jueves, 11 de diciembre de 2008

1-DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ

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DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ, EN LA CLAUSURA DEL VIII CONGRESO DE LA FEDERACIÓN LATINOAMERICANA DE PERIODISTAS (FELAP), EN EL AULA MAGNA DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA, EL 12 DE NOVIEMBRE DE 1999.



(Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado)



Nota del compañero Fidel



Estimados lectores de Granma:

Como una deuda con los miembros de la Unión de Periodistas de Cuba y los de la Federación Latinoamericana de Periodistas, envío a Granma el discurso pronunciado en un plano familiar y casi confidencial en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el día 12 de noviembre de 1999, algunas de cuyas partes más delicadas revisé cuidadosamente. Me responsabilizo con todo cuanto en él se expone.

Fidel Castro



Queridos amigos:

Hoy será diferente a otras ocasiones. He tratado de saber qué ha estado pasando en estos días, ustedes mismos no me permitieron que me informara de eso, porque por haber llegado puntual, quizás con medio minuto de adelanto y corriendo más de lo habitual, estaba con la esperanza de que Tubal (Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC) me explicara cómo habían trabajado, qué programas tenían aquí esta noche —eso ni se sabía, yo no sé si él lo sabía (Risas)—, y me decían que se concluía el Congreso de la FELAP (Federación Latinoamericana de Periodistas) y se inauguraba el encuentro de periodistas españoles y latinoamericanos. Bueno, se inaugura, sí, porque se anuncia. Creo que hay dos portugueses y un español.

Trataba de comprender qué era eso, dos eventos, y pregunto: "¿Hay discurso aquí?" Dice: "No, no hay discurso, hay un coro." De modo que no podía ni siquiera orientarme, ni siquiera tener un poco de información; lo más que supe alrededor de las 7:30 p.m. eran algunos detalles de lo que había aquí, y nada más. Sí sabía que finalizaba el Congreso de la FELAP; eso lo sabía, un poco por la prensa y por algunos minutos en que pude ver la televisión. Digo: "¿Y dónde?" Me responden: "En el Aula Magna de la Universidad de La Habana." Me preguntaba por qué, y me digo: ¿Los habrán desalojado del Palacio de las Convenciones? (Risas) —sí, porque a veces desalojan—, ¿o será porque el Aula Magna tiene un simbolismo muy grande? Me agradó al escuchar que era por esto último. Y me dije: Quisiera estar allí aunque sea unos minutos, aunque solo sea para saludarlos. ¿Unicamente por aprecio y afecto por esta organización? No, no era solo por eso, era por la importancia que, a mi juicio, tiene hoy más que nunca esta organización.

Aunque sé que algunos de los periodistas han tenido ciertas dudas acerca de su papel, de sus posibilidades, de sus perspectivas; a pesar de que es pequeña y tiene muy pocos recursos, pienso que si se desea, y si se lo proponen ustedes y nos lo proponemos todos, esta organización puede ser el instrumento que estamos necesitando cada vez más.

He tenido el privilegio de participar, hace alrededor de siete meses, en un congreso de periodistas cubanos. Antes habíamos tenido un congreso de escritores y artistas de nuestro país, unas cuantas semanas antes puede decirse, y puedo asegurarles que en los largos años de Revolución no había tenido oportunidad de ver dos reuniones tan fecundas como esas, que llamamos congresos, y que tuvieron lugar en la primera mitad del año: a discutir, y a discutir de verdad problemas y temas de todo tipo.

Yo comprendo bien lo difícil que es ser periodista en un país socialista, digamos, en nuestro propio país, en que los medios, o los órganos de difusión no son propiedad privada de nadie, son propiedad, no voy a decir del Estado —sería imprecisa esa definición, el Estado es una institución cada vez más calumniada—; nosotros concebimos que la propiedad de estos medios es una propiedad del pueblo. Pudiera parecer una frase, una palabra, una consigna; quizás lo difícil sea usar de una manera eficiente y óptima esos medios, que son del pueblo y que tienen una asociación muy grande con eso que se llama Estado.

El gran sueño de la reacción a lo largo de este siglo, a lo largo del desarrollo del capitalismo, ha sido demostrar que el Estado no sirve absolutamente para nada, aunque ellos sí saben para qué sirve.

