Aquel que tiene una buena residencia, tres automóviles, cuatro televisores y cuantos cachibaches domésticos producen sus industrias, e incluso viste hasta la última moda del último modisto o modista de París, de Nueva York o de California, es muy difícil que se aleje de la familia y se vaya por un tiempo indefinido, que puede ser un año, año y medio o dos, a lugares donde hay víboras, mosquitos y calores, donde se requiere una increíble capacidad de abnegación y sacrificio.
Ni por 100 000 dólares lo hacen los de los países ricos, porque ellos con 50 000 ó 60 000 prefieren permanecer donde están. No han sido formados en otra concepción y otros ideales. Lo más que hacen, algunos que son generosos y filantrópicos, es organizar un equipito durante una semana para ir a un país; no es malo, es bueno, es divulgar técnicas, atender casos difíciles. No pasan de eso, salvo admirables excepciones, no pasan de una semana en tales misiones.
Luego ellos tienen infinito capital financiero y casi cero capital humano. Nosotros estamos haciendo las cosas con cero capital financiero y —no voy a decir infinito— un cuantioso capital humano creado en estos 40 años. Les pregunto si un país del Tercer Mundo fragmentado en mil pedazos, en permanente y eterna inestabilidad, sin programa y sin nada parecido, podría haber hecho eso.
Son estos hechos los que alimentan nuestra convicción, nuestra firmeza, nuestra esperanza; son estos los argumentos con los que podemos combatir, y no les pido a ustedes que nos defiendan, les pido la más elevada conciencia de estas realidades del mundo de hoy, la denuncia de los horrores del sistema que estamos padeciendo, que pueden liquidar, incluso, la especie humana.
Este sistema abominable —lo decía aquel día hablando con un grupo de periodistas en un receso— no solo encamina la humanidad hacia su exterminio físico, sino que la destruye espiritualmente; convierte a cada ser humano en un egoísta, en un competidor ciego el uno del otro, en enemigo de todos los demás; a cada uno de los ciudadanos de un país, en avaros, egoístas, falsos, mentirosos.
¿Pueden educar a un pueblo políticos que no hacen más que sentir lo que no dicen y decir lo que no sienten? Digamos, el mismo Presidente Clinton —con todo respeto— tiene un discurso para Nueva York, otro para la Florida, otro para el estado de Washington; uno donde hay hispanos, otro donde hay asiáticos y otro donde hay ciudadanos de origen africano; un discurso para cada uno de ellos; un discurso para cada país que visita. A veces un presidente se equivoca, como le ocurrió a Reagan, que les estaba hablando a los brasileños pensando que se encontraba en Bolivia. Ustedes oyeron hablar de eso. No sé si es un lapsus linguae o un infarto cultural, en realidad son dos países inconfundibles.
Pero ellos no tienen la culpa, no lo aprendieron en la escuela, no suelen tener una sólida preparación política. Sería mejor decir que el sistema se lo impide. Si solo tienen el concepto de la competencia y de la lucha individual entre todos los seres humanos, si solo creen en el poder de sus armas y de sus riquezas, ¿cómo pueden ser educados en un concepto humanista del mundo de mañana?
Converso, discuto con muchos políticos, de distintos niveles, no solo norteamericanos, entre los que he visto, por cierto, personas bien preparadas y serias; pero a veces me horrorizo. Es así: Tres asistentes de un lado y tres del otro, y, sobre cualquier tema, este pasa un papelito, el otro pasa otro. Es trágico. Además, una falta de educación, porque si usted tiene que esperar que acaben de pasarse papelitos y tratar de adivinar qué tema fue el que suscitó eso, cuál fue el punto álgido que despertó un reflejo condicionado, en que tienen que asistir a nuestro ilustre invitado con un dato, se interrumpe el hilo de la conversación y se tiene la impresión de una descortesía.
No quiero mencionar país, porque en cualquier país tenemos muchos amigos; pero he visto personalidades de países que, presumiendo estar entre los más informados del mundo, o países que cuentan con los medios de información más avanzados, sus ciudadanos están absolutamente desinformados, no saben nada acerca del mundo, y poseen, incluso, títulos universitarios. No pueden leer, no pueden estudiar. Muchas veces nosotros enviamos documentos a importantes personalidades, con la esperanza de que los asistentes los lean; les entregamos también a los asistentes. Casi nunca podemos comprobar que algún material importante, de acuerdo con sus intereses políticos, hayan tenido tiempo de leerlo; pero, peor, muchas veces ni siquiera los asistentes.
Les estoy contando experiencias que hemos tenido que vivir. No les alcanza el tiempo para estudiar, no pueden leer, envueltos en una vorágine de actividades que muchas veces se reduce, durante todo el tiempo, todos los días libres, a ir tocando, de puerta en puerta, en la casa de los electores. ¿Sentido de intereses nacionales? ¡Muy pocos!; en los discursos y en las actitudes de cada uno de los representantes de algunos de esos países, no se ve más que la defensa de los intereses de la etnia, o del grupo económico, o del grupo social que radica en su área electoral.
