jueves, 11 de diciembre de 2008

2- DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ

Asignarles tales calificativos constituye una ofensa tan grande para tan digna profesión, como bautizar con el nombre de José Martí a una emisora norteamericana que opera desde Miami, con una antena encaramada en un globo, que está a no se sabe cuántos metros de altura y cuya potencia quieren ahora, en su rabia y en su desesperación, duplicar en capacidad, de 50 000 watts a 100 000; porque aquellos talentosos y geniales poseedores de las más impresionantes tecnologías no han logrado ni que su televisión se vea, ni que sus estaciones de radio se escuchen, salvo algunas emisoras en determinados espacios, porque nuestros modestísimos técnicos siempre inventan el recurso para callarlos. Son miles de horas las que emiten semanalmente, ¡y miles de horas de mentiras!

Esa es la democracia, esa es la libertad de prensa. No, no, son los medios de prensa y los medios masivos puestos al servicio de los tipos más grotescamente mentirosos, profesionales de la mentira, de la calumnia y de la traición.

La propaganda fundamental la hacen desde allá; ¡ah! también la hacen desde aquí. Ahora hay con motivo de la cumbre mil y tantos periodistas extranjeros. Sí, algo parecido a lo ocurrido durante la visita del Papa, cuando miles de periodistas vinieron al país, muchos de ellos periodistas honrados, procedentes de muy distintos lugares; pero también muchos que fueron enviados para observar la caída de las murallas de Jericó, al sonido de unas supuestas trompetas, porque ellos creían que la visita del Santo Padre a nuestro país significaría el derrumbe de la Revolución en cuestión de horas, primero, porque se autoengañaron ignorando la fortaleza ideológica, política e intelectual de nuestro pueblo —ese error lo han cometido no se sabe cuántas veces—; segundo, porque se equivocaron con el Papa.

Recientemente —hay algo que no he dicho y se lo voy a contar aquí a ustedes— leí un cablecito, de esos cablecitos que tengo que leer todos los días. Este anunciaba una nueva biografía del Papa Juan Pablo II —por un tal no sé quién, autor yanki, ¡ah!, y, además, oficializada—, que habría de salir en estos días, en una edición de 900 páginas, y, según decía el cable, se entrevistó durante los últimos años diez veces con Juan Pablo II, considerando al Papa una singular personalidad —y lo es, sin duda, yo mismo lo he expresado así varias veces—, pero de acuerdo con las cosas que se afirmaban en ese cable, única fuente de información que poseo en este momento, ¿qué imagen pretenden presentar de él en ese proyecto de biografía? La de una especie de domador de leones, algo que está realmente bien lejos de la imagen bondadosa que uno tiene de este Papa.

En esta misma Aula Magna estuvo el Papa, aquí dictó una conferencia. Ahí, desde ese asiento (Señala una de las sillas donde se sienta el público), escuché la conferencia del Papa; no estaba en el programa mi presencia ese día, pero quise venir a escucharlo. Está muy lejos de ser esa persona que puede deducirse del cable: un Papa domador de leones.

Aun cuando se trata evidentemente de una biografía concebida y elaborada durante años, ¿qué es lo primero que comienza diciendo el cable sobre el libro que dedica un capítulo a Cuba? ¡Ah!, nada bueno. Cuenta que el libro expone las interioridades, los detalles de lo que califica como la más severa prueba de la estrategia del Papa en el segundo decenio de su mandato —la llama así, estrategia, un término militar—: Su viaje a Cuba. De inmediato narra las palabras y proezas del vocero del Vaticano, Navarro Valls, uno de los enviados del Papa en los meses que precedieron la realización de la visita. Es una persona que conozco, he tenido el honor de conocerlo, he conversado con él hasta de cuestiones que pudieran llamarse filosóficas, aunque sobre este tema, especialmente hablé con un excelente sacerdote y teólogo que estaba a mi lado (Monseñor Marini, asistente del Papa y hoy obispo), quien me causó una agradable impresión por su comportamiento discreto y sus razonamientos profundos y ecuánimes. Eso ocurrió después de una cena, cuya conversación de sobremesa se prolongó horas. Navarro enfrente y el sacerdote al lado. Yo había planteado un problema teológico preguntando cuál era la posición de la Iglesia Católica ante la posibilidad de la existencia de vida inteligente en otros planetas del universo. Así que conozco bien a Navarro Valls: sé lo que habla, lo que piensa y lo que dice, más de una vez he conversado con él. Su comportamiento fue siempre respetuoso y medido.

