (resumiendo) que me sorprendía que en este programa sobre represiones estuviera presente uno de los más emblemáticos represores de la guerra hablando de listas y de sacas, que la represión en Madrid empezó en plan masivo en septiembre del 36 y que duró de forma organizada y masiva hasta el 3 de enero...., Carrillo no daba crédito a lo que oía, pues si bien sabía que yo era coronel franquista”, acostumbrado al suave trato que se le da en toda ocasión, mi inesperado ataque le dejó de piedra. La respuesta de un Carrillo confuso y alterado fue la esperada y se agarró (Carrillo rima con pillo) a que mis fechas eran erróneas para decirme que mentía porque él en septiembre combatía en la sierra y sería en noviembre cuando se hizo cargo de la Consejería de Orden Público, etc...Ante mis respuestas sobre su indudable culpabilidad, sean cuales fueran las fechas ya que él, y su jefe Miaja, eran los responsables del (presunto) orden público en Madrid, Carrillo dijo que si aquello seguía por aquel camino él se marchaba.
No acabó aquí el enfrentamiento, que molestaba a los demás pues decían que el programa había derivado a una discusión “improcedente” entre Carrillo y yo, porque durante el descanso de la publicidad, pude decirle más cosas ante un sorprendente silencio de los presentes. Entre otras cosas, que podía contar todas las historias que quisiera sobre el “metro”, la sierra o los incontrolados “responsables” de Paracuellos, que él era un habitual de la mentira como le enseñó su maestro Lenín, pero que la verdad era otra, que yo era coronel y tenía muy claro cual era mi responsabilidad ante los actos de mis subordinados y que si alguien bajo mi mando comete un crímen, si no lo reprimo, me hago cómplice del mismo. Él era responsable de aquella operación genocida que, bajo su mando, duró dos meses de continuas sacas y no sólo Poncela, su subordinado, al que él siempre echa la culpa, teniendo en cuenta que ambos tenían los despachos inmediatos en un edificio de la calle Serrano, etc, etc.
Yo me había propuesto mostrar una total frialdad y no alterarme por nada, no ya ante lo que allí se dijo en aquella tertulia, sino ante los exabruptos de Carrillo. Me veía en una situación de dulce: tener ante mi un pedazo podrido de la Historia de España. Era como tener entre mis manos el cuello de Perpena, de Minuros o de Judas. Un lujo que quise aprovechar. Hubiera querido decir algo más pero lógicamente el tiempo y el desarrollo del programa no me lo permitían. Reté a  Carrillo a un debate público de sólo media hora y en directo sobre su responsabilidad terrible en los crímenes de Paracuellos. Simples salvas.
No era mi intención reventar el programa pero en parte lo conseguimos. No puedo decir que lo siento.
Sé que le dí la noche a Carrillo, y posiblemente el desayuno. No está acostumbrado a que alguien le plante cara pues acude siempre donde sabe que no hay peligro de que alguien le mese la barba. Aquí falló, no se esperaba la ofensiva de aquel coronel desconocido, una especie de pulpo en un garaje. Decididamente, aquel día más le hubiera valido no levantarse de la cama.


MUCHO PEOR QUE EN 1936

(la situación eclesial vasca)


Por Angel Garralda
El primer documento de la jerarquía española en 1936, recién estallada la guerra, fue el firmado por dos obispos vascos: Mújica, de las tres provincias vascas con sede en Vitoria, y Olaechea, obispo de Pamplona. En él exigían a sus fieles de opción separatista que no se unieran a la línea marxista leninista, «enemigos declarados encarnizados de la Iglesia», que tantos mártires estaban produciendo a miles de sacerdotes y seglares por el hecho de ser católicos; que «no es lícito [...] Fraccionar las tuerzas católicas ante el común enemigo»; que «absolutamente ilícito es, después de dividir, sumarse al enemigo para combatir al hermano...»; y que «llega la ilicitud a la monstruosidad, cuando el enemigo es ese monstruo moderno, el marxismo o comunismo».
Pero los separatistas prefirieron ser vascos antes que católicos y desobedecieron olímpicamente a sus obispos; se unieron a los marxistas leninistas con su ejército de gudaris, asistidos espiritualmente por 104 capellanes y 28 suplentes, y hasta se atrevieron a llegar en vísperas de febrero de 1937 a pernoctar en villas como Noreña y Avilés con el fin de tomar Oviedo, y café en el Peñalva, en plena calle Uría.
En Avilés durmió un batallón de gudaris. Oyeron misa a puerta cerrada en el Liceo Avilesino y, al día siguiente, con sus detentes del Corazón de Jesús, bien pertrechados de armas y uniformes nuevos, muy en plan montañero, marcharon presididos por cuatro capellanes camino de El Escamplero para, desde allí, lanzarse sobre Oviedo. El comandante jefe de todos los capellanes, señor Corta, moriría en la batalla.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que si toman Oviedo tendrían que presenciar el fusilamiento de todo el clero de la ciudad y la quema de todas las iglesias, de la misma manera que había sucedido en todas las iglesias de Gijón, Avilés y la cuenca minera.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que, si ganaban la guerra con los rojos, estos irían después a por ellos por ser tan católicos, como afirmó Belarmino Tomás.
Ignoraban los católicos vascos separatistas que, a pesar de negarse con su proverbial tozudez a cuantas facilidades se les prometían si a tiempo rendían sus armas, pasados trece meses se entregarían como conejos en Santoña sin condiciones.
Y, por culpa exclusiva de ellos, la conquista de la cornisa cantábrica duró quince meses en lugar de durar quince días y la toma de Madrid que, hubiera sudo inmediata antes de llegar las Brigadas Internacionales, se retrasó tres años.
Ahora, después de 66 años, celebrando los 25 años de la Transición, la historia se repite y España sigue padeciendo el mismo cáncer separatista con un agravante histórico trascendental: de nuevo se hallan unidos como una piña los beatos del PNV, presididos por sacerdotes secularizados calentados bajo las alas de la gallina clueca de Arzalluz, con los marxistas leninistas de ETA, Batasuna y el visceral comunismo de Madrazo y del procastrista Llamazares. Con una diferencia muy notable, que esta vez los obispos vascos no les han prohibido unirse a los marxistas leninistas, a pesar de que saben muy bien que Juan Pablo II, entre sus ingentes obras, una de ellas ha sido el derribo del Muro de la vergüenza y la caída del comunismo.
Mucho ha cambiado la Iglesia Vasca. Está mucho peor que en 1936. Las aguas de la fe bajan turbias por el barro del odio a España que arrastran. La juventud está ausente de la Iglesia. Los obispos vascos no pueden hacer carrera con los curas abertzales, pero tampoco se arriesgan a sufrir con los curas marginados por sentirse españoles. La mitad del clero no se habla con la otra mitad, porque nada tienen que decirse. Y si el obispo de Bilbao se propone visitar a un cura enfermo, este es capaz de contestar por teléfono que nadie venga a visitarle si no habla euskera. Los seminarios, gracias a Dios, están vacíos, y los seminaristas que buscan garantías de paz para su formación, prefieren otros seminarios, como Toledo. Esta Iglesia, a pesar de sus condenas al terrorismo, padece el grito de criminales y cómplices que dicen «la Iglesia está con nosotros».
Una Iglesia que no es capaz de decir una sola palabra condenando la connivencia de ETA con el PNV, sobre todo con ocasión del pacto de Estella, ¿cómo puede aconsejar, como solución, el diálogo entre las partes, sin decir sobre qué y para qué, aunque en su silencio bien se sobreentiende el deseo de que el Gobierno Central ceda ante el capricho tanto etarra como del PNV'?
«Tierra de silencios» acaba de llamar a las Vascongadas Fernando García de Cortázar, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto, que es lo mismo que decir, tierra del miedo, del odio, de la venganza y del infierno.
Una tierra, el llamado país vasco, en la que los parlamentarios que no son separatistas necesitan escolta a todas horas, y donde la preocupación episcopal por las víctimas es insignificante en comparación con la de proteger a los criminales de ETA. Una tierra donde no se escucha una voz serena y exigente para que desaparezca el odio a todo lo español, base única anticristiana del nacionalismo separatista, desde la batuta de Arzalluz al último maestro de ikastolas.
