viernes, 1 de noviembre de 2013

UN REY GOLPE A GOLPE CAPITULO 17



"Un rey, golpe a golpe". Cap. 17. De Sabino a Conde, y de Conde a PolancoPDFImprimirE-mail
Monarquía Un rey golpe a golpe (Capítulos)
Escrito por Patricia Sverlo   
Sabino, el censor del rey
Ni el rey ni la reina fueron al entierro del hijo de Sabino Femández Campo cuando murió en accidente de tráfico en 1994. En lugar suyo, como representación, enviaron a la persona que había sustituido a Sabino un año antes en la jefatura de la Casa Real, Fernando Almansa. Con esta frialdad el monarca se dignó acabar sus relaciones con quien durante casi 20 años había estado a su servicio en La Zarzuela.
Sabino, el "jefe", como le llamaba el rey, fue un personaje fundamental en la historia de la monarquía española, puesto que aportó habilidad política para resolver situaciones difíciles en múltiples ocasiones, y transfirió a la Corona su propia imagen de prudencia que no se correspondía en realidad con las decisiones que Juan Carlos tomaba por su cuenta. Sabino corregía sus deslices, ocultaba informaciones comprometedoras, dirigía los pasos que tenía que hacer… actuando casi siempre, más que como secretario, como un "tutor" y un "apagafuegos" en barrabasadas políticas. Pero no nos engañamos: de todo esto Juan Carlos habría de estar agradecido, pero no un país al cual colaboró a engañar con el único objetivo de perpetuar el sistema monárquico, con censura, mentiras y operaciones de lavado de imagen, en temas tan serios como el 23-F.
Sabino Fernández Campo inició su carrera de militar en la Guerra Civil, cuando se alistó como voluntario --del lado de los "nacionales", claro está--, y fue alférez y teniente provisional en la "defensa" de Oviedo. Aunque estudió Derecho, ya no abandonó nunca el Ejército, donde destacó por su formación académica y, en general, por sus capacidades intelectuales. Entre 1957 y 1961 tuvo uno de sus primeros destinos en la Comisión de Enlace con la Misión Americana, donde coincidió con Alfonso Armada. Y a comienzos de los sesenta completó su formación realizando el curso "The Economics of National Security" ('La economía de la seguridad nacional'), de la International College de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. Años después visitó las academias militares norteamericanas más legendarias y prestigiosas. De 1960 a 1963 fue interventor de la Casa Militar de Franco y después tuvo varios cargos, en intendencia, en el Ministerio del Ejército, junto a diferentes ministros del franquismo. El paso a cargos políticos lo dio en 1975, con el apoyo de Alfonso Armada, que le conocía desde hacía años y le recomendó para el cargo de subsecretario de la Presidencia, incluyéndolo en el equipo que el mismo Armada, Camilo Mira y Alfonso Osorio habían formado para ir preparando el acceso de Juan Carlos al trono después de que Franco muriera.
Tras la muerte del dictador, con el primer Gobierno de Suárez, Sabino fue llamado --nuevamente con la recomendación de Armada-- a la Secretaría del Ministerio de Información y Turismo. Un sitio fundamental durante los meses clave de la Transición, cuando se comenzó a desmantelar la Cadena de Prensa y Radio del Movimiento y hacía falta disponer de gente muy hábil, capaz de organizar el control sobre los medios de comunicación en un nueve contexto. El tratamiento informativo de temas como la amnistía política, la autoliquidación de las Cortes franquistas, el referéndum para la reforma política, la legalización de los partidos políticos o la renuncia de Don Juan no se podía dejar en manos de cualquiera. Formó parte de la comisión gubernamental encargada de pasar revista a la propaganda electoral en las primeras elecciones generales de 1977, para censurar cuanto hiciera falta, y su papel no fue precisamente poco beligerante. Y, por lo general, sus encuentros y despachos tanto con el rey como con Adolfo Suárez, con respecto a la televisión, fueron frecuentes durante esta etapa. Cuando Armada fue cesado como secretario de la Casa Real, por imposición del presidente Suárez, recomendó a Sabino para el cargo. El 31 de octubre de 1977 tomó posesión oficialmente. De su competencia dependían en La Zarzuela el protocolo, la intendencia, los servicios que tramitan el derecho de petición, el estudio de los programas de actividades, el archivo general, la programación de visitas oficiales, la preparación de los despachos con el presidente del Gobierno... es decir, prácticamente todo. Pero Sabino prestó atención sobre todo a las relaciones con los medios de comunicación, en un momento político en que, como hemos visto en los capítulos correspondientes, construir una buena imagen de la monarquía en función de estudios de opinión era el objetivo fundamental de la Casa. La mano izquierda del secretario para tratar asuntos delicados y negociar con la prensa se hizo legendaria. Según el parecer de muchas personas, su técnica consistía en ofrecer información a cambio de silencios. "No publicas esto y te doy información sobro esto otro". Pero como trasfondo había mucho más. Esto sólo valía para tratar con quienes ya estaban bien predispuestos, los "buenos chicos" de la prensa, que aceptaron sin problemas un "pacto entre caballeros" para no atacar la figura del rey. Aunque la aprobación de la Constitución supuso el reconocimiento legal del derecho a la información y la libertad de expresión, los casos de censuras y sanciones por supuestas injurias al rey se fueron sucediendo año tras año, aunque los conflictos fueron quedando relegados cada vez más a sectores casi marginales o alternativos. Por citar sólo algunos ejemplos, el 13 de febrero de 1981 fue secuestrada la revista Punto y Hora; en noviembre de 1985, la revista satírica El Cocodrilo; en noviembre de 1987 el Tribunal Supremo condenó a seis años de prisión al periodista Juan José Faustino Fernández Pérez, de la revista Punto y Hora (aunque en el año 1990 el Constitucional suspendió la condena); y en febrero de 1990, condenó a un año al articulista Iñaki Antigüedad, por la publicación de una columna titulada "¡Juan Carlos fuera!" En todos los casos el presunto delito era el de "injurias al rey".
