viernes, 1 de noviembre de 2013

UN REY GOLPE A GOLPE - CAPITULO 6

"Un rey, golpe a golpe". Cap. 6. Una boda y cuatro hijosPDFImprimirE-mail
Monarquía Un rey golpe a golpe (Capítulos)
Escrito por Patricia Sverlo   
Juan Carlos con FrancoBodas "reales" e irreales 
Las bodas en las familias reales siempre representan un problema, y más en el caso de los Borbones, por aquello de las enfermedades congénitas de las cuales pueden ser portadores algunos miembrosaunque no las padezcan personalmente, como la hemofília. A menudo, por lo que hace especialmente a las representantes femeninas de la estirpe, han tenido que renunciar a la pretensión de casarse con personas de sangre real, que no sólo es el ideal sino un requisito imprescindible por poder mantenerse en la lista de los herederos al trono, aunque sea en segundo, tercer, cuarto o quinto lugar, tras el primogénito varón u otros escogidos por designio casi divino.

La hermana mayor del actual rey Juan Carlos, Pilar, sumaba a todos los inconvenientes borbónicos naturales el de tener mal carácter, ser poco agraciada físicamente y, además, desgarbada hasta el punto de que, llegado el momento en que su padre ya estaba preocupado por si se casaría, la obligó a comprar un pintalabios y se los pintó él mismo.

La ex-reina Victoria Eugenia, abuela de la joven, desde Lausana no desistía de su interés por casarla a expensas de lo que fuera. Como Pilar no conseguía encontrar pareja por sí misma entre tanto aristócrata exiliado en Estoril, Victoria Eugenia pensó en Balduino de Bélgica, que también llevaba su cruz por su carácter pesaroso y por la ausencia total de atractivo físico, aun cuando era, eso sí, un rey coronado. 

Preparó con mucho cuidado el encuentro entre los dos y, como en aquella época era costumbre que las infantas viajaran con una dama de compañía, le dio instrucciones para que fuese "la menos vistosa" de sus amigas. Siguiendo estos consejos, lo peor que pudo encontrar fue Fabiola de Mora, tan poquita cosa tras aquellas gafas gruesas de pasta negra. Sin embargo, la tragicomedia planeaba de nuevo sobre los Borbones. De aquel viaje juntas a la Corte de Bruselas nació la historia de amor entre Balduino y Fabiola, que tantas páginas de la prensa rosa ocupó en su día y, como sabe todo el mundo, terminó en boda. Estaba claro que eran el uno para el otro, y el destino se había encargado de unirlos. Pilar consiguió casarse unos cuantos años más tarde, en 1967, aunque no lo hizo con un aristócrata. La elección recayó en Luis Gómez-Acebo, abogado que trabajaba como secretario general de la compañía de cemento Asland. Y siguiendo la línea de humildad que siempre ha caracterizado a los Borbones, la boda congregó a más de 20.000 personas curiosas a las puertas de la iglesia, aunque sólo se podían considerar invitadas 5.000, entre las cuales había 200 representantes de casas reales. Celebraron el banquete en el Hotel Estoril , y el aperitivo lo amenizó la tuna de Valencia. 

La otra hermana de Juan Carlos, la infanta Margarita, ciega de nacimiento y de carácter un poco "ingenuo" y peculiar, todavía lo tenía más difícil. Le gustaba perderse sola por los alrededores de Estoril, ir al rastro de Carcavelos y regatear con los gitanos para comprar calzoncillos a su hermano, una costumbre que todavía conserva hoy. Una de las anécdotas de juventud que se cuentan de ella es que, cuando ya estaba en edad de merecer, en algún momento posterior a 1961, un día, mientras tomaba un café en una terraza de Estoril, conoció a un americano que, después de una breve conversación, pidió la mano de la infanta. Margarita, emocionada, le explicó a un amigo que pensaba huir con el americano a los Estados Unidos, y que ni siquiera quería pasar por Villa Giralda para no tener que dar explicaciones a la familia. Cuando le describió al presunto novio, le dijo que era un americano muy simpático y "un poco maricón". En la cena familiar de aquel mismo día, con el amigo confidente como invitado, Margarita accedió a contárselo a sus padres, y anunció muy seria: "Mamá, me voy a casar". En el comedor se hizo un silencio espeso, pero aquello no debió coger demasiado por sorpresa a los condes de Barcelona. Muy tranquilo, aunque fastidiado por tanta tontería, Don Juan, que era un hombre de carácter, dijo a su invitado: "Anda, explícale a Margarita la diferencia entre un hombre y un maricón". Él se lo explicó como pudo, al comprobar sobre la marcha que, en efecto, era tan ingenua que no lo sabía. Naturalmente no hubo fuga romántica. 