El Estado es ineficiente, el Estado es un desastre, de acuerdo con la filosofía de esos sectores reaccionarios; al Estado hay que desprestigiarlo, y yo incluso estaría de acuerdo, depende de cuál Estado.

El Estado, llamado a desempeñar un papel fundamental en una época de tránsito histórico, es una institución imprescindible, absolutamente imprescindible, y, en ese sentido, lo que nosotros quisiéramos hacer desaparecer son las ineficiencias del Estado que los revolucionarios no hemos sido capaces de construir mejor. El viejo Estado de los capitalistas, el de los explotadores, es el Estado que quisiéramos ver desaparecer de una vez y para siempre.

De modo que hay dos tipos de Estado y dos conceptos de Estado diferentes, diametralmente opuestos: aquel perverso Estado tan bien engrasado y este Estado nuestro ineficiente. Al final, cuando cada cual haya cumplido su tarea, según soñaba Marx, que los dos desaparezcan.

Una de las cosas que más me atrajo a mí del marxismo fue la idea de que un día no existiera el Estado; una vez concluida su misión, aquel instrumento que habría de servir para crear una sociedad nueva no tendría razón de existir.

Hay muchos sueños en el marxismo y no estoy dando aquí una conferencia sobre marxismo ni mucho menos, ni siquiera haciendo una defensa, es una simple reflexión sobre un sueño, no una utopía. Hay una diferencia entre los sueños y las utopías, y a la vez mucha similitud entre los sueños y las utopías.

Martí dijo una vez que los sueños de hoy serán las realidades de mañana. Hay que empezar siempre soñando, hay que empezar creando utopías, y les habla un individuo que empezó siendo utópico, y por su propia cuenta, es lo más curioso. Cuando comencé siendo utópico, meditando sobre los problemas de la sociedad aquella que yo conocía, creo que no sabía siquiera nada de los utópicos; pero la verdad es que comencé siendo un soñador, un utópico, y hoy creo que soy un realista, un soñador y un utópico. Parte todo de una fe, la fe en el hombre, y si existe la fe en el hombre, entonces se tiene la convicción de que no existen sueños ni utopías que no puedan realizarse.

¡Qué lejos nos parece el comunismo y qué lejos realmente está! Qué lejos aquella fórmula de distribución: "De cada cual según su trabajo, a cada cual según sus necesidades." ¡Qué lejos estamos de aquella hermosa fórmula! Y qué sabio fue Marx cuando habló de dos etapas: una socialista y otra comunista, la primera presidida por la fórmula "de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo". Bien sencilla, sencillísima. Fue sabio, porque hoy es prácticamente la única por la que se puede luchar, un camino necesario del cual no puede prescindirse, y que a aquellos que nos enamoramos de la fórmula comunista nos parecía una fórmula injusta.

Para mí la fórmula socialista es una fórmula necesariamente injusta, pero está muy por encima de la repugnante sociedad capitalista en que los que realmente aportan según su trabajo apenas reciben nada, mientras los mayores holgazanes de la sociedad lo reciben todo.

Sí, ustedes también son proletarios, nadie se asombre; son proletarios del trabajo intelectual, proletarios del pensamiento, proletarios de las ideas, proletarios en la elaboración de mensajes; son proletarios, incluso, cuando salen corriendo a llevar un reportaje al periódico, y antes, cuando no existían las computadoras, tecleando desesperadamente en una máquina de escribir. Son, además, obreros asalariados.

No sé, ¿hay alguno aquí de la SIP? No, díganme la verdad, ¿hay alguno? Imagino que ustedes, como periodistas, viven de su trabajo, y que, aunque mal, les pagan algo, a unos más y a otros menos; luego son obreros asalariados. De acuerdo con la fórmula socialista, tal vez según su capacidad, como la capacidad no es igual en todos, los de más capacidad recibirán mucho más. Algunos pueden tener mucha menos capacidad, pero muchos más hijos, muchas más necesidades y, al final, no podría hablarse enteramente de una sociedad justa. Bueno, eso es lo que les ocurriría a ustedes en el socialismo; en el capitalismo ya sabemos bien lo que les ocurre.

