domingo, 2 de octubre de 2016

El Nani, el ladrón de la policía: ni apareció su cadáver ni los 40 kilos de oro

LOS CASOS SIN RESOLVER DE 'EL CASO' (X)
EL ESPAÑOL

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El delincuente Santiago Corella Ruiz se convirtió en protagonista de un caso de corrupción policial durante la Transición.
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La de Santiago Corella fue la primera desaparición de la democracia. Robó 48 kilos de oro, pero ocultó 40. La Policía lo buscaba para quedárselo. Por ello, lo torturaron hasta la muerte para que confesara dónde estaba el botín.
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Fue el primer missing tras la dictadura. Santiago Corella Ruiz, un joven delincuente de poca monta, se convirtió en protagonista de un impactante caso de corrupción policial. Su desaparición sacó a la luz la trama mafiosa que habían montado un grupo de miembros de la secreta para organizar una serie de atracos.
Proyectaban los golpes, se los encargaban a terceros y después se quedaban con la casi totalidad del botín. Si había que quitar de en medio a testigos incómodos, no dudaban en hacerlo. Al final, la cárcel aguardaba a varios defensores de la ley que la infringieron del modo más descarado.

NUMEROSOS ASALTOS A JOYERÍAS

La vida del Nani, apodo con el que era conocido, se encauzó por derroteros peligrosos cuando fue reclutado por un confidente. Más de una treintena de miembros del Cuerpo Superior de Policía, ante la descomposición de UCD y el inminente triunfo electoral del PSOE, decidieron llevar a cabo cierta actividad delictiva para asegurarse el futuro económico.
El asalto a los establecimientos lo encargaban a vulgares chorizos. Un profesional del sector, el gemólogo santanderino Francisco Venero Herrero, era quien les facilitaba información y armas. Después estos le entregaban la mercancía obtenida y recibían una pequeña compensación.
Fundía el preciado metal en lingotes para venderlo junto con las alhajas y sortijas, distribuyendo los beneficios con sus cómplices policiales. Todo en medio de la más absoluta impunidad.
En su tercer trabajo por encargo, el Nani consiguió un botín de 48 kilos de oro en un almacén de joyería en el municipio vallisoletano de Benafarces. Ocho se los quedó Venero para pagar a los delincuentes y como anticipo de sus socios. El resto había sido enterrado por el propio atracador, a la espera de que llegara la ocasión de colocarlo en el mercado sin despertar sospechas.
Al poco, dicho joyero contrató un seguro a todo riesgo para su establecimiento y protagonizó un autogolpe. El Nani y su banda irrumpieron cuando estaba actuando de perista con un cliente que le ofrecía un valioso lote de joyas robado en Holanda y, tras amarrarlo, se llevaron una buena fortuna.
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El Nani llegó a confesar que ocultó el oro en un lugar muy cercano a donde se produjo el atraco.
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Posteriormente Venero reconocería que montó el falso atraco porque estaba recibiendo presiones de los policías Antonio Caro, de Santander, y Miguel Ángel Bercianos, de Bilbao, que cada vez querían más dinero. "Si repartimos bien el botín, tu nombre no aparece", le advirtió el primero. "Pero tengo que trincar a los autores del palo, me los tienes que poner a tiro". En suma, querían apresar cuanto antes a los que protagonizaron el asalto en Valladolid. Objetivo: conseguir el oro escondido.
A finales de 1981, el Nani era detenido. Confesó que lo había ocultado cerca de donde tuvo lugar el asalto. Unos cuantos funcionarios corruptos acudieron con excavadoras a la localidad castellana escenario del suceso. Levantaron calles, tiraron muros, registraron casas, desmantelaron cuanto les vino en gana. Todo resultó infructuoso.
El compinche del Nani que le había ayudado a esconderlo, Ezequiel Gutiérrez Echevarría, había aprovechado la estancia de este en prisión para desenterrarlo y huir. Ahí terminaba la historia del robo. Pero no para los policías malhechores.
A raíz de la victoria electoral socialista, el nuevo ministro de Interior, José Barrionuevo, ordenó que se pusiera fin a tan anómala situación de delitos, dado que no se detenía a los autores ni se recuperaba lo robado.
Los resultados no se hicieron esperar. Los delincuentes empezaron a caer presos o muertos a manos de los grupos antiatracos de Madrid, Bilbao y Santander, precisamente los implicados en la red mafiosa. Pero el botín casi nunca se recuperaba o, tan solo, una pequeña parte.
En agosto de 1983, Corella recobró la libertad y se dirigió a la capital cántabra donde se reunió con Venero, quien le propuso realizar un atraco a la joyería madrileña Payber, sita en la calle Tribulete, junto a la plaza de Lavapiés. Buscó un par de secuaces, a los que expuso la idea del golpe pero, al no poder convencerlos, desistió de seguir adelante.
Dos meses después tres individuos, uno de ellos mujer, asaltaban dicho comercio. Se llevaron objetos por valor de seis millones de pesetas tras pegarle un tiro en el corazón al propietario, Pablo Perea Ballesteros. El único testigo del suceso fue un empleado de la tienda de sortijas y alhajas, Juan Sánchez Gómez. La policía le mostró cuatro fotografías, según el informe elaborado, con la indicación de que en una de ellas estaba el autor del palo. Señaló la del Nani. A posteriori declaró que no hubo tal rueda de reconocimiento, sino que únicamente le enseñaron la foto de Corella.
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Santiago Corella Ruiz, conocido como El Nani.
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De inmediato irrumpieron en su vivienda cinco agentes pistola en mano. Lo detuvieron junto a su mujer, Soledad Montero, ambos de 29 años de edad, y sus hermanas Inmaculada, Lourdes y Concepción. A continuación arrestaron a su amigo Ángel Manzano, junto con su esposa, Concepción Martín. Todos fueron trasladados a las dependencias de la Dirección general de Seguridad (DGS.). A ambos matrimonios sorprendentemente se les aplicó la ley de banda armada, es decir la antiterrorista.