Unos cuantos años después consiguieron casarla con el doctor Zurita, en 1972, y al parecer fueron muy felices. El matrimonio de Juan Carlos no resultó más fácil de conseguir que el de sus hermanas. En su caso, no se podía renunciar con tanta facilidad a casarlo con alguien de sangre real. Y tampoco había demasiado donde escoger. 

La primera candidata oficial fue la princesa María Gabriela de Saboya, nieta del ex-rey Víctor Manuel e hija de Humberto, aspirante al trono de Italia, que, al igual que los Borbones, disfrutaba de vacaciones indefinidas en Portugal con toda su familia. Juan Carlos y Gabriela, "Ene" para las personas más íntimas, se conocían desde que eran niños y no se sabe dónde empezó y dónde acabó su noviazgo, puesto que habitualmente salían juntos con una pandilla desde siempre. Tanto el conde de Barcelona como el aspirante Humberto estaban de acuerdo con aquel emparejamiento y, de hecho, estuvieron a punto de formalizarlo más de una vez, la primera abortada trágicamente por la muerte de Alfonso, en 1956. Se sabe que ella fue a visitar a Juan Carlos mientras estaba en España y fue invitada a comer al palacio de Montellano, en 1955. Durante su estancia en la Academia Militar de Zaragoza, con 18 y 19 años, se escribían y el príncipe incluso tenía un retrato suyo en la mesilla de noche, hasta que un día el director de la Academia le dijo "¡Alteza, quite esa foto! El Caudillo podría disgustarse caso de que viniera a hacer una visita a la Academia". 

María Gabriela, que entonces tenía 15 ó 16 años, no gustaba demasiado a Franco, en primer lugar por la separación de hecho de Víctor Manuel y su esposa, que vivía en Suiza y tenía fama de alocada, y por la fama de homosexual del yerno de su padre, Humberto de Saboya. Pero, además y sobre todo, no le gustaba que su príncipe se casara con una princesa sin trono. Quería para él una familia real de las de verdad, de las que reinaban. Aun con aquella oposición poco convencida del dictador, la cosa pudo haber tenido éxito. No se sabe demasiado bien por qué no acabó de cristalizar tras tantos años de relación casi oficial. Probablemente tuvieron mucho que ver los amores pasajeros simultáneos del príncipe, que eran vox populi, incluso en los momentos más comprometidos y escandalosos, en concreto a finales de 1959, año en que precisamente la relación con Gabriela se enfrió definitivamente. 

Después de Juan Carlos, Gabriela tuvo otros novios. También salió con Nicky Franco, el hijo del embajador y sobrino del Caudillo. Pero se acabó casando --y después divorciando-- con Robert Balkany. Actualmente vive con su madre en Merlinge, a 20 kilómetros de Ginebra, y se dedica principalmente a su gran afición, el juego y los casinos. 

Una hija sin padre 

De manera simultánea al noviazgo casi oficial con Gabriela de Saboya, Juan Carlos mantenía otras relaciones menos aristocráticas y formales. Se habló de flirteos con una noble madrileña y de otros amores fugaces en Zaragoza, apadrinados por Trevijano, en una época en que el único y verdadero amor del príncipe era un prototipo de coche deportivo de lujo de la marca Pegaso. Pero, sobre todo, se habló mucho sobre sus relaciones con la condesa italiana Olghina de Robiland, a quien había conocido en Portugal en 1956, pocos meses después de que muriera su hermano Alfonso, cuando ya le había pasado el disgusto y no se perdía ni un sarao. El amor a simple vista entre Olghina y Juan Carlos se produjo en una cena en el restaurante Muxaxo, junto a la playa del Guincho, organizado por un grupo de altezas reales: la "fiesta de los exiliados". 

Olghina frecuentaba los círculos aristocráticos de Estoril cuando iba a visitar a su tía Olga, que tenía un palacete en Sintra. Y en aquel sarao coincidió con Juan Carlos, que no tardó en tirarle los tejos y sacarla a bailar. Él tenía 19 años, y ella 23. "Me gustas muchísimo, Olghina, te mueves como las olas...", le dijo. Y aquella misma noche consiguió llevarla a casa con el "escarabajo" negro que utilizaba para hacer desplazamientos cortos, después de haber aparcado un rato en un punto elevado mirando al Atlántico. Los asientos traseros de aquel coche fueron un punto de encuentro habitual durante ese verano. 