Nosotros hemos planteado siempre a nuestros diputados que ellos tienen que defender los intereses del distrito por donde son elegidos; pero tienen que defender siempre, y por encima de todo, los intereses nacionales, que no sea el problema de "me ocupo de este lugar y no me importan los demás".
Hoy nosotros, en vísperas de una cumbre, decimos que de lo que menos nos preocupamos es de nuestros propios intereses, y lo que hemos hecho en la discusión de documentos es preocuparnos por los intereses de los demás; más que por eso, por los intereses colectivos de nuestra área, de América Latina y del Caribe. Es cierto que hay una globalización, se marcha inevitablemente en esa dirección. ¿Cómo va a ser? Dependerá mucho de la claridad que tengamos ahora y de lo que seamos capaces de hacer hoy.
¿Qué podemos ofrecerles a ustedes? La exhortación de que no se desanimen por nada ni por nadie; la exhortación de que no se intimiden ante el enorme poder de los dueños de los órganos de prensa y de los grandes medios, que hoy no son nacionales, son muchas veces transnacionales, y que amenazan la integridad; amenazan, por encima de todo, la cultura de todos los países del mundo, como gran instrumento de dominación.
Nosotros constantemente buscamos mecanismos, métodos, para trasmitir el mensaje. Realmente los mensajes van dirigidos a decenas y decenas de miles de personas. Los grupos de solidaridad, valientes e infatigables amigos de Cuba, aun en condiciones adversas y sin recursos materiales, desempeñan un extraordinario papel en la batalla contra la desinformación y las mentiras. Hay casos en que venden un 20% de conferencias o discursos impresos, y con lo que recaudan imprimen de nuevo 1 000, que distribuyen allí donde no llegan otros medios de información.
Estamos buscando cada día nuevos procedimientos para hacer llegar el lenguaje escrito, hacer llegar el mensaje televisado a través de casetes, a través de Internet y a través de todos los medios posibles. Habiéndonos roto la cabeza en esto, tenemos posibilidad de enviar muchos mensajes a muchas partes simultáneamente.
Un periódico, digamos, que se vende en la calle, con una edición de 10 000 ejemplares, llega a los 10 000 núcleos de los que lo compraron, y a veces nosotros trasmitimos 100 000 mensajes dirigidos a quienes deseamos informar. Podemos trasmitir millones de mensajes, y tenemos idea de cómo hacerlo. Hay medios de contrarrestar el gigantesco poder del monopolio de los medios de información y de los dueños; los esclavos, los periodistas, los proletarios de la prensa tienen por delante posibilidades infinitas.
Ya que no tuve el privilegio de participar en el congreso de ustedes, ya que los he tenido sentados ahí tanto tiempo, ya que he creado un desastre en vísperas de la Cumbre, no por las cosas que he dicho, porque lo que he dicho no me importa si llega a conocerse, aunque les estoy hablando discretamente y en familia: el desastre lo creo por una cuestión de tiempo, al haber sobrepasado ya las 12:00 de la noche. Se me ocurre una compensación, si ustedes quisieran verlo así, generosamente, que hagamos un congreso de periodistas latinoamericanos (Aplausos).
Nosotros al principio de este mismo año reunimos cientos de economistas de diversas partes del mundo, con empleo de distintos idiomas —hablo de economistas extranjeros, no recuerdo si fueron 500 ó 600, además de una amplia delegación cubana—; si de nuevo realizaremos una reunión similar de economistas a principios del año próximo; si va a tener lugar dentro de unos meses un congreso de estudiantes latinoamericanos con 5 000 delegados, ¿por qué no organizamos un congreso de periodistas latinoamericanos? Lo estoy sugiriendo.
Claro, me gustaría que fuera aquí, porque si es en otro lugar lo más probable es que no pueda participar, sería demasiado problema. Yo cuesto más caro, créanme, cuando viajo, porque tengo que llevar hasta dos aviones para desinformar, para que no sepan en cuál voy; vaya, cuesto mucho más caro cuando viajo que si este país invita a 200 ó 300 periodistas proletarios, con criterios propios. No, no, no queremos solo marxistas, no, no se trata de eso, no hay la menor objeción en que participen personas de todos los credos o filosofías; queremos periodistas honestos con criterios propios para discutir estos problemas, ¡verdaderos periodistas independientes!, para abordar las vías y métodos de lucha, y entre ellos un número de delegados cubanos, algunas decenas; no nos quedará más remedio, si es que no queremos pelearnos con un número demasiado elevado de miembros de la Unión de Periodistas de Cuba.
La cuestión del número es importante. Se pueden hacer reuniones, incluso, de varios cientos. Si se realiza en un teatro muy grande, ya no se ve la gente; si lo hacen en un local donde puedan reunirse unos 300 ó 400, la experiencia nos demuestra que es posible discutir verdaderamente en familia. ¿El tiempo? Bueno, el tiempo que sea necesario, pero del estilo del que hicimos, porque discutiendo, pensando, meditando, planteando problemas, dificultades, entonces, se encuentran muchas soluciones, lo aseguro.
Qué cosa tan excelente sería no ya este modestico congreso que ha organizado la FELAP, que es modestísimo, porque hay solo 30 ó 40 delegados. ¿Cuántos son los que vinieron a esto? (Le dicen que 40.) Cuarenta. Es verdad que Lenin creo que organizó el partido bolchevique de la Unión Soviética en un congreso de 10 ó 12 delegados. Pienso que si reunimos aquí a 300 ó 400 periodistas con las características señaladas, entonces podemos llamarlo congreso. No mayor, porque sería menos fructífero; no mayor, porque eso está en los límites ya de lo que puede dar un congreso como los que hemos realizado este año. De periodistas cubanos hemos tenido dos en siete meses.
Permítanme decirles que hay un espíritu elevadísimo en nuestros periodistas, tareas a montones, y cuando parecía que nos sobraban, ya estamos inventando y tomando iniciativas para incrementar el número de periodistas, a pesar de que hay solo dos periódicos que salen diariamente, pero considerando todas las publicaciones para niños, revistas, y los medios televisivos y radiales, estamos preparándonos para la gran tarea que nos espera. El entusiasmo es grande. El hombre lo que necesitó siempre fue una gran causa. Nunca habrá hombre grande sin causa grande. Cuando hay una gran causa, mucha gente, mucha gente, casi todos pueden llegar a ser un gran escritor, un gran periodista, un gran comunicador. Nuestros periodistas tienen hoy esa gran causa, la tienen bien definida y la comprenden perfectamente bien.
Si hacemos una reunión de ese tipo, la FELAP tendrá mucha más fuerza. Y créanme, los propietarios no quieren sindicato, ni colegio, ni organización de los esclavos, de una forma o de otra los quieren mantener en cadenas y con grilletes.
Digamos: ¡Proletarios de todas las esferas de la divulgación en el mundo, edúquense y uníos! (Aplausos.)
Dije lo de edúquense, porque es lo que estamos haciendo nosotros cuando tomamos conciencia de la enorme necesidad de una superación constante. Nuestra organización nacional de periodistas se convierte en una universidad, en un centro de estudio superior de periodismo, donde el tiempo de aprendizaje no tiene límites. Pensamos así, indefinidamente. Es tal como vemos y concebimos hoy el papel de los periodistas en el siglo que comienza (Aplausos).
(Una delegada le dice algo.)
Me consideran miembro de la FELAP, ¿lo apoyan ustedes? (Exclamaciones de: "¡Sí!") Gracias.
Les ruego que se pongan a pensar en esta idea, de un congreso más o menos como el que hemos estado tratando de diseñar, con todo el tiempo suficiente, trabajando mañana, tarde y noche, para abordar problemas, no solo de nuestros países, sino los cruciales problemas del mundo de hoy. Ya que hablamos de globalización, tenemos que globalizar nuestros hábitos de pensar, apartándonos de pensar solo en localidad, pequeña, mediana o grande, y ubicarnos en el planeta donde estamos obligados a vivir.
Los de cultura realizaron igualmente un grandioso congreso. Fue sumamente fructífero. Claro, pero no son tan homogéneas las actividades de la cultura como las del periodismo. Aquellas suelen ser más complejas, no es posible medir los logros con la misma rapidez.
Crece en nuestro país considerablemente el número de intelectuales y su fecunda obra. Menciono la palabra intelectual, partiendo de un concepto —del cual hablé a nuestros periodistas—: los periodistas son trabajadores intelectuales. Muchas de las mejores novelas las han escrito periodistas, que saben redactar, que tienen conocimientos de la vida, elevada cultura y rica imaginación. Gabriel García Márquez comenzó siendo periodista, un periodista de Prensa Latina cuando se creó esta agencia, y así otros muchos han resultado ser excelentes autores. Yo diría que el escritor debe tener las técnicas del periodismo y el periodista debe tener las técnicas de los escritores, de los novelistas.
Posiblemente la sala del Palacio de las Convenciones donde realizamos el congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, y poco después el de los periodistas, sea el lugar mejor para el tipo de encuentro que estoy planteando. Así que ahora la tarea es de ustedes y todo dependerá de ustedes.
¿Me puedo marchar con la esperanza de que les gusta la idea? (Aplausos y exclamaciones de: "¡Sí!")
Entonces digo como Julio César —según dicen que dijo, porque yo creo que el 90% de tales dichos son leyendas que inventó alguien a posteriori, lo he visto por experiencia, al ver como cada cual tiene su visión de importantes hechos que hemos compartido—: "Alea jacta est."
Como ven, sé inglés y sé latín (Risas y aplausos).
¡Muchas gracias!
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