¡Mucho ha cambiado la Iglesia vasca! Es una vergüenza que, dejando a un lado los principios más elementales, esté perpetuándose en el caos, sin advertir seriamente al PNV la indignidad moral de abrazarse otra vez al marxismo leninismo de ETA, Batasuna e IU, con tal de ir contra España.

LA RAZÓN ESPAÑOLA   nº  103
Los crímenes de la guerra de España
Por  Pío Moa
El siglo XX se inauguró con la invención de los campos de concentración, organizados por los británicos durante la guerra de los boers. En ellos fueron encerrados decenas de miles de mujeres y niños, tras ser despojadas sus familias de sus bienes, y a menudo incendiadas sus casas. La mortandad por agotamiento y maltrato fue muy elevada, y alzó una ola de indignación en Europa, indignación que no iba a impedir un próspero y tétrico futuro para esas instituciones.
Este siglo ha alcanzado, muy posiblemente, las más altas cotas de la historia en criminalidad de guerra. Muy groso modo, la proporción de bajas civiles respecto de las militares ofrece un buen indicio de la magnitud de estos crímenes en el siglo recién concluido. Así suele estimarse que de la I a la II Guerra Mundial el porcentaje de víctimas civiles saltó de acaso un 20 a un 50 por 100 o más, y ha seguido aumentando en las guerras subsiguientes como las de Argelia, Vietnam, etc. Aunque, obviamente, no todas las bajas civiles entran en esa categoría, y sí lo hacen muchas bajas militares: suelen considerarse crímenes de guerra los ataques deliberados a la población no combatiente, los asesinatos de retaguardia, el exterminio de prisioneros, el uso de armas de acción indiscriminada y especialmente destructiva, etc.
Los sucesos de la guerra civil española deben contemplarse en este marco histórico, sí bien con rasgos especiales. Aquí hubo pocas víctimas civiles de bombardeos, o prisioneros exterminados por hambre y brutalidades. En cambio fue muy alto el número de asesinatos por motivos ideológicos.
Los bombardeos terroristas sobre la población civil repugnan especialmente, por implicar poco riesgo y aniquilar sobre todo a niños, mujeres, ancianos y trabajadores ajenos a la acción bélica. Un tópico archirrepetido presenta la contienda española como el ensayo sistemático de este tipo de crimen, pero las cifras no autorizan tal presunción: unos 15.000 civiles muertos en casi tres años y en centenares de acciones tanto por accidentes como en acciones deliberadas. El máximo de víctimas en un solo ataque (unas 800) correspondió a Barcelona, al caer una bomba sobre un camión de municiones, que magnificó la explosión (1).
Contra lo que suele decirse fue el Frente Popular el iniciador de estos bobardeos, de los cuales se jactó en numerosos partes de guerra, siendo Oviedo y Huesca las ciudades más masacradas. El mando nacional los prohibió, aunque no siempre. Pese a ello, los populistas denunciaron a todos los vientos los bombardeos nacionales, con el eco de escritores tan influyentes como Hemingway, sobre todo durante la batalla de Madrid (2). Allí, la Legión Cóndor fue autorizada a esos ataques, que en diez días causaron 244 muertos y 303 edificios destruidos o muy dañados. Guernica marcó otro hito, más que por los muertos -unos 120, como prueba la investigación, no superada, de Jesús Salas Larrazábal-, por su efecto internacional3. Habitualmente se citan para Guernica trece y hasta treinta veces más víctimas que las reales, siguiendo a la prensa conservadora inglesa, que buscaba, probablemente, impresionar a la opinión pública británica, influida por el pacifismo laborista, para que aceptase la necesidad del rearme frente a Alemania )4).
Estos hechos no admiten comparación con los bombardeos terroristas de la II Guerra Mundial, en los que destacaron norteamericanos e ingleses, mitificadotes, por paradoja, de Guernica. Ambos multiplicaron casi por mil la mortandad de Guernica en sus gigantescas incursiones sobre los suburbios de Tokio o sobre Dresde, y lanzaron decenas de otras acciones de exterminio contra poblaciones, aparte de las bombas atómicas. Si bien el método lo iniciaron los nazis, también es cierto que éstos encontraron discípulos en extremo aventajados, y que los norteamericanos no pueden alegar el argumento inglés sobre quién empezó.
Otro crimen típico fue el asesinato de presos y prisioneros. El más masivo fue el de Paracuellos del Jarama, durante la batalla de Madrid, y también fue muy sangrienta la represión inicial en Badajoz, aunque más que dudosa la matanza indiscriminada de que suele hablarse (5). En los campos de concentración durante el conflicto, y en la inmediata posguerra, menudearon los malos tratos y la escasa alimentación, ocasionando un número de muertos difícil de estimar, quizá entre diez y veinte mil.
Estas atrocidades, con todo su horror, tampoco llegan a ser un precedente de lo ocurrido durante la guerra mundial, cuando masas de prisioneros fueron eliminadas por hambre, tratos brutales y trabajo agotador. Suele calcularse que los alemanes acabaron así con entre dos y cuatro millones de soldados soviéticos, y éstos con dos millones de alemanes. Tema apenas tratado ha sido el del exterminio de prisioneros en los campos franceses y norteamericanos. En su libro Other losses, el historiador canadiense James Bacque da la cifra, difícil de creer, de un mínimo de 850.000 prisioneros alemanes así aniquilados (6).
Tampoco tiene parangón en España el asesinato de seis millones de judíos, además de gitanos y otros, en los campos de concentración de Hitler. Crimen que en rigor no fue de guerra, pues ni los judíos ni las otras minorías habían declarado la guerra a Alemania. Se trató de uno de los genocidios más espeluznantes de la historia, hijo de las razones ideológicas.
El crimen practicado con preferencia en España consistió en el asesinato de enemigos políticos en la retaguardia, una «limpia», como se la llamó, hecha con saña por uno y otro bando. El tema, especialmente siniestro, conserva en parte, aun hoy, el carácter polémico y confuso que le prestó la propaganda. Ese terror dio a los contendientes una poderosa argucia para descalificar al adversario como esencialmente criminal, y para aplicarle la misma represalia. Y volvió más tenaz la lucha, por la seguridad de que quien venciese ejecutaría una cumplida venganza. Prieto lo anunció tres días antes de la sublevación: «Será una batalla a muerte, porque cada uno de los bandos sabe que el adversario, si triunfa, no le dará cuartel». Es evidente que se trató de una explosión del odio ideológico acumulado desde muy pronto en la República, y especialmente desde el año 1934, cuando se sublevaron el PSOE y los nacionalistas de izquierda catalanes, y más todavía en los meses siguientes a las elecciones del 36, como hemos visto (7).
En ese ambiente, no ya enrarecido, sino enloquecido, cada parte exageró sin tasa la barbarie del contrario. Al final de la guerra Franco creía que sus enemigos habían sacrificado a 400.000 personas. La investigación oficial de posguerra, la «causa general» bajó el número a 86.000, para decepción de quienes deseaban mayor excusa a su ansia vengativa. Y aun había de bajar bastante, pues muchos nombres aparecían repetidos en varios registros. Pero en cuanto a exagerar, los republicanos superaron a sus contrarios. Todavía en un libro publicado en 1977, Vidarte considera «quizá» exagerada la cifra difundida por el novelista R. Sender, de 750.000 ejecuciones de izquierdistas hasta mediados del 38, y atribuye unas 150.000 a Queipo de Llano en su zona de Andalucía sólo hasta principios de dicho año, o suma 7.000 en Vitoria (ciudad de 43.000 habitantes). Si fuera cierto, los nacionales habrían matado a no menos de un millón de izquierdistas, incluyendo 200.000 en la posguerra, cuentas que darían visos de realidad a la propaganda del Frente Popular, según la cual Franco planeaba exterminar literalmente a los trabajadores. En 1965 Jackson no dudaba en cargar 400.000 muertes a la represión franquista, aunque posteriormente las redujo a la mitad. Tamames hablaba, en 1977, de 208.000. Preston, en su biografía de Franco, de 1993, repetía el bulo de las 200.000 ejecuciones sólo en la inmediata posguerra. Estas desmesuras, típica arma de propaganda bélica, pierden toda justificación en la paz, salvo que se pretenda alimentar un espíritu de guerra civil (8).
