Y LA HEMBRA QUE VISITABA EL HOTEL PLAZA DE LA CONCORDIA DE PARÍS
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Nivola
Por naturaleza, todo el mundo es corrompible, aunque mucha gente no llegue a corromperse jamás
03/02/2011 00:00 / Carmen Gómez Ojea
La historia del ex consejero, de su mano derecha en la consejería y de la rica- hembra funcionaria es una novela negra, el género literario que, al parecer y según lenguas de quienes lo conocen bien, es el predilecto de él; y también un hecho nebuloso, lleno de nubarrones oscuros, donde ese hombre atribulado representa una especie de Augusto Pérez, el personaje de Niebla de Unamuno, obra a la que su autor califica de “nivola”, convirtiéndose así en el introductor de este término en el español, para referirse a una nueva forma narrativa, cuyo asunto no surge de un plan argumental, sino que va naciendo y desenvolviéndose durante el mismo proceso de la narración, de modo que en ella se suceden situaciones imprevistas y chocantes, y los personajes actúan de forma inesperada, como en el caso del protagonista citado y nivolado en ese relato que se pregunta, igual que seguramente el ex consejero durante sus amargas horas en la cárcel, qué es todo eso que está viviendo y qué les sucede a quienes lo rodean y si todo ello es realidad o ficción.
Son los mismos interrogantes que se formulan muchos de sus allegados, que no pueden soportar sin profundo malestar y repugnancia la idea de que este hombre tan frugal, tan poco dado a las pompas y vanidades, ahorrativo hasta la tacañería consigo mismo, sea un prevaricador, un indeseable cohechero, un corrupto, un irrespetuoso con el dinero y los bienes de la comunidad. Pero las creencias acerca del prójimo producen muchas sorpresas. Por eso, tampoco nadie creía que Franco no fumase, no fornicase, comiera como un pajarito y cenara todas las noches un caldo gallego a lo pobre, hecho solo de patatas, grelos, habas y unto.
Sin embargo, lo cierto es que, por naturaleza, todo el mundo es corrompible, aunque mucha gente no llegue a corromperse jamás, porque sea fuerte y su gran fortaleza le impida caer en las tentaciones que acechan a los hombres y a los ángeles, y porque los cuerpos de esas personas singulares resistan la acción de la bacterias, lo que suele considerarse señal de la santidad del difunto, o sean incinerados, no inhumados, y las moscas azules de la putrefacción de los cadáveres no puedan hacer su trabajo en su carne muerta. Y esa nubosidad y oscuridades se deben a que una nivola no es novela realista que dé noticia de algo que ocurrió, sino que, a una luz tenue y difusa, funde y confunde elementos sorprendentes con otros comunes y corrientes que pertenecen al ámbito de lo cotidiano, transformándose en un relato extraordinario.
Así, no es habitual que una funcionaria, por muy cualificada y eficiente que sea, se jacte de alojarse asiduamente en sus viajes frecuentes a París en el hotel de la Plaza de la Concordia, muy posible en una de las mejores suites con vistas al lugar donde María Antonieta perdió la cabeza guillotinada, y donde a la entrada de su restaurante principal, Les Ambassadeurs, puede leerse la venenosa misiva que Enrique IV -el hugonote renegado, para quien París bien valía una misa- le mandó al señor que entonces vivía en aquella su mansión, diciéndole: “Ahórcate, bravo Crillon, peleamos bravamente en Arques y tú no estabas allí”. Quizá la funcionaria ricahembra, clienta de ese hotel, recuerde en Villabona estas palabras y sienta un escalofrío de disgusto, pensando quizá que en su cuello no podrá ponerse la ultimísima y selectiva gargantilla en bucles de diamantes de Cartier, a la que, dados sus apetitos desordenados de ornatos de muy elevado precio, no es raro que ya le hubiera echado los dos ojos en una de sus visitas a la milla de oro madrileña.
Y es una extravagancia mayúscula que una joven cajera de un supermercado se encuentre con un montón de dinero en su cuenta bancaria y que sea el humo que lleve al fuego, el hilo que conduzca a la enmarañada madeja; y hay pocas escenas en la historia de las calles como la de esa funcionaria y presunta delincuente, pero puesta de patitas en la cárcel, suplicando de rodillas y luego ya conminando con tal violencia que hasta los viandantes y los trabajadores de una obra se vieron obligados a intervenir, a una mujer que, sorprendentemente, carece para los nivolistas de toda característica que no sea la de sexagenaria, a fin de que no la denunciase a la policía por haber suplantado su identidad para sus tejemanejes de millonaria a escote de muchos. Y en cuanto al ex consejero, lo dicho: es un Augusto Pérez de Niebla, la nivola unamuniana, que querría escaparse horrorizado de la historia, por no comprender ni quién ni cómo ni por qué ni para qué se encuentra metido en ella.
Por lo que respecta a su mano derecha, tiene sus nubes propias en la historia: un hermano, al que no ve desde hace tiempo, según unos versionistas y, según otros, dueño de una casa de tolerancia, cuya contabilidad lleva ella, ex monja que se secularizó y que pertenece a varias ONG, amén de propietaria de muchos inmuebles, que sabe vender con buenos beneficios.
Resumiendo: está también envuelta en nubosidad que puede disiparse cuando sople el viento clarificador de la verdad. En lo tocante a los empresarios que estuvieron muchas horas sin ducharse encerrados por cohechadores, poco hay que decir, salvo que uno, además de nivola, tiene también un cuento de hadas americanas, en el que, vendiendo sobres de puerta en puerta, se hizo millonario.
La historia no quita el sueño y da pesadillas. Y está protagonizada por personas concretas, no por el partido en el gobierno, pues las querencias de la funcionaria son para el de la gaviota que no puso un huevo, sino un hormiguero que le salió rana.