Para Olghina, Juan Carlos era "iluso y un poco tonto", pero alto, rubio, de ojos azules…, y, sobre todo, sano, a diferencia de muchos de sus familiares. Pese a su juventud, le gustaba la "virilitad adulta" que tenía. La Robiland ya había recorrido mil caminos, incluyendo dos abortos de por medio. Sabía de la vida. Pero está claro que Juan Carlos supo ganársela. "Le encantaba sorprenderme y dejarme con la boca abierta", recuerda. Al parecer, que él fuera un príncipe heredero influyó poco en el hecho de que se enamorara. De hecho, entonces le consideraba uno candidato muy distante e improbable a un trono inexistente. Y, por otro lado, nunca tenía dinero y a menudo tenía que pagar ella cuando salían a cenar o iban a un hotel. No fue una relación clandestina en absoluto. Él iba a buscarla a su casa y hablaba con su tía. Pero eso sí, tenía la firme convicción de que estaba llamado por el destino, "ya jugaba a ser rey", y le dejó claro desde el comienzo que de casarse nada. La candidata oficial seguía siendo Gabriela de Saboya. Olghina era… otra cosa, más carnal. En las cartas que le enviaba le decía: "Te quiero más que a nadie ahora mismo, pero comprendo y, además es mi obligación, que no puedo casarme contigo y por eso tengo que pensar en otra. Y la única que he visto, por el momento, que me atrae, física, moral, por todo, muchísimo, es Gabriela" (mayo de 1957). Ella creía, y discutió el tema con él, que podía competir con Gabriela en cuanto a genealogía. 

Pero él no lo veía así, ni, desde luego, sus padres. Nunca fue considerada un partido a la altura. Y, además, era una libertina: "Me gusta dar todo lo que tengo, y como sólo me tengo a mí misma... Puede que en mi caso la generosidad no sea una virtud", decía de ella misma. Toda su vida estuvo atada a escándalos y sus propios padres le volvieron la espalda. 

De todos modos, aceptando las condiciones que se les imponían, tuvieron una relación larga, si bien intermitente, de más de tres años. Y él escribió muchas cartas, en una extraña mezcla de francés, inglés, italiano y, sobre todo, español, a la "Olghina de mi alma, de mi cuerpo y de mi corazón". Intercalaba letras de sus rancheras favoritas, a falta de mejores poemas para llenar el papel, porque nunca fue amante de la buena literatura. Pero, como era obligado, también incluyó algunos párrafos gloriosos de creación propia que brindó a la historia (puesto que las cartas se hicieron públicas a finales de los años ochenta): "Esta noche en mi cama he pensado que estaba besándote, pero me he dado cuenta de que no eras tú, sino una simple almohada, arrugada y con mal olor (de verdad desagradable), pero así es la vida. La pasamos soñando una cosa mientras Dios decide otra" (1 de marzo de 1957). 

Tan libertino como Olghina --aunque más protegido de la maledicencia popular--, Juan Carlos, además de mantener la relación semioficial con la de Saboya y la aventura off the record con la Robiland, a la vez tenía otros flirteos. En concreto, uno muy sonado con una bailarina brasileña a quien había conocido cuando estaba embarcado en el Juan Sebastián Elcano. A esta también le escribió decenas de cartas apasionadas. Para que llegaran más rápido, se las enviaba mediante la representación diplomática española en Río de Janeiro. Pero no recibía respuesta ninguna, pese a las "simpatías" que ella le había mostrado. Entonces Franco le llamó un día para decirle de manera contundente: "¡basta ya de aventuras!", y recomendarle que se fuera buscando de una vez una novia aristocrática. Y le puso encima de la mesa todas las cartas que había enviado a la brasileña y que el embajador del Brasil, lacayo fiel, había interceptado sólo para sus ojos (los del dictador). 

Con Olghina siguió encontrándose, lejos de Estoril. En 1957, en una escala del Elcano, se vieron en Portofino y pasaron juntos unos cuantos días felices. Después, más veces, a lo largo de 1958, sin que al príncipe le importara lo más mínimo el último lío de la Robiland, el de Rugantino, por el que Olghina tuvo incluso un proceso judicial y fue estigmatizada por la alta sociedad. Todo había sido porque su fiesta de aniversario, en noviembre de 1958, en un club nocturno del Trastevere, había acabado con el striptease integral de una bailarina turca, un instante captado por un paparazzi que escandalizó a la buena sociedad en aquella Italia de la dolce vita. 

Y continuaron así hasta que la relación entró en una zona oscura en 1959, con cartas cada vez más distanciadas y frías. Instalada en Italia, Olghina trabajaba entonces como periodista, haciendo crónica social y entrevistas a personajes famosos para Lo Spechio, un diario fascista; y como actriz ocasional cuando caía algo. Precisamente tuvo un papel en una obrita teatral (para la que la habían contratado, más que por sus dotes interpretativas, porque su nombre atraía alpúblico), cuando se dio cuenta de que estaba embarazada por tercera vez. 

