"Un rey, golpe a golpe". Cap. 8.2. El último obstáculo borbónico |
Monarquía - Un rey golpe a golpe (Capítulos) |
Escrito por Patricia Sverlo |
"Sí dos tetas valen más que una carreta, imagínate seis tetas a la vez... Vamos a ver qué pasa", dijo Juan Carlos a más de uno en su despacho de La Zarzuela, cuando vio que en el equipo del búnquer de E1 Pardo se alistaba, pisando fuerte, María del Carmen Martínez-Bordiú, la nietísima, tras casarse con Alfonso de Borbón y Dampierre. La boda de su madre ya había incorporado una pieza de artillería, el marqués de Villaverde. Pero el Dampierre era el más peligroso de todos. El hijo de Jaime, el hermano mayor de Don Juan, era el preferido de los falangistas para suceder a Franco desde hacía años y aunque no era fácil que el dictador pudiera volverse atrás en el nombramiento de Juan Carlos, la cosa tenía su peligro.
El príncipe lo pudo percibir claramente cuando, tras la ceremonia nupcial, celebrada el 8 de marzo de 1972 en la capilla de Pardo, Doña Carmen Polo, señora de Franco, se inclinó reverencialmente ante su nieta como si fuera una reina. Otro detalle que no le gustó nada fue que el infante Don Jaime regalara al dictador un Toisón de Oro, asumiendo el papel de cabeza de la Casa de Borbón; y mucho menos que Franco la aceptara --aunque no lo usó nunca--, después de haber rechazado el que le había ofrecido su padre diez años antes.
Poco tiempo después, en el mes de julio, cuando coincidieron en Estocolmo, Alfonso le dijo a López Rodó: "Reconozco la instauración del 22 de julio y a mi primo en tanto respete los Principios fundamentales. Si no los respetara, dejaría de reconocerle". El ex-ministro del Opus informó a Juan Carlos de esto y, poco después, en octubre, del hecho de que su primo había pedido a Franco que lo nombrara príncipe. Al parecer, Carrero había defendido el asunto como mejor había podido, diciéndole a su Caudillo que esto sólo se tenía que hacer a petición de Juan Carlos. Y Franco no vio el problema por ninguna parte: le dijo a Carrero que redactara un borrador de la solicitud para que su sucesor lo firmara inmediatamente. Fue un mal trago para el príncipe, que quería seguir ostentando el título en solitario. Si oficialmente había dos príncipes, era como si hubiera dos sucesores. Era ponérselo más fácil al Dampierre. Pero no se podía enfrentar con Franco. Aquello era una trampa. Para solucionarlo, Juan Carlos fue a ver al Generalísimo el día 20, tras el funeral por Primo de Rivera en el Valle de los Caídos. Pero no se atrevió a decírselo cara a cara, y le entregó "una nota', que le habían preparado sus colaboradores con mucha cordura, "negociando" una salida al conflicto. Argumentaba que la coincidencia de títulos produciría confusión y que, además, aquello de "Príncipe de Borbón" (que era el que Alfonso había sugerido) sonaba "muy francés". Proponía como compensación que se le concediera el tratamiento de alteza real y el título de duque de Cádiz. Y Franco aceptó, cosa que supuso una victoria moral para Juan Carlos. El 22 de noviembre, coincidiendo con el nacimiento del primero bisnieto del Caudillo, que también lo era de Alfonso XIII, dictó un decreto por el cual, "a petición de su Alteza Real el Príncipe de España", concedía a Alfonso de Borbón y Dampierre las dos distinciones propuestas. El último obstáculo borbónico parecía que se había superado felizmente. Mientras vivió, Franco no dejó ver nunca que dudara lo más mínimo de la decisión que había tomado en 1969. De hecho, no se preocupó de atender a su casi consuegro, el infante Don Jaime, durante los últimos años de su vida, en los que, siempre escaso de dinero, incluso tuvo que dejar su casa en Rueil-Malmaison porque no podía pagar el alquiler. Al Caudillo no le caía bien. Después de haberse divorciado de Manuela Dampierre, se le había ocurrido casarse (un matrimonio no reconocido por el Estado español) con Carlota Tiedeman, una prusiana alcohólica, cantante de cabaret. En marzo de 1975, en París, durante una violenta discusión con Carlota, Jaime cayó y se golpeó en la cabeza. Murió al cabo de unos cuantos días, el 22, tras ser trasladado al hospital Saint-Gallo de Suiza. Cuando Don Jaime murió, Alfonso de Borbón y Dampierre asumió a partir de entonces que él era