Por naturaleza, todo el mundo es corrompible, aunque mucha gente no llegue a corromperse jamás
03/02/2011 00:00 / Carmen Gómez Ojea
La historia del ex consejero, de su mano derecha en la consejería y de la rica- hembra funcionaria es una novela negra, el género literario que, al parecer y según lenguas de quienes lo conocen bien, es el predilecto de él; y también un hecho nebuloso, lleno de nubarrones oscuros, donde ese hombre atribulado representa una especie de Augusto Pérez, el personaje de Niebla de Unamuno, obra a la que su autor califica de “nivola”, convirtiéndose así en el introductor de este término en el español, para referirse a una nueva forma narrativa, cuyo asunto no surge de un plan argumental, sino que va naciendo y desenvolviéndose durante el mismo proceso de la narración, de modo que en ella se suceden situaciones imprevistas y chocantes, y los personajes actúan de forma inesperada, como en el caso del protagonista citado y nivolado en ese relato que se pregunta, igual que seguramente el ex consejero durante sus amargas horas en la cárcel, qué es todo eso que está viviendo y qué les sucede a quienes lo rodean y si todo ello es realidad o ficción.
Son los mismos interrogantes que se formulan muchos de sus allegados, que no pueden soportar sin profundo malestar y repugnancia la idea de que este hombre tan frugal, tan poco dado a las pompas y vanidades, ahorrativo hasta la tacañería consigo mismo, sea un prevaricador, un indeseable cohechero, un corrupto, un irrespetuoso con el dinero y los bienes de la comunidad. Pero las creencias acerca del prójimo producen muchas sorpresas. Por eso, tampoco nadie creía que Franco no fumase, no fornicase, comiera como un pajarito y cenara todas las noches un caldo gallego a lo pobre, hecho solo de patatas, grelos, habas y unto.
Sin embargo, lo cierto es que, por naturaleza, todo el mundo es corrompible, aunque mucha gente no llegue a corromperse jamás, porque sea fuerte y su gran fortaleza le impida caer en las tentaciones que acechan a los hombres y a los ángeles, y porque los cuerpos de esas personas singulares resistan la acción de la bacterias, lo que suele considerarse señal de la santidad del difunto, o sean incinerados, no inhumados, y las moscas azules de la putrefacción de los cadáveres no puedan hacer su trabajo en su carne muerta. Y esa nubosidad y oscuridades se deben a que una nivola no es novela realista que dé noticia de algo que ocurrió, sino que, a una luz tenue y difusa, funde y confunde elementos sorprendentes con otros comunes y corrientes que pertenecen al ámbito de lo cotidiano, transformándose en un relato extraordinario.
Así, no es habitual que una funcionaria, por muy cualificada y eficiente que sea, se jacte de alojarse asiduamente en sus viajes frecuentes a París en el hotel de la Plaza de la Concordia, muy posible en una de las mejores suites con vistas al lugar donde María Antonieta perdió la cabeza guillotinada, y donde a la entrada de su restaurante principal, Les Ambassadeurs, puede leerse la venenosa misiva que Enrique IV -el hugonote renegado, para quien París bien valía una misa- le mandó al señor que entonces vivía en aquella su mansión, diciéndole: “Ahórcate, bravo Crillon, peleamos bravamente en Arques y tú no estabas allí”. Quizá la funcionaria ricahembra, clienta de ese hotel, recuerde en Villabona estas palabras y sienta un escalofrío de disgusto, pensando quizá que en su cuello no podrá ponerse la ultimísima y selectiva gargantilla en bucles de diamantes de Cartier, a la que, dados sus apetitos desordenados de ornatos de muy elevado precio, no es raro que ya le hubiera echado los dos ojos en una de sus visitas a la milla de oro madrileña.
Y es una extravagancia mayúscula que una joven cajera de un supermercado se encuentre con un montón de dinero en su cuenta bancaria y que sea el humo que lleve al fuego, el hilo que conduzca a la enmarañada madeja; y hay pocas escenas en la historia de las calles como la de esa funcionaria y presunta delincuente, pero puesta de patitas en la cárcel, suplicando de rodillas y luego ya conminando con tal violencia que hasta los viandantes y los trabajadores de una obra se vieron obligados a intervenir, a una mujer que, sorprendentemente, carece para los nivolistas de toda característica que no sea la de sexagenaria, a fin de que no la denunciase a la policía por haber suplantado su identidad para sus tejemanejes de millonaria a escote de muchos. Y en cuanto al ex consejero, lo dicho: es un Augusto Pérez de Niebla, la nivola unamuniana, que querría escaparse horrorizado de la historia, por no comprender ni quién ni cómo ni por qué ni para qué se encuentra metido en ella.
Por lo que respecta a su mano derecha, tiene sus nubes propias en la historia: un hermano, al que no ve desde hace tiempo, según unos versionistas y, según otros, dueño de una casa de tolerancia, cuya contabilidad lleva ella, ex monja que se secularizó y que pertenece a varias ONG, amén de propietaria de muchos inmuebles, que sabe vender con buenos beneficios.
Resumiendo: está también envuelta en nubosidad que puede disiparse cuando sople el viento clarificador de la verdad. En lo tocante a los empresarios que estuvieron muchas horas sin ducharse encerrados por cohechadores, poco hay que decir, salvo que uno, además de nivola, tiene también un cuento de hadas americanas, en el que, vendiendo sobres de puerta en puerta, se hizo millonario.
La historia no quita el sueño y da pesadillas. Y está protagonizada por personas concretas, no por el partido en el gobierno, pues las querencias de la funcionaria son para el de la gaviota que no puso un huevo, sino un hormiguero que le salió rana.
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Como seguramente diría G de Biedma: "Memento mori, memento mori"
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