INTERROGATORIO MORTAL

Los policías corruptos habían decidido cargarle un robo con asesinato, que no había cometido, para someterlo a un tercer grado en toda regla. Había que forzarle a confesar. Buscaban el oro que se había llevado en el atraco de Valladolid.
Lo interrogaron hasta la extenuación. Sus familiares detenidos oyeron, desde los despachos contiguos, desgarradores gritos de dolor. Cuando los alaridos se agudizaban, subían el volumen de un aparato de radio. Varias veces escucharon: “Canta, Nani, canta. ¿Dónde está el oro? ¿Dónde está el colorao?”.
Similar trato recibió el otro detenido, al que le realizaron la tortura de "la mesa". Le colocaron un casco y le golpearon incesantemente. Tuvo que ser trasladado al Hospital Provincial, donde se le operó de urgencia. Pero antes pudo ver como dos policías arrastraban a su amigo hasta el calabozo en un estado físico lamentable. "Iba quejándose y apenas podía andar. Trastabillaba y simplemente decía ¡ay!", declaró.
José Antonio Pérez, subdirector de El Correo Gallego, también escuchó los gritos. Trabajaba entonces en una agencia de detectives y acompañó a un amigo que iba a visitar a un inspector destinado en la DGS. "Unos lamentos estremecedores lo llenaban todo", recuerda todavía. "¡Nada! Unos compañeros que están arreglando cuentas con un chivato", les comentó el policía. Eran las últimas horas del Nani.
Un testigo, Javier Folner, observó en la Puerta del Sol a un par de agentes uniformados cuando sacaban al detenido. Iba en volandas "ya que, aunque caminaba, la sensación era de no hacerlo por sus propios medios". Tenía hematomas en el rostro, sangre en las cejas y los labios partidos. No se podía ver el resto del cuerpo, cubierto con un mono azul de mecánico.
La esposa del Nani, Soledad Montero, y los hijos de ambos.
La esposa del Nani, Soledad Montero, y los hijos de ambos.
El misterio empieza sobre la una de la madrugada. El comisario responsable del Grupo de Antiatracos de la Policía Judicial, Francisco Javier Fernández Álvarez, el inspector Victoriano Gutiérrez Lobo, El Guti, jefe del Grupo III Antiatracos a Joyerías, y el también inspector Francisco Aguilar González se lo llevaron hacia un descampado junto a la carretera de Canillejas a Vicálvaro, a fin de recuperar, según su versión, unas armas e identificar al gitano que las vendió. Una pistola y una escopeta de cañones recortados utilizadas en el atraco.
Los tres descendieron del vehículo junto al detenido. Este aprovechó un descuido para empujar a uno de ellos y echar a correr "por un terreno muy escabroso, sumamente abrupto y sin urbanización alguna". Consiguió escapar pese a estar con los grilletes puestos y destrozado por la brutal paliza.
Sus acompañantes no le persiguieron, ni siquiera efectuaron un disparo al aire. Comunicaron la huida por radio tres horas después. Acudieron numerosos efectivos que no lograron dar con el paradero del fugitivo. La desaparición fue transmitida por télex a todas las comisarías once horas más tarde. A Interpol fue comunicada medio año después.
Todo el proceso fue un cúmulo de manifiestas irregularidades. El modo y la hora de la detención de los sospechosos contradecían la versión de los vecinos que presenciaron los hechos. Asimismo, las firmas del Nani, tanto la consignada en el atestado como la de su supuesta declaración, eran falsas. A alguien le traicionó el subconsciente y trazó en el libro de los calabozos, en el apartado de Santiago Corella, la inscripción RIP, que posteriormente fue borrada con corrector blanco.

