Así habló Caamaño
«Taamaño» desafuero verbal sitúa al burgués barbifeliz al margen de la Constitución, algo que le tiene absolutamente sin cuidado, desde luego, a pesar de ser esa actitud la suprema desobediencia civil. "
José Luis Bazán
José Luis Bazán
En Así habló Zaratustra, Nietzsche se refiere al «último hombre» que «afirma haber inventado la felicidad», como inextinguible pulgón que ha empequeñecido la tierra. El ministro Caamaño parece querer asimilarse al último hombre nietzscheano, al incorporarse, por mérito propio, a esa estirpe de políticos que están empequeñeciendo nuestra sociedad y nuestra existencia.
De su boca ha nacido un reciente exabrupto, una malformación verbal, una atrocidad que contamina el espacio público, al afirmar que no cabe objeción de conciencia al aborto porque sería «desobediencia civil». ZP ha hablado por boca de Caamaño: causa finita est. O al menos así desearían los grandesorientes y sus peones en este tablero blanquinegro. El acoso sin descanso al disidente, sea pepero, médico o padre objetor a Ciudadanía. ¡Qué más da! Socialismo es libertad, igualdad, fraternidad y laicismo. No hay objeción contra la revolución. Porque Caamaño es un burgués revolucionario. Como lo es el portador del cinturón de Hermès, las Madames de la Vogue, las pluriempleadas a lo Pajín o los ministros cazadores sin licencia. El socialismo del siglo XXI: hipócrita mentira con rostro sonriente y lengua sofista en boca desvergonzada.
Caamaño miente. Miente al afirmar que los profesionales sanitarios no pueden ejercer su derecho a la objeción de conciencia frente al aborto. Como homo erectus del Derecho lo sabe. Pero también ha de saber el ministro que él no está por encima ni de la Constitución ni del Tribunal Constitucional. Y mucho menos está por encima de la verdad, por mucho que comparta orgullos luciferinos que ensalzan el poder por encima del bien.
«Taamaño» desafuero verbal sitúa al burgués barbifeliz al margen de la Constitución, algo que le tiene absolutamente sin cuidado, desde luego, a pesar de ser esa actitud la suprema desobediencia civil. Las pruebas de paternidad ideológica no mienten: así es nuestro gobierno: una máquina de producir leyes inconstitucionales, una bomba lapa que ha explosionado el rule of law, la preeminencia del Derecho, mientras un maniatado Tribunal Constitucional trabaja a todo pasto para hacer de la incoherencia una virtud.
La Justicia es la última trinchera de la democracia. Y el Tribunal Constitucional, el último garante de nuestros derechos fundamentales. Si no cumpliera su papel y tutelara nuestros derechos, ¿qué sentido tendría su existencia? «Quizás habría que repensar la propia existencia del Tribunal Constitucional», afirmaba recientemente el catedrático de Derecho Constitucional, Álvarez Conde. Jorge Trías decía del órgano judicial «que no se ruboriza ante nada» y «que se está constituyendo en un vivo ejemplo de corrupción institucional». Gruesas palabras de expertos ponderados. Malos tiempos para el Derecho, sin duda, y pésimos para la Justicia.
Aún así, la jurisprudencia constitucional sobre el derecho a la objeción de conciencia es clara y reiterada desde la famosa sentencia 53/85: no es preciso una ley que desarrolle tal derecho, nacido, como realidad autónoma, de la libertad ideológica del Artículo 16 de la Constitución. Además la praxis de los profesionales sanitarios ha sido casi unánime en su rechazo al asesinato de niños en el seno materno, desde la aprobación de la inicua legislación del socialismo felipista.
Si el Gobierno consuma su desfachatez contra Constitutionem, es de esperar una rápida respuesta de los legitimados para interponer recurso de inconstitucionalidad. Lo contrario sería un auténtico escándalo. Y en todo caso, es imprescindible que la voz de la conciencia médica se manifieste y haga efectiva por todos los medios legítimos su obligación hipocrática de respeto a la vida.. La sociedad, por su parte, no puede quedar al margen de la defensa del derecho a la objeción: defender los derechos fundamentales de otros es una forma de proteger los nuestros.