Esta vez se negó a abortar. Sabía perfectamente quién era el padre y quiso tener al hijo de cualquier manera, pese a la mala situación económica en que se encontraba. Marchó de Roma para dar a luz discretamente. Paola de Robiland nació a finales de aquel año cerca de París. Olghina no le dijo nada entonces a su querido Juan Carlos. Pero sí que lo hizo en agosto de 1960, casi un año después, cuando se lo encontró en el Club 84, acompañado de Clemente Lecquio (el padre del famoso Dado Lecquio). Tras librarse del acompañante, se fueron juntos a la pensión Paisiello y, justo al día siguiente, por la mañana, Juan Carlos le confesó que estaba prometido con Sofía de Grecia. Incluso tuvo el mal gusto de enseñarle el anillo que le había comprado. Fue entonces cuando Olghina le puso al corriente respecto a Paola. Se sabe muy poco de aquella conversación, salvo que él escuchó "con distanciamiento borbónico" y dijo poca cosa; y que Olghina tuvo que pagar la habitación y el taxi, razón por la cual se justificó más tarde que Juan Carlos le enviara un cheque, firmado por él mismo, por una suma indeterminada de dinero. 

Públicamente, Olghina ha dado versiones contradictorias sobre la identidad del padre de su hija Paola. Por ejemplo, en la versión española de sus memorias, publicadas por Grijalbo en 1993, desmintió categóricamente que el padre fuese "un hombre alto". A sus padres no les dijo ni tan siquiera que había sido madre hasta que lo descubrieron por su cuenta tres años después. Además, pretendía que se conformaran con el cuento de que el padre de la niña había muerto. Pero no se lo tragó nadie. El 17 de agosto de 1961, el padre de Olghina, el conde Carlo Nicolis di Robiland, le escribió una carta en la que le pedía explicaciones satisfactorias, puesto que su madre se había enterado de la verdad que toda Roma comentaba: el padre de la niña no había muerto, sino que, bien al contrario, tenía pensado casarse con otra mujer próximamente. En este párrafo de la carta (que publicó unos cuantos años más tarde la prensa italiana), había una anotación al margen que decía: "con SAR Sofía de Grecia" (y las fechas coinciden, porque Juan Carlos y Sofía se casaron en febrero de 1962). Por su parte, Carolina de Kent, su madre, la fue a ver personalmente y tuvieron una discusión en la que acabó diciéndole textualmente: "Yo sé quién es el padre de esta niña. No seguiré diciendo que está muerto. Es el príncipe Juan Carlos de España. Un día él lo sabrá y también lo sabrá Paola. Porque ella tiene derecho a tener un padre. Y yo haré que esto ocurra". De este modo comenzó una trifulca familiar que acabó en los juzgados, tras muchos años durante los cuales los padres de Olghina siempre la habían ignorado, absolutamente despreocupados por los problemas, económicos o de otra clase, provocados por el hecho de que pudiera tener un hijo. Ahora, sorprendentemente, pasaban a interesarse muchísimo por su nieta. En las tertulias se comentaba que al fin y al cabo respondían a una generosidad bien calculada, puesto que la niña en cuestión "podría convertirse en la gallina de los huevos de oro". Los padres de Olghina, abuelos de Paola, iniciaron un proceso judicial para conseguir la custodia de la niña, que ganaron sin dificultad a comienzos de 1962, con el argumento de que Olghina estaba en la indigencia y no podía atenderla. 

La ex-amante del príncipe se hundió. Se sentía humillada, desesperda… y rompió definitivamente las relaciones con sus padres, él un alcóholico y ella una manipuladora. En estos meses de depresión profunda, en febrero y marzo de 1962, que coincidieron con la pérdida de su hija y la boda de Juan Carlos y Sofía, escribió un diario para desfogarse. Juan Carlos figura como el verdadero protagonista de manera muy significativa, reapareciendo una y otra vez en alusiones constantes, aunque ya no se veían ni mantenían correspondencia. El 28 de febrero de 1962 escribió que su tía Olga, "por esnobismo inverso al de mi madre", estaba aterrada con la idea de que Olghina se pudiera presentar con la niña en Estoril, cosa que provocaría una tensión límite con los Borbones. También escribió: "He sabido que Juan Carlos se ha declarado escandalizado (con los primos Torlonia) por mi maternidad clandestina, ¡¡¿Precisamente él??!! ¡Es la monda! A menudo me pregunto por qué me hago la heroína y encubro las meteduras de pata de las malas personas". "¡Si supieras cuánto me debes!", escribía el 3 de marzo refiriéndose a él. Paola de Robiland vive hoy en Nueva York. Es profesora en la Universidad de Columbia, y no quiere saber nada de su madre, ni mucho menos de la prensa rosa griega. 