la cabeza de la Casa de Borbón. Aunque hubiera reconocido la renuncia de su padre al trono, que no era el caso, esto no tendría por qué haber supuesto una renuncia implícita también a este otro honor, que le correspondía como primogénito de Alfonso XIII. Como una cosa era Franco y otra cosa el búnquer, él y su familia política continuaron intrigando para desplazar a Juan Carlos durante los meses escasos que le quedaban al decrépito dictador, que vivía su último otoño. Y como estaba tan enfermo que pasaba inconsciente la mayor parte del tiempo, Juan Carlos volvió a preocuparse por su suerte, ante la posibilidad de que el aparato del Pardo o los falangistas dieran un golpe de timón a última hora. "¿Qué debo decirle a Franco?", le preguntó Juan Carlos al doctor Pozuelo, sin saber lo que tenía que hacer. Y el médico del Pardo le sugirió, sobre todo, que le tratara con afecto. "Dígale que le quiere más que a su padre, porque su padre quiere quitarle el reino y él, en cambio, quiere dárselo". Y también, mientras Sofía asentía con la cabeza: "Juegue usted mejor sus cartas, Alteza. ¿No se da cuenta de que los hijos del duque de Cádiz se pasan aquí todo el día llamándole abu, abu, sin parar? Yo le recomiendo que venga usted todos los días, aunque sea un rato, y que traiga a sus hijos para que estén con él, para que sienta el afecto que le tenéis". Obediente, Juan Carlos visitó al Caudillo más a menudo con los niños y dejó para la historia escenas entrañables de toda la familia unida acudiendo al Pazo de Meirás a ver al "abuelito". Cuando hubo entablado la última y decisiva batalla, venció a su primo sin demasiados problemas. Sin embargo, como si realmente hubiera logrado la Corona de Francia --que era otra de sus pretensiones como Borbón, después heredada por su hijo Luis Alfonso-, Alfonso de Borbón y Dampierre tuvo el honor de morir decapitado por un cable que se interpuso en su camino mientras esquiaba en Beaver-Creak, Colorado, el 30 de enero de 1989. Rey interino Antes de que Franco acabara de morir, cosa que le llevó varios meses de agonía, el príncipe tuvo ocasión de establecerse interinamente en el puesto de rey durante un tiempo y, de este modo, demostrar, a él mismo y a todos los españoles, de lo que era capaz. La primera vez fue en julio de 1974, cuando el Caudillo se puso enfermo por una flebitis en la pierna derecha y tuvo que ser ingresado. Ya veía venir la parca y comenzó a decir: "Esto es el principio del fin". Llamó al presidente Arias y mandó que se preparara el Decreto bisiesto de poderes para aplicar el artículo 9 de la Ley orgánica... "por si acaso". Y antes de que se hiciera el trámite mencionado, el 18 de julio, Juan Carlos le sustituyó presidiendo en La Granja la recepción que Franco acostumbraba a ofrecer cada año para conmemorar una fecha golpista tan importante, y que aquel año, entre las atracciones, contaba con un montaje sobre la vida de Boquerini en la corte de los Borbones, escrito por Antonio Gala para la ocasión. Los días siguientes, Franco no mejoraba. Y Juan Carlos, probablemente aconsejado por quien sabía más, era contrario a asumir la interinidad. "Contentáos con esperar", le decían los de su entorno, que movieron todos los hilos para intentar retrasarlo tanto como pudieron. Se preparaban para algo más importante: aprovechar la enfermedad del Caudillo para declarar directamente rey a Juan Carlos, y que fuese rey del todo, un rey con las manos libres. Pío Cabanillas, entonces ministro de Información y Turismo, fue uno de los que participaron en aquel contubernio, y la cabeza de turco que pagó la maniobra monárquica con su cargo, del cual fue cesado en octubre. Juan Carlos iba a ver al Caudillo al hospital todos los días y le decía amablemente que su enfermedad no era lo bastante grave para justificar el traspaso de poderes. Pero no pudo ser. Un día Franco fue víctima de una fuerte hemorragia y los médicos que le cuidaban se mostraron pesimistas. Era necesario actuar ya. Y el príncipe, el 20 de julio de 1974, decidió asumir la jefatura del Estado, aunque fuera de manera interina. "¡Vaya, buen servicio que has hecho a ese niñato de Juan Carlos!", le dijo enfadado Villaverde al doctor Gil cuando se enteró. Todo el "búnquer" estaba que mordía. Aquel mismo