En ese maremagnum empezó a poner orden, en 1977, Ramón Salas Larrazábal, el primero en abordar de forma seria el asunto, apartándolo de la propaganda e introduciéndolo en la historiografía. En su concienzudo estudio Pérdidas de la guerra, Salas empieza metódicamente por demostrar la inconsistencia de los cálculos vistos, y de otros aportados por historiadores franceses. Calcula luego la magnitud global de la mortandad en la guerra, mediante un detenido análisis de las estadísticas demográficas y teniendo en cuenta las deficiencias del censo de 1940. Esta aproximación global tiene el mayor interés, pues marca ciertos límites máximos y descarta numerosas fantasías. De otro modo, el único método posible consistiría en acumular testimonios documentales, orales, rumores, etc., con obvia imposibilidad de comprobarlos fehacientemente (9).
Según las diferencias de población, las víctimas de la guerra tenían que ascender a unas 625.000, incluyendo las causadas por combates, represión, enfermedades, ejecuciones de posguerra, maquis y participación en la II Guerra Mundial. Si excluimos las de posguerra (159.000 por enfermedad, 23.000 por ejecuciones y 10.000 por el maquis y por la guerra civil), la cuenta se reduce a 433.000. De ellas, 165.000 se deben a enfermedades, con lo que las muertes violentas sumarían unas 268.000. Computados con bastante seguridad los caídos en combate (unos 160.000), quedan las víctimas de la represión, que rondarían las 108.000. Cifras aproximadas, pero orientadas correctamente, incomparablemente más correctas que las hasta entonces manejadas. Salas, pues, introdujo la cuestión en el ámbito del debate racional (10).
En cuanto a la distribución de ejecuciones y asesinatos, Salas estima en 72.500 los realizados por el Frente Popular, y 58.000 por los nacionales (incluyendo 23.000 en la represión de posguerra). Otro dato es que el 95 por 100 de los muertos serían varones, salvo en Barcelona, donde la proporción femenina más que dobló la normal en el resto de la zona populista: 13,05 por 100 frente a un 6,32 por 100 en Valencia. La proporción sería menor aún en la zona nacional.
Salas funda estos datos en los del Movimiento Natural de la Población y en un muestreo en los registros municipales. Para ello supuso que todas las víctimas habían sido registradas (con bastante posterioridad al conflicto muchas de ellas), y que las inscripciones en los registros habían sido hechas de manera correcta. Estos supuestos han sido severamente criticados por varios autores (11), pero no parece fácil que las críticas alteren en lo fundamental las cifras de Pérdidas de la guerra.
Sin embargo, aun si los datos de Salas hubieran de ser corregidos con cierta amplitud, no hay duda de que su investigación introducía por primera vez, como hemos dicho, el rigor científico en cuestión tan vidriosa. Ahora bien, este decisivo mérito, a cuyo reconocimiento obliga la honradez intelectual, ha sido despreciado en bastantes medios, proclives, en cambio, a creer fantasías que apoyen sus ideas previas. De lo vivas que en esos medios continúan las pasiones da idea la acogida a Pérdidas de la guerra, obra silenciada en lo posible o atacada con lenguaje reminiscente de las viejas contiendas, impidiéndose al autor la réplica en ciertas publicaciones (12). Parece que la guerra no acaba de entrar en el campo del estudio desprejuiciado y sereno.
Así las cosas, en 1999, veintidós años después del libro de Salas, ha salido otro, intensamente promocionado, de los estudiosos Julián Casanova, José María Solé, Joan Villaroya y Francisco Moreno, coordinados por Santos Juliá y titulado Víctimas de la guerra civil (aunque trata sólo las víctimas de la represión). Vale la pena compararlo con el anterior para constatar cómo no siempre el paso del tiempo mejora la historiografía.

Las tesis básicas de Víctimas son:

a) El terrror desplegado por el Frente Popular fue una respuesta al de los sublevados.
b) Fue un terror popular y en gran medida espontáneo.
c) Su responsabilidad última y definitiva recae sobre los franquistas, que lo provocaron al alzarse contra la legalidad republicana y democrática.
d) Las víctimas del franquismo fueron muchas más (en torno al triple) que las causadas por la república.

Estos asertos, nada nuevos, son, precisamente, los de Vidarte, elaborados por la propaganda republicana ya durante la guerra. Si fueran veraces, la represión populista tendría toda clase de atenuantes -en rigor, no podría hablase de crímenes, sino apenas de excesos-, mientras que la represión contraria cargaría con todos los agravantes posibles. Sin embargo, el examen de los hechos muestra una realidad algo diferente.
¿Fue el frentepopulista un terror «de respuesta», como asegura Víctimas? J. Casanova lo expresa así: «Para respuesta brutal, la que se dio contra los militares sublevados que fracasaron en su intento, y a quienes se consideraba responsables de la violencia y la sangre que estaba esparciéndose por ciudades y campos de la geografía española» (13). La tesis tiene suma importancia, pues claro está que a quien se ve agredido y con su vida en peligro no puede exigírsele un ánimo tranquilo y ponderado, sino admitir que reaccione con lógica y justificable furia. Pero, como creo que ha quedado claro en estas páginas, el terror populista tenía unas raíces propias y nada debía a las violencias franquistas. Fue practicado ya desde 1933 y sobre todo en 1934 y después de las elecciones de 1936, y nacía de una propaganda que cultivaba abiertamente el odio como una imprescindible virtud revolucionaria. Hemos visto el papel crucial que desempeñó la campaña sobre la represión en Asturias, eje de la política de las izquierdas hasta las elecciones de 1936 y aun después. Si el terror populista respondió a algo, fue justamente a esa propaganda martilleante, y Besteiro sabía de qué hablaba al prevenir contra aquellas prédicas que, a su entender, «envenenaban» a los trabajadores y preludiaban la mantanza. Un estudio que olvide estas cosas queda también privado de cualquier rigor historiográfico.
Ese odio se manifestó en la primera mitad de 1936 en forma de varios cientos de asesinatos, en su mayoría cometidos por fuerzas afectas al Frente Popular, y en la destrucción de innumerables iglesias, obras de arte, asaltos a locales y prensa derechista, etc., no correspondidos por las derechas. Al estallar la guerra y derrumbarse los restos de legalidad republicana debido al reparto de armas a los sindicatos, ese ambiente se transformó en terror masivo, y la ola de incendios y asesinatos comenzó el mismo 18 de julio, sin aguardar noticias fehacientes de la represión en el campo contrario. Los dos bandos actuaban, ante todo, porque consideraban llegada la hora de una «limpieza» definitiva. El terror ha sido un rasgo acentuadísimo en todos los países y momentos en que se han desatado revoluciones socialistas o anarquistas, y España no fue excepción.
En cuanto a la derecha, el examen de su prensa y documentación a lo largo de la república no muestra, ni en intensidad ni en sistematicidad, y salvo excepciones, una comparable incitación al odio. Parece más veraz, entonces, sostener que si hubo un terror «de respuesta» éste fue más bien el de las derechas frente al que sus adversarios venían predicando y ejerciendo durante más de dos años, con numerosísimos atentados, incendios y amenazas, y una insurrección que en 1934 causó 1.300 muertos.
También alentó esas conductas la creencia -que ahuyentaba el escrúpulo o el remordimiento-, en una pronta derrota de los franquistas. Como por entonces escribía Araquistáin a su hija, «la victoria es indudable, aunque todavía pasará algún tiempo en barrer del país a todos los sediciosos. La limpia va a ser tremenda. Lo está siendo ya. No va a quedar un fascista ni para un remedio (14)». Idea sin duda muy generalizada.
El carácter «popular» de la represión republicana tiene similar sustancia propagandística: el lector tiende a alinearse instintivamente con «el pueblo», aunque sea «el pueblo en armas», como reza un epígrafe de Casanova. Así, los crimenes populistas constituirían una especie de «justicia popular», justicia histórica, acaso irregular y brutal, pero explicable y en definitiva justificable, máxime si era una respuesta a las fechorías contrarias. Esta idea, que empapa el libro citado, la exponen francamente en otro lugar dos de los autores, J. Villarroya y J. M. Solé: «La represión ejercida por jornaleros y campesinos, por trabajadores y obreros y también por la aplicación de la ley entonces vigente, era para defender los avances sociales y políticos de uno de los países con más injusticia social de Europa. Los muchos errores que indudablemente se cometína, pretendían defender una nueva sociedad. Más libre y más justa. La represión de los sublevados y de sus seguidores era para defender una sociedad de privilegios» (15). Estas frases renuevan el tono bélico, aunque mencionen «errores», bien comprensibles dadas las circunstancias. De ahí a gritar «¡Bien por la represión contra los explotadores!» no media ni un paso, pues la conclusión está implícita.
