viernes, 28 de septiembre de 2012

8 - INDEPENDENCIA CATALANA: ESPAÑA ¿HA SIDO DEFERENTE?. FRANCESC DE CARRERAS


en La Vanguardia

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Con motivo de celebrar este año el segundo centenario de la Constitución de 1812, se ha sostenido que las Cortes de Cádiz fueron una gran ocasión perdida para dar un giro a la historia de España y orientarla por la senda liberal, pero desgraciadamente el intentó se frustró y el liberalismo español apenas volvió a levantar cabeza y, cuando lo hizo, fue durante muy breves e inestables periodos que apenas dejaron huella. En conclusión, España quedó estancada y no evolucionó al compás de los grandes estados occidentales: no hubo desarrollo económico, ni político, ni social, ni cultural comparable al del resto de Europa. Sólo con la democracia actual y la entrada en la Unión Europea hemos pasado de ser diferentes (el famoso Spain is different) a ser normales, de ser una excepción en nuestro entorno de países avanzados a formar parte de ellos.
Ciertamente, esta visión pesimista de la historia de España ha sido la dominante desde el siglo XIX hasta hace muy pocos años. Recordemos que Cánovas del Castillo ya dijo, con intencionada ironía, que “es español… el que no puede ser otra cosa”. Maragall entonaba con amargura su “adiós España”. Los regeneracionistas, desesperados, apelaban a un “cirujano de hierro”, a un dictador. Y no hablemos de la generación del 98: su pesimismo metafísico se refugiaba en admirar el paisaje, los campos de Castilla, pero el pueblo que los habitaba era considerado miserable y ruin, los políticos abyectos y el sistema político corrupto. “Si el país necesita un buen tirano, busquémosle”, decía Baroja. Tampoco eran demócratas.
La generación siguiente, la de 1914, la de Ortega y Azaña, era más liberal y hasta era demócrata e, incluso, socialdemócrata. Pero eran tan pesimistas como los anteriores o más, especialmente Ortega, que denominaba historia a lo que sólo era metafísica: “España es un dolor enorme, profundo, difuso…”. Nacionalismo esencialista en el que después bebieron falangistas y demás cruzados. Pero la mirada hacia atrás de Ortega y Azaña seguía siendo la misma: la Restauración era el reflejo de una España antiliberal y antimoderna, la II República un paréntesis de esperanza seguido de una gran decepción.
Con el franquismo, tanto la historia oficial como la que no lo era, por razones distintas, contemplaban el pasado como la crónica de un fracaso: el fracaso de la política liberal, los franquistas; el fracaso de la revolución burguesa, los marxistas. Pierre Vilar, en su difundido librito sobre la historia de España, ya dijo que el fracaso de Cádiz comportó “el de todo un siglo”. Sólo Vicens Vives, cuando en sus últimos años se dedicó a estudiar la España contemporánea, empezó a dudar de esta versión tan pesimista y, al investigar la historia económica, y dejarse de metafísicas, se dio cuenta que la industrialización –y, por tanto, la aparición de burgueses y obreros– ya comenzó entre 1830 y 1840, la curva demográfica fue siempre en ascenso y le resultaba sospechoso que franquistas y marxistas, aunque por razones distintas, echaran la culpa de todo a los liberales. Su prematura muerte interrumpió esta inteligente reflexión que no se supo aprovechar: la historia de la España contemporánea siguió explicándose en clave de revolución burguesa fracasada.
En parte tenían razón, en especial para explicar el desastre de la Guerra Civil y el franquismo, pero no toda, ni mucho menos. La evolución de España en el XIX y XX –si exceptuamos la dictadura franquista– no había sido tan distinta a la de los países europeos avanzados. En un luminoso y premonitorio artículo del historiador Santos Juliá, publicado en la revista Claves el año 1996 e incluido en su reciente libro Hoy no es ayer (RBA, Barcelona, 2010), se planteaba la siguiente hipótesis: no todo ha sido “anomalía, dolor y fracaso” en la España contemporánea que “quizás creció a ritmo menor que el deseado pero que, a pesar de ello, pertenece desde siempre a la civilización europea y dispuso de instituciones homologables a las de nuestros más cercanos vecinos”.
Para plantear argumentadamente esta hipótesis, Juliá se apoyaba en monografías que mostraban el sostenido crecimiento económico de España entre 1900 y 1936, en el desarrollo científico y cultural en estos mismos años e, incluso, en nuevos estudios sobre el sistema político de la Restauración, como el de José Varela Ortega, en el que se afirmaba: “Cuando hablamos de Restauración española nos referimos a un régimen liberal clásico del siglo XIX. Nuestro país pertenecía a un grupo de potencias liberales , España era un país occidental”. Un libro reciente compilado por Nigel Towson ( ¿Es España diferente?, Taurus, Madrid, 2010) confirma estas hipótesis basándose en estudios comparados. Así concluye Towson su introducción: “En largas fases de la historia contemporánea […] España no estaba retrasada en comparación con el conjunto europeo. Las generaciones de 1898 y 1914 no tenían, en definitiva, razón: España no es diferente”.
Cádiz fue un comienzo. El liberalismo, a trancas y barrancas, siguió. La anomalía fue Franco. En lo demás, España ha sido un país europeo normal.
Francesc de Carreras. Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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