Estas reflexiones —que no quiero extender— quizás sirvan para explicar la enorme felicidad que experimenté, en el congreso de que les hablaba en el primer semestre de este año, cuando pude ver con más claridad que nunca —y han pasado años de Revolución— cuán decisivo puede ser el papel de la prensa en el socialismo, cómo debe funcionar la prensa en el socialismo y qué inmensas, qué infinitas posibilidades tiene la prensa en el socialismo. Es como esas cosas que de repente se ven con una enorme claridad.

Han sido necesarios 40 años de Revolución, han sido necesarias experiencias de todas clases, ha sido necesario un período especial, ha sido necesaria una batalla ideológica descomunal, ha sido necesario caer en este mundo que llaman globalizado, donde, entre otras cosas, las más globalizadas son la desinformación y la mentira.

Quizás nunca en circunstancias como estas se podría comprender cuánto valen los medios de prensa cuando están al servicio del capitalismo y del imperialismo. El imperialismo y el capitalismo han subsistido en gran parte por factores subjetivos, y uno siente la impresión de que eso lo descubrieron primero los capitalistas que los marxistas.

Para mí los factores subjetivos tienen también una importancia enorme, y la propia historia no marcha linealmente, tiene avances, retrocesos, y de nuevo avances que se reanudan siempre intercalados con mayores o menores retrocesos.

Con nuestros periodistas hace unos días estuve conversando extensamente sobre estos temas. Los capitalistas descubrieron el valor de los factores subjetivos y descubrieron en los medios masivos el instrumento perfecto de influir de una manera avasalladora sobre esos factores subjetivos que constituyen ingredientes imprescindibles de la historia, de los avances históricos, o de la prolongación de sistemas inicuos, explotadores, monstruosos, inhumanos, que subsisten hasta que una crisis, que pudiéramos llamar nuclear, los hunde definitivamente.

Y digo nuclear porque solamente cuando en las sociedades se acumula tal cantidad de problemas, cuando se hacen absolutamente insostenibles, estallan, incluso por encima de los factores subjetivos, incluso por encima del dominio avasallador que pueda tener un sistema sobre los medios de divulgación, con los cuales controlan esos factores subjetivos, que podrían contribuir más a acelerar el curso de la historia y a hacer desaparecer un mundo lleno de injusticias, lleno de miserias y lleno de monstruosidades.

Quiero decir que los hombres progresistas, los hombres que desean un mundo mejor —hombres y mujeres, por supuesto—, tienen que comprender la importancia de esas herramientas con las cuales se forman conciencias, y pueden convertir esos factores subjetivos en instrumentos decisivos de la marcha de los acontecimientos históricos.

En esa reunión de que les hablaba se hicieron evidentes estas verdades. Claro, no es que se descubrieran ese día, fue producto de la batalla que veníamos librando, fue producto de leer durante muchos años, y cada vez más, las noticias de cuantos acontecimientos ocurren en el mundo, en este mundo tan globalizado, donde incluso si un gato muere en una esquina del Cairo, aparece en algún cable. Quien tenga el hábito de informarse, de emplear dos o tres horas todos los días en recoger y analizar información de lo que ocurre en el mundo, tiene idea de cómo funcionan los mecanismos de sembrar mentiras y de crear desinformación.

Yo he tenido esa posibilidad, y estoy expresando precisamente esa experiencia vivida, y vivida más que nunca en esta época de crisis, de hegemonismo unipolar y de globalización de las ideas reaccionarias, de las mentiras, que antes llegaban a un país, después llegaban a un continente y ahora llegan, en fracciones de segundo, a cualquier rincón del mundo.

En realidad, al campo socialista y a la URSS no los destruyeron fundamentalmente sus propios errores, los destruyó esa infernal maquinaria de la mentira, del engaño y de la desinformación; les hicieron creer, y no fueron capaces de contrarrestarlo, la ilusión de que esas sociedades de consumo, de que ese mundo occidental era lo más maravilloso que podía haberse concebido jamás. Aquellas revistas, donde se ha invertido tanto papel como el necesario para enseñar a leer y a escribir diez veces la población actual del mundo, dedicadas, por ejemplo, a la chismografía de lo que hicieron tales y más cuales personajes, frivolidades suficientes para enviar al infierno unas cien veces la población actual del mundo. Todas esas cosas, toda esa propaganda que no fueron capaces de contrarrestar aquellos que actuaban en nombre de ideales de progreso.