Claro que con ello Solé y Villarroya identifican al pueblo -¿y en cierto modo a sí mismos?- con la minoría de sádicos y ladrones (los crímenes solían acompañarse de robo) que al hundirse la ley obraron a su antojo (16). Ejercieron el terror popular los partidos y sindicatos, y dentro de ellos sujetos politizados y fanáticos, a veces también delincuentes comunes liberados por aquellos. No fue el pueblo, ciertamente. En las elecciones del 16 de febrero, los votantes se dividieron mitad por mitad, aparte un tercio de abstenciones, no identificables con ningún bando. Sólo apoyaba al Frente Popular, pues, una fracción del pueblo, alrededor de un tercio, y es probable que esta proporción disminuyese en los meses siguientes a las elecciones. Desde luego, ni siquiera ese tercio fue el que tomó las armas, sino, básicamente, los miembros de las organizaciones obreristas, de los cuales sólo una minoría, a su vez, cometió atrocidades: los que permanecieron en retaguardia, más bien que los que marcharon a los frentes.
Lo mismo vale el tópico de la espontaneidad. Nada de espontáneo tuvo el largo e intenso cultivo de una propaganda irreconciliable, llegada al paroximo ante la sublevación del 36, como refleja la prensa republicana de entonces. La rabia, apenas contenida durante meses, se desató por fin gracias al reparto de armas, acuerdo político con efectos de sobra previsibles. No sin razones de peso rechazó Casares el reparto mientras tuvo fuerzas. La decisión de armar a los sindicatos hace al último gobierno republicano, el de Giral, plenamente responsable de sus consecuencias, tanto si éstas se tienen por buenas (así lo pensaron y lo piensan muchos políticos e historiadores), como si se las juzga nefastas. Pero, además, ocurre que el terror fue organizado por los organismos oficiales del gobierno Giral, en rivalidad con los partidos y sindicatos del Frente Popular. Así aparece con claridad en la lista de «checas» que ofrece Javier Cervera en su documentado libro Madrid en guerra. La ciudad clandestina, 1926-1939. La «checa de Fomento», «la más importante de Madrid y sólo su mención producía escalofríos a los madrileños», fue montada por el director general de Seguridad de Giral. La disolvió Santiago Carrillo en noviembre, y no precisamente para disminuir el terror. La «checa de Marqués de Riscal» funcionaba bajo los auspicios de la Primera Compañía de enlace del Ministerio de Gobernación. Otras checas tenían carácter anarquista, comunista o socialista, y a menudo se interrelacionaban entre sí (17).
La tesis de que la responsabilidad de las atrocidades, incluso las realizadas por los republicanos, recae sobre los rebeldes, ya que éstos se habrían alzado, sin la menor justificación moral y política, contra una legalidad democrática y normal, es otra forma de decir lo anterior. En referencia tanto al golpe de Primo de Rivera en 1923 como al de julio del 36, S. Juliá dice: «La historia comienza realmente cuando los militares vuelven a intervenir en el normal desarrollo de la política con el propósito de imponer por las armas un cambio de Gobierno» (18). Definir como «normal desarrollo» la política española después de las elecciones de 1933, y sobre todo después de febrero del 36, debe ser una humorada. Hay que esperar que el propio Juliá no desee una vuelta de España a tales normalidades.
Vale la pena observar que casi todos los historiadores y políticos que defienden con puntillosidad extrema la legalidad republicana de 1936, muestran total desprecio por esa misma legalidad cuando se trata de la revolución de 1934, muy justificada a su entender. Pero todo indica que, desde ésta última, aquel régimen no volvió a ser normal: quedó tambaleante, y los hechos siguientes lo llevaron al colapso. Madariaga ha escrito que con la insurrección de Asturias las izquierdas habían perdido cualquier derecho moral a condenar el alzamiento derechista de 1936, pero hay que añadir que no sólo porque fueran las izquierdas las que empezaron a dinamitar la legalidad, sino, sobre todo, porque no cejaron luego en su actitud. ¿Puede escribirse la historia olvidando estos desarrollos?
Los autores de Victimas van más allá. Admiten que en julio del 36 se produjo una revolución en la zona populista, pero no ven en ella nada irreparable: la república del 14 de abril se habría rehecho a los pocos meses, cuando Largo Caballero sustituyó a Giral: «El golpe no derribó al Estado republicano, pero (...) destruyó su cohesión y le hizo tambalearse», opina J. Casanova; y detalla S. Juliá: «No es que la República quedara liquidada, sino que su Gobierno carecía de los recursos necesarios para imponer su poder, que se dispersó(sic) entre las manos de los comités sindicales (...). Sólo lentamente, y tras levantar de la nada un ejército en toda regla, pudo el Estado republicano recomponerse» (19). Ese ejército, el verdadero órgano de poder y única gran institución que funcionó con eficacia en el Frente Popular, era abiertamente político, y sin nada o casi nada en común con el que diseñó Azaña. Hay algo de extravagancia y de insulto a la inteligencia en la pretensión de que el régimen del 14 de abril fue recompuesto en septiembre o noviembre del 36 gracias a los esfuerzos conjugados de anarquistas -inconciliables con la república, a la que asestaron gravísimos golpes desde su implantación-, los socialistas -que hicieron otro tanto a partir de 1934-, o los comunistas, simples peones de Stalin como ha quedado demostrado desde la izquierda y desde la derecha; sin olvidar a la Esquerra catalana, coautora del golpe revolucionario de 1934. Santos Juliá y sus compañeros no vacilan en presentar a esos partidos como ardientes paladines de la democracia, quizá porque sea ése el tipo de democracia con que ellos simpatizan. Pero los tozudos hechos demuestran que la revolución de julio del 36 destruyó a la República en tal medida que el gobierno de Giral quedó como un simple adorno, y cuando en septiembre surgió un gobierno adecuado a la realidad, sus fuerzas determinantes eran precisamente las que con mayor insistencia y dureza habían vapuleado a la república los años anteriores.
El gobierno de Largo, que sucedió al de Giral, significaba el intento de asentar un nuevo régimen, no la república del 14 de abril. Necesitado de imponer su autoridad y consciente del enorme perjuicio moral que fuera de España le estaba causando la oleada represiva, procuró racionar ésta y someterla a trámites jurídicos. El fenómeno ocurrió en los dos campos después de la feroz siega de verano y otoño del 36, cuando cayeron la mayoría de las víctimas de uno y otro color. Ello no impidió que hasta el final mismo de la contienda siguiesen siendo frecuentes los asesinatos y muy discutible la legalidad de muchas ejecuciones, también en los dos bandos.
¿Cómo se distribuyeron las ejecuciones y asesinatos entre las partes? El estudio de Salas, pese a la hostilidad con que fue acogido por historiadores apasionados y de dudosa solvencia -aunque a menudo influyentes-, ha pesado por fuerza en los investigadores posteriores, destruyendo las exageraciones tradicionales. Aun así, a partir de él se desató en diversos sectores una carrera por recontar las víctimas y probar que en realidad los nacionales habían matado en retaguardia más que los populistas. Víctimas, en concreto, reduce las causadas por los populistas a 50.000 (72.000 en Salas), y aumenta las de los nacionales a unas 150.000 (58.000 en Salas), lo que hace sumando resultados obtenidos a menudo con métodos dudosos (informes orales, rumores, etc.) y sumando los obtenidos en diversas provincias, cuando es frecuente la doble contabilidad, al estar registrada una misma persona en la localidad de su ejecución y en la de su nacimiento. El investigador don Martín Rubio ha echado por tierra esas cifras y, más comedido, calcula en 60.000 las víctimas populistas y en 80.000 las de sus contrarios, cifras siempre aproximadas y nunca del todo concluyentes (20).