Boda de Juan Carlos y SofíaPara entender cómo Juan Carlos llegó a comprometerse con Sofía de Grecia es necesario retroceder en el tiempo. Ya se ha dicho que en 1954 se vieron por primera vez, en un crucero del Agamenón, uno de aquellos viajes por las islas griegas que organizaba la reina Federica de Grecia para promocionar el turismo y, de paso, facilitar las relaciones entre las personas de sangre azul de todo el mundo. Pero no hubo nada. En aquella ocasión Gabriela acompañaba al príncipe. Juan Carlos y Sofia no se volvieron a ver hasta cuatro años después, en 1958, esta vez en el castillo alemán de Althausen, con motivo del casamiento de una hija de los duques de Württemberg. El general Armada fue testigo de aquel encuentro: "ese baile fue donde conocí a la princesa Sofía. Estaba monísima. El príncipe me la presentó y confieso que, mientras bailaban, me pareció que hacían una pareja colosal". Pero esta vez tampoco hubo nada especial entre ellos. 

Precisamente aquel año Sofía estaba muy concentrada en Harald de Noruega, heredero del trono de aquel país. Se estuvieron publicando cosas sobre su presunto noviazgo durante dos años. Pero todo se derrumbó cuando se hizo pública la cantidad fijada para la dote de Sofía. El rey Pablo había pedido para la ocasión 50 millones de francos antiguos, pero sólo concedieron 25. Corrió el rumor de que a la familia real noruega la cifra le pareció demasiado exigua. Hubo negociaciones. La reina Federica estaba dispuesta a conceder de manera anticipada su herencia personal en favor de Sofía para incrementar la suma. Pero la cosa no prosperó. Entre otros razones, de aquéllas que la razón no entiende, porque Harald se quería casar con Sonia Haraldsen, que no era de sangre real. Y lo consiguió seis años más tarde. Sofia quedó desconsolada. 

Los futuros reyes de España volvieron a coincidir en 1960, en el mismo castillo, también para una boda (la de la princesa Diana de Francia con el heredero del ducado de Württemberg, en este caso). Pero la pareja de baile de Juan Carlos seguía siendo Gabriela de Saboya. Y, aparte de Gabriela, en aquella época ya era público que se entretenía con La Chunga, una bailaora española, aunque sólo era la favorita de sus pasiones. Había más amantes, incluyendo a Olghina, con quien todavía mantenía algún vis-a-vis ocasional. 

Tras tanto desencuentro con la princesa griega, sin embargo, al cabo de muy poco tiempo, en mayo de aquel mismo año, surgió por arte de magia un enamoramiento repentino. Por aquellas fechas los Borbones viajaron a Nápoles para asistir a la Semana de Vela de los Juegos Olímpicos de Roma, partiendo desde Cascais a bordo del Saltillo con unos amigos (por cierto, incluyendo a la omnipresente Gabriela). Se alojaron en el mismo hotel donde estaban los reyes de Grecia y su familia, y allí --sí, tuvo que ser justo allí-- Cupido finalmente consiguió hacer diana. 

Nadie se dio cuenta, pero cuando volvió a Estoril, Juan Carlos le confesó a un amigo (Bernardo Alonso, Maná) que se había hecho novio de Sofía y le mostró una pitillera que ella le había regalado. Si se lo explicaba, era porque quería un favor: que él le acompañara para decírselo a su padre. Tenía motivos para pensar que sería una buena noticia, pero no se atrevía a ir solo. En aquellos momentos, las relaciones entre el Pardo y Estoril eran más tensas que nunca y, de rebote, también entre padre e hijo. Tras lo que le había pasado a Alfonso, Juan Carlos se dedicaba a jugar la baza de los franquistas que se querían saltar a Don Juan como heredero legítimo, y aquello, digamos, no agradaba demasiado a su padre. 

Maná y Juan Carlos fueron a ver al enojado Don Juan a su despacho, y Juan Carlos, como quien larga una bomba de consecuencias imprevisibles, le dijo: "Vengo para darte una noticia. Papá, ¿sabías que en las Olimpiadas de Italia me he hecho novio de Sofía de Grecia?" Don Juan se levantó y lo abrazó. Estaba contento, muy contento. Y Juan Carlos respiró aliviado. La satisfacción del conde de Barcelona no era tanto porque Gabriela no le gustara, que le gustaba, ni por cómo le encantaba Sofia... que tampoco era el caso. Más bien venía porque enseguida adivinó que a Franco la noticia le sentaría como una patada en el hígado. Precisamente un año antes el Caudillo había rechazado taxativamente a las hijas de los reyes de Grecia como candidatas, en una conversación con uno de los tutores del príncipe, por el hecho de que eran de religión ortodoxa, y su padre "un masón". Por ello, el anuncio del noviazgo era todo un regalo que Don Juan podría utilizar como quisiera para afirmarse frente a Franco. Juan Carlos acababa de inaugurar, quizás inconscientemente, la etapa más difícil de sus relaciones con el dictador, que duró aproximadamente dos años. 