Hemos de hacer vigentes los versos quevedescos: «No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo». Porque es de prever que el socialismo zapateril otorgue en hospitales y clínicas prebendas a sus secuaces, y sea generoso en amenazas, presiones y castigos, a los profesionales sanitarios disidentes. Pero de la objeción de conciencia de éstos depende el futuro moral de la sociedad española, terriblemente herida por el genocidio consumado en una democracia que ha abandonado al más débil entre los débiles a la suerte del poder del «último hombre», del que Nietzsche predicó ser el más despreciable humano.
De su boca ha nacido un reciente exabrupto, una malformación verbal, una atrocidad que contamina el espacio público, al afirmar que no cabe objeción de conciencia al aborto porque sería «desobediencia civil». ZP ha hablado por boca de Caamaño: causa finita est. O al menos así desearían los grandesorientes y sus peones en este tablero blanquinegro. El acoso sin descanso al disidente, sea pepero, médico o padre objetor a Ciudadanía. ¡Qué más da! Socialismo es libertad, igualdad, fraternidad y laicismo. No hay objeción contra la revolución. Porque Caamaño es un burgués revolucionario. Como lo es el portador del cinturón de Hermès, las Madames de la Vogue, las pluriempleadas a lo Pajín o los ministros cazadores sin licencia. El socialismo del siglo XXI: hipócrita mentira con rostro sonriente y lengua sofista en boca desvergonzada.
Caamaño miente. Miente al afirmar que los profesionales sanitarios no pueden ejercer su derecho a la objeción de conciencia frente al aborto. Como homo erectus del Derecho lo sabe. Pero también ha de saber el ministro que él no está por encima ni de la Constitución ni del Tribunal Constitucional. Y mucho menos está por encima de la verdad, por mucho que comparta orgullos luciferinos que ensalzan el poder por encima del bien.
«Taamaño» desafuero verbal sitúa al burgués barbifeliz al margen de la Constitución, algo que le tiene absolutamente sin cuidado, desde luego, a pesar de ser esa actitud la suprema desobediencia civil. Las pruebas de paternidad ideológica no mienten: así es nuestro gobierno: una máquina de producir leyes inconstitucionales, una bomba lapa que ha explosionado el rule of law, la preeminencia del Derecho, mientras un maniatado Tribunal Constitucional trabaja a todo pasto para hacer de la incoherencia una virtud.
La Justicia es la última trinchera de la democracia. Y el Tribunal Constitucional, el último garante de nuestros derechos fundamentales. Si no cumpliera su papel y tutelara nuestros derechos, ¿qué sentido tendría su existencia? «Quizás habría que repensar la propia existencia del Tribunal Constitucional», afirmaba recientemente el catedrático de Derecho Constitucional, Álvarez Conde. Jorge Trías decía del órgano judicial «que no se ruboriza ante nada» y «que se está constituyendo en un vivo ejemplo de corrupción institucional». Gruesas palabras de expertos ponderados. Malos tiempos para el Derecho, sin duda, y pésimos para la Justicia.
Aún así, la jurisprudencia constitucional sobre el derecho a la objeción de conciencia es clara y reiterada desde la famosa sentencia 53/85: no es preciso una ley que desarrolle tal derecho, nacido, como realidad autónoma, de la libertad ideológica del Artículo 16 de la Constitución. Además la praxis de los profesionales sanitarios ha sido casi unánime en su rechazo al asesinato de niños en el seno materno, desde la aprobación de la inicua legislación del socialismo felipista.
Si el Gobierno consuma su desfachatez contra Constitutionem, es de esperar una rápida respuesta de los legitimados para interponer recurso de inconstitucionalidad. Lo contrario sería un auténtico escándalo. Y en todo caso, es imprescindible que la voz de la conciencia médica se manifieste y haga efectiva por todos los medios legítimos su obligación hipocrática de respeto a la vida.. La sociedad, por su parte, no puede quedar al margen de la defensa del derecho a la objeción: defender los derechos fundamentales de otros es una forma de proteger los nuestros.
Hemos de hacer vigentes los versos quevedescos: «No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo». Porque es de prever que el socialismo zapateril otorgue en hospitales y clínicas prebendas a sus secuaces, y sea generoso en amenazas, presiones y castigos, a los profesionales sanitarios disidentes. Pero de la objeción de conciencia de éstos depende el futuro moral de la sociedad española, terriblemente herida por el genocidio consumado en una democracia que ha abandonado al más débil entre los débiles a la suerte del poder del «último hombre», del que Nietzsche predicó ser el más despreciable humano.
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