La dificultad para establecer los datos precisos es muy grande, pues las estadísticas demográficas dejan un cierto margen de error, y el recuento caso por caso se funda a menudo en rumores o testimonios dudosos. Además, no son cifras bien comparables, porque la represión frentepopulista sólo pudo afectar a algo más de la mitad del país, en disminución según avanzaba la guerra, mientras que la contraria se extendió por el país entero, lo que significa menos víctimas relativas. También resulta incomparable la represión de posguerra, al verse los populistas imposibilitados de ejercerla. Cabría presumir que tampoco la hubieran ejercido de ser ellos vencedores, pero la presunción es más que aventurada si tenemos en cuenta los precedentes, las ideas de «limpieza» con que se planteó ya la insurrección del 34, y la llamada permanente al odio, mucho más masiva y tenaz que las ocasionales apelaciones de Azaña y otros a la piedad y el perdón.
Al establecer las cifras se detecta otro fallo importante en Víctimas, que pinta un cuadro, perfectamente irreal, de básica armonía entre los republicanos, y dedica muy escasa atención al terror desatado entre ellos mismos. Ese terror dejó, sin embargo una trágica carga de torturas y muertes, con frecuencia encubiertas con bajas en el frente o en intentos de deserción. Por ejemplo, el SIM (Servicio de Información Militar), fundado por Prieto y dominado por los comunistas y un sector socialista, destacó como una maquinaria especialmente cruel y mortífera, según testimonios anarquistas y socialistas. Véase, por contraste, cómo lo enfocan Solé y Villarroya: El SIM «ha sido juzgado de forma crítica incluso desde el propio sector republicano, pero lo cierto es que logró desenmascarar y desarticular casi todas las redes quintacolumnistas, o las dejó semiparalizadas. Sus éxitos se deben a la incorporación de técnicas rusas de contraespionaje, a la utilización de elementos tecnológicos innovadores en su tiempo, a la adecuada selección de personal policial y, quizá lo más importante, al uso del terror. En conclusión, técnica y terror al servicio judicial» (21). Descripción eufemística y burocrática donde las haya, en la línea, muy stalinista, de recalcar la eficacia. Pero si diversos republicanos, juzgaron al SIM y «de forma crítica», como dice también eufemísticamente, no se debió a sus éxitos contra la quinta columna, sino al uso de una extraordinaria brutalidad y provocación contra otros frentepopulistas, de la que hay casos significativos.
En fin, me inclino a creer básicamente correctos los datos de Salas, aun considerándolos más inseguros de lo que él los creyó. Pero sean cuales fueren los datos precisos, sabemos con certeza que en una y otra zona el terror fue masivo. Si resultase que uno de los bandos hubiera asesinado poco y el otro mucho, ello sería un poderoso argumento histórico, moral y político en favor del menos sanguinario. pero tal cosa no ocurrió. De ahí que sea escaso el valor historiográfico de esta carrera por demostrar quién derramó más sangre, y desproporcionada la energía que le han consagrado tantos estudiosos. Lo cual sugiere que en esa pugna ha influido menos el deseo de clarificar la historia que una motivación de otra de índole: política y propagandística. En contraste con los autores de Víctimas, Salas, bien consciente de una realidad lo bastante horrible, imposible de justificar con argumentos morales o políticos, no utiliza sus cálculos para disimular o justificar la represión nacional. Si alguna lección extrae es una llamada a la reconciliación: «Todos tenemos mucho de qué avergonzarnos y muy poco que reprocharnos» (22) en su conclusión, con la que nadie medianamente objetivo puede estar en desacuerdo. Actitud muy distinta, como digo, de la de Santos Juliá y sus compañeros, que justifican la represión izquierdista al extremo de cargar su responsabilidad sobre el bando contrario, en una retórica que quiere mantener la llaga en carne viva.
Sean cuales fueren sus inexactitudes o errores, Pérdidas de la guerra fue un trabajo científico y pionero, mientras que Víctimas tiene un carácter diferente. Ello se percibe desde el mismo lenguaje, sobrio, ponderado, cuidadoso de los posibles fallos u objecciones a su método, en el primer libro; apasionado en extremo, a menudo panfletario en el segundo. Y no es que un historiador deba ocultar su idignación ante sucesos crueles o injustos, pero cabe dudar de la sinceridad del sentimiento cuando el mismo se esfuma ante hechos semejantes si los comete el bando con que el historiador simpatiza.
Ya la portada de Víctimas busca un impacto político: un grupo de prisioneros atados y humillados entre soldados franquistas que les apuntan con fusiles. Ya la frase con que empieza el libro: «¿Cómo fue posible tanta crueldad, tanta muerte?», suena falsa en un historiador, que por su oficio sabe que la crueldad y la muerte están demasiado presentes en la historia de todos los países como para afectar tan especial aflición en este caso. Aunque el libro admite -no podría dejar de hacerlo sin desacreditarse por completo-, la ola de sangre causada por los republicanos, el relato de la crueldad y la muerte se centra con total preferencia en los franquistas, y lo hace con métodos típicos de la propaganda: sus crímenes son expuestos con constantes detalles personales y macabros, destinados a impresionar al lector desprevenido. El método sería admisible si lo aplicaran también a los crímenes contrarios, pero de éstos se habla en un estilo impersonal y general, y en un marco de esencial justificación.
El sectarismo llega al extremo de que las víctimas republicanas reciben constante encomio, mientras las otras llegan a ser tratadas con verdadero escarnio. Así, Maeztu es «el intelectual de mayor prestigio que pudieron pasear como mártir los franquistas». Cabe destacar que las derechas en España han condenado el asesinato de García Lorca y se han sumado a las conmemoraciones del autor, mientras que nada parecido han hecho las izquierdas con Maeztu o Muñoz Seca; todo lo contrario. De Ledesma Ramos dice el libro: «el magro pensamiento fascista español (el autor parece creer que el pensamiento socialista o republicano era muy fértil) andaba necesitado de mitos, de jóvenes fogosos caídos por la Patria en la flor de sus vidas». Como si su asesinato hubiera respondido a tal supuesta necesidad. José Antonio resulta «el más insigne de los asesinados por los rojos, el mártir de la Cruzada, el «ausente» en cuyo honor se levantaron edificios, a la vez que se designaba con su nombre cientos de calles, plazas y escuelas». Y lo caracteriza como jefe del «partido que mejor incorporó la violencia a su retórica y más la practicó en la calle en la atmósfera cargada de la España de los años treinta». «En el mes que siguió a las elecciones (de febrero del 36) él y su partido calentaron el ambiente, inyectándole buenas dosis de violencia política». La conclusión lógica de un lector que sólo tenga informes como los de este libro será: ¿por qué no había entonces de ser ejecutado José Antonio, y más en situación de guerra? Claro está que los autores ocultan al lector dos datos esenciales para que éste forme su juicio: que los atentados falangistas, en 1934 y en 1936, no fueron de iniciativa, sino de respuesta a los sufridos por la Falange a manos de socialistas y comunistas; y que, lejos de ser el partido más violento por entonces, fue superado en mucho tanto por el PSOE como por la CNT. Estos son hechos indudables que un historiador, si pretende serlo en serio, no puede pasar por alto. Y parece claro que los autores se suman disimuladamente al «Espectacular (...) mofa carnavalesca de la parafernalia eclesiástica». Aparte de lo extremdamente ofensivas que eran para los creyentes esas mofas, los autores desdeñan la enorme destrucción de libros y obras de arte producida en los «espectáculos» de la «parafernalia». Aunque atenuados, en esas frases se perciben los ecos de la propaganda que creó el ambiente político de 1934 a 1936 (23).
En la misma línea, las frases feroces de personajes franquistas reciben constante atención, olvidando las correspondientes del Frente Popular, que podrían llenar muchas páginas. Frases, por lo demás, corrientes en todas las guerras. En cambio son destacadas las llamadas humanitarias de algunos populistas: «Hubo abundantes voces que se alzaron desde el principio contra la masacre, algo muy raro entre los cruzados del otro bando». De hecho fueron muy poco abundantes, en comparación con las prédicas del terror, y, como recoge el citado Martín Rubio, tampoco faltaron las apelaciones humanitarias entre los nacionales. Pero lo cierto es que para 1936 las cosas habían llegado a tal extremo que tales exhortaciones fueron escasas y poco atendidas en los dos campos. A este respecto conviene poner en su contexto el discurso de Azaña pidiendo paz, piedad y perdón. Fue sin duda un noble ruego, que reverdeció su popularidad entre la gente harta de la sangre y sacrificios impuestos por la lucha, pero también llegaba demasiado tarde: el 18 de julio del 38, cuando los suyos encaraban un porvenir sombrío. Los que iban ganando la guerra sólo podían considerar aquellas palabras como un intento de distracción, y los que la iban perdiendo, pero querían resistir para enlazar la guerra civil con la guerra mundial, tenían que ver en la frase azañista poco menos que una traición: «A los ocho días de hablar de piedad y perdón me refriegan 58 muertos», clama aquél en sus diarios, refiriéndose a unos fusilamientos en Montjuich (24).