Me consta que la inmensa mayoría creía en esos ideales, pero no fueron capaces de descubrir o desarrollar los medios, las formas y los procedimientos para combatir el mar de mentiras y de ilusiones que les sembraban por todos los medios. No eran tontos aquellos que se empeñaban en lanzar emisiones radiales como la Voz de Estados Unidos de América, y de sus aliados, para que llegaran a todos los rincones del mundo y al seno de las sociedades de los países socialistas, todas las ilusiones y todas las mentiras que fueron enajenando a millones de personas en esos países.

Claro, no es un mérito de ninguno de nosotros los cubanos el haber podido descubrir y ver con mucha más claridad esas cosas; porque, bueno, unos eran inmensos países y había esquematismo, dogmatismo, al extremo casi de convertir la doctrina en una religión, burocratismo y montones de cosas más que permitieron o hicieron posible un retroceso de la historia, y que lo que debió haber sido perfeccionado, que necesitaba mucho perfeccionarse, fuese destruido. El elemento principal siguió siendo aquel instrumento, que tan hábilmente y tan eficientemente emplearon el capitalismo y el imperialismo.

Ya les mencionaba que se invertían inmensos recursos, y hablaba de frivolidades, chismes, tonterías que envenenaban a la gente, como pueden envenenar algunas de esas novelas frivolísimas que de tal manera encantan, capturan, conquistan y hacen prisioneras las mentes de millones de personas. Así también han manejado y manejan hoy más que nunca la mente, pudiéramos decir, de miles de millones de personas.

Está la enorme cantidad de papel, de los más lujosos, que se invierte simplemente en publicidad, y los millones de horas que se invierten al año en publicidad. Nosotros hace rato que no tenemos publicidad en la radio, en la prensa escrita o en la televisión, y nos vimos obligados en estos tiempos, para poder divulgar, por ejemplo, un importante evento deportivo, a poner algunos anuncios en la televisión. De repente, en medio de un emotivo y tenso juego, nuestra televisión y nuestro pueblo, especialmente aquellos que se preocupaban de modo especial por estas cosas, tenían que ver que se interrumpía el hilo del espectáculo para publicitar una mercancía, que podía ser el automóvil tal y más cual u otra cosa que la inmensa mayoría de la población no tenía la menor posibilidad de adquirir.

Hasta que a raíz de los últimos juegos de Winnipeg, en que por cierto el bandidismo y la corrupción en el deporte, como en otras tantas cosas, se hizo más evidente que nunca, decidimos —aunque tengamos que arrancarnos una mano, o, como se dice, aunque nos costara un ojo de la cara— acabar con la propaganda comercial en nuestras emocionantes competencias deportivas.

A veces una entrevista que nos han hecho en la televisión extranjera, y he tenido oportunidad de ver, es desesperante, y solo se soporta por costumbre, cuando se interrumpe cada tres minutos lo que se está diciendo para anunciar cualquier cosa, desde una untura de esas, un aceite para aplicarle a la piel a fin de que esté más tostadita o menos tostadita, más suave o no sé qué, artículos de perfumería, digamos, o algún artefacto para hacer ejercicios en las casas corriendo así y así, y tantos disparates, que a mí por lo menos me desesperan, es algo terrible.

Yo diría hoy que un ciudadano norteamericano no podría vivir sin esas interrupciones, porque ya las han convertido en un reflejo condicionado y si el novelón no se interrumpe para un anuncio, entonces aquello debe parecerle algo falta de motivación, de suspense y de interés, porque tiene que vivir en aquella angustia de ver qué fue lo que inmediatamente dijo después aquel señor que está hablando y qué ocurriría con lo que se narraba.

Imagínense, nosotros, que tenemos un periodiquito con ocho páginas viendo cómo lo utilizamos y hemos estado años con un solo periódico diario, qué sentiríamos cuando veíamos un periódico incluso de algunos de nuestros países del Tercer Mundo, donde sabemos que hay tanta hambre y miseria y tanto niño por la calle sin ir a la escuela, pidiendo limosnas, limpiando parabrisas, un periódico con 80 páginas de anuncios. En eso se utiliza el papel, la imprenta y muchas cosas. Y hablo de la prensa escrita.