Pero la obra clave de Sabino fue, sin duda, la manera en que solucionó el problema de las acusaciones de José María Ruiz Mateos, tras la expropiación de Rumasa en el año 1983. Aun cuando el mismo Ruiz Mateos aportaba documentación sobre pagos mediante transferencia a la Casa Real, no hubo manera de que ningún medio de comunicación se atreviera a publicarlo, ni que ningún grupo político solicitara una investigación, ni nada de nada. Al parecer, para un tema tan delicado, no valía presentar denuncias por injurias e hizo falta llevar la negociación siguiendo otra modalidad. También es destacable el episodio, que ya se ha relatado, en que intervino para comprar las cartas de la condesa Olghina de Robiland, en 1985, con el fin de evitar su publicación. Con una edad idónea (20 años mayor que el rey), con todo lo que sabía y teniendo en cuenta además todos los líos que le había solucionado, Sabino llegó a representar una verdadera autoridad moral en La Zarzuela , suficiente para permitirse actuar como "tutor" del monarca. Como cuando Juan Carlos volvió en litera de unas vacaciones y Sabino le dio un respetuoso tirón de orejas dialéctico, con aquello de que "un rey sólo puede volver así de las cruzadas". Por otro lado, se preocupaba de “aconsejarle" que no se metiera en aventuras como la de dejarse regalar un barco o un reloj, etc. Sería difícil valorar hasta qué punto esta actitud de Fernández Campo sirvió para salvar a la monarquía o, al menos, para ayudar a consolidarla. Pero a Juan Carlos llegó a cansarlo. A partir de 1992, sobre todo, cuando otras influencias ya estaban bien instaladas a su alrededor, Sabino empezó a perder puntos a pasos agigantados y empezaron a trascender las discrepancias entre ellos. Una de las primeras decisiones que el rey tomó en franca oposición a las indicaciones de Sabino fue dejarse entrevistar por la periodista británica Selina Scott para un reportaje de la cadena ITV. Al jefe de la Casa Real la idea no le había gustado desde el comienzo. Y después de que se hubiera hecho el reportaje, a pesar de los pesares, intentó que se censurara la emisión en España por el sistema de evitar que ninguna cadena comprase los derechos. Pero la polémica suscitada a su alrededor ya había levantado demasiada expectación y el semanario Tiempo finalmente distribuyó copias en vídeo. Poco después también se emitió por televisión. Cuando se vio el reportaje, nadie acababa de entender a qué venía tanta historia. El rey mostraba su poca traza al intentar poner en marcha una moto sin éxito, rompía el protocolo tirando a Selina entre bromas a la piscina, pero poca cosa más. Era casi un espot publicitario de la monarquía, en la que, sobre todo, se mostraba cómo era de campechana la familia real. En realidad el problema era por qué y cómo la periodista británica había conseguido la entrevista, que a tantos periodistas españoles les habría encantado hacer. Al parecer, la atractiva y joven reportera consiguió la gran exclusiva a través del cuñado del rey, Constantino de Grecia, del cual era amiga. Y, también, merced a la simpatía personal que le tenía el monarca.
Otra discrepancia importante entre el monarca y su secretario fue el asunto de la biografía real. Primero había empezado a trabajar en ella el escritor mallorquín Baltasar Porcel, amigo personal de Juan Carlos. Grabaron largas conversaciones. Pero finalmente, no se consideró conveniente publicar el libro y Porcel, persona ponderada, aceptó la decisión sin causar el menor problema. Lo mismo sucedió con Miquel de Grecia, un primo de la reina, que también tuvo el privilegio de entrevistar el monarca extensamente, para una serie de reportajes destinados a publicaciones europeas. Igualmente le dijeron que se tenía que suspender la publicación y lo aceptó. Pero en el verano de 1991 José Luis de Villalonga, un polémico aristócrata que había combatido la opción al trono de Juan Carlos desde la Junta Democrática al exilio en París y después se había convertido en un entusiasta juancarlista, coincidió con el rey en Palma de Mallorca. Tenían en común una buena amiga, Marta Gayá, que al parecer fue su mentora cuando el rey decidió conceder a Villalonga el honor de ser su biógrafo autorizado. Sabino se opuso, pero Juan Carlos dijo que su compromiso con Villalonga era irreversible y no discutió más. A comienzos de 1992 se iniciaron las entrevistas. El resultado fue la recopilación de más de setenta horas de grabación. El rey se había desahogado con una gran sinceridad y un cierto descontrol. Villalonga, marqués de Castellvell, entregó el original a La Zarzuela y, al leerlo, Sabino puso el grito al cielo. Aun así, siempre dispuesto a hacer un servicio a la Corona, se puso a colaborar para que ésta saliera tan bien parada como fuera posible, armado con unas tijeras. Entre el original que Villalonga entregó en palacio y la edición que salió a la calle, había unas diferencias abismales. Y eso que mientras Sabino estaba en plena tarea de corrección le llegó el cese y tuvo que acabar su trabajo el nuevo jefe de la Casa, Fernando Almansa, y el historiador Javier Tusell. Como se hizo con cierta prisa, después también se tuvieron que introducir algunos cambios entre las ediciones francesa e inglesa y la edición española, a consecuencia de los cuales desaparecieron varios párrafos y fragmentos entrecomillados sobre el 23-F.