Lamento mucho, y ojalá fuesen inciertas las interpretaciones tendenciosas, inexactas y groseramente falsas que de sus palabras hace el autor de la biografía, que narra el cable.

Es evidente que el redactor de ese cable, un reportero de la agencia Notimex en Roma, recibió las primicias y hasta es probable que le entregaran el texto; es posible incluso que algún condimento de su propia cosecha haya puesto en su versión del proyecto que le entregaran.

La primera idea que enfatiza el despacho cablegráfico es que la visita del Papa a Cuba fue impuesta a Castro. Descubrí ese día, en realidad, con mucha tristeza, que por primera vez en mi vida me hayan impuesto algo, y que por primera vez en la historia de esta Revolución, a nuestro pueblo, a nuestro gobierno, a nuestro Partido, a nuestra patria, le hayan impuesto algo. Me repugnó, realmente, aquella frase.

Claro, había otras cosas. En ese cable se habla de una carta, real o supuesta, que según el autor del libro el Papa le escribió a Brezhnev para impedir la invasión de Polonia. No conozco de ese material, ni sé si le envió el Papa una carta a Brezhnev; si es así, seguro que en los archivos de la CIA y de los Servicios Secretos de Estados Unidos estarán las copias, porque es conocido que, cuando Rusia se "democratizó" hasta el infinito, sus archivos secretos fueron a parar a manos de la inteligencia de Estados Unidos, de modo que ellos sabrán mejor que nadie del contenido de esa carta. Yo no la conozco, no sé cómo es; en el cable solo se mencionan algunas frases entrecomilladas. Seguramente en el libro aparezca completa.

También esta gestión se enmarca en la tesis de un Papa domador de leones: el Papa, con su carta, impidió la invasión de Polonia.

Conocí bien a Brezhnev y demás dirigentes soviéticos de su época. Métodos, estilos, ucases, errores. Pero eran sumamente cautelosos en su enorme preocupación por evitar determinados riesgos en sus relaciones con Occidente. No fueron pocas nuestras contradicciones y los temores que vimos reflejados en ellos cuando Cuba decidió enviar tropas a Angola para enfrentar la invasión de los racistas sudafricanos en ese país.

Considero que los soviéticos no podían invadir Polonia; podría enumerar un montón de razones, la principal de ellas el elevado riesgo de que un disparate de tal magnitud, en pleno corazón de Europa, habría podido conducir a una guerra nuclear mundial.

Cualquiera que sepa un poco de historia y tenga dos dedos de frente puede concebir presiones fuertes y hasta palabras gruesas por parte de la URSS; pero ese país, enfrascado ya en la aventura de Afganistán, no estaba tampoco en condiciones políticas de lanzar simultáneamente las tropas contra Polonia, un pueblo valiente con tradiciones combativas y decenas de millones de habitantes, lo que, aparte del importante y decisivo factor político, habría sobrecargado y caotizado su dispositivo militar en medio de una gran tensión mundial.

Es loable que el Papa escribiera una carta; es loable que él argumentara y razonara contra esa remota posibilidad, pero se exagera incuestionablemente por el torpe afán de presentarlo como un domador de leones, al afirmar que con su carta paró la invasión de Polonia.

No le neguemos al Papa importante influencia en los acontecimientos políticos de su país natal, no le neguemos al Papa el peso de su opinión, era un importante factor de carácter subjetivo que se sumaba a las reales y objetivas razones por las cuales Polonia no fue ni podía ser objeto de una invasión soviética.

Algo peor: se cuenta en ese libro, según el muy mencionado cable, un mensaje del Papa a Bush, tratando de persuadirlo de que no iniciara la guerra contra Iraq, a lo que Bush respondió que era imposible; y que pocas horas antes de iniciarse los combates —dice textualmente el despacho cablegráfico— el Papa llamó al presidente George Bush, y, "aunque se declaró una vez más contrario al uso de la fuerza, le dio su apoyo".

Pintan así al Papa apoyando aquella guerra. Realmente no concibo a este Papa apoyando una guerra. Quien lo conozca, quien lo haya escuchado, quien sabe que tiene una enorme cultura, convicciones profundas, conocedor de casi todos los idiomas, de todas las filosofías y todas las religiones, no puede imaginarse al Papa asumiendo tal postura.

