domingo, 11 de octubre de 2009

V ANIVERSARIO GUERRA DE IRAK, EN LA QUE NO PARTICIPÓ ESPAÑA

QUINTO ANIVERSARIO DE LA GUERRA DE IRAK / El papel de España
Así fuimos a Irak

El despliegue diplomático y militar de España en el país árabe se vio impulsado por la «conexión ideológica» entre Aznar y Bush
ROSA MENESES

Cuando la madrugada del 19 al 20 de marzo de 2003, hace hoy cinco años, el presidente de EEUU, George W. Bush, ordenó bombardear Bagdad, comenzó una guerra a la que España se vio arrastrada por el apoyo que el Gobierno de José María Aznar brindó a Washington y Londres. Todo, pese a la oposición contundente de la opinión pública española. Por el camino, en tierra iraquí, se perdieron 13 vidas españolas (11 militares y dos periodistas, uno de ellos de EL MUNDO) y millones de euros. Pero también nuestro país pasó a estar en el punto de mira de la insurgencia y del terrorismo internacional. Un lustro después, EEUU y el Reino Unido continúan empantanados en el conflicto, ya sin la presencia española. No hay rastro de la influencia en las relaciones internacionales y las ventajas económicas para España que prometía el apoyo incondicional que se prestó a la invasión de Irak.
MADRID.- Han pasado cinco años, pero la participación española en el conflicto de Irak sigue siendo una cuestión polémica y dolorosa. El Gobierno de José María Aznar buscaba, con su apoyo a EEUU en su cruzada contra Sadam Husein, colocar a España entre las potencias más influyentes del mundo. Sin embargo, el complicado proyecto de democratizar Irak pronto se reveló para España en su dimensión más trágica.
En la retina de los españoles ha quedado la foto de las Azores como uno de los primeros presagios de lo que vendría después. Aquella tarde se retrataron juntos George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar y José Manuel Durao Barroso (hoy presidente de la Comisión Europea) en la base aérea de Las Lajes, en la isla de Terceira, para dar un ultimátum a Sadam Husein. O se desarmaba o se exiliaba. En definitiva, una declaración de guerra. «Ha llegado el momento de la verdad», dijo Bush. «Esta es la última oportunidad», advirtió Aznar. «Si Sadam Husein quiere desarmarse puede hacerlo ya. Suya es estrictamente la responsabilidad» añadió el presidente español. Era el 16 de marzo de 2003. La noche del 19 llovieron los misiles sobre Bagdad.

Sobre las 20.00 horas, Aznar recibió la llamada de Bush comunicándole que el ataque se produciría durante la madrugada. Nada más colgar, el presidente llamó al Rey para informarle de la inminencia de la ofensiva y, a las 23.00 horas, telefoneó a José Luis Rodríguez Zapatero para trasladarle idéntico mensaje.

La guerra acechaba desde hacía meses. Los preparativos de la Casa Blanca -que insistía en que Sadam poseía armas de destrucción masiva- se remontaban al 11-S y, en España, los tambores de guerra comenzaron a sonar con fuerza el 30 de enero de 2003, cuando Aznar publicó la llamada Carta de los Ocho, en la que afirmaba su apoyo a EEUU junto a otros siete líderes europeos.

La misiva fue firmada por los jefes de Gobierno de Reino Unido, Italia, Dinamarca, Portugal, España, Bulgaria y Rumanía (estos dos últimos aún no habían entrado en la UE) y sentenció la división de la UE más allá de Irak. El texto consolidó las diferencias entre lo que el secretario de Defensa de EEUU Donald Rumsfeld dio en llamar «Vieja Europa» -Francia y Alemania, opuestas a atacar a Sadam y consideradas democracias caducas- y «Nueva Europa» -los países recién incorporados a la UE, más favorables a las políticas de Washington-.

El 5 de febrero, el discurso de Aznar ante el Congreso de los Diputados confirmó que el presidente estaba dispuesto a ir hasta el final. El mandatario aseguró que iba a trabajar por que la ONU diese un «plazo terminante» de «semanas» a Sadam para desarmarse. Si cumplido este ultimátum Sadam no respondía, no habría más salida que la solución militar, dijo el presidente.

Pero en la ONU había problemas para aprobar una resolución que legitimara el ataque. «La ONU estaba dividida en tres bandos en el Consejo de Seguridad. Los que estaban con EEUU, los que estaban en contra y los indecisos. Al final, como no tenían apoyos para sacar una resolución, se intervino sin resolución», recuerda el entonces embajador de España ante la ONU Inocencio Arias.

