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Cortoletraje
Introito
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El crimen ya se había cometido; ahora venía el castigo, que fue ejemplar. Se dictaron 17 penas de muerte, aunque luego, en la tradición española de ser duro ma non tanto, sólo se llevaron a cabo cinco ejecuciones. El reo más célebre fue Francisco Ferrer Guardia, un pedagogo anarquista a quien, en palabras de Unamuno, se fusiló "en perfecta justicia": era –decía el vasco– una "mezcla de loco, tonto y criminal cobarde", un "monomaníaco con delirios de grandeza y erostratismo". Hombre, a lo mejor a don Miguel se le fue la mano. Sea como fuere, lo más probable es que Ferrer Guardia pagase en Barcelona lo que hizo en Madrid tres años atrás: uno de sus discípulos, Mateo Morral, lanzó una bomba sobre el cortejo nupcial de Alfonso XIII; y, evidentemente, no lo hizo solo.
Hace un siglo Barcelona perdió la cabeza. Azaña decía que es una ley de la historia de España la necesidad de bombardearla cada 50 años. Porque la Rosa de Fuego es así, tan suya, tan imprevisible y misteriosa, que, cuando no la bombardean desde fuera, se bombardea ella misma desde dentro.
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