Carta de Lector
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BASTA DE CORRUPCIÓN
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JOSÉ LUIS MARTÍ | Barcelona | 28/10/2009 | Actualizada a las 20:31 | Participación
El nuevo caso de corrupción destapado en el ayuntamiento de Santa Coloma en el que se encuentran implicados tanto cargos políticos pertenecientes al PSC como ex-altos dirigentes de CIU amenaza con destruir la poca confianza que a la ciudadanía le quedaba en la clase política. El caso Millet está siendo una bomba de relojería y el alcance de la trama y la cantidad y variedad de implicados parece no terminar nunca. ¿Ya lo sabemos todo? ¿O todavía falta algo por destapar? Y aún no repuestos de este golpe, llega un nuevo asunto oscurísimo que vincula los negocios turbios (se ha dicho que incluso a la mafia rusa) con altos representantes, en activo o en la reserva, de la vida política catalana. Por si fuera poco, los ciudadanos debemos todavía aguantar amenazas veladas de las más altas personalidades (el 3% de Maragall en el Parlament, la manta de Pujol en Ágora esta semana), que son más preocupantes aún, y también insultantes por el hecho de no concretarse en ninguna denuncia o información pública.
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Lo más increíble del asunto es la llamada permanente que diversos políticos de uno y otro color están realizando a la ciudadanía para combatir la desafección política y la pérdida de confianza en, según ellos, las instituciones democráticas. Que no se engañen nuestros políticos y, por favor, que no traten de engañarnos a los ciudadanos. La consecuencia de tanta corrupción desvelada no es la pérdida de confianza en las instituciones democráticas. O, mejor dicho, no es la pérdida de confianza en la democracia. Lo que los ciudadanos estamos perdiendo es la ingenua ilusión en la clase política. No existe más alta traición en democracia que la corrupción de un cargo político, que la indignidad del embrutecimiento de lo público. Los ciudadanos pueden soportar la ineptitud de sus políticos, pero lo que bajo ningún punto de vista debe tolerarse, y menos aún ampararse o justificarse, es el cohecho y la prevaricación de nuestros representantes. Y cuando los casos emergen por todas partes (o, peor aún, asoman sin llegar a mostrarse), no puede pedirse a la ciudadanía que aguante estoicamente, que trague con tanta basura.
Ayer se organizaron espontáneamente protestas ciudadanas frente al ayuntamiento de Santa Coloma. Aquellos ciudadanos no estaban allí dirigidos por ninguna fuerza política. No obedecían a ninguna estrategia premeditada por ningún poder fáctico, económico o social. La suya fue una reacción espontánea para mostrar su indignación ante lo que parece ser una nueva trama de corrupción que les golpeaba de cerca. Nadie, aunque su apellido sea Pujol, tiene derecho a pedir a esa ciudadanía que no se muestre indignada y decepcionada. Y, por cierto, esta reacción no es una muestra de desafección política, sino todo lo contrario: son ciudadanos activos con plena conciencia democrática los que muestran su reproche ante una gravísima violación del compromiso democrático. Lo que la gente reclamaba ayer en Santa Coloma era devolver el poder a la ciudadanía, la genuina fuente de legitimidad en una democracia. Por eso en uno de sus carteles espontáneos se leía: ¡Fuera los políticos corruptos. Ahora el pueblo!
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