Creo que si el Papa no puede convencer a alguien de que no desate una feroz y destructiva guerra, su reacción sería: Lo lamento mucho, es triste, es doloroso, van a morir miles, decenas de miles de personas; van a morir cientos de miles de niños en ese país, de hambre, de falta de medicinas —como ha ocurrido. Es imposible admitir la idea de que el Papa le deseara la victoria al jefe de un imperio que hace unos cuantos años mató en Viet Nam más de 4 millones de seres humanos, invalidó físicamente no se sabe a cuántas personas, envenenó tierras y bosques por decenas de años y ocasionó, con su brutal e injusta agresión, traumas psíquicos, que no se borrarán mientras vivan, a decenas de millones de vietnamitas de todas las edades.

No hay que ser miembro de su iglesia, no hay que ser creyente para estar absolutamente convencido de que eso es imposible, es falso.

¿Cómo se pretende hacer una biografía del Papa dándole tal carácter? ¿Acaso eso ayudaría a la Iglesia Católica que, igual que las demás iglesias, aspira a propagar su doctrina, su religión, aspira a expandirse por el mundo?

Y en lo que se relaciona al capítulo sobre nuestro país, ¿cómo puede haber gente capaz de la infamia de reciprocar las atenciones, las consideraciones, la delicadeza y los gestos que tuvimos con el Papa, gestos sinceros, hospitalarios, respetuosos, familiares, con tan groseras mentiras?

Por la televisión hablé horas, esclareciendo acontecimientos históricos y despejando prejuicios a fin de persuadir a los militantes del Partido y de la juventud, a la masa combativa y revolucionaria de nuestro heroico pueblo, constituida por millones de personas, para que, a pesar de diferencias filosóficas o políticas, diésemos un ejemplo asistiendo sin un cartel, sin una consigna y con el más absoluto respeto a los eventos de nuestro ilustre visitante.

Le entregamos el país prácticamente al Papa. No hubo un hombre con un fusil, o un revólver en la calle. No ocurrió siquiera un accidente de tránsito con motivo de las movilizaciones. Fue —según dijeron después muchos en el Vaticano— la más organizada y la más perfecta visita que hiciera el Papa. ¡Ciento diez cadenas extranjeras de televisión, miles de periodistas, nada más que para trasmitir la visita! Todos los medios, el transporte necesario, que fue casi el total que dispone el país, las instalaciones y plazas escogidas por los representantes del Papa fueron puestos, sin excepción alguna, a su disposición. Inspeccionaron en detalle los salones y sitios que les interesaba del Consejo de Estado. Solicitaron el Aula Magna de la Universidad de La Habana; la plaza "Antonio Maceo", de Santiago de Cuba; la "Ignacio Agramonte", de Camagüey, y, por último, la Plaza de la Revolución, en la capital de la República. Todas les fueron concedidas. Para la misa de Santa Clara se les ofreció la plaza "Ernesto Che Guevara". Fue desestimada. Se hizo necesario crear con premura una plaza en los campos deportivos de la Facultad de Educación Física de Villa Clara. El principal canal de la Televisión Cubana fue puesto al servicio de la visita papal para trasmitir las misas, las homilías y los discursos que en cada una de ellas se pronunciaron. Fue una cabal expresión de nuestra tradicional hospitalidad, la decencia, la cultura, la valentía política de nuestro pueblo, y, sencillamente, una inequívoca muestra de respeto al Papa como personalidad eminente, jefe de una institución religiosa milenaria, del mismo modo que hemos sabido expresar nuestro respeto y reconocimiento a todas las religiones que se practican en nuestro país.

La invitación oficial a visitar Cuba se la hice llegar personalmente al Papa el 19 de noviembre de 1996, cuando me entrevisté con él en el Vaticano, donde me recibió con intachable amabilidad y respeto.

Muchas de las medidas adoptadas para garantizar la brillantez y el éxito de la visita no las solicitó nadie, fueron iniciativas de Cuba.

¿Es justo, es decente, presentar la visita del Papa a Cuba como algo que se nos impuso?

