jueves, 31 de agosto de 2017

RELOJERO LOSADA, PEQUEÑA HISTORIA DE UN GRAN RELOJERO


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El reloj de la Puerta del Sol
Lo construyó y donó a Madrid José Rodríguez Losada, un militar que huyó de España
por sus ideas liberales y se estableció en Londres, donde se convirtió en uno de los
mejores relojeros del siglo XIX
En el siglo XIX los relojeros suizos y británicos se
dedicaban a falsificar los relojes que un español
hacia en Londres y a distribuirlos en el mercado
español, de igual manera que ahora se falsifican
y comercializan las mas prestigiosas marcas de
relojes en el Chinatown neoyorquino. Se trataba
de José Rodríguez Losada, autor del conocido
reloj de torre de la Puerta del Sol madrileña, que
regaló a la ciudad, y el mejor relojero español,
junto con Manuel Gutiérrez.
Nació en 1797, en un pequeño pueblo de León
llamado La Iruela, hijo de Miguel Rodríguez y
María Conejero, hidalgos de condición humilde.
Su segundo apellido no debía gustarle y lo
cambió por el de la región en la que había nacido,
Quinta-nula de Losada.
Fue oficial del arma de caballería, según figura en
el expediente para la concesión de la
condecoración de Caballero de la Orden de
Carlos III, que se le otorgó por Real Decreto de 3
de octubre de 1854: "Don José Rodríguez de
Losada, oficial que ha sido de Caballería y constructor
de relojes en Londres". Dado que en aquel
tiempo todo lo relacionado con la tecnología y la
ciencia en España sólo podía desarrollarse en el
Ejército o la Marina, únicos demandantes de
estas materias, cabe pensar que fuera allí donde
aprendió el oficio de relojero.
Salió de España, según su testimonio, en 1828,
por razones políticas derivadas de su ideología
liberal y de la dura represión que desencadenó
Fernando Vil en aquella década. Su huida tuvo
aire novelesco, pues el superintendente de la
Policía de Madrid acostumbraba a disfrazarse
para integrarse en las reuniones clandestinas de los liberales y así obtener información y efectuar detenciones.
En una de esas reuniones, a la que acudió disfrazado de fraile, fue víctima de una trampa, se le
retuvo y se le obligó a firmar un salvoconducto para que Rodríguez Losada pudiera abandonar España,
cosa que logró a pesar de ser perseguido hasta la frontera francesa por un policía. Esta historia la contó
el hijo del superintendente, el famoso poeta y dramaturgo José de Zorrilla, en sus Recuerdos del Tiempo
Viejo. Andando el tiempo, Zorrilla se hizo amigo del relojero.
Losada permaneció en Francia dos años -sin que se sepa de su vida allí- y llegó en 1830 a Londres,
donde abrió su tienda de relojes cinco años después. Su establecimiento, tras varias ubicaciones más
modestas, terminó situado en la mejor calle comercial, Regent Street. Allí se casó, en 1838, con una
británica diez años mayor que él, Hamilton Ana Sinclair, de 51 años. Y en Londres vivió hasta su
fallecimiento.
En cuarenta años de exilio, Losada vino tres veces a España. Una, a finales del año 1856; otra, de cuatro
meses, en 1859, en la que junto con su esposa recorrió medio país, visitando su pueblo natal y a su
familia en Iruela, además de Madrid, Cádiz y Barcelona, y la última, ya enfermo, en 1868, durante la cual
otorgó su testamento en Cádiz, el 3 de abril de 1868.
Rodríguez Losada falleció en Londres el 6 de marzo de 1870, dejando una fortuna de 30.000 libras
esterlinas, que heredaron sus hermanas, un sobrino, su medico y sus sirvientes.
Al frente de su taller continuó su sobrino Norberto hasta 1890, pero la calidad de su obra bajó,
coincidiendo con el declive de la escuela de relojería británica, siendo desplazada por la suiza, que ya
llevaba tiempo siendo superior.
Inmenso prestigio
En esas cuatro décadas, Losada se labró un inmenso prestigio, apareciendo su nombre como constructor
de relojes en las más acreditadas guías profesionales. En consonancia, tuvo el respaldo de la más selecta
clientela europea. La Casa Real española le encargó varios trabajos: para Isabel II, un precioso reloj
saboneta -modelo de reloj de bolsillo originario de Savona, Italia, con dos o tres tapas- en oro esmaltado
en azul, y varios para el rey consorte Francisco de Asís y para algunas de las Infantas. El general
Narváez, presidente del Consejo de Ministros, también poseyó uno de sus sabonetas.
No obstante, su principal cliente fue la Marina española. No se olvide que los relojes son, ante todo,
aparatos de precisión y en la época eran fundamentales para una correcta navegación. Un error de un
segundo en un cronómetro naval suponía una desviación en la longitud geográfica, la que se refiere al
ecuador, de 463 metros. Lo mismo, ocurría con los barómetros. En el siglo XVIII, los buques españoles,
insuficientemente dotados de barómetros, no podían predecir las tormentas y esquivarlas, siendo ésta la
causa de multitud de naufragios en el Caribe, lo que no les ocurría a los británicos.