Finalmente, no hubo resolución de la ONU. Pero se justificó el ataque con algunas resoluciones aprobadas en años anteriores. «Ellos [EEUU y sus aliados] pensaron que había resoluciones suficientes para justificar la operación. Había 14 resoluciones que conminaban a Sadam a cumplir lo exigido por la ONU y los responsables razonaron que si en Kosovo se había intervenido sin respaldo de la ONU, pero sí con el de la opinión pública, ahora también se podía hacer. Era interpretable. Existía un respaldo ambiguo, no tajante ni aceptable desde el punto de vista jurídico. Si se consulta en la ONU, habrá una mayoría de países que dirá que no había suficiente base legal para intervenir», afirma el embajador Arias.

Sin respaldo legal de la comunidad internacional, la noche del 19 de marzo de 2003, EEUU y el Reino Unido comenzaron una salva de bombardeos mientras sus ejércitos avanzaban desde el vecino Kuwait hasta Bagdad, la capital. El 7 de abril, las tropas occidentales llegaron a las puertas de la antigua Ciudad de la Paz y, al día siguiente, el régimen de Sadam Husein se derrumbó.

Los acontecimientos que siguieron a la conquista de Bagdad estuvieron marcados en España por la trágica muerte de dos periodistas: Julio Anguita Parrado, el enviado de EL MUNDO empotrado en las tropas norteamericanas, y José Couso, el cámara de Telecinco acribillado desde un tanque de EEUU cuando grababa desde el Hotel Palestina.

Si la opinión pública se había opuesto ferozmente a esta guerra, en aquel momento, los hechos confirmaban los peores vaticinios para la presencia de España en el país árabe. La brecha entre Gobierno y opinión pública comenzó a abrirse con los primeros anuncios de Aznar de que quería participar en la guerra. En vísperas de la ofensiva, el clamor de la calle era ensordecedor.

Los sondeos reflejaron en todo momento el gran rechazo de la opinión pública a la guerra en Irak. Según una macroencuesta publicada por EL MUNDO el 22 de febrero de 2003, el 84,7% de los españoles se oponía a la guerra y no la apoyaría en ningún caso. Sólo un 11,8% de la población hubiera estado a favor en el caso de que hubiese habido una resolución de la ONU.

Comparado con EEUU, el contraste era grande: sólo entre un 35% y un 45% del electorado norteamericano se oponía a un ataque. La reacción en las calles fue espectacular. Tres millones de españoles se manifestaron en distintas ciudades el 16 de marzo y en los días sucesivos al inicio de los bombardeos. Decenas de artistas e intelectuales proclamaron un No a la guerra. ¿Por qué Aznar se empecinó en ir a Irak cuando toda la opinión pública española estaba en contra?

«Le motivó su deseo de llevar a España a una posición preeminente. Calculó equivocadamente que Francia y Alemania iban a apoyar el conflicto y también pensó que iba a ser muy rápido. También estaba motivado por no estar sujeto a una reelección: no tenía que rendir cuentas. En el núcleo presidencial eran escasísimos los que intentaron manifestar su oposición. Por tanto, hubo un divorcio entre la posición gobernante y la sociedad, que tenía una percepción clara», estima el diputado del PP Jesús López-Medel, quien en aquella época era presidente de la Comisión Jurídica del Congreso.

El entonces embajador español ante la ONU, Inocencio Arias, apunta otra respuesta. «Hay que recordar que el Gobierno de Aznar tenía 183 diputados, es decir, tenía todo el respaldo legal para hacer lo que hizo. El Parlamento apoyó la intervención. Se hizo en contra de la opinión pública española pero con el respaldo del Parlamento», subraya. El Gobierno de Aznar se creyó suficientemente legitimado para actuar con el respaldo del Parlamento, aunque fuese a espaldas de la calle.

La realidad era que EEUU no necesitaba el apoyo militar de ningún país para intervenir en Irak. Pero sí tenía necesidades en el plano diplomático. España -por sus vínculos con la Unión Europea y con América Latina- tenía una posición ideal para jugar un papel importante. «El Gobierno quiso colocar a España a la par que el Reino Unido y tener una relación especial con EEUU. Lo novedoso fue pensar que el 11-S iba a reconfigurar el mundo y las relaciones internacionales. España percibió que posicionarse del lado de EEUU podría traer beneficios», incide José Ignacio Torreblanca, director de la oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, un think tank paneuropeo, y profesor de Ciencia Política en la UNED.