Pese a que sabía la importancia que el Caudillo daba a la elección de una compañera adecuada, Don Juan lo mantuvo al margen del noviazgo, y sólo le comunicó la noticia por radio cuando estaba en el Azor. El Caudillo se quedó en blanco durante un par de minutos, hasta que recuperó el habla, de lo cual Don Juan disfrutó enormemente. Y también disfrutó imaginando su enfado, cuando el 13 de septiembre decidió anunciar oficialmente el compromiso sin consultarlo antes, en Lausana, en casa de la reina Victoria Eugenia. Poco tiempo antes, los felices novios se habían presentado públicamente como pareja, cuando coincidieron en Londres en la boda del duque de Kent. 

Pero Don Juan no quería hacer enfadar demasiado Franco, sobre todo tras el "Contubernio de Múnich", y aprovechó la ocasión de invitarlo oficialmente a la boda para ofrecerle el Toisón de Oro. El dictador estaba tan disgustado que, aparte de la condecoración famosa, también declinó la invitación a la boda, incluso cuando el mismo Juan Carlos le visitó en marzo de 1962 para pedírselo personalmente. 

Los problemas con el Vaticano para solucionar el conflicto religioso entre la pareja fueron toda una complicación que tardó varios meses en resolverse. Pero en enero de 1962, cuando la reina Federica viajó a Portugal con sus dos hijas, Sofia e Irene, para que se reunieran las dos familias y pudieran organizar una boda que se preveía muy difícil, no dudaron en celebrarlo a base de bien. Lo festejaron tanto que varios restaurantes de la zona todavía hoy se disputan el honor de haber sido el local en que tuvo lugar la petición de mano. Cosas de hosteleros, por lo demás atontados por el hecho de que los Borbones decidieran hacer de cada ágape una fiesta, y repartir un trozo de pastel a cada uno de ellos. 

Eso sí, nuevamente hubo problemas con el tema de la dote, aun cuando los pretendientes españoles no estaban realmente en condiciones de pedir demasiado. La reina Federica y el rey Pablo pidieron un aumento al Parlamento y, ante el peligro de que se estropeara otra boda y la princesa se les quedara soltera, el Parlamento se hizo de rogar, pero al final aprobó la concesión de una cantidad algo superior a la que había autorizado para el frustrado compromiso con Harald. Al cambio, eran aproximadamente 20 millones de pesetas de 1962, una cantidad que a la izquierda griega le pareció excesiva y a la que los Borbones no pusieron pegas. 

El 14 de mayo de 1962 se casaron, en Atenas, Juan Carlos y Sofia de Grecia, príncipes de Asturias, título que les identificaba como sucesores de un supuesto rey: Don Juan. Finalmente, Franco no asistió, pero envió al embajador en Grecia, Juan Ignacio Luca de Tena y, en representación suya, al ministro de Marina, el almirante Abárzuza, al frente del barco insignia de la escuadra española, el crucero Canarias.

También recibió autorización para asistir Alfonso Armada, que se había convertido en un servidor inseparable del príncipe. El testigo del novio fue Alfonso de Borbón y Dampierre, su presumible competidor por la Corona. Juan Carlos prefería tenerlo cerca y hacerle objeto de deferencias. Siempre se han quejado mucho de que no tenían dinero ni para pagar la luna de miel, pero lo cierto es que estuvieron cinco meses de viaje, visitando "casas de amigos". Comenzaron en aguas griegas, a bordo del yate que el armador Niarchos les había dejado. Después, tuvieron la deferencia de pasarse por Madrid a visitar al Caudillo, para lo cual se puso a su disposición un avión de las Fuerzas Armadas. El encuentro fue breve. Comieron en el Pardo y al día siguiente continuaron el viaje de novios. Pero, por culpa de aquella visita, que no le gustó nada a Don Juan, cesaron al duque de Frías como jefe de la Casa del Príncipe. 

Las siguientes paradas fueron Roma y el Vaticano, donde fueron recibidos por el papa Juan XXIII. Después, Mónaco, donde visitaron a los príncipes Gracia y Rainiero; Jordania, para ver a su amigo el rey Hussein; el Japón, donde saludaron al emperador Hiro Hito; Tailandia; la India; y, finalmente, como fin de fiesta, los Estados Unidos, país en el que las principales atracciones fueron la visita al presidente Kennedy en Washington, y la excursión a Hollywood para ver de cerca y saludar a los famosos de moda. 