Usted quiere buscar una noticia y tienen tres páginas completas de anuncios de cuanta cosa loca hay en el mundo para encontrar un materialito que le interesa un poco y cuando lo encuentra, después dice: pasa a la página tal, tiene que pasar otras 40 hojas para encontrar la página tal, donde continúa aquello que le están contando y que a usted le ha interesado.

De modo que en realidad, y tomando en cuenta la pobreza enorme de muchos de esos países, quizás, junto al veneno colosal que se recibe todos los días por esas vías, esté únicamente el beneficio del uso sanitario que pueda tener tanto papel.

Tenemos que resignarnos; incluso, ustedes, los periodistas, tendrán que resignarse a que si escriben algo bueno, en esos pocos espacios en que pueden escribir, corran la misma suerte que una gran cantidad de anuncios publicitarios (Risas).

Miren, más vale que yo no me embulle con este tema, o con estos temas, porque les quería nada más que reflejar algunas ideas y es la importancia que tiene la prensa, o, mucho mejor todavía, la importancia que tienen los periodistas o los que hoy llaman comunicadores. Yo prefiero seguir llamándolos periodistas, aunque sería capaz de comprender lo que se quiere decir con comunicadores. En nuestra universidad, creo que se llama ahora la facultad de Comunicación Social. Perfecto, tiene muy bien puesto ese nombre, cuando lo terminemos de entender cabalmente; pero admito, es más amplio, realmente es más amplio.

Eso fue algo que vimos con tanta claridad en ese congreso del que les hablaba y sobre el que traté un poco de ilustrarles, al considerar las posibilidades que nosotros, los comunicadores pobres —y yo no me atrevería jamás a la presunción de considerarme un periodista, pero sí tengo la necesidad de comunicarme; no soy un comunicador, sino alguien que tiene necesidad de comunicarse—, tenemos frente a ese colosal imperio y la infinita fuerza que poseen aquellos que están haciendo retroceder al mundo y amenazan con llevarlo al exterminio, cuyas ideas, cuyos conceptos y cuyas mentiras hay que destruir.

Creo, ciertamente, que en este momento que estamos viviendo, ya al entrar en el próximo siglo, sobre el que incluso se está diciendo una gran mentira, que uno lo ve y casi se desespera. Se afirma, por ejemplo, que el próximo milenio comienza el año 2000. Dicen sobre esto una mentira más, aunque admitamos que no sea más que una mentira convencional. Si quieren podemos celebrar y no tomando champaña, sino denunciando cosas que hay que denunciar, dos inicios de siglo y con ellos celebrar dos inicios de milenios. El 31 de diciembre de este año y el 31 de diciembre del próximo año, a las 12:00 y un segundo de la noche, de acuerdo con la ubicación geográfica de cada país, donde esté el ciudadano, porque tan relativo es todo que en 12 horas se producirán infinitos millones de años nuevos, siglos nuevos y milenios nuevos, de modo que cada ciudadano de este mundo lo va a celebrar, porque cuando el vecino de enfrente haya llegado a esa hora exacta, él todavía no ha llegado. Matemáticamente es así; lo señalo como un ejemplo, aunque en este caso, digamos, más bien cómico y risible, de las ignorancias, de las mentiras o de los convencionalismos.

El hecho real es que los comunicadores pueden salvar al mundo. Por lo menos los comunicadores en este país están empeñados en la tarea de salvar un pequeño país; pero un pequeño país que está luchando frente al más poderoso imperio que haya existido nunca, la más poderosa potencia en todos los conceptos, económico, militar, tecnológico que haya existido nunca, y que, además, para nosotros significa el inconveniente de ser no solo nuestro vecino muy próximo, sino, además, nuestro enemigo más empecinado. Al parecer, quiso el azar "privilegiarnos" a nosotros de alguna manera.