Abundan en el libro errores y omisiones como los citados sobre José Antonio. Así, «el intenso anticlericalismo del primer bienio republicano y de la primavera de 1936 nunca había sido acompañado de actos de violencia». ¿Cómo llamar entonces a la quema de templos, bibliotecas, escuelas y laboratorios y obras de arte, a las agresiones a clérigos o sucesos como el de los «caramelos envenenados»? El golpe de Primo, en 1923, aparece como la «primera lección que los españoles del siglo XX recibían acerca de la legitimidad del recurso a la violencia y a las armas para derribar un Gobierno y alcanzar el poder y cambiar de hecho un régimen político» ¿Debemos creer que la huelga revolucionaria de 1917, seis años antes, no tenía esos objetivos ni recurrió a la violencia? «El exilio de 400.000 personas, la mayoría catalanas (...) marcará generaciones», provocando un «vacío cultural y social». Pero los estudios de J. Rubio muestran que el grueso de esos exiliados (más de dos tercios), regresó a España antes de un año, y otros siguieron luego en un goteo permanente. Contradiciéndose, el mismo Víctimas suma, entre Francia y América, unos 160.000 exiliados para 1949. La vasta mayoría de los catalanes huidos volvieron enseguida, no siendo su presencia en el exilio más significativa que la de otros españoles; y el «vacío social y cultural» fue mucho menor de lo que da a entender el libro. También, a juicio de Solé y Villarroya, el SIM era cosa de «Madrid», aunque fue montado desde Valencia y Barcelona: «policía novel, conversa de nuevo cuño al comunismo estalinista, fuera de Madrid no entendía la compleja vida sociopolítica de la sociedad catalana». Esa «incomprensión», como la llaman eufemísticamente, se manifestó en forma general, y no sólo en la «compleja» sociedad catalana, tan incomprensible, según la ingenua vanidad de Solé y Villarroya, para el «madrileño» SIM. Para dichos autores, los franquistas practicaron una «represión general sobre Cataluña, considerada el baluarte de la República», aunque lo cierto es que la represión no afectó a Cataluña en mayor medida que a otras regiones. Choca además, en unos historiadores, el anacronismo del «baluarte de la República», consigna en desuso desde octubre de 1934. Audaz, a la vista de lo ocurrido, resulta su presunción de que la sociedad catalana «era la más entregada al espíritu republicano, por su talante liberal». La Esquerra catalana fue probablemente el más exaltado de los partidos republicanos, y ya en 1934 organizó la insurrección y la guerra civil con propósitos que nada tenían de liberales. En la misma línea se atribuye al régimen de Franco una «voluntad de desindustrializar Cataluña para empobrecerla», cuando la indiscutible realidad histórica, al margen de cualquier propaganda, es que la industria catalana fue protegida durante la era de Franco y prosperó como nunca antes. F. Moreno pasa buenamente por alto los sucesos de España desde 1934 y los de julio del 36: «Han caído ya, con la victoria militar, las instituciones democráticas». O descubre que «La violencia fue un elemento estructural del franquismo»: lo es de todos los regímenes políticos. Etc. (25).
Estos errores tienen traza de no ser involuntarios y van más allá de los inevitables yerros de detalle que se cuelan en cualquier libro de historia. Su sentido coincide con el de otras apreciaciones repetidas machaconamente. El terror «fue una parte integral del glorioso Movimiento Nacional, de su asalto a la República y de la conquista gradual del poder, palmo a palmo, masacre tras masacre, batalla tras batalla». «La represión y el terror (...) no eran algo episódico, sino el pilar central del nuevo Estado, una especie de principio fundamental del Movimiento». «A las personas de izquierda, a los vencidos, que anhelaban reconstruir sus vidas, se les negó por completo tal derecho, se les condenó a la humillación y a la marginación (social, económica, laboral). El franquismo les negó la consideración de personas». «Se puede afirmar que Franco convirtió a Madrid en un gran presidio». «El fenómeno de la tortura fue masivo y generalizado», etc. Estas frases son de Moreno, cuyo lenguaje, panfletario sin disimulo, sigue la tónica de sus estudios sobre la represión en Córdoba, según los cuales la política franquista fue «de exterminio», de «exterminio de clase», con una represión, además, «muy diferente de la represión republicana», en el sentido que ya vimos en Solé y Villarroya. «Las declaraciones de Franco y de sus generales no disimularon nunca su propósito de exterminio», mientras que, asegura osadamente, entre los dirigentes republicanos «jamás se escucharon las rotundas llamadas a la violencia que realizaron, en cambio, los principales militares del franquismo». «Cárceles, torturas y muerte, lejos de disminuir al término de la guerra, se incrementaron al máximo». «Por todas partes se humilla a la gente sencilla», y especialmente, dice él, a las mujeres. S. Juliá tampoco se queda corto: durante años, «el fusilamiento de los derrotados continuó siendo un fin en sí mismo (...). Los enemigos sólo gozaban de un destino seguro: el exilio o la muerte» (26).
Esta retórica recuerda a la de la campaña de 1935 sobre la represión en Asturias, falsa en un porcentaje elevadísimo, pero que forjó el espíritu del terror de 1936. Y, desde luego, desafía a la experiencia y a la estadística. Aunque hubo una dura represión en los primeros años de posguerra, en la que debieron caer responsables de crímenes junto con inocentes, ni de lejos existió tal exterminio, de clase o no de clase. La inmensa mayoría de quienes lucharon a favor del Frente Popular (1.750.000 hombres, en principio), de quienes lo votaron en las elecciones (4.600.000) o vivieron en su zona (14 millones), no fueron fusilados ni se exiliaron; se reintegraron pronto en la sociedad y rehicieron sus vidas, dentro de las penurias que en aquellos años afectaron a casi todos los españoles. Esto es tan obvio que resulta increíble leer a estas alturas semejantes diatribas, quizá pensadas para «envenenar», en expresión de Besteiro, a jóvenes que no vivieron la guerra ni el franquismo.
Ello no impide que el libro proclame nobles y enjundiosos objetivos: que «el dolor de tantas y tantas víctimas anónimas del odio más irracional no sea inútil y, establecida la verdad tras el necesario debate, la guerra civil se incorpore definitivamente a nuestra historia» (27). No es nada seguro que los apasionados enfoques y desenfoques vistos cumplan tan loable propósito; ni cabe tomar muy en serio su propósito de «establecer la verdad», y mucho menos la reconciliación, a la que también dicen aspirar los autores. Queda la impresión de que esta obra, al contrario que la de Salas, entra en la categoría de propaganda con un punto de vista político muy definido, y no en la de la investigación histórica.
Para establecer la verdad en lo posible, unas conclusiones como las del historiador José García Escudero parecen más a propósito: ambas zonas sufrieron represión oficial e incontrolada, en las dos se alzaron peticiones de humanidad y clemencia, y las dos llegaron a superar las manifestaciones más brutales del terror, sin acabar del todo con él. La pesadumbre producida por este fenómeno en la conciencia española sólo puede quedar mitigada por el testimonio de la dignidad y el valor que en general demostraron las víctimas, y no por un grotesco pugilato en torno a cuál de los bandos vertió más sangre (28).
Siendo la causa del terror la tensión y odios ideológicos típicos de la época, España no podía ser un caso aislado. Francia e Italia, por ejemplo, sufrieron en 1943-45 y dentro de la guerra mundial, una especie de contienda civil. R. Salas calcula, analizando las estadísticas oficiales de mortalidad, que en esos años la represión y los ajustes de cuentas se llevaron por delante a 87.000 franceses y a 67.000 italianos. Teniendo en cuenta que la guerra civil en esos dos países fue mucho menos intensa y prolongada que en España, sus cifras de la represión superan proporcionalmente a las españolas. Recientemente, el periodista norteamericano Herbert Lottman, estudiando la depuración realizada en Francia en los últimos tiempos de la guerra mundial, estima en 10.000 el número de los homicidios y ejecuciones, cometidos por los franceses antinazis. Sumados a los 60.000 en que De Gaulle cifraba los cometidos por los alemanes y colaboradores, da un total cercano al de Salas, aunque parece muy improbable que la proporción fuera realmente de 6 a 1. Otro aspecto de la depuración fue la humillación de miles de mujeres acusadas de «colaboración horizontal» con los alemanes (29).
