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“Zapatero quería una chica y más glamur al frente de Cultura”
TEREIXA CONSTENLA Madrid 534
Cinco años después, César Antonio Molina evoca su destitución como ministro y cómo el presidente le reprochó su austeridad
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TEREIXA CONSTENLA Madrid 534
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Un día de abril de 2009 a César Antonio Molina (A Coruña, 1952) le despojaron de la cartera de ministro de Cultura y le dieron el argumento para escribir un libro. José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que le había invitado a entrar al Consejo de Ministros apenas dos años antes, le invitó a salir. “Me dijo tres cosas, que yo era muy austero y que necesitaba una chica joven y glamur”. “Se me cayó el mundo encima cuando escuché lo de la austeridad, que para mí era una virtud esencial en política. Me pareció escandaloso y me causó una duda que este libro me ha ayudado a superar”, recuerda Molina en su despacho de la Casa del Lector, la institución cultural que dirige en Matadero (Madrid) desde 2012.
El terapéutico libro que le ha cauterizado la herida, La caza de los intelectuales (Destino), es un ensayo histórico sobre la espinosa relación entre los pensadores y el poder, que arranca con Cicerón y desemboca en la pugna entre los escritores Mario Vargas Llosa y Jorge Volpi sobre bondades y maldades de los actuales tiempos para los creadores. En los países democráticos, los riesgos que acechan a los intelectuales incómodos de hoy nada tienen que ver con los que afrontó el romano, asesinado por orden de Marco Antonio, pero esto no quiere decir que sean tiempos fáciles. “Excepto en lugares antidemocráticos, no hay violencia, pero hay esta confusión y esta idea de falsa democracia de que todo el mundo es capaz de hacer periodismo, pintar, opinar... no hay filtros, gentes que sean capaces de sacar lo bueno y lo malo. Se le llama sabio a un futbolista con lo cual se degrada la palabra, los best-seller lo inundan todo, los museos se obsesionan con los millones de visitantes. Hay que poner cierto orden y sensatez en ese inmenso caos en el que estamos viviendo, en el que Borges y Cervantes tienen que ser Borges y Cervantes, se vendan más o menos”.
Molina había escrito con reconocimiento poemas, ensayos y críticas y había sido profesor de Humanidades —por tanto, entraba de lleno en la categoría del intelectual— cuando aceptó cruzar al otro lado. No se arrepiente pese al desasosiego final. “Todos mis recuerdos son buenos, incluso los momentos malos. La política no es distinta de la vida”. Para evitar malentendidos sobre sus sentimientos hacia Rodríguez Zapatero, añade: “Le estoy muy agradecido de que se hubiera acordado de mí para puestos importantes. Este libro no se hubiera escrito sin esas frases”.
Aunque habrá un diario de sus días ministeriales, que verá la luz más adelante, cuando el paso del tiempo suavice los impactos de las revelaciones, en el ensayo recoge algunos episodios de su experiencia política. Un día le reconvinieron por uno de sus discursos. “No íbamos a dar conferencias se argüía; además, no era conveniente manifestar un mayor conocimiento que los presentes”, escribe. Nada de citas ni referencias históricas; nada de erudición. “En política hay una idea nefasta que defiende que es antipopular intentar elevar el nivel de vida cultural del país. Mientras fue presidente, Azaña no dejó de escribir ni de formarse (estudiaba alemán) y creía que debía subir el nivel de sus ciudadanos. Ahora parece que da vergüenza hacer una cita porque parece que hablamos por encima de la media. Yo creo que la ejemplaridad también hay que practicarla en cultura y educación”, reflexiona.
Tiempos malos para la lírica, la prosa y, en general, la cultura. “El calentamiento global se da en todo, también la desertización avanza en la cultura”, afirma. César Antonio Molina advierte contra la veneración de las nuevas tecnologías. “Son herramientas maravillosas, como lo fue la imprenta, que el ser humano supo usarla para continuar su capacidad de racionalizar, pero no debemos depender de ellas, si no ellas de nosotros. El saber y el conocimiento es algo propio que no puedes delegar en una máquina que llevas al lado. No nos conduce a nada idolatrar a las nuevas tecnologías”, sostiene.
Esas tecnologías que facilitan la piratería, uno de los grandes problemas que afrontan los creadores en estos tiempos, y que los sucesivos gobiernos han afrontado con tibieza. “Es el miedo a los votantes. Lo tienen todos. En el Norte, en el Sur, en el Este y el Oeste. El mundo de Internet es el mundo de los votantes. Se piensa que si se va contra ese mundo, ese mundo votará a otros”.
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