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OPINIÓN
Francisco Fernández Buey, fallecido el sábado pasado, fue uno de los más destacados estudiantes antifranquistas en la Barcelona de los primeros años sesenta. Contra lo que suele decirse, no eran muchos quienes dedicaban su tiempo a esas luchas aunque, en todo caso, eran muchísimos más que los estudiantes franquistas, prácticamente desaparecidos, ya en aquellos años, de la vida pública universitaria. En una sociedad dominada por una gran mayoría de personas apáticas, indiferentes a todo lo que no sea su puro interés individual, que era el caso, siempre gana quien toma la iniciativa, aunque sea minoritaria.
En aquellos primeros sesenta, el SEU, el sindicato estudiantil teóricamente franquista, era ya una cáscara vacía, una estructura oficial -con sus consejos, sus delegados y sus locales- que había sido ocupada en la gran mayoría de centros, dada la incomparecencia de sus contrarios, por estudiantes antifranquistas, cuya finalidad era formar un movimiento estudiantil contra el régimen. Uno de los más conspicuos representantes era Paco Fernández, estudiante de Filosofía y Letras, que culminó su tarea al ser uno de los fundadores del SDEUB, el sindicato democrático de estudiantes, este de carácter no oficial, cuyo momento más glorioso fue el encierro en el convento de los capuchinos de Sarrià cercado por la policía.
Como muchos de estos protagonistas del movimiento estudiantil, Fernández Buey decidió dedicarse a la universidad como profesor y, a partir de ahí, su vida intelectual quedó vinculada a quien fue su maestro, Manuel Sacristán. Sacristán tuvo una gran influencia en la universidad barcelonesa de aquella época y llegó a formar un grupo heterogéneo de discípulos, pertenecientes a disciplinas diversas, que le reconocieron su indiscutible autoridad de maestro. En este grupo, Paco Fernández Buey fue uno de sus más estrechos colaboradores y amigos, uno de sus más íntimos discípulos. La primera expresión colectiva del grupo fue la revista Materiales, a principios de los setenta, a la que siguió Mientras tanto, que felizmente aún se publica.
A la muerte de Sacristán en 1985, Fernández Buey siguió su carrera académica, especialmente influyente en los últimos veinte años como catedrático en la facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Si bien se inició en el ámbito de la filosofía de la ciencia, pronto pasó a la filosofía política y social, su auténtica vocación, además de su compromiso vital, a la que ha dedicado todo su esfuerzo y un buen puñado de libros, además de numerosos artículos en todo tipo de publicaciones.
Más allá del ámbito estrictamente académico, Fernández Buey ha sido un referente político y moral de la izquierda alternativa a la socialdemocracia, la que, entre otros nombres, ha sido denominada izquierda emancipatoria. En plena transición política abandonó el PSUC por considerar, acertadamente, que estaba derivando hacia posiciones no revolucionarias, es decir, que se integraba de forma demasiado complaciente en los sistemas democráticos liberales y dejaba de lado una vía democrática propia hacia el socialismo. Recuerdo que en aquellos años, al abandonar un compañero, que pronto de pasó al PSC, la célula del PSUC a la que ambos pertenecíamos, me dijo: “Estupendo, un democristiano menos en el partido”.
Su obra y su actividad posterior, indeslindables en su concepción de la tarea de un intelectual, la ha dedicado a profundizar en esta línea de izquierda alternativa en la que, junto a los partidos y sindicatos, dio una enorme importancia a otros sujetos revolucionarios, entre ellos los movimientos sociales, y en especial el ecologismo, el feminismo y el pacifismo. Como natural consecuencia de todo ello, sus posiciones políticas se han movido dentro del marco de Izquierda Unida.
Como se ha subrayado estos días, Paco era una gran persona, un tipo entrañable, amable y cordial, honesto e íntegro. Hace unos años, a pesar de no ser religioso, me comentó que se encontraba muy a gusto con los cristianos de izquierda. “Son tipos decentes”, dijo. Sabiéndose perdedor, de momento, en tantas cosas, no por ello abandonaba sus ideas, que a veces más parecían creencias. Modesto en sus ambiciones, incluso en las universitarias, generoso con su tiempo, uno de los bienes más preciados por todo intelectual, siempre estaba dispuesto a echar una mano a los más abandonados por la fortuna, a los minoritarios que luchaban por un ideal digno, aunque no coincidiera exactamente con el suyo.
Nadie como a él le cuadran mejor aquellas palabras que encabezan un famoso texto de su querido Antonio Gramsci: “Odio a los indiferentes. Creo que vivir significa tomar partido. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”. Paco Fernández vivió siempre tomando partido, nunca cayó en la apatía, nunca fue un parásito. Y si hubiera sido capaz de odiar, sin duda hubiera proyectado su odio, sobre todo, contra los indiferentes.
Francesc de Carreras. Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.
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