La salida de La Zarzuela de Fernández Campo no fue amigable y se debió en gran medida a la influencia de quien entonces empezaba a ser el verdadero "hombre fuerte" en palacio. El mismo Sabino lo ha dicho claramente, no sin resentimiento: "Yo salí por una puerta, y por otra entró Mario Conde". Fernández Campo ya había pedido varias veces y por escrito que lo relevaran, y había hablado con el rey de posibles sustitutos. Cuando en enero de 1990 se jubiló Nicolás Cotoner, marqués de Mondéjar, y Sabino fue ascendido a jefe de la Casa, propuso para el cargo de secretario al diplomático José Joaquín Puig de la Bellacasa, con vistas a que en un futuro próximo fuera su sucesor. Puig se incorporó prácticamente a los preparativos de la estancia veraniega de la familia real en Marivent, pero apenas sobrevivió en el cargo más allá del verano. No había química entre el rey y él. Salió enseguida. Al parecer, Puig de la Bellacasa, que era un hombre profundamente religioso y de moral estricta, se escandalizó con la conducta del monarca en Mallorca, y no supo o no quiso disimularlo. Aquello era precisamente lo que Juan Carlos no quería, ya harto de tener un tutor, casi un inquisidor, en Sabino. En otoño ya había decidido cesarlo. Para sustituirlo se nombró secretario general a Joel Casino, antes secretario de despacho en La Zarzuela, como una solución de trámite. El 30 de abril de 1992, el rey otorgó a Sabino Fernández Campo el título de conde de Latores (su pueblo natal). Y Sabino, que ya tenía 74 años, supo que se acercaba la despedida. Este tipo de distinciones solían coincidir casi siempre con el cese. Juan Carlos tenía la delicada costumbre de compensar de este modo a las personas que se quitaba de encima. Así había sido, por ejemplo, en los casos de Arias Navarro (nombrado marqués de Arias Navarro tras su dimisión), Torcuato Fernández Miranda (nombrado duque de Fernández Miranda) y Adolfo Suárez (nombrado duque de Suárez). Al menos, Sabino agradeció que el nombramiento se hiciese con cierta antelación. Su cese definitivo todavía tardó unos cuantos meses en llegar. Pero Mario Conde trabajaba sin cesar para conseguir que no se retrasara demasiado. Los argumentos que Conde utilizó para convencer el rey fueron diversos. Lo que más molestó a Sabino fue que dijera que padecía trastornos mentales, algo así como el "síndrome del sirviente" que se rebela contra su amo.
Pero lo más efectivo ante Juan Carlos fue la acusación de que Sabino estaba filtrando información comprometida a la prensa, con la intención de perjudicarlo. Precisamente él, que había trabajado tanto a lo largo de los años para hacer todo el contrario. Lo cierto era que, desde finales de la década de los ochenta, varias publicaciones ya habían empezado tímidamente a romper el pacto de silencio ¿Se daba por clausurada la Transición y la etapa en que la monarquía tenía que ser protegida? La primera publicación que había roto el hielo había sido el semanario Tribuna, dirigido entonces por Julián Lago, un periodista formado en Interviu y mucho más interesado en vender y ganar dinero que en ninguna otra cosa (unos años después se hizo famoso en la televisión con La máquina de la verdad). En julio de 1988, el semanario publicó un escandaloso reportaje titulado "Así se forran los amigos del rey. Sus fortunas y negocios", con el cual vendió un montón de ejemplares. Un par de años después, en verano de 1990, repitió el éxito con otro semejante: "Líos de la corte de Mallorca: aristócratas, financieros y políticos rodean a la familia Real". En un tono forzosamente más suave, también aquel mes de agosto, El Mundo se atrevió a publicar algunas cosillas, bastante escondidas, en su magazín de fin de semana, sobre la temporada estival del monarca. Al rey no le gustó nada el atrevimiento de la prensa, aunque, desde el punto de vista de Sabino, las críticas eran un "correctivo" poco dramático que no le venía mal, para que aprendiera a comportarse. El verano siguiente, el de 1991, merced a la amenaza de la prensa, Sabino consiguió que se contuviera un poco cuando estaba de veraneo y en otros saraos de invierno. Fue el primer año, por ejemplo, que no hizo la habitual verbena en el Campo del Moro para celebrar su santo, y se llevó la fiesta a Sevilla para impulsar la última fase de los preparativos de la Expo 92, con muchos menos invitados. Esto llevó a Tribuna a elaborar otra portada con el título: "El Rey rectifica".
Pero en 1992 se volvió a desencadenar la tormenta, iniciada cuando el rey se perdió en Suiza en el mes de junio y la prensa difundió su aventura con Marta Gayá. El desmentido de Fernández Campo a la radio, con aquel tan sospechoso "lo que se me ha dicho es que está descansando", dio pie a Mario Conde para relacionar al jefe de la Casa Real con el origen de las filtraciones a la prensa. Y lo cierto es que Sabino nunca había estado tan poco hábil a la hora de desmentir algo. En favor de quienes pensaban que el jefe de la Casa Real había tenido algo que ver con la publicación de aquellas informaciones, además estaba la confirmación de que no había perdido su poder sobre la prensa en las ocasiones en que sí quería ejercer el control. Demostró su poder, por ejemplo, cuando consiguió evitar que el 7 de agosto de 1992 el diario Claro saliera a los quioscos. De esta fecha es la última edición, en la que el periodista José Ayala había escrito el artículo titulado "Drogas, la razón por la que Isabel Sartorius nunca será reina de España". Contaba cómo la reina Sofia había frustrado el noviazgo con el príncipe Felipe, al enterarse de que un hermano de ésta había estado detenido en Argentina por consumo de cocaína y que la madre de los dos había sido investigada en relación con el narcotráfico por el juez de la Audiencia Nacional Carlos Bueren. Aunque también corrió el rumor de que la filtración había sido culpa de Mario Conde, en las informaciones de Point de Vue y Oggi sobre el romance mallorquín del rey se citaban fuentes anónimas del "personal de La Zarzuela". Y, para dar el golpe de gracia, Pedro J. reconoció ante el rey algo así como que el mismo Sabino le había dicho alguna vez que consideraba que hacía falta sugerir al monarca, a través de la prensa, que estaba vigilado. Como trasfondo de la acusación de filtrar información inconveniente, había otra más grave, en la que se sugería que con esto Sabino pretendía provocar la abdicación del rey a favor de su hijo; una idea con la que también estaba de acuerdo la reina. No se pudo probar nada, y Sabino lo negó rotundamente.