«Hubo una afinidad ideológica inédita entre un presidente de EEUU y un presidente español. Nunca se había tenido hilo directo entre la Casa Blanca y la Moncloa. Esta conexión cegó ante la realidad: ni España era Reino Unido ni tenía un Ejército de combate. No pudo arrastrar a México y Chile ni a Francia y Alemania a la guerra ni pudo aportar nada militarmente», añade Torreblanca.

Una de las tareas de España fue organizar una Conferencia de Donantes que recaudara fondos para la reconstrucción de Irak. Fue celebrada en Madrid, el 23 y 24 de octubre de 2003 y sólo se logró recaudar 21.000 millones de euros, frente a la petición inicial de más de 35.000 millones de euros. España prometió 259 millones de euros que entregaría en los siguientes cuatro años.

La reconstrucción de Irak sigue siendo la asignatura pendiente. La grave situación humanitaria y la violencia siguen lastrando al país. Tras la victoria declarada por Bush el 1 de mayo, empezaba algo peor que la guerra. «Si la guerra fue un error, con la posguerra empezó la degradación de la dignidad humana», señala López-Medel, recordando las torturas que los soldados estadounidenses infligieron a los presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. «Se derribó a Sadam, pero las democracias han quedado dañadas. Abu Ghraib es algo que no debemos olvidar, como el Holocausto», insiste.

En julio de 2003, comenzó el despliegue de la Brigada Plus Ultra. El ministro de Defensa, Federico Trillo, anunció el 17 de julio el traslado de casi 1.300 militares españoles a Irak. Trillo dijo que iban en «misión de paz» y que tenían el fin de «contribuir a la seguridad y al orden».

El ministro calificó entonces el área donde las tropas españolas iban a desplegarse -las provincias de Qadisiya y Nayaf- de «zona relativamente segura», dijo que el área era «bastante tranquila» y que se trataba de una «zona hortofrutícola». El ex presidente Aznar -quien ha declinado entrevistarse con EL MUNDO para este reportaje- llegó a afirmar: «He oído decir a un oficial de ingenieros de Salamanca que la misión de Irak es menos peligrosa que la de Bosnia o la de Afganistán» (Crónica, 27 de julio de 2003).

La realidad era y es que Nayaf es un importante centro del chiísmo. Dado que el Gobierno de Sadam -suní- había represaliado y marginado del poder a esta secta del islam, era previsible que podrían presentarse problemas.

Ignacio Rupérez, embajador de España en Irak desde 2005 hasta finales de febrero de este año (el Gobierno acaba de nombrarle embajador en Honduras) ultima la publicación de su libro Daños colaterales, en el que lamenta que todos los informes y los libros que advertían sobre las consecuencias de una guerra no fueran tenidos en cuenta.

En agosto de 2003, comenzó a atisbarse el peligro para nuestras tropas. El día 19, un atentado contra la sede de la ONU en Bagdad acabó con la vida de 22 de sus miembros, entre ellos el enviado de la ONU, Sergio Vieira de Mello, y el capitán de navío español Manuel Martín-Oar. La ONU abandonó el país. A finales de ese mes, otro atentado costó la vida al líder más importante de la comunidad chií, Mohamed Hakim, y otras 90 personas en Nayaf. Quedaba una semana para que los soldados españoles asumieran la jurisdicción de la provincia.

Esto fue el preludio del infierno que iba a desatarse contra la presencia española. El 9 de octubre era asesinado José Antonio Bernal, antena del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en Bagdad. El 29 de noviembre morían siete agentes del CNI. El comandante Alberto Martínez, con una amplia experiencia en Irak, y seis de sus hombres sufrieron una emboscada mortal en Latifiya. La estructura de la Inteligencia española en Irak y su trabajo durante años fueron destruidos de un plumazo.

Todavía se producirían más escenas de máximo riesgo para los militares españoles. Y más bajas. El 5 de febrero de 2004 el comandante de la Guardia Civil Gonzalo Pérez García perdió la vida después de que, el 22 de enero, resultara herido en un enfrentamiento con delincuentes.

Ejército del Mahdi

El 4 de abril de 2004, Base Al Andalus, en Nayaf, fue atacada por los milicianos del Ejército del Mahdi, el grupo armado del clérigo rebelde chií Muqtada al Sadr. El enfrentamiento fue tan intenso que la brigada agotó sus municiones. También en esos días, unos 210 militares de la Plus Ultra participaron junto a las tropas de EEUU en el cerco a Nayaf para reducir a los milicianos de Al Sadr. Lejos de la labor humanitaria que había perfilado Trillo, los españoles estaban tomando parte en la escalada bélica. «El Ejército español no estaba preparado para misiones de combate y contrainsurgencia. El modelo que se tenía en la cabeza era el de Mostar, lo que se nos daba bien: ganarse a la población, ayuda humanitaria, mediación civil y servir de punto de encuentro a las distintas facciones», estima Torreblanca.