Una vez más comprobamos que los sucesos de España, con todas sus peculiaridades, no se entienden si no son enmarcados en los que caracterizaron aquella época en el mundo, y especialmente en Europa.

Notas:
  1. Salas Larrazábal, R.: Los datos exactos de la guerra civil, Madrid, Drácena, 1980, p. 310.
  2.  Durante la batalla de Madrid, «Franco ordenó un ensayo de actuación desmoralizadora de la población mediante bombardeos aéreos», desistiendo a los diez días, según el jefe de la aviación nacional, Kindelán. En todo noviembre los bombardeos causaron en Madrid 312 muertos. Ejemplos de partes populistas: «La aviación y el intenso fuego de artillería sobre la ciudad de Oviedo aumenta por horas la desmoralización de los sitiados y de la población civil» (5-9-36). «En las primeras horas de la mañana se ha iniciado un terrible fuego sobre Oviedo (...), cuyos efectos pueden apreciarse a simple vista» (8-9-36). «La aviación republicana ha bombardeado Córdoba y Granada» (12-9). Y así otros muchos, incluyendo Teruel, Huesca, etc. Constan, por el bando contrario, una instrucción de 6-1-37: «Cuando se bombardeen objetivos militares en las poblaciones o próximos a ellas, se cuidará de la precisión del tiro con objeto de evitar víctimas en la población no combatiente». De 10-5-37 es este telegrama: «Por indicación del Generalísimo (...) no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares, sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire». Otra instrucción del 28-3-38: «En lo sucesivo (...) no se efectuarán bombardeos del casco urbano de poblaciones sin una orden expresa de la Jefatura del Aire». La reiteración de la orden obedece a los bombardeos de Guernica, en abril de 1937, y de Barcelona, en marzo del 38, realizados por alemanes e italianos, al margen de las instrucciones del mando franqista, que corrigió tales hechos. Salas Larrazábal, R.: Historia del Ejército Popular de la República, I, Madrid, Editora Nacional, 1973, p. 624-5. J. Salas: Guernica, p. 236 y ss; 324 y ss.
  3. Salas Larrazábal, R.: Historia del Ejército Popular de la República, I, Madrid, Editora Nacional, 1973, p. 624-5. Salas, J.: Guernica, p. 236 y ss.; 324 y ss. No obstante, algunos historiadores pasan arbitrariamente por alto la investigación de Salas y ofrecen datos sin base alguna, como el de 1.600 muertos que da Avilés Farré todavía en 1996. No hubo, como afirmó la propaganda, el propósito de destruir los edificios simbólicos de la tradición vasca, que ni fueron atacados ni sufrieron daños, pese a haber situado el PNV cuarteles en sus cercanías. Al principio, la prensa vizcaína se abstuvo de reproducir las exageraciones difundidas en Inglaterra y Estados Unidos, hasta que el gobierno de Aguirre comprendió su utilidad propagandística. La estudiosa P. Aguilar recoge sin crítica y olvidando a Salas, la versión de que el bombardeo trataba de destruir los símbos de las libertades vascas y tuvo que ver con la crueldad de Franco. ¿En qué grado de crueldad clasificaría para ser coherente, a Churchill, Roosevelt o Truman? Los franquistas achacaron el incendio de Guernica a los propios populistas, falsedad que apenas fue creida, aunque se apoyaba en los precedentes de Irún y Eibar, donde los populistas en retirada sí provocaron vastos incendios. A. Viñas ha hecho consideraciones muy elaboradas sobre la responsabilidad que pudo caber en el bombardeo a las autoridades franquistas—que no lo habían autorizado—, pero olvida mencionar la cifra de víctimas, aunque conoce el estudio de Salas, a quien cita secundariamente. La indignación de Viñas no se extiende, lamentablemente, a las responsabilidades por los bombardeos de Oviedo y Huesca.
  4. J. Salas Larrazábal, J.: Guernica, Madrid, Rialp, 1987, pp. 163 y ss.; 263 y ss. Avilés Farré, J.: Las grandes potencias ante la guerra de España, Madrid, Arco, 199, p. 40. Viñas, A.: Guerra, dinero y dictadura, Barcelona, Crítica, 1984, p. 98 y ss.
  5. Según muestra A. D. Martín Rubio, las noticias iniciales sobre la matanza no son fiables, y la cifra habitual, de en torno a 1.200 víctimas, menos aún: las inscripciones de muertes atribuibles a la represión correspondientes a agosto de 1936 son 172, y 493 hasta diciembre. Ello indica la dureza represiva, pero no autoriza la idea de una carnicería indiscriminada. La versión de tal carnicería fue difundida especialmente por el periodista norteamericano Jay Allen, incondicional del Frente Popular, ausente de la ciudad en aquellos días y que inventó los detalles más escabrosos. La sensibilidad de Allen por la matanza que no presenció, desaparecería ante las que sí pudo comprobar en el bando de sus preferencias. Ricardo de la Cierva sugiere, razonablemente, que el reportaje de Allen fue elaborado para contrarrestar la impresión mundial causada por la matanza de presos de la cárcel Modelo madrileña. MartÍn Rubio, A. D.: Salvar la memoria, Badajoz, 1999, p´. 140 y ss. De la Cierva, R.: Historia esencial de la guerra española, Madrid, Fénix, 1996, p. 224-6.
  6. Cito el dato indirectamente, de una recensión del libro en el número 49 de Razón Española, de septiembre-octubre de 1991. The economist del 17 al 23 de julio de 1999 reseñaba otro libro, An intimate history of killing, por Joanna Bourke, en el que habla de las «orgías de violaciones y asesinatos» practicadas por tropas norteamericanas en Alemania. Como es sabido, la propaganda soviética llegó a incitar a sus soldados a matar alemanes y violar a sus mujeres (se ha dicho que los rusos las violaban y los norteamericanos las prostituían). La actitud rusa, con todo, resulta en cierto modo más explicable, dados los extraordinarios sufrimientos ocasionados en Rusia por los nazis.
  7. El Liberal, Bilbao, 14-7-1936.
  8. Salas, R.: Los fusilados en Navarra en la guerra civil de 1936, Madrid, 1983, p.13. Vidarte, J. S.: Todos fuimos culpables, Barcelona, Grijalbo, 1978, p. 418. Jackson, G., en R. Salas: Pérdidas de la guerra, Barcelona, Planeta, 1977, p. 116 y ss. Tamames, R.: La República. La era de Franco, Madrid, Alianza, 1977, p. 323.
  9. El historiador marxista Pierre Vilar desconfía de los testimonios orales: «Tres aragoneses me brindaron respectivamente, como balence de las ejecuciones en Zaragoza, tres fusilados, 10.0000 víctimas, ¡por lo menos 30.000 (!)». No obstante, este pésimo método es aplicado con frecuencia. Tengo experiencia sobre el influjo de la propaganda en la memoria de muchos testigos. En una conferencia que di en el Ateneo madrileño acerca de la batalla de Madrid, al citar la presencia de tanques y aviones rusos, dos de los presentes se levantaron airados asegurando que no había habido tal cosa, pues los republicanos apenas disponían de unos pocos fusiles. ¡Ellos habían vivido aquellas jornadas y podían dar fe! También han sido típicas de años recientes las personas, que sin haber movido un dedo contra el franquismo, «recordaban» de pronto hazañas que habrían protagonizado en manifestaciones estudiantiles, etc. La memoria engaña a menudo, incluso sin intención.Vilar, P.: La guerra civil española, Barcelona, Crítica, 1986, p. 151.