De lo que no cabe duda es de que tenía muy buenas relaciones con Sofía. Ya en 1991, con la excusa de los reportajes sobre los veraneos del rey que Tribuna y El Mundo habían publicado el verano anterior, la reina y el secretario general habían "conspirado" juntos para intentar que pasara una parte de las vacaciones en Santander, lejos de las islas del pecado. Pero al final, no lo pudieron conseguir y los amigos de Mallorca se alegraron mucho. Conde acabó de convencer al monarca de la presunta falta de lealtad de Sabino en un ágape con Pedro J. Ramírez, en el que los tres se rieron mucho pensando en cómo había sido de oportuno el título de conde de Latores ("delator es"), considerando las circunstancias. Y a partir de aquí, el relevo se precipitó traumáticamente. Sin que se llegara a acordar un sustituto con Sabino, ni esperar la jubilación prevista tan sólo para unos meses después, el jefe de la Casa Real y la reina se enteraron por sorpresa, a la vez, del cese inmediato. Fue en el transcurso de una comida de los reyes con Sabino, en que precisamente se celebraba el aniversario de éste, cuando Juan Carlos dijo de pronto, como si nada: "¡Oye, Sofía, que éste se nos va!" La reina se quedó tan sorprendida como el mismo Fernández Campo, y bastante afectada, puesto que en los últimos tiempos se había convertido en confidente y en la persona que enjugaba sus lágrimas. Antes que Sabino y que la reina, ya habían sido informados el presidente Felipe González, el vicepresidente Narcís Serra y el ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana. Y, al menos, compartían el secreto el presidente del Banesto, Mario Conde; el amigo del rey, Manuel Prado y Colón de Carvajal; el jefe del CESID, el general Alonso Manglano; su sustituto, el diplomático Fernando Almansa; el nuevo secretario general de la Casa Rafael Spottorno; el director de E1 Mundo, Pedro J. Ramírez, y el empresario Francisco Sitges.
El cese del jefe de la Casa del Rey fue oficial el 8 de enero de 1993. Tres días después, el 13, en La Zarzuela se brindó en honor suyo, con todo el personal de palacio, y ya con la presencia de su sustituto, Fernando Almansa. Sabino pronunció unas breves palabras de despedida, aunque se disculpó por el hecho de que "la explicable y acertada celeridad" con que habían tenido lugar los acontecimientos no le hubiera permitido "disponer de las dos semanas que, según Mark Twain, son imprescindibles para realizar una buena improvisación". El chiste de Mario Conde sobre el título de conde de Latores ("delator es") había hecho tanta gracia al rey que no perdió la oportunidad de explicarlo una y otra vez hasta gastarlo y, desde luego, acabó llegando al mismo Sabino. Éste no renunció al título, pero no lo utilizó nunca. El único que figura en sus tarjetas es el de marqués de la Ensenada, que es la calle en la que vive.
Si Sabino Fernández Campo padeció el "síndrome del sirviente”, Mario Conde, por su parte, pecó de "delirios de grandeza”. Sus ansias de aproximarse al monarca formaban parte de una estrategia general para llegar a convertirse en el hombre más poderoso de España. Y durante el breve período que estuvo en las alturas, casi lo consiguió, aunque no había partido de una especial posición de privilegio. Más bien era lo que los americanos llamarían un self-made man, un hombre que se hace a sí mismo, paradigma del éxito en la sociedad capitalista de las oportunidades para aquéllos que demuestran tener menos escrúpulos.
