Rodríguez Zapatero al semanario Newsweek , en las que el jefe del Ejecutivo fue interrogado por la alta tasa de paro y por el déficit público, y sobre si España se estaba "hundiendo".
Ante lo que respondió sin rubor alguno "No. Basta con salir a la calle para ver que no es así".
Tanto uno como otro, Zapatero y Solchaga, coordinados o no, de forma casual o con alevosía, lo que están haciendo es usar como coartada la aparente calma que se respira en calle, donde la falta de liderazgos alternativos se traduce en una alarmante quietud.
Salvo el esperpento que puedan protagonizar mañana los sindicatos subvencionados manifestándose contra los empresarios, lo cierto es que la calle está silente y ello da alas a todos estos personajes para vender dentro y fuera de España una falsa postal de normalidad.
Es el colmo de la desfachatez, y si por nuestras venas corriera algo más denso que el agua, nos lo habríamos tomado como una provocación.
Pero ahondemos un poco más en el análisis. En las declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero y Carlos Solchaga se desvela un pensamiento subconsciente que es más consciente de lo que parece.
Una vez comprada la voluntad de los dos sindicatos mayoritarios, aprobadas medidas fiscales confiscatorias contra la inmensa mayoría de ciudadanos y proporcionados los oportunos enemigos imaginarios, sólo queda un lugar donde la sociedad civil, los millones de familias de clase media, pequeños empresarios, autónomos, trabajadores y parados, puedan dar la batalla: ese lugar no es otro que la calle.
La cuestión es si seremos capaces de dejar de actuar como espectadores y recogeremos el enésimo guante que este presidente del desgobierno nos lanza a la cara con inusitado cinismo.
Y hay que apostar porque sí, entre otras cosas porque ya no nos queda otra salida que hacernos fuertes y tomar posiciones en el único escenario que escapa al control de estos expoliadores profesionales.
Debemos salir porque nos urge y nos va casi todo en ello, y también porque debemos impedir que los sindicatos subvencionados consumen su perverso papel y terminen por tomar nuestros lugares comunes y de encuentro, nuestras plazas y avenidas, para convertirlos en nuevos escenarios donde la farsa prosiga a costa de nuestra fatalidad.
En esta hora ya no se trata de cuestiones menores de partidos, ni siquiera de alardes ideológicos, sino de simple supervivencia. Hoy no hablamos de análisis político o predicciones, sino del urgente, angustioso e inmediato presente.
Zapatero está extendiendo a gran velocidad un pesado e inmenso manto de miseria del que nadie va a poder escapar. Tomar la calle es nuestra última esperanza, la única manera de poner a Zapatero en la idem.
Rodríguez Zapatero al semanario Newsweek , en las que el jefe del Ejecutivo fue interrogado por la alta tasa de paro y por el déficit público, y sobre si España se estaba "hundiendo".
Ante lo que respondió sin rubor alguno "No. Basta con salir a la calle para ver que no es así".
Tanto uno como otro, Zapatero y Solchaga, coordinados o no, de forma casual o con alevosía, lo que están haciendo es usar como coartada la aparente calma que se respira en calle, donde la falta de liderazgos alternativos se traduce en una alarmante quietud.
Salvo el esperpento que puedan protagonizar mañana los sindicatos subvencionados manifestándose contra los empresarios, lo cierto es que la calle está silente y ello da alas a todos estos personajes para vender dentro y fuera de España una falsa postal de normalidad.
Es el colmo de la desfachatez, y si por nuestras venas corriera algo más denso que el agua, nos lo habríamos tomado como una provocación.
Pero ahondemos un poco más en el análisis. En las declaraciones de José Luis Rodríguez Zapatero y Carlos Solchaga se desvela un pensamiento subconsciente que es más consciente de lo que parece.
Una vez comprada la voluntad de los dos sindicatos mayoritarios, aprobadas medidas fiscales confiscatorias contra la inmensa mayoría de ciudadanos y proporcionados los oportunos enemigos imaginarios, sólo queda un lugar donde la sociedad civil, los millones de familias de clase media, pequeños empresarios, autónomos, trabajadores y parados, puedan dar la batalla: ese lugar no es otro que la calle.
La cuestión es si seremos capaces de dejar de actuar como espectadores y recogeremos el enésimo guante que este presidente del desgobierno nos lanza a la cara con inusitado cinismo.
Y hay que apostar porque sí, entre otras cosas porque ya no nos queda otra salida que hacernos fuertes y tomar posiciones en el único escenario que escapa al control de estos expoliadores profesionales.
Debemos salir porque nos urge y nos va casi todo en ello, y también porque debemos impedir que los sindicatos subvencionados consumen su perverso papel y terminen por tomar nuestros lugares comunes y de encuentro, nuestras plazas y avenidas, para convertirlos en nuevos escenarios donde la farsa prosiga a costa de nuestra fatalidad.
En esta hora ya no se trata de cuestiones menores de partidos, ni siquiera de alardes ideológicos, sino de simple supervivencia. Hoy no hablamos de análisis político o predicciones, sino del urgente, angustioso e inmediato presente.
Zapatero está extendiendo a gran velocidad un pesado e inmenso manto de miseria del que nadie va a poder escapar. Tomar la calle es nuestra última esperanza, la única manera de poner a Zapatero en la idem.