El que más y mejor trabajó entre los enviados del Papa, el padre Tucci, un noble y consagrado sacerdote, organizador de los viajes del Papa desde hace 17 años, con el cual me reuní varias veces, ni siquiera se menciona en ese cable.

Independientemente de las intenciones de los que cooperaron con la elaboración de esa biografía, cuyo autor evidentemente dispuso de amplio acceso a los archivos del Vaticano y sostuvo largas e íntimas conversaciones con Navarro Valls, cuyas palabras transcribió, manipuló e interpretó a su antojo, con incuestionable odio hacia Cuba, ¿en qué puede beneficiar a la Iglesia Católica tan injusta imagen como la que se trata de trasmitir tanto del Papa como de Cuba?

Se conoce que el Papa tenía deseos de visitar a Viet Nam; si después alguien va a decir que el Papa domó a los vietnamitas y que un emisario suyo le impuso la visita a Viet Nam, disminuirán mucho las posibilidades de que los vietnamitas se arriesguen a recibir al Papa.

Se sabe que el Papa desearía visitar a China. Si los chinos leen un libro de ese tipo, con la concepción de un Papa domador de leones, va a ser difícil que los chinos acepten una visita del Papa. Se trata de un disparate completo, nada cristiano, nada diplomático y nada político. Estoy absolutamente seguro de que Juan Pablo II se sentirá molesto y amargado con esta burda manipulación de su viaje a Cuba, donde recibió tantas atenciones, muestras de respeto, consideración y afecto.

Les he contado esta historia. Una prueba más de cómo se emplean los medios y cómo se crean leyendas sobre nuestra patria, que da lugar incluso, como les explicaba antes, a que los visitantes nos critiquen cuando descubren que este país no es el infierno de Dante, por no haber sido capaces de hacer conocer al mundo la verdad.

Les estuve explicando la satisfacción y el aliento que dejó el congreso de la Unión de Periodistas de Cuba. Fue un congreso que duró varios días más de lo programado. Terminaba todos los días por la madrugada, y el último día creo que terminó casi al amanecer, si mal no recuerdo. ¿A qué hora? (Le dicen que a las 8:30 de la mañana.) Cuatro días y medio discutiendo, hablando sobre nuestros problemas, analizándolos con profundidad y espíritu crítico.

Claro que nuestra difícil situación se agravó por el uso no óptimo de los recursos de los medios de comunicación en nuestra batalla contra el imperialismo; porque ese ha sido el objetivo fundamental de la Revolución, luchar por la justicia social y humana, y luchar contra aquellos que se oponen en el mundo a esa justicia, que es la razón de ser de la Revolución.

En esos días, repito, discutimos las enormes posibilidades de los medios de comunicación en una revolución y en un Estado socialista revolucionario. Pero en esa ocasión tomamos más conciencia que nunca de que la batalla no era nuestra batalla, de que los menos importantes en la misma éramos nosotros, y que ya la lucha de nuestro país y la lucha de nuestros comunicadores se convertía en una batalla por el mundo. Eso fue, créanmelo, algo que estimuló extraordinariamente. Lo vimos con más claridad que nunca, y no quedó punto que no se tocara, lo analizamos todo.

Si hoy se gradúa este curso es fruto de ese congreso, porque allí se dijo: "Aquellos cursos con participación de periodistas latinoamericanos qué lástima que se hayan reducido casi a cero." El estado en que estaba la institución era lastimoso en cuanto a medios y capacidad de becas. Se concibieron una serie de medidas para aplicar de inmediato en muchos sentidos: ¡No se imaginan ustedes lo que hemos avanzado en siete meses!

Allí fue cuando se decidió crear las brigadas de periodistas que fueran a reportar lo que hacían nuestros médicos, en los lugares más recónditos de países centroamericanos y del Caribe. Allí surgió esa idea, que tuvo un valor enorme porque ayudó a mantener la comunicación entre nuestro pueblo y aquellos médicos; entre los médicos y los familiares, y los familiares y ellos; ayudó a fortalecer el espíritu de aquellos hombres que estaban haciendo un trabajo heroico, en lugares donde a veces había que caminar tres y cuatro días por un sendero pantanoso para llegar a una remota comunidad donde no había agua potable ni electricidad, y a veces ni un radio. Establecieron el mecanismo de comunicación entre el país y los más destacados, los más heroicos apóstoles del humanismo con que en el día de hoy cuenta nuestro pueblo.

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