Mario Conde conoció a Juan Carlos a través de su socio Juan Abelló, con quien había dado el primer pelotazo económico importante de su vida con la venta de Antibióticos, uno de los pocos laboratorios farmacéuticos autorizados en España para elaborar productos derivados del opio. Lo vendieron a Raul Gardini, entonces presidente de Montedison, la empresa química más importante de Europa. Gardini veraneaba en Mallorca y era amigo personal del rey hasta que, en 1994, se suicidó tras ser implicado por los jueces italianos en temas de corrupción. Se ha escrito que fue la amistad que había crecido entre Don Juan, el padre del rey, y Mario Conde la que facilitó la aproximación del banquero a Juan Carlos. Pero difícilmente pudoxxds haber sido así, teniendo en cuenta que Don Juan y su hijo nunca tuvieron buenas relaciones. Habían pasado demasiadas cosas entre ellos: la muerte del infante Alfonso, el hecho de que Juan Carlos aceptara la designación como sucesor de Franco, saltándose a su padre a la torera, la poco elegante ceremonia de renuncia a sus derechos que le habían organizado en La Zarzuela... En fin, que no eran precisamente camaradas. Más bien, la confraternidad de Mario Conde con los dos al mismo tiempo suponía un problema para el monarca, que más de una vez discutió con el banquero: "¡Tienes que entender que rey sólo puede haber uno!", le decía a Conde. La relación con Don Juan había surgido en un momento diferente y por otros vías, a través de José Antonio Martín (el apellido completo es Martín y Alonso Martínez), un antiguo marino mercante que acabó siendo asesor de imagen de Mario Conde. Martín había invitado una vez a cenar a su domicilio madrileño a quien entonces ya era presidente del Banesto, para que conociera al padre del rey. Congeniaron inmediatamente porque a los tres les unía la pasión por el mar (desde un punto de vista muy diferente al de Juan Carlos, que no disfrutaba del reto de la vela, sino de la velocidad, cosa que los tres criticaban). Además siempre corrió un rumor, con bastantes aires de veracidad, sobre la pertenencia de Don Juan y Mario Conde a la misma logia masónica, cosa que, sin duda, les habría unido mucho más. Sobre todo en los últimos años de su vida, el conde de Barcelona, apartado del protocolo de la Casa Real y abandonado por los "amigos" que se habían movido a su alrededor durante años con ambiciones políticas que ya no tenían sentido, se sentía bastando solo. Y Mario Conde le divertía, le acompañaba… y, sobre todo, le halagaba prestándole tanta atención. El banquero, a su vez, pensaba un poco en sí mismo. Al fin y al cabo él, que no era nadie, que había partido de la nada, era considerado por todos como el mejor amigo de un casi rey, cosa que le llenaba de orgullo desde el punto de vista más íntimo. Don Juan fue su primer "Éxito" social con mayúsculas. Cuando en el verano de 1992 el conde de Barcelona tuvo que ser ingresado, el banquero no dejó de ir a visitarle asiduamente, sin aspavientos y hasta con elegancia, entrando en la Clínica Universitaria de Navarra por la puerta trasera para no ser detectado por la prensa. El mismo Juan Carlos --que viendo próxima la muerte de su padre tuvo, como tantos hijos, un último pronto de amor filial mezclado con sentimientos de culpa-- se dio cuenta y potenció abiertamente las visitas de Conde: "Mario, ven a ver a papá. Dice que se aburre con todos menos contigo. No quiere verme a mí, ni al príncipe, ni a las infantas", le decía el rey. Después se comentó, además, que Mario Conde se había encargado de pagar la factura de la clínica, cosa que, si fuera cierta, sería un regalo muy generoso por su parte, pero en ningún caso justificado por la falta de fondos del padre del rey, como se ha querido presentar.
Pero volviendo a su amistad con Juan Carlos... Desde que en 1987 Conde se hizo cargo de la presidencia del Banesto --elegido por las familias propietarias para hacer frente a los tradicionales competidores del Bilbao y del Vizcaya, que habían intentado absorber el banco--, dio un paso más en su camino hacia La Zarzuela. Uno de sus hombres de confianza, y vicepresidente del Banesto, era Ricardo Gómez Acebo ("Ricky"), marqués de Deleitosa, cuñado de la hermana mayor del rey y asesor financiero de la familia real desde hacía años. También en estos años Conde llegó a la Fundación de Ayuda contra la Droga (FAD), presidida por la reina. Un curioso club que algunas personas han calificado de "poder en la sombra", del cual formaban parte los prohombres más influyentes del Estado, muchos de ellos íntimamente conectados con La Zarzuela (entre otros José María López de Letona, Ricardo Martí Fluxá, Eduardo Serra, Plácido Arango, José María Entrecanales y Manuel Prado), a los cuales se irían uniendo los nuevos ricos del PSOE (Enrique Sarasola, Jesús Polanco, etc.). Y precisamente en una reunión del patronato, Conde conoció a Manuel Prado, el amiguísimo del rey, con el que más tarde hizo negocios.
El objetivo de Mario Conde durante estos años no era ganar dinero. O, al menos, no era sólo ganar dinero. Lo que quería era poder. Su ambición se puso de manifiesto en las conocidos operaciones que llevó a cabo para conseguir influencia en los medios de comunicación. Intentó entrar en el accionariado de Prensa Española (editora de ABC), para lo cual recurrió a la ayuda de Don Juan. Pero, a pesar de los pesares, Ansón no permitió ni siquiera que se aproximara. También tuvo escaso éxito en sus intentos de hacerse con La Vanguardia. En lugar de esto, adquirió acciones de lo quepudo: de E1 Mundo (oficialmente, alrededor del 4% del capital del diario), y de Época (el semanario derechista por excelencia, en el que consiguió ejercer el control mayoritario). Bueno, él personalmente no. Mario Conde no era un capitalista chapado a la antigua. Más bien utilizaba el capital para sus operaciones, que es como en los últimos tiempos se hacen las cosas en los círculos de poder económico: quien manda es el directivo, no necesariamente el propietario de un gran paquete de acciones. Se juega con los dineros de otras personas (los pequeños accionistas), que son quienes al final pagan el pato cuando hay un descalabro. Por otro lado, como sabía que el grupo más importante y poderoso era Prisa --y allí sí que no tenía ninguna posibilidad de entrar--, hizo todo lo posible para aproximarse a Jesús Polanco. "Si no puedes con ellos, únete a ellos", como dice el refrán. Y, en su momento, le hizo algunos favores. Pese a que era uno de los hombres más poderosos de todo el Estado, Polanco no tenía relaciones con el rey, ni buenas ni malas, hasta que en 1990 Mario Conde le introdujo en palacio. Pero, como le pasa a casi todo el mundo, Mario no supo comprender la confusa relación de Prisa con el PSOE, en la cual no es fácil distinguir realmente quién manda más. Conde pensaba ingenuamente que podría llegar a aliarse con Polanco, incluso contra Felipe González, y su osadía acabó costándole cara.