De ahí que la Marina recurriera a Losada, uno de los mejores
relojeros de la época y el único que era español, para que le
proporcionara todo tipo de relojes. En el Observatorio Naval
de San Fernando, en Cádiz, se guardan algunas de las piezas
maestras de Losada, junto con el grueso de la documentación
que ha sobrevivido sobre él, como contratos y cartas. También
el Museo Naval de Madrid conserva valiosas obras suyas.
Losada empezó a trabajar para la Marina en 1857, después de
que ésta hubiera dejado de comprar sus cronómetros a
French Hermanos de Londres y tras haberle ganado el ánimo
designándole Relojero Cronometrista de la Marina Militar, en
1856. Una de las primeras obras para la Marina es el reloj
astronómico, conocido como el n° 2.137 de su producción, que
tardó ocho años en realizar. Fue, como el reloj de la Puerta del
Sol, un regalo a su país, y lo sacó de Inglaterra burlando la
legislación que daba derecho prioritario a la Armada británica
para la adquisición de cualquier instrumento científico o
técnico que considerase de interés, o que no quisiera que
fuera a parar a otro país. Para lograrlo, no lo presentó al
control de funcionamiento del Observatorio de Greenwich, que
era un requisito que todos los clientes exigían como garantía
de que el cronómetro iba perfectamente. Le pudo hacer
porque tenía una sala de control de cronómetros en su propio
establecimiento.
José Rodríguez Losada, en una fotografía
realizada en Londres hacia 1860.
Este cronómetro es excepcional por su gran tamaño, porque tiene unas ventanas que permiten ver su
funcionamiento por todos los lados, pero, sobre todo, porque marca segundos enteros, cuando los
cronómetros navales de la época sólo marcaban medios segundos, lo que permite realizar observaciones
astronómicas por telescopio al oído, es decir, oyendo al mismo tiempo los segundos, lo que, en la
práctica, le convierte en un regulador astronómico móvil. Todo lo convierte en una pieza única en el
mundo, no conociéndose otra igual.
Maestro de relojeros
Losada también aceptó desarrollar la formación de españoles en su taller londinense, como el relojero jefe
del Observatorio de San Fernando, José Diez de Columbres, y prometió regalos para el Real
Observatorio Astronómico de Madrid. La Marina, por su parte, le ofreció la condecoración que él eligiese,
a lo que Losada con buen criterio no contestó, y también le pidió que se estableciera en España, para
crear una especie de escuela de relojería, a lo que se negó en contra de sus propios deseos, pues éste
había sido siempre su sueño, por no disponer de los medios que tal empresa requería, ni del personal
debidamente preparado que se necesitaba, ya que en su taller apenas si trabajaba una decena de
operarios cualificados.
Un reloj y una batalla
Esta relación especial con la Marina se mantuvo durante años, en los que llegó
a entregar unos 70 cronómetros, y en los cuales Losada fue perfeccionando sus
obras e introduciendo nuevos hallazgos e invenciones, hasta que a raíz de una
grave enfermedad, contraída en 1865, empezó a decaer su capacidad de trabajo,
al mismo tiempo que lo hacían las necesidades de la Marina. El último encargo,
un reloj de bolsillo, no procedía de la Marina, sino de los cuerpos de la
Armada para regalárselo al almirante Casto Méndez Núñez por la batalla de El
Callao. Este reloj es una de sus obras mas sobresalientes, y se guarda en el
Museo Naval de Madrid. Es una saboneta con las tapas realizadas en piedra
verde sanguínea, que lleva las iniciales de Casto Méndez Núñez en la tapa
anterior, hechas con diamantes. En la tapa posterior, figuran dos anclas
cruzadas y una corona real encima, formadas por diamantes y rubíes.
El reloj posee una cadena de oro con adornos en piedra sanguínea con
incrustaciones de diamantes y rubíes, con motivos de tipo naval, como una
boya, una brújula y una trompeta de mando.
Cronómetro de bolsillo
con sonería, de oro
(Madrid, col. particular).
La maquinaria es de la máxima calidad, y puede servir como un cronómetro. Por todo ello, no es de
extrañar que costara la elevada suma de 39.400 reales de vellón, siendo curioso que en la colecta que
hicieron los cuerpos de la Armada, los de Filipinas y Cuba aportaran el triple y el doble respectivamente,
del dinero que pagaron los de Madrid.
Esta relación de la Marina con Rodríguez Losada fue, por sus costes y sus resultados,
uno de los mejores negocios de la Administración española de la
época, y un desastre económico para Losada, quien así lo aceptó por puro
patriotismo, pues siempre fue un magnífico hombre de negocios.
Desgraciadamente, una buena parte de sus cronómetros náuticos se ha
perdido, al irse a pique junto con los barcos en que se encontraban instalados,
como ocurrió en las batallas navales de Santiago de Cuba y Cavite.
Losada fabricó 6.275 relojes, la mayoría de bolsillo, pero también los hizo de
viaje, de cabecera, sobremesa, taberna, de torre, bitácora, cronómetros de
marina y reguladores astronómicos.