día, el príncipe llevó a cabo el primer acto oficial de su mandato interino: la firma de una declaración conjunta para prorrogar el tratado de ayuda mutua con los Estados Unidos. Y su cargo ya no dio mucho más de sí. No le gustó nunca renunciar a sus vacaciones y no se perdería el veraneo en Mallorca sólo porque fuera jefe del Estado en funciones. Franco salió del hospital el 30 de julio y volvió al Pardo, donde Juan Carlos fue en visita relámpago desde las islas Baleares, para presidir un consejo de ministros el 8 de agosto. Después, a mediados de mes, Franco se reunió con su familia en el Pazo de Meirás para pasar la convalecencia. Y otra vez tuvo que ir volando Juan Carlos, esta vez un poco más lejos, a Galicia, para presidir otro consejo el día 30. Cuando visitó al Caudillo, lo encontró francamente recuperado, paseando por el jardín, pero tan sólo consiguió que le dijera: "Alteza, creedme, lo estáis haciendo muy bien. Continuad". Aquella misma noche el príncipe cogió el avión hacia Palma de Mallorca. Pero Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, que además de marqués era doctor, había formado un equipo de médicos muy bien elegidos para garantizar que el Caudillo se curase inmediatamente a cualquier precio. Y no tardaron en conseguirlo. Menos de 50 días (43 exactamente) fue lo que duró el cargo de rey interino, antes de que el aparato del Pardo consiguiera que dieran el alta a Franco y éste llamara de nuevo a Arias para anunciarle: "Arias, ya estoy curado. Prepara los papeles". La mayor parte del tiempo Juan Carlos se lo había pasado de vacaciones en la playa. De todos modos, aquello de la recuperación milagrosa de Franco no se lo creyó nadie, ni él mismo. En la primavera de 1975 visitó España el general Walters, un peso pesado de la CIA. Se reunió con el Generalísimo y, tras hablar un rato de cosas intranscendentes, Franco le preguntó abiertamente: "¿Usted viene a saber qué pasará en España el día que yo muera? Pues voy a decírselo: reinará el príncipe don Juan Carlos, que es lo establecido, y se hará lo que el pueblo español quiera. De los políticos no me fío". Walters también se reunió con personal de La Zarzuela, concretamente con Armada, que le aseguró que, igual que el aparato había funcionado para la interinidad, funcionaría después. Un poco más adelante visitó España el presidente Ford. Unas visitas tan reiteradas de los norteamericanos desvelaban que el final no podía estar muy lejos. Utrera Molina, que era el ministro secretario general del Movimiento, un día osó decirle a Franco que el príncipe podría no estar "sinceramente identificado" con la continuidad del Régimen. Ante este comentario, Franco cambió de color, abrió los ojos desmesuradamente y con un desagrado patente exclamó: "Eso no es cierto y es muy grave lo que me dice". Utrera, y cualquier otro que hubiera podido tener alguna duda, no tuvieron que esperar mucho para comprobar que quien tenía razón era Franco. Tras el verano de 1975 se celebraron varios consejos de guerra y fueron condenados a penas de muerte once presos políticos. Seis fueron indultados, y el 27 de septiembre se cumplió la sentencia de los otros cinco: tres miembros del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista Patriótico) y dos de ETA. El rechazo internacional fue considerable. Se asaltaron las embajadas españolas en toda Europa, incluso algunas fueron saqueadas, y en el interior varios países retiraron a sus representantes. El 1 de octubre, en la Plaza de Oriente, tras los fusilamientos, el príncipe apareció al lado de Franco en el balcón del Palacio Real. La manifestación, el último acto de masas del franquismo, tenía como objetivo mostrar la adhesión al Caudillo para compensarlo de las múltiplos condenas internacionales que habían provocado los fusilamientos. El dictador habló, delante de centenares de miles de personas congregadas, de la subversión comunista y el complot judeomasónico, la canción de los últimos cuarenta años, para acabar diciendo: "Evidentemente, el ser español vuelve a ser una cosa sería en el mundo". Juan Carlos posó impasible a su lado mientras el gentío gritaba consignas como "No queremos apertura, sino mano dura", "Muera el comunismo", etc. Mientras lanzaba su arenga, cinco miembros de los cuerpos de seguridad del Estado, el mismo número que los fusilados, morían en un atentado de los GRAPO. Los últimos días de octubre Franco volvió a ponerse enfermo. Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, que era cabeza de los servicios de cardiología de la clínica de la Paz, insistió en el hecho de que no se trasladaría del Pardo. Reunió a un equipo de médicos elegidos por él para que vigilaran permanentemente su salud, con el material suficiente para montar una UVI e, incluso, operar si hiciera falta. El día 17 Juan Carlos telefoneó a Fernández Miranda para decirle: "El viejo está mal. Quiero verte el lunes a las 7:30". Durante esta segunda y definitiva enfermedad, intensificaron los contactos que mantenían desde 1960 de una manera más o menos permanente. Desde 1973 Torcuato era el candidato de la monarquía para ser el presidente del primer Gobierno. Pero antes de que llegara este momento, Juan Carlos tuvo que asumir una vez más el puesto de jefe del Estado interino, para resolver un problema que no podía esperar. La posición española en el Sáhara, una de sus últimas colonias, estaba sentenciada por los organismos internacionales y por la organización política de los saharauis, el Frente Polisario, partido que buscaba la independencia Pero la oportunidad la aprovechó Marruecos, que quería anexionarse el reino alauita. El rey Hassan ya había dictado sentencia sobre el conflicto, en la que reconocía a los habitantes, bajo control español, el derecho de autodeterminación. Pero España hacía tiempo que retrasaba sin motivo el referéndum popular que había prometido para que el pueblo saharaui pudiera decidir por sí mismo. A finales de octubre, el rey Hassan II, aprovechando la situación de vacío de poder, organizó la Marcha Verde, una especie de invasión civil para ocupar la zona norte del territorio. Empezó con una concentración cerca de la frontera de 200.000 personas dispuestas a marchar en un único frente hacia Al-A'yun. La Marcha Verde empezó el 1 de noviembre de 1975. Aquella misma fecha, Juan Carlos, tras pensárselo mucho (aunque hacía unos días que Franco estaba inconsciente), asumió la jefatura del Estado. El Caudillo, que ya había redactado la despedida a los españoles, esta vez ni siquiera se enteró de la sustitución. Unos días antes, el príncipe se había reunido en La Zarzuela con los jefes militares, presa del pánico y con la tensión por las nubes, hasta el punto de que necesitó asistencia médica. Fue la princesa Sofia quien dijo: "Los generales deben estar con sus tropas". Y le pidió que como regalo de aniversario (que era el 2 de noviembre) le ofreciera ir al Sáhara. La idea no gustó a Mondéjar, aunque Armada intentó explicarle que el riesgo era mínimo. En realidad, ya se había pactado con el rey Hassan II. Y el casi rey, "heroicamente", acabó aceptando hacer el viaje. En realidad, en la visita relámpago lo que hizo fue representar una comedia para los militares que estaban destinados en la zona (que ni siquiera habían estado provistos de munición para repeler la invasión) y con una conferencia, un desfile, una comida en el casino, una ceremonia de condecoraciones,unas copa con los jefes y oficiales... se organizó una retirada "honorable". Pero el viaje fue considerado todo un éxito y, cuando volvió, justo al día siguiente, le esperaban en el aeropuerto, para recibirlo a bombo y platillo, Milans del Bosch y los mandos de la División Acorazada. Cuando volvió a La Zarzuela, recibió una llamada telefónica del rey Hassan II. Según la versión oficial, su viaje le había dejado tan impresionado que abortaría la Marcha Verde. Lo cierto es que el Estado Español evacuó las tropas y dejó a los saharauis abandonados a la invasión marroquí y mauritana, cosa que no resolvió el conflicto, aunque el príncipe dio el asunto por acabado. Después de esta brillante operación, Juan Carlos continuó haciendo visitas diarias a Franco, hasta que éste murió el 22 de noviembre de 1975. Poco antes, tuvieron una emotiva despedida. El príncipe se acercó a la cabecera y el dictador le cogió la mano, se la apretó muy fuerte y le dijo en un suspiro: "Alteza, la única cosa que os pido es que mantengáis la unidad de España". |
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