GRAN ESCÁNDALO

La esposa y las hermanas de la víctima, tras siete meses de lucha denunciando su desaparición, consiguieron que les escuchara un redactor de Diario 16, Gregorio Roldán. El caso al fin salió a la luz y explotó una bomba de relojería periodística. Pero la mafia policial no estaba dispuesta a ceder. Hubo una serie de amenazas de muerte en su entorno de delincuentes para evitar que nadie hablara.
Fernández Álvarez y Gutiérrez Lobo le vendieron una pistola por 100.000 pesetas a Venero para que se la colocara a Manzano. Estaba hablando demasiado a la prensa sobre la desaparición de su amigo y las torturas que padecieron en los calabozos. Debía proponerle un atraco en Pamplona. Lo demás correría por cuenta de ellos.
Manzano decidió dar el golpe pero, al acercarse a la joyería propuesta, observó que se encontraba ubicada en una primera planta. De inmediato olió a madero. Estaba claro que, si seguía adelante con el encargo, no tenía escapatoria posible, dado que lo freirían a tiros en cuanto intentara salir del portal.
Archivo.
Archivo.
Solicitó prestar testimonio ante el juez. Prefería el camino a prisión que al cementerio. Dicha pistola, que la entregó al tribunal el día del juicio, fue la principal prueba de cargo contra los funcionarios que acabaron con su compinche.
Venero declaró en sede judicial que había oído decir a los policías que "el Nani se fue con todo el colorao, pero que le habían dado matarile y estaba enterrado en cal viva". Después manifestaría que "murió de un infarto cuando lo interrogaban". "Me lo contó el Guti. Lo enterraron en Vicálvaro, cubriéndolo con dos sacos de cal viva. Uno de los que lo interrogaron me dijo: 'En estos momentos no se le reconoce ni por la dentadura'".
Cinco años más tarde modificaría la versión afirmando que el paradero definitivo del cadáver había sido la finca de Jaime Messía Figueroa, vizconde de los Palacios de Valduerna, en la localidad cordobesa de Campo de Alto. Un delincuente de altura que se movía a sus anchas en las enfangadas y pestilentes cloacas del poder. Bisnieto del primer conde de Romanones e hijo del duque de Tamames, era agente de los servicios secretos del Estado y a la par colaborador de la mafia policial.
Se dedicaba a preparar e intermediar en la organización de golpes de gran envergadura. Su labor era cerebral. El trabajo sucio lo encargaba a otros. Y siempre con respaldo policial e incluso político. En el mundo del hampa lo denominaban el Lagarto.
Había sido contactado por la Brigada Regional de Policía Judicial a raíz de que fuera detenido por Gutiérrez Lobo tras uno de sus secuestros. El noble le propuso convertirse en su confidente. Tras lo del Nani preparó el atraco a una sucursal madrileña de Banesto, en la Plaza de la Lealtad, con la implicación de varios inspectores. Fue atrapado, pero apenas estuvo mes y medio en prisión.