Lo más sobresaliente de sus relojes de bolsillo es que introducía en ellos cuantos
avances y novedades se iban produciendo en la época que podría calificarse
de oro de la relojería británica, a cuya escuela pertenecía, y lo hacía con
gran pericia. Incluso fue más allá, perfeccionando algunos de estos hallazgos,
como los perfectos ajustes en los volantes y sus espirales para evitar los
efectos de los cambios climáticos sobre los materiales.
Reloj regalado al
vicealmirante Méndez
Núñez (Madrid, Museo Naval).
Tan buenos como bellos
Pero también destacan por la belleza de su decoración, generalmente de motivos florales que él elegía y
que cincelaban prestigiosos orfebres. En las mejores piezas, los adornos florales figuran, también, en los
reversos de las tapas -para lo que se requería un gran grosor-e, incluso, en el bisel del cristal.
El tipo de caja era casi siempre el saboneta de tres tapas, habitualmente de oro amarillo de 18 quilates,
mientras que sus falsificadores suizos solían usar oro rosa. Durante muchos años trabajó para él en
exclusiva Alfred Stram, el mejor cajista inglés del siglo XIX. Por ello no es de extrañar que cuando la reina
Victoria quiso hacer un regalo al emperador Maximiliano de México, en 1864, eligiese un saboneta hecho
por Rodríguez Losada.
En sus contrastes se identifica al autor, el año de fabricación, la ciudad, la ley del metal y el número de
producción del reloj. Si éste no se corresponde con el año correcto, se trata de una falsificación.
Las esferas son de cobre esmaltado en blanco, o de plata, en este último caso con adornos florales y
toques de oro. Por último, sus agujas terminan en un remate en forma de pera o de flor de lis.
Un reloj para Madrid
De sus relojes de torre, se conocen el de la Puerta del Sol de Madrid, el del Ministerio
de Fomento -que ahora está en un depósito municipal en Coslada-, el de
la Catedral de Málaga, el del Colegio Naval de San Fernando en Cádiz, el del
Ayuntamiento de Sevilla y el del Colegio de los Escolapios de Getafe.
El reloj de la Puerta del Sol, sin duda el más famoso de España, fue un regalo de
Losada. Su instalación en lo alto de la Casa de Correos, que tuvo lugar en 1855,
ha hecho que la arquitectura de este conocido edificio haya ido cambiando con el
paso del tiempo, sólo por las variaciones que ha ido experimentando el aspecto de
la torre en que se aloja el reloj.
Reloj de tipo saboneta
de la reina Isabel II
(Madrid, Museo Arqueológico Nacional).
Su maquinaria es, sencillamente, una maravilla. Tiene sonería de horas y, lo que es más raro, de cuartos.
Esto, que da lugar a tantas confusiones el día de Nochevieja y a atragantarse con las uvas, consiste en
que cuando las agujas del reloj marcan una hora y cuarto suena un toque de dos campanadas, cuando da
la hora y media suenan dos toques de dos campanadas cada uno, a la hora y tres cuartos, tres toques de
dos campanadas, y, por fin, cuando se completa otra hora entera, suenan cuatro toques de dos
campanadas cada uno y a continuación las campanadas de la nueva hora que, si son las doce, serán
doce campanadas. Su autonomía de funcionamiento es de una semana. Cualquiera de sus piezas se
puede desarmar sin tener que desmontar el reloj y su péndulo mide 3 metros.
Su característica tecnológica más sobresaliente es el tipo de escape que
tiene. El escape es tal vez el sistema más importante de un reloj: consta de
varias ruedas, la última de las cuales, llamada rueda de escape, es la más
pequeña y mueve a las otras. Gira deprisa, con fuerza medida, impulsada
por la energía que proviene de un muelle al que se comprime al dar hora al
reloj y cuya descompresión origina la fuerza giratoria. Esta energía se
convierte en un vaivén, gracias a un ancla, que se trasmite al péndulo. El
péndulo de un reloj tarda normalmente un segundo en hacer su recorrido.
En el reloj de la Puerta del Sol, tarda dos segundos.
Cronómetro marino de ocho días
de cuerda, n° 4596 (Madrid, Museo Naval).
El escape es de tipo Shelton. Consistente en un áncora acoplada a una rueda de escape especial en
forma de jaula de 30 dientes que impide el retroceso de la rueda. El hecho de que no haya retroceso
origina que un reloj sea de gran precisión, ya que si se produce un retroceso -esto se ve en la aguja del
segundero-, el tiempo que dura se pierde. El reloj de la Puerta del Sol, gracias al avance continuo que le
proporciona su maravilloso escape, sólo se retrasa cuatro segundos al mes.
Todas estas características le convierten en un reloj de torre sin igual en toda Europa. Es una pieza única.
Notable es, también, el reloj de torre que Juan Larios le encargó a Losada para regalárselo a la Catedral
de Málaga, en 1868. Su característica más sobresaliente es que tiene un escape de gravedad igual al que
Dent instaló en el reloj de torre más famoso del mundo, el Big Ben del Parlamento británico, en Londres
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