En esa lucha estamos envueltos, somos el único país del mundo al que ese país le hace una guerra económica directa. A los demás los saquea, a los demás les roba, de los demás se va apoderando rápidamente, a buen ritmo podríamos decir, con unos papeles que imprimen: los bonos de la tesorería y los dólares norteamericanos. Fíjense si es así que es el país cuyos ciudadanos menos ahorran en el mundo, en este momento están por debajo de cero y sus ciudadanos gastan más que el ingreso promedio personal. Así son los que más gastan y los que más compran en el mundo.

Cuando nació el capitalismo, se suponía que los recursos monetarios financieros necesarios salían del ahorro que harían, digamos, los burgueses, o los pequeñoburgueses, porque los pobres casi nunca han podido ahorrar algo; de los ahorros salía el capital con que se invertía en el exterior o en el interior. Hoy el capital sale de las imprentas del sistema de la reserva de Estados Unidos. Creo que es allí donde están las máquinas.

Vean qué mundo, vean qué orden económico mundial y vean por qué, cuando esas cosas ocurren, inevitablemente se tendrán que producir, no guerras nucleares, sino explosiones sociales nucleares, la crisis que va a poner fin a todo eso. No lo dude nadie en absoluto, eso es insostenible por dondequiera que se analice y se vea.

Por eso hablé, sí —no por elogiarlos a ustedes, sino expresándoles una convicción profunda—, de la importancia del papel de los comunicadores y del papel que estaban haciendo aquí, y luchando contra quiénes. Y que nos han concedido hoy, yo diría, para honra de Cuba, en un mundo donde hay tanta cobardía política, en un mundo donde hay muchos políticos muy débiles, o tantos políticos tan débiles, para ser más exacto, el honor inmenso de ser el único país, no solo bloqueado, desde luego, todos lo saben, sino también el único país al cual ese imperio superpoderoso prohíbe vender alimentos y medicinas, en su desesperación por alcanzar el imposible objetivo de lograr que nos rindamos.

Vean a qué nivel rasero está ya la moral de ese sistema y la decadencia del mismo.

Ustedes mencionaron hoy las votaciones en Naciones Unidas. Vean qué nivel de descrédito, a pesar de su inmenso aparato de propaganda machacando todos los días contra este pequeño país. No, Dante no habría sido capaz de pintar un país como la Cuba que pintan esos medios, esa infernal maquinaria del imperialismo sobre nuestro pequeño y admítanme, aunque sea con rubor, decir heroico país, no por méritos propios, sino por las circunstancias que mencionaba de tener por vecino y adversario a tan poderosa potencia. Si realmente nuestro enemigo fuese un pequeño adversario, sin ningún poder, entonces de Cuba ni siquiera se hablaría en el mundo.

Ha usado todos esos medios, y, a pesar de eso, se vieron cosas tan increíbles como las que tuvieron lugar en esta última votación, de alguien que llegó tarde y fue a la tribuna a explicar que no aparece su voto, pero que su posición es esta, esta y esta en favor de la Resolución cubana; otro que apretó un botón y no aparece entre los nombres de los que votaron, y dijo: "Oiganme, yo he venido aquí a decir que yo apreté ese botón y que apoyamos la Resolución de Cuba." No, eso no se había dado jamás, un fenómeno de ese tipo; y un individuo allí en representación de Estados Unidos negando que el bloqueo exista, que el bloqueo en alimentos y medicinas exista.

No, yo me he divertido realmente en estos días, porque los he visto embarazados, confundidos, enredados, enmarañados, pónganles el calificativo que quieran, de forma tal que los lleva a la histeria. ¿Y de qué han valido sus medios? ¿De qué ha valido pintar un infierno de Cuba y habérselo hecho creer a no se sabe cuánta gente? Y se lo dice un testigo, que es alguien que recibe a muchas personas que visitan a Cuba y cuando comprenden que este no es el infierno que pintan, comienzan a criticarnos como si nosotros tuviéramos la culpa, o como si tuviéramos toda la culpa de que las cosas que ocurren en Cuba y las cosas que ha hecho la Revolución Cubana no se conozcan en el mundo, y casi nos acusan de imbéciles porque no hemos hecho conocer esto.

Por ejemplo, a cuántos millones de personas en el mundo habría que explicarles esa votación de 157 votos contra dos, en realidad fueron 155, más los dos que declararon allí su posición y las razones por las que no habían podido votar, más un tercer país que al otro día declaró lo mismo, porque no estaba el Embajador, fue allí y pidió a la organización que hicieran constar en acta que no había estado allí, porque tuvo que estar ausente ese día, pero quería exponer que su posición era de apoyo, 158; y seis países que siempre apoyaron la Resolución cubana y que por la pobreza tremenda que están padeciendo muchos de los países del Tercer Mundo, estaban en mora ya que no habían podido pagar su cuota.

¿Por qué ese apoyo, a pesar de tantas calumnias? Me viene a la mente lo que ocurrió este año con la famosa Resolución de Ginebra: el día previo a la votación, a las 12:00 de la noche teníamos 25 votos a favor, 6 votos por encima del imperio, es decir, votos en contra de la Resolución yanki, y antes de las 8:00 de la mañana, unas horas después, teníamos 1 voto menos que ellos: 20 votos a favor ellos y 19 nosotros. Los más grandes personeros de ese país, desde la distinguida Ministra de Relaciones Exteriores, el distinguidísimo Vicepresidente de ese país, hasta el ilustrísimo Presidente de Estados Unidos, llamando por teléfono desesperadamente. Y no voy a mencionar circunstancias, no voy a mencionar a ninguno de esos países, porque de verdad querían votar por nuestro país.

Lo que determinó aquello en el último minuto fue una abstención, que se volvió negativa, y 5 países a favor nuestro, a los cuales aquellos les demandaron, les exigieron y prácticamente les impusieron que se abstuvieran. Eso ocurrió en un período de siete u ocho horas, porque cuando se dieron cuenta de que estaban perdidos, no durmieron esa noche. ¡Ah!, ellos no se imaginan cuánto humillan a un gobernante cuando de tal forma lo obligan a incumplir su deseo, e incluso su compromiso.

Eso fue allí en Ginebra, allí tenían asegurada la paliza; pero había un número menor de participantes, muchos menos que en la Asamblea General. Tienen un grupo de aliados que en esos temas están incondicionalmente junto a ellos, y producto fundamentalmente de la calumnia.

Ustedes hablaban de los miles de periodistas asesinados en los últimos años, en América Latina y en el mundo, y yo me rompía la cabeza tratando de hallar el nombre de un periodista cubano asesinado en 40 años de Revolución; me rompía la cabeza, tratando de asegurarme de que no padecía amnesia, buscando el nombre de un periodista cubano torturado por la Revolución, el nombre de un periodista cubano golpeado por la Revolución.

¡Ah!, han existido quienes han deshonrado ese noble título actuando no como periodistas, sino como servidores de ese superpoderoso imperio, como mercenarios, traidores a su pequeña patria, que incluso les aseguró que gracias a la Revolución pudieran estudiar cualquier carrera universitaria, entre ellas la de periodismo.

Y cualesquiera que fuesen nuestros errores, nadie tiene derecho a traicionar su patria; nadie tiene derecho a venderse y a trabajar como mercenario del enemigo no solo de nuestro pueblo, sino del enemigo de la humanidad. ¡Son traidores a la patria y traidores a la humanidad!

Pero aun por ser traidores nadie les ha dado nunca un golpe, nadie los ha eliminado físicamente, nadie ha cometido con ellos un acto de crueldad. Si se enferma cualquiera de esos mercenarios, va más pronto a un hospital de lo que va un ministro, o un dirigente de la salud del país. Se han sancionado incluso algunos traidores cuando han cometido delitos graves, cuando han hecho daño al país, y no con la muerte, no con golpes, no con torturas, y disfrutan de los mismos derechos y seguridades que todos los demás ciudadanos.

Desde luego que hay los que se marcharon y hay los que viven del negocio de prestarse a las mentiras y a las calumnias del imperio. Peor aún: se autotitulan periodistas algunos que nunca han redactado una hoja ni leído un texto de periodismo. Es el imperio quien otorga tales títulos. Mezclan gente de toda calaña y los califican de supuestos periodistas independientes, ¡nada menos que independientes!, cuando son la quintaesencia de la dependencia y del mercenarismo.

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