  10. En 1964, Jesús Salas, hermano del anterior, hizo una investigación de la sobremortalidad masculina, mediante análisis comparativos de los decenios 1930-40 y 1940-50. Puesto que las víctimas femeninas directas de la guerra fueron escasas, debía obtenerse así una buena aproximación al total de muertos. El resultado coincide grosso modo con los datos más precisos de su hermano Ramón: un cuarto de millón de víctimas varones. De ellos, J. Salas estima en 165.000 los caídos en combate y 85.000 los represaliados. La semejanza de las cifras logradas con métodos distintos es un indicio a favor de la corrección de ambos. En Salas, R.: Pérdidas, p.139-40.
  11. Se ha aducido que muchas víctimas de la represión franquista están registradas con causas de muerte ficticias, como en el caso de García Lorca, cuya defunción atribuye el registro a «hecho de guerra». También se cita el caso de 150 ejecutados por los populistas y fallecidos oficialmente por «anemia aguda». Según Salas, esta crítica nace de un desconocimiento de las reglas registrales, que exponen las causas clínicas de la muerte, y no las circunstancias de ella, por ley de 1870, cuyo objeto es salvaguardar la intimidad y el honor de los individuos. Esa regla obliga a un esfuerzo de interpretación de los registros, que Salas considera casi siempre factible. También se ha dicho que la mayoría de las víctimas del franquismo no se habrían inscrito nunca, por temer represalias sus familiares. Salas descarta esta crítica señalando las facilidades registrales ofrecids años después de la contienda, cuando ya no eran de temer represalias, y que fueron aprovechadas por numerosas personas. Además, el historiador hizo un estudio especial sobre Navarra, donde, según él, los nacionales habían fusilado a algo menos de un millar de personas, que multiplicaban por quince los historiadores nacionalistas próximos a ETA, y por ocho o nueve los del PNV, cifra esta última acogida sin crítica por historiadores más serios. Otros se han visto obligados a multiplicarla, finalmente, «sólo» por tres. La investigación de Salas ratificó sus cifras originales, con pequeñas correcciones. Sin embargo, algo de razón hay en esta crítica, pues tras la muerte de Franco se produjeron nuevas inscripciones, aunque ni de lejos la riada de ellas que suponían los adversarios de Salas.
  12. «Resultaba descorazonador que quienes acogían con fe de carbonero las cifras aireadas por el rumor, el rencor o el revanchismo, fueran tan puntillososo a la hora de enjuiciar un trabajo con firme apoyatura documental y rigor científico», lamenta Salas. Este historiador, indudablemente uno de los mejores entre los que han tratado la guerra, simplemente «no existe» en muchos ámbitos universitarios. La revista barcelonesa Destino, que pasaba por imparcial y seria, le impidió contestar en igualdad de condiciones al escritor Carlos Rojas, que en un artículo le atacaba desvirtudando sus argumentos. Salas, R: Los fusilados, p.19-20 y 17.
  13. JuliÁ, S. y otros: Víctimas de la guerra, Madrid, Alianza, 1999, p. 68
  14. La actitud de euforia, o al menos despreocupación por estas cosas estaba muy extendida entre los dirigentes. Cuenta Vidarte: «Cuando le dije (a Companys) que hacía el viaje acompañando a un fraile, soltó la carcajada. «De esos ejemplares, aquí no quedan». Araquistáin, L.: Sobre la guerra civil y en la emigración, edic. de J. Tusell, Madrid, Austral, 1983, p. 22. Vidarte, J. S.: Todos fuimos, p. 503.
  15. En MartÍn Rubio, A. D.: Paz, piedad, perdón... y verdad, Madrid, Fénix, 1997, p. 71.
  16. Y tampoco los revolucionarios defendían avances sociales y políticos o una sociedad «más libre y más justa», como afirman dichos estudiosos en contra de una abrumadora experiencia histórica. En los países en que triunfaron los correligionarios de los frentepopulistas españoles, la población perdió cualquier libertad y derecho, sometida al poder omnímodo de una minoría burocrática dueña de un estado policial. Que España fuera «uno de los países con más injusticia social de Europa» es aserto muy discutible, pero de lo que no hay duda es de que el remedio propuesto por los revolucionarios era mucho peor que la enfermedad, si de libertad, justicia y riqueza hablamos. Solé y Villarroya tienen derecho a preferir remedios tales, pero quizá no tanto a invocar en su beneficio la libertad y la justicia.
  17. Cervera, J.: Madrid en la guerra. La ciudad clandestina, 1936-1939, Madrid, Alianza, 1998, p. 62 y ss.
  18. JuliÁ, S.: Víctimas, p.14.
  19. JuliÁ, S.: p. 60-1 y 21.
  20. Martín Rubio considera, no obstante, más alta la tasa de la represión populista, al no haberse podido ejercer ésta más que sobre la mitad del país.Juliá, S.: p. 410. Salas, R.: Pérdidas, p. 362 y 371. Martín Rubio, A. D.: Paz, p. 371-5.
  21. JuliÁ, S. Víctimas, p. 244.
  22. Salas, R. Pérdidas, p. 442.
  23. JuliÁ, S. Víctimas, p. 133, 142-3 y 154.
  24. Según la propaganda, los gobiernos populistas trataron de evitar los crímenes de los incontrolados, en otros momentos identificados con el pueblo. Así lo decía Vidarte a un periodista francés, a quien informaba de la siguiente manera, recogida en el capítulo «Desvaneciendo falsedades»: «En un solo año, el Tribunal de la Inquisición de Toledo pronunció más de 3.000 condenas, la mayoría a muerte», a lo que comenta el francés: «Y todavía les preocupa a ustedes el que se destruya una iglesia de más o de menos?» «Nos preocupa la protección de nuestro tesoro artístico. Las iglesias pertenecen a la nación y es deber nuestro el conservarlas». Vidarte hablaba en agosto de 1936, cuando desde mucho antes de julio se venía destrozando «nuestro tesoro artístico» entre la indiferencia o complicidad de los gobiernos. No vale más el dato sobre las muertes de la Inquisición, la cual, como se sabe, hizo ejecutar a un millar de personas en tres siglos. A ese respecto no hay duda de que fue una institución muy atrasada, por decir así, en comparación con las modernas policías políticas de las dictaduras de izquierdas o de derechas, capaces de superar esa cifra en cuestión de meses. Ibid.: p. 121. Martín, A. D.: Paz, p. 449 y ss. Azaña, M.: Memorias de guerra, Barcelona, Grijalbo, 1978, p. 400. JuliÁ, S.: Víctimas, 159, 227-8, 290, 303 y 27. Moreno, F.: Córdoba en la posguerra. La represion y el maquis. Madrid, 1987, p. 18 y ss.
  25. JuliÁ, S. Víctimas, pp. 156, 14, 238, 256, 226, 238 y 277. En Salas, R.: Pérdidas, p. 82 y ss.
  26. JuliÁ, S. Víctimas, 159, 227-8, 290, 303 y 27. Moreno, F.: Córdoba en la posguerra. La represión y el maquis. Madrid, 1987, p. 18 y ss.
  27. JuliÁ, S.: Víctimas, contraportada.
  28. GarcÍa Escudero, J. M.: Historia política de las dos Españas, Madrid, Editora Nacional, 1976.
  29. Salas, R.: Pérdidas, p. 433 y ss. Lotman, H.: La depuración, Barcelona. Tusquets, 1998, p. 466 y ss.

Ángel Galarza Gago

(Zamora,1892-París,1966)  Especialista en derecho penal.  En 1929 fue uno de los fundadores del Partido Radical Socialista.  En 1930 participó en el pacto de San Sebastián, por lo que fue encarcelado.  Al proclamarse la II República fue nombrado fiscal general del estado. Luego fue Director General de Seguridad, cargo desde el que creó la Guardia de Asalto.  En 1933 se integró en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).   Fue diputado por Zamora en 1931 y 1936.  El dirigente socialista Largo Caballero le nombró ministro de Gobernación (actualmente de Interior) entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, periodo de mandato en el que se produjeron por parte de los republicanos miles de "paseos" y fusilamientos, incluido el crimen de Paracuellos del Jarama y cargo desde el que se permitieron las famosas "sacas" de las prisiones de detenidos por ser de derechas, falangistas o militares para ser asesinados sin juicio por razones políticas y religiosas.  Por parte de las autoridades republicanas no se incoaron expedientes para castigar a los culpables.  Tras los sucesos revolucionarios de Barcelona en mayo de 1937 fue destituido bajo la acusación de ser trotskista.  Tras la guerra huyó de España.

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