Cuando volvieron debían de estar agotados, pero todavía tuvieron que continuar la diáspora durante un tiempo. Primero estuvieron un tiempo en la casa que se les concedió en Grecia. Después se instalaron en Estoril, en una villa propiedad de Ramón Padilla, la Carpe Diem. Pero el destino definitivo fue La Zarzuela, en Madrid. Don Juan no quería que volviera a España, más que por el hecho de estar cerca, por una simple cuestión política. Pero como tenerlo al margen tampoco le servía de mucho y el príncipe no soportaba bien la vida monótona y aburrida de Estoril, en una casa pequeña y prestada, Don Juan cedió. Ya no era tiempo de sostener entrevistas con el dictador. Esta vez se conformó con escribirle una carta sencilla, fechada el 8 de febrero de 1963, en la que continuaba la línea de pelotilleo que ya había iniciado con la carta del Toisón: " [...] No ha pasado por mi imaginación suspender la presencia del Príncipe de Asturias en España y, mucho menos, por una decisión mía”. 

Aquel mismo mes de febrero volvieron a Madrid y se instalaron en el palacio de La Zarzuela, en gran parte a propuesta del Pardo. Las relaciones con Franco se habían deteriorado mucho desde la boda, que había sido a medias entre el rito ortodoxo y el católico, cosa que no podía ser bien vista por alguien a quien le gustaba pasearse bajo palio a la mínima ocasión. Pero lentamente fueron recuperando el buen tono, merced a la presión de los hombres del Opus, que siempre supieron anteponer lo que realmente importaba a sus convicciones de integrismo católico. Y en gran medida también a los esfuerzos de Sofía, que sabía muy bien por qué estaba en España e hizo todo lo posible para irse ganando al dictador. No le faltaron ocasiones para demostrar que era una "profesional" bien capacitada, educada para hacer cualquier sacrificio por una razón de Estado, aunque fuera tragándose la saliva por un marido que se iba de picos pardos a la mínima ocasión. 

En sustitución del malparado duque de Frías, se encargó de la dirección de la Casa del Príncipe el duque de Alburquerque, aunque siempre realizaba todas sus funciones extraoficialmente Nicolás Cotoner, el marqués de Mondéjar, que ocupó formalmente su puesto a partir de 1964 Casi al mismo tiempo, el propio príncipe reclamaba a Alfonso Armada para el cargo de secretario. Los dos, Mondéjar y Armada, formaban un equipo de militares muy próximos afectivamente al príncipe desde los tiempos del palacio de Montellano, cuando Juan Carlos preparaba su ingreso en la Academia Militar de Zaragoza. Mondéjar había sido su profesor de equitación y se había ido convirtiendo, a falta de uno mejor, en un auténtico padre, a quien todos los días, cuando se incorporaba a trabajar con él, antes de nada le daba un beso. Armada con el tiempo llegó a ser uno de los mejores amigos de Sofía, con quien la afinidad ideológica y de carácter se manifestó desde el comienzo. A Franco le parecían bien los dos, porque eran buenos franquistas. Y a Don Juan también, porque además eran monárquicos. Una combinación nada infrecuente en aquel ambiente. 

De manera que los dos apoyaron los nombramientos. A lo largo de la décadada de los sesenta, el príncipe visitaba a Franco una vez al mes como media, una o dos horas cada vez. Y, por otro lado, Franco estaba bien informado de todo lo que sucedía en La Zarzuela a través del personal de la casa, muy especialmente de Alfonso Armada, que no le escondía ninguna gestión ni ninguna visita. 

Pero aunque aparentemente todo iba por el buen camino, de la pareja real nunca se pudo decir aquello de que fueron felices y comieron perdices. No hacía ni un año que estaban casados cuando en Atenas --nunca en España, naturalmente-- la prensa comenzó a decir que no se llevaban bien y que era mucho más que probable que se separaran. Los rumores incluso llegaron al Parlamento griego, donde el diputado Elias Bredimas quiso saber qué pasaría con la dote de la princesa si se rompía el matrimonio. 

Dos hijas y un heredero 

Como las bodas, los hijos de la realeza son una cuestión de Estado. Y quizás por esto la primera persona a quien los príncipes anunciaron el primero embarazo de Sofía fue Laureano López Rodó. La infanta Helena nació el 20 de diciembre de 1963 en la clínica privada Nuestra Señora de Loreto, lo más lejos posible de la Seguridad Social. Pero pese a la enorme expectación que había despertado el acontecimiento, más en el círculo político que en el familiar, todo el entusiasmo se derrumbó de pronto. No solamente por el hecho de que fuese una niña. La recién llegada difícilmente podría ser considerada heredera alguna vez, con ley sálica o sin ella. Aun así, hubo celebraciones. Y para el bautizo, el 23 de diciembre, incluso vinieron de Estoril los condes de Barcelona, si bien no les dejaron entrar en Madrid y se alojaron en Algete, en la finca de Soto, del duque de Alburquerque. 