UN CADÁVER SIN TUMBA

Sin cuerpo no hay delito, ni culpables. Era el fundamento en el que trataban de basar su defensa los policías encausados. La versión sobre la fuga de Corella fue desmontada por el titular del Juzgado número 4 de Madrid, Andrés Martínez Arrieta, pese a las constantes trabas y ocultaciones que se realizaron desde determinadas comisarías. Este magistrado recibió la denuncia presentada por la esposa, tras salir de la penitenciaría de mujeres de Yeserías, donde permaneció internada un par de meses, el tiempo que tardaron en dar con los verdaderos autores del atraco y homicidio en la joyería de Tribulete.
El juez realizó un exhaustivo informe cuya conclusión era que el detenido murió en comisaría. "Resulta extraño que, débil por las lesiones que padecía y adicto a sustancias estupefacientes, se escape de tres funcionarios en un terreno completamente llano". Pese a ello, la Sala Cuarta de la Audiencia Provincial decidió archivar el caso.
No había acabado aquel movido año de 1985 cuando Venero, que temiendo por su vida se había cambiado de bando, haciéndose confidente de la Guardia Civil, tiró de la manta. Denunció de lleno la organización y manejos de la mafia policial. A raíz de ello se inició un juicio contra siete policías.
El comisario Fernández Álvarez y los inspectores Gutiérrez Lobo y Aguilar González fueron condenados a penas superiores a 29 años. Se les consideraba autores de delitos continuados de falsedad y detención ilegal con desaparición forzada, amén de otras penas menores por torturas a su mujer y a Manzano. Los otros cuatro encartados, a los que el fiscal culpaba de haber participado en el interrogatorio y torturas al Nani, quedaron libres.
Los policías condenados a prisión.
Los policías condenados a prisión.
Al citado comisario posteriormente le cayeron más de cien años por la muerte de los atracadores José Luís Fernández Corroto, Feliciano Martín y Pablo Pardo. Estos dos últimos fueron acribillados a balazos cuando salían de asaltar una joyería en el número 16 de la madrileña calle de Atocha, mientras que el otro era abatido en Móstoles mes y medio después. Fueron defendidos por el controvertido letrado José Emilio Rodríguez Menéndez, muy relacionado con dichas tramas delictivas.
Durante el juicio Luis Miguel Rodríguez Pueyo, uno de los más afamados hampones de nuestro país, cómplice de Messía en un par de raptos, declaró que este le había confesado que arrojó el cuerpo del Nani al embalse jienense de Guadalén. Sus amigos de antiatracos le habían llamado, tras la muerte por infarto del detenido, para pedirle que se deshiciera del fiambre. Al poco el cadáver fue trasladado por el Guti y otro policía desde la Puerta del Sol al Land Rover del aristócrata.
Los submarinistas de la Guardia Civil efectuaron una intensa labor de rastreo en dicha zona. Primero en Guadalén y después en Puente Nuevo y en Guadanuño (Córdoba). Estos dos últimos pantanos se encuentran cerca de una finca perteneciente a Messía.
Este, tras llevar a cabo un nuevo rapto, decidió poner tierra por medio. Pese a que había dictadas cuatro órdenes de busca y captura vivía plácidamente en Miami, en el mismo lujoso complejo residencial en el que tenían inmuebles el secretario de Estado Rafael Vera y otros altos cargos ministeriales. Se creía inmune al rodearse de gente a la que había servido, componentes de la "banda de Interior", en una época de extraños secuestros, sudarios de cal viva y maletines con dinero de oscura procedencia. Olía a podrido. Todo parecía cocerse en la misma olla.
Su vida era lo más opuesto a la que puede llevar un prófugo de la justicia. Incluso presidía una compañía aérea. Fue descubierto por El Fígaro Magazine, siendo detenido e ingresado en un penal de máxima seguridad.
No existe el día sin la noche, el blanco sin el negro, el juego sin la trampa y, qué duda cabe, la mafia sin poder que la consienta. De ahí que el abogado de la acusación particular, Jaime Sanz de Bremond, viera concomitancias políticas en la inmunidad que rodeaba a tal estafador de guante blanco. Primero con la UCD y después con el PSOE. "Hay que averiguar si ha habido más responsabilidades. Llama la atención que estuviera viviendo a sus anchas en el mismo edificio en el que tiene un apartamento Vera".
Aunque se resistía a abandonar Florida, fue extraditado a España. Optó por el silencio. "Solo hay una persona en el mundo que sepa dónde está el Nani, y soy yo". Esta aseveración que había realizado tiempo atrás a la revista Interviú constituyó su primera negativa. En un careo judicial con el periodista José Luis del Campo, al que habían entrevistado entonces, declaró que jamás comentó que hubiera enterrado al atracador. Pero el reportero le había grabado. "Messía pensaba que no se iba a publicar. Sin embargo, yo creía que se trataba de un delito y, como en ese momento interesaba a la opinión pública, decidimos sacarlo a la luz". En 1996, la jueza María Tardón sobreseyó el sumario. Aunque sospechaba que estaba implicado en la desaparición, no pudo continuar por falta de pruebas.
El espectro del Nani seguía vagando. A finales de 2010, Rodríguez Menéndez reconocía que "el detenido salió muerto de la DGS" y aseguró que estaba enterrado en Córdoba. Pidió a las personas que lo inhumaron que enviaran sus restos a la familia Corella. En definitiva, apuntó directamente hacia el Lagarto y los reptiles policiales a los que defendió ante los tribunales. Pasa el tiempo y el caso sigue sin cerrarse. Parece como si no hubiera interés en ello.
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