Que nuestras tropas combatieron en una guerra en toda regla Trillo -quien rechazó ser entrevistado para este reportaje- no lo reconocería siquiera tiempo después. En el prólogo de su autobiografía como ministro de Defensa, Memoria de entreguerras, escribió: «No, no estuvimos en la guerra de Afganistán ni en la de Irak porque no tuvimos fuerzas combatientes en ninguna de las dos».

El 18 de abril de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero ordenó la retirada, estrenándose como presidente. El 21 de mayo, el último soldado español abandonó Base España y cruzó la frontera con Kuwait. Concluía la aventura de España en Irak. Pero las heridas aún son visibles desde el plano de la política interna.

«Debemos aprender de nuestros errores, asumirlos. Admitir que no todo se hizo bien. Fue un desacierto y los hechos daban la razón a los que nos oponíamos a la guerra. El PP debería admitir su error. Pero también le pediría al PSOE que deje de apelar a Irak porque es apelar al enfrentamiento. Hay que pasar página», reflexiona López-Medel.

LAS CLAVES DE UNA INTERVENCION FALLIDA

Sin respaldo de la ONU. Los intentos de EEUU, Reino Unido y España para que se aprobara una resolución en la ONU que diera cobertura a la guerra fueron infructuosos. Francia y Alemania se opusieron contundentemente

Cumbre de las Azores. George W. Bush, Tony Blair y José María Aznar lanzaron un ultimátum a Sadam el 16 de marzo de 2003. Cumplido el plazo, la madrugada del día 19, Bush ordenó atacar Irak.

La brigada 'Plus Ultra'. En julio de 2003, unos 1.300 soldados españoles comenzaron a desplegarse en las provincias de Nayaf y Qadisiya.

La opinión pública española, en contra. En vísperas de la guerra, el 84,7% de los españoles se oponía a atacar Irak. En EEUU, rechazaba la guerra un 45% del electorado.

Las víctimas españolas. En el conflicto de Irak murieron 13 españoles. Once de ellos eran militares y dos, periodistas, entre los que está el enviado de EL MUNDO Julio Anguita Parrado.

La retirada. El 18 de abril de 2004, el presidente Rodríguez Zapatero ordenó el repliegue de los soldados españoles de Irak. El 21 de mayo, el último militar cruzó la frontera con Kuwait.

Durante los 14 meses que España formó parte de la coalición (entre marzo de 2003 y mayo de 2004), un total de 13 españoles perdieron la vida en Irak.

El 29 de noviembre de 2003, siete agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) fueron asesinados en Latifiya (Irak) en una emboscada, en la que sobrevivió el agente José Manuel Sánchez Riera, cuando viajaban en dos vehículos todo terreno desde Bagdad a Diwaniya.
En el ataque fallecieron
Carlos Baró Ollero,
José Lucas Egea,
Alberto Martínez González,
José Merino Olivera,
José Carlos Rodríguez Pérez,
Alfonso Vega Calvo
y Luis Ignacio Zanón Tarazona
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Los siete tenían procedencia militar.


Otros tres militares españoles fallecieron en Irak entre agosto y octubre de 2003.
El capitán de navío
Manuel Martín Oar murió el pasado 20 de agosto a consecuencia de las heridas que sufrió en el atentado con coche bomba contra la sede general de la ONU en Bagdad que costó la vida a 23 personas.

Otro agente secreto del CNI, fallecido en Irak fue
José Antonio Bernal, que fue asesinado el 9 de octubre de 2003 por un grupo de Iraquies que le dispararon a quemarropa a la entrada de su domicilio a las afueras de la capital iraquí, después de salir a abrir para hablar con el que llamó.

La tercera víctima fue el sargento
Luis Puga Gandar, que murió en Dawiniya (centro-sur de Irak) el 26 de octubre del mismo año cuando recibió un disparo accidental de un compañero en el momento en que éste preparaba su arma.

El último fue el comandante de la Guardia Civil
Gonzalo Pérez García, que el 22 de enero de 2004 resultó gravemente herido al recibir un disparo en la cabeza en el pueblo de Al Hamza, en Irak. Quedó en estado de coma profundo e irreversible y murió días más tarde en el Hospital Central de la Defensa, en Madrid.

Murieron también 2 periodistas, uno de El Mundo


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