Cuando tuvo lugar el segundo embarazo, los círculos políticos de los tecnócratas del Opus ya estaban escarmentados y, por lo general, el tema tuvo un tratamiento mucho menos entusiasta y más discreto por parte de la prensa, por si las moscas. Apenas hay información sobre el nacimiento de la segunda niña, Cristina, que siempre ha pasado bastante desapercibida, cosa que seguramente ha agradecido. Ésta sí que nació sana, pero se trataba de otra niña, por lo que el acontecimiento tampoco era para echar demasiados cohetes. 

Cuando llegó el tercer embarazo, los príncipes ya estaban sinceramente preocupados. Sofía tenía miedo de que, por las dificultados que había tenido en los partos anteriores, no pudiera tener más hijos. Para acabarlo de rematar, el período de gestación estuvo rodeado de noticias tan malas para ellos como la pérdida del trono de su hermano Constantino de Grecia, que tuvo que huir con lo puesto a Roma, donde Juan Carlos tuvo el detalle de enviarle un poco de ropa suya para ir tirando. La cuestión de la sucesión era más complicada de lo que nadie habría podido prever. 

No solamente habrían tenido que hacer que una mujer pudiera heredar el trono. Aparte de esto, hacía falta saltarse a la primera de las hijas, algo bastante complejo para unos pretendientes tan dudosos por sí mismos. Pero para su tranquilidad, en 1968 finalmente nació un niño, un pequeño príncipe. 

El bautizo, el 7 de febrero, fue todo un acontecimiento social que requirió no sólo la presencia de los abuelos, sino también la de la ex-reina Victoria Eugenia, recibida en Madrid en olor de multitudes. Volvía después de haber salido apresuradamente el 15 de abril de 1931, para reencontrarse con un pueblo que la primera vez, el día que se casó con Alfonso XIII, la había recibido con un ramo de flores explosivo, brindado por Mateo Morral desde un balcón de la Calle Mayor. Pero desde entonces habían pasado muchas cosas, muchas muertes, y una película, Dónde vas Alfonso XII, producto de la propaganda monárquica para las masas que había conmovido al populacho, convenciéndole de que Victoria Eugenia, aunque no salía en la película, como personaje de aquel universo debía ser algo así como la "Sissí emperatriz" española. La Policía calculó que la habían salido a recibir 150.000 personas. Don Juan también notó el afecto de las masas franquistas en cada uno de los movimientos que hacía, en especial cuando visitó el Valle de los Caídos y se paró ante la tumba de José Antonio Primo de Rivera. Pero en la iglesia sólo Franco entró bajo palio. 

Los hijos de Juan Carlos llevarían como segundo apellido por parte de madre "y Grecia", a falta de uno mejor. La futura reina no tenía apellido. Quien se lo quiso buscar llegó a la conclusión de que tenía que corresponderse con la dinastía danesa, de la cual procedía la familia real griega, por lo que Sofía se apellidaría algo así como Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg. Pero el mismo Ministerio danés de Justicia emitió un comunicado en el que declaraba que no podían usar aquel nombre. Así pues, "y Grecia" fue el equivalente de "de Dios" en España para algunos casos. 
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AÑADIDO
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Perodista Digital
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Los inmolados del 11-m de la SER
de Ignacio Gabi el Hondo
y el Pis
http://blogs.periodistadigital.com/microfono.php/2007/03/12/los-inmolados-del-11-m-de-la-ser-en-las-
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    ESPAÑA NO ESTUVO GUERRA IRAK – DECRETO GOBIERNO DE ZAPATERO FIRMADO POR 7 MINISTROS: DE LA VEGA, SEVILLA, SOLBES, BONO, ALONSO, CALDERA Y MORATINOS(Pinchar)
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    Aznar no estuvo 2ª guerra de Irak estaba reconstruyendo
    Y con un barco HOSPITAL


    -http://www.rtve.es/noticias/20110323/aguirre-espana-estuvo-segunda-guerra-irak-estuvo-reconstruccion/419077.shtml

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    http://maremagnumdequisicosillas.blogspot.com.es/2011/02/espana-de-aznar-no-estuvo-en-la-guerra.html


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    http://www.libertaddigital.com/nacional/la-guerra-de-irak-fue-legal-y-la-del-golfo-ilegal-segun-el-gobierno-zapatero-1276379061/



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    - http://maremagnumdequisicosillas.blogspot.com.es/2013/1
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