El banquero y el rey se solían reunir a menudo en La Zarzuela o en casa de Paco Sitges para intercambiar impresiones. Charlaban, se tuteaban, se decían que se apreciaban e incluso se les escapaba alguna lagrimita cuando, ya tras muerte, recordaban al malagueño Don Juan. "Todo mi afecto pasado hacia Don Juan es hoy para el rey", dijo a Juan Carlos, llevado por la emoción, su amigo Mario, en una de las primeras entrevistas que mantuvieron tras el fallecimiento del conde. Pero todo esto no era un mero entretenimiento. Lo que la amistad del rey podía ofrecer a Conde era, sobre todo, información. Juan Carlos recibía a todo el mundo y después se lo contaba todo a Conde. Si Narcís Sierra estaba a favor del relevo de Solchaga, si Felipe González estaba pensando en disolver las cortes y convocar elecciones, si sus relaciones con la reina iban de mal en peor... El peligro consistía en el hecho de que, igual que se lo contaba todo a él, cuando salía por la puerta también largaba todo a quien viniera después: "Mario me ha dicho...", "Mario opina...", "Mario quiere...". Y le iba colocando, sin darse cuenta muy bien de lo que hacía, en su estilo habitual, en una situación muy difícil, buscándole más enemigos de los que se podía permitir. Además de información, Conde anhelaba influir a un nivel mucho más efectivo y real sobre el monarca, con el fin de intervenir en la vida pública. Y, tras ganarse su confianza, pasó a aconsejarle tanto como pudo sobre lo que tenía que hacer respecto a Felipe González, Aznar, Sabino... En un momento determinado, a comienzos de los noventa, se emperró en que tenía que ponerse fin a la corrupción. Paradojas de la vida. Formaba parte de una campaña de cambio de imagen personal, para la cual había adecuado su discurso en una línea crítica con la denominada cultura del pelotazo, en claro declive desde el final del boom económico con la guerra del Golfo. Declaró ante muchas personas, por ejemplo, que era "peligroso instalar la cultura de que hay que ganar mucho dinero en el menor tiempo posible". Él estaba más por otro estilo, menos marrullero, más fundamentado en grandes operaciones económicas de un capitalismo salvaje, pero lejos del choriceo cutre del socialismo, de los escándalos de pésimo gusto como el de Juan Guerra. Y, curiosamente, su peculiar cruzada coincidió con las polémicas palabras del rey en Granada, pronunciadas en su viaje oficial del 26 de junio de 1991, en las que hablaba de "la desidia y la corrupción que han malogrado tantas cosas en España". Era la primera vez que se refería a la corrupción, y la prensa no tuvo ninguna duda del cambio de actitud frente al Gobierno: "El aguijón del rey para con el PSOE ha sido evidente", se publicó. El PSOE salió mal parado de aquella campaña.
Pocos meses después del discurso del rey, Alfonso Guerra anunció su dimisión aunque, como se debe recordar, el presidente Felipe González hacía un año que repetía hasta la saciedad que esta dimisión no se produciría y que, si se producía, dimitiría él mismo ("tendrán dos por el precio de uno"), cosa que, desde luego, no hizo. Con todo esto, para poder trabajarse al rey, Conde se veía obligado a bregar casi cada día con su secretario, Sabino Fernández Campo, cosa que resultaba realmente incómoda. Desde sus primeros intentos de aproximación a La Zarzuela, Sabino se había colocado en una postura de franca oposición al banquero, la cual no requiere profundos análisis para entender a cuento de qué venía. Sencillamente, quería proteger a la Corona de una influencia externa que pretendía utilizarla en beneficio propio con las peores mañas. El fiel Sabino no lo podía consentir. En 1988, después de que el consejo de administración de Banesto fuese recibo en audiencia oficial, Conde envió al rey (pagado por Banesto, claro está) un valioso reloj de oro, un Patek Phillippe modelo Nautilius, valorado en medio millón de pesetas, según la versión del banquero; aunque, según la de Sabino, se trataba de un reloj de bolsillo, una valiosa pieza de coleccionista adquirida en una subasta de Londres, que el tasador de palacio había valorado en unos tres millones de pesetas. Fuera como fuese, el precio no tenía ninguna importancia. El rey ya había aceptado otros regalos bastante más caros con el consentimiento de Sabino. Precisamente este mismo año, en enero, con motivo de su aniversario, un grupo de empresarios catalanes (entre los que estaba Javier de la Rosa) le habían regalado un Porsche Carrera de 24 millones, sin más problemas ni escándalos. Pero lo de Sabino con Conde era un asunto personal, y prácticamente obligó al rey a rehusar el obsequio. El mismo secretario general de la Casa se encargó personalmente de devolverlo, para lo cual acudió al despacho de la presidencia de Banesto, que entonces ocupaba Conde, en el Paseo de la Castellana. El rey prefería, según él, las pruebas de amistad que no tuvieran valor económico. En aquella entrevista firmaron la declaración de guerra. Mientras intentaba librarse de Sabino, Conde ya se había convertido en el banquero de confianza del monarca, desplazando a quien hasta entonces había desempeñado ese papel, Alfonso Escámez, entonces presidente del Banco Central Hispano.
El 27 de diciembre de 1992 el Consejo de Ministros ratificaba la decisión real de otorgar a Escámez el marquesado de Águilas, un gesto claro de despedida. Conde ya había vencido también al secretario, y consiguió intervenir en la redacción del mensaje del monarca que se retransmitiría por televisión, introduciendo algunas ideas suyas sobre "la gran política que necesitamos". Más de una cuarta parte del discurso estaba dedicada a defender una Europa "sin obsesiones ni precipitaciones", que era el último leitmotiv del banquero, con evidentes similitudes con la alocución que él mismo pronunció poco después, en su investidura como doctor honoris causa. Pero aunque creía que, a quienes cortaban el bacalao en política, este tema les provocaría menos inquietudes que las cuestiones de economía interna, Conde se había metido en un terreno muy resbaladizo al hablar de Europa. Tenía planes para presentar una lista civil a las elecciones de 1994 al Parlamento europeo, y hablaba también de la necesidad de hacer un referéndum sobre el euro. Demasiado para un hombre que patinaba en sus desavenencias privadas con el PSOE y no dominaba lo más mínimo la política internacional. Su medida estaba más bien en la guerra que había iniciado (contra el jefe de la Casa Real). En su batalla más victoriosa consiguió no solamente librarse de Sabino, sino, además, introducir a un hombre suyo en el puesto de Fenández Campo. No fue una tarea fácil, aunque en aquella época el rey le consultaba prácticamente todo. Cuando se había tomado la decisión del relevo de Sabino, el monarca le pidió: "Hazme un perfil del hombre que necesitamos". Y entre Manolo Prado, Paco Sitges y Conde acordaron en principio que fuera un diplomático, para romper la tradición de que siempre fueran militares.
El mes de diciembre de 1992 fue el momento oportuno para forzar un cambio que se hizo efectivo el 8 de enero de 1993. Mario había pensado en su amigo Fernando Almansa, un diplomático con título de vizconde del Castillo de Almansa, hijo de quien había sido representante granadino de la causa juanista. En aquel momento ocupaba la subdirección general de la Europa Oriental del Ministerio de Asuntos Exteriores, aunque pensaba abandonar pronto este destino para incorporarse a la Embajada de España en Washington como número dos de la legación diplomática española. Aparentemente era perfecto para el cargo. Conde, unos meses antes, había empezado a darlo a conocer en fiestas y saraos de la jet. Después había tenido que vencer la resistencia de Manolo Prado, que, por su cuenta, intentaba colocar en La Zarzuela a uno de los suyos, el marqués de Tamarón. Conde ganó la partida a Prado en una cena en su casa de Sevilla, a la que también asistía el rey. Los tres sólo trataron del tema. Los argumentos de Conde ante el monarca para defender su candidato resultaron definitivos: "Si es una persona a la que no conozco, yo no puedo comprometerme a ayudarte", dijo más o menos al rey. Y asustado ante la posibilidad que Mario dejara de ser su consejero político favorito, Juan Carlos decidió nombrar a Almansa en aquel mismo momento. Para el cargo de secretario general de la Casa se escogió a Rafael Spottorno, recomendado por Jesús Polanco, con quien Mario Conde intentaba llevarse todo lo bien que podía. Spottorno era un hombre próximo al Gobierno socialista, que entonces ocupaba la jefatura del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Javier Solana. Y como jefe de Protocolo se nombró a otro diplomático, Ricardo Martí Fluxá, que formaba parte de la fundación de la reina Sofia contra la droga.
La coronación de Conde, en la plenitud de su éxito, tuvo lugar el 10 de junio de 1993, cuando fue investido doctor honoris causa por la Universidad Complutense en una ceremonia presidida por el rey, a la que también asistieron otros destacados representantes de los Borbón, como el primo del monarca, Carlos de Borbón y Dos Sicilias, y su hermana Margarita de Borbón, acompañada de su marido, Carlos Zurita. Conde todavía lo estaba celebrando cuando el 16 de agosto, el núcleo central de la familia real, con las niñas, la reina y el príncipe, le visitaron en su barco, el Alejandra, en la isla de San Conillera. Pero aquel verano iba a ser el último de su edad dorada. Los rumores de su entrada en la política fueron cada vez más fuertes en septiembre. Los delirios de grandeza habían llevado a Conde a pensar que podría sustituir a Felipe González en La Moncloa. Estaba tan exaltado que ya creía que el rey, en caso de que en las siguientes elecciones generales ni Aznar ni González
lograran la mayoría absoluta, resultado previsible teniendo en cuenta el clima político, podría querer nombrar a un presidente independiente que pusiera fin a la etapa de crispación. Tras Torcuato Fernández Miranda (en 1977) y Alfonso Armada (en 1981), era el tercero que alimentaba el sueño de presidir un "gobierno de salvación nacional" sin pasar por las urnas. El rey estaba muy preocupado por la decadencia de Felipe, por los escándalos del PSOE, no conectaba con Aznar... Y Mario estaba convencido de que al rey le habría extasiado que él fuera presidente del Gobierno. Llegó incluso a tratar con Suárez y con Miquel Roca la posibilidad de organizar una opción de centro. El sueño se desvaneció después de un viaje de Juan Carlos a los Estados Unidos, en el mes de octubre. Al volver dejó claro que, si en algún momento había considerado los planes políticos de Mario Conde, el encantamiento ya se había roto sin remisión. Aznar fue recibido en La Zarzuela el 25 de octubre, el 28 se reunió para cenar en La Moncloa con el presidente González, y los días siguientes la prensa (tanto El País como ABC) publicaba que se había sellado un pacto entre ellos para tranquilizar la tensión, en el cual parecía que el monarca había hecho de intermediario. Conde todavía tuvo la oportunidad de reunirse con Juan Carlos (trascendió una cena con él y con Prado el 29 de noviembre), pero el rey ya no hablaba mal del PP. La suerte de Mario Conde estaba echada.
El 28 de diciembre de 1993, día de los Santos Inocentes, el Banco de España intervino. Parece que Conde intentó todo el día hablar con el rey, pero no consiguió que se pusiera al teléfono hasta el día siguiente, en que se hizo pública la intervención. Juan Carlos estaba en Baquèira Beret, jugando al mus, preocupado pero sin perder del todo la concentración en el juego. "Es que Mario se había transformado en un personaje incómodo para mucha gente", se le oyó decir. El 11 de enero de 1994, Conde acudía a una rueda de prensa con una gran sonrisa de circunstancias, en la que se dedicó a desmentir las acusaciones del Banco de España. El rey le telefoneó por la noche para felicitarle por su discreción: "Te has comportado como se esperaba de ti, porque tú no podías convertirte en un nuevo Ruiz Mateos". Unos cuantos meses después, el 23 de diciembre, fue trasladado para que ingresara en la prisión de Alcalá-Meco, tras prestar declaración en el Juzgado de Delitos Monetarios, acusado de estafar más de 7.000 millones. Aunque 39 días después salió en libertad bajo fianza de 2.000 millones, había caído en desgracia definitivamente. Y como ya había hecho con otras personas anteriormente, el rey no movió ni un dedo para evitarlo. "Bueno, Mario, yo te llamo, y cuando te digo yo, ya sabes quién soy yo, para decirte que estamos contigo plenamente y que ánimo", le había dicho Manuel Prado por teléfono para levantarle la moral, un día antes de que lo metieran en la cárcel. "Palabras, palabras, palabras...", que diría Shakespeare.

"Jesús del gran poder"
Jesús Polanco, conocido popularmente como "Jesús del gran poder", tuvo una relación con el rey completamente diferente, que ni siquiera se tuvo que disfrazar de amistad para llegar a ser mucho más efectiva en la práctica que la de Mario Conde. Se le había empezado a recibir en La Zarzuela en 1990, precisamente por mediación de Conde. Pero fue después, en 1994, coincidiendo con la caída en desgracia del banquero, que pasó a ser una influencia decisiva. Mario Conde, sin proponérselo, tuvo bastante que ver en el ascenso de Polanco.
Todo empezó tras el ingreso en prisión del presidente del Banesto. Alcalá-Meco se había convertido en la sede de un selecto club del más alto nivel. Allí Conde tuvo noticias de lo que tramaba Javier de la Rosa. El banquero se enteró de que Manuel Prado, el amiguísimo del rey, había cobrado 100 millones de dólares de KIO gracias al financiero catalán, que pensaba utilizar la información, involucrando directamente a la Corona, para conseguir librarse de sus problemas con la justicia. Muy preocupado, al salir de prisión Conde telefoneó a Fernando Almansa con la intención de informarle del caso. Pero el jefe de la Casa, como si el asunto no fuera con él, le remitió a la Asesoría Jurídica Internacional. "Pero ¿tú eres bobo?", le dijo Conde, que empezaba a dudar si había acertado al escoger a Almansa. El banquero consiguió hablar directamente con el monarca y, poco después, con el mismo Prado (en marzo de 1995, en el Hotel Villamagna). Pero Prado no quería que Conde se metiera donde no le llamaban y se limitó a negarlo todo. Se trataba de una mentira grosera nacida de la imaginación de Javier de la Rosa. Mario Conde, que todavía no se acababa de creer que el rey se hubiera olvidado de su amistad tan repentinamente, quería hacerle un favor previniéndole contra Manolo Prado. Pero no consiguió nada. Nadie podía hacer nada contra Prado en el entorno del monarca. Es la única persona de quien Juan Carles, hasta ahora, no se ha desentendido, llegada la ocasión, para salvar su propio pellejo. Y, en cambio, Conde se ganó la enemistad del embajador real, que, por su parte y a su estilo, ya estaba dedicado a hacer gestiones para librarse de la inculpación en el caso KIO, de modo bastante marrullero, por cierto.
Por el momento, lo que interesa es que Prado buscó el apoyo de quien creyó que podía tener más poder para ayudarle: Jesús Polanco, con su potente aparato mediático, el grupo Prisa. Pero el paraguas del grupo de comunicación más influyente de España no era gratuito. Prado tuvo que ponerse en manos de Polanco, y le pasaba información de toda clase. El escándalo KIO sirvió en bandeja al amo de Prisa la posibilidad de convertirse en el verdadero poder fáctico del Estado, porque a partir de aquel instante dispuso de los secretos mejor guardados del monarca. Juan Carlos se había convertido en su patrimonio informativo de futuro. El PSOE, desde entonces, no tuvo complejos en lanzar veladas amenazas contra el monarca para resolver sus conflictos. La técnica consistía, básicamente, en atribuir a Mario Conde, o a otras personas, presuntos intentos de intimidación a la Corona, para sacar a la luz que disponía de información contra el rey sobre los mismos temas en que la opinión pública atacaba al Gobierno en aquel momento. Era una especie de advertencia de que, si caían ellos, también caería el rey. En septiembre de 1995, El País publicó que Mario Conde había pretendido dar un ultimátum al Gobierno con los centenares de microfilms que el coronel Perote se había llevado del CESID (que demostraban la íntima relación entre el Gobierno del PSOE y los GAL), y dejaba entrever que el rey también estaba en peligro. Poco después, el 10 de noviembre de 1995 (esta vez a través de Diario 16, pero con información que sólo podría haber aportado Manuel Prado), se lanzaba una nueva historia de "Chantaje al rey", por parte de Javier de la Rosa y, nuevamente, de Mario Conde, en una segunda entrega de lo que se interpretó como una conspiración para derrocar al Gobierno y a la monarquía.
Por ahora, es suficiente decir que la información con que el PSOE desafiaba indirectamente al monarca se podría resumir en dos ideas fundamentales: que el rey no era ajeno a la actividad de los GAL, y que el rey estaba involucrado en casos de corrupción económica (en particular, en el caso KIO). Aparte del apoyo incondicