Jueves , 25-03-10 - ABC
PARA mantener su estimable reputación de lúgubre profeta del terrorismo, forjada mediante aciertos tan tristes como reiterados, Jaime Mayor Oreja debería añadir a su cavernosa puesta en escena un cierto sentido de la oportunidad que ha perdido en la distancia del exilio europeo. Su discurso de Savonarola de terciopelo puede resultar más o menos verosímil a tenor de sus anteriores pronósticos atinados, pero para pasar a ser cierto necesita el contraste de unas pruebas o, al menos, de unos indicios razonablemente sensatos que a día de hoy no puede aportar el meritorio ex ministro. Elucubraciones no son evidencias, y determinadas denuncias de honda gravedad hay que formularlas con un respaldo de más enjundia que el simple pálpito de la experiencia.
Dicho esto,
la tormenta de indignación desatada por sus tronantes palabras
constituye un nuevo ejemplo
de hipocresía e impostura en una política
llena de mentiras cotidianas,
acusaciones sin fundamento,
estigmas gratuitos e invectivas sectarias.
Los que han mentido hasta perder la credibilidad,
los que siguieron negociando con ETA
después del atentado de Barajas,
los que negaron con contumacia
realidades que el tiempo ha demostrado ciertas
no se pueden rasgar las vestiduras ante alguien
que desconfía de sus propósitos de enmienda.
Mayor, que tiene el defecto de gustarse en el papel jeremíaco,
resulta aún más antipático porque sus mustios vaticinios
acostumbran a tornarse certezas.
la tormenta de indignación desatada por sus tronantes palabras
constituye un nuevo ejemplo
de hipocresía e impostura en una política
llena de mentiras cotidianas,
acusaciones sin fundamento,
estigmas gratuitos e invectivas sectarias.
Los que han mentido hasta perder la credibilidad,
los que siguieron negociando con ETA
después del atentado de Barajas,
los que negaron con contumacia
realidades que el tiempo ha demostrado ciertas
no se pueden rasgar las vestiduras ante alguien
que desconfía de sus propósitos de enmienda.
Mayor, que tiene el defecto de gustarse en el papel jeremíaco,
resulta aún más antipático porque sus mustios vaticinios
acostumbran a tornarse certezas.
El martes fue demasiado lejos al imputarle a Zapatero concomitancias de proyecto con ETA, enormidad inadmisible que merece una disculpa, pero de ahí para abajo casi todo lo que dijo posee la incómoda propiedad de que, si bien ahora no parece cierto, lo ha sido en tiempos demasiado próximos como para caer la desmemoria. Nada tiene de extraño el análisis de que los actuales movimientos del mundo filoterrorista presagian una nueva intentona de ablandamiento del Estado, y el pesimismo histórico no es ningún delito aunque resulte ingrato en esta época de acomodaticios autoengaños. Para abrir el ejercicio especulativo sobre un segundo Proceso -aunque sea de características diferentes al frívolo atolondramiento del primero- basta con preguntarse por qué, entre tantas y tan continuas caídas de comandos, no se ha producido aún la detención de Josu Ternera.
Mayor se ha equivocado en el momento de su diatriba -cuando Zapatero estaba al fin donde tenía que estar, en el funeral de un policía francés asesinado-, en sus expresiones formales tenebrosas y en la brutal y destemplada atribución de intenciones al presidente. Sus aciertos pretéritos no le facultan para ejercer de eterno pitoniso infalible. Lo que sí tiene es derecho a dudar del presente, y sólo la secuencia del futuro puede inhabilitar del todo esa taciturna salmodia de «eppur si muove» con que ejerce su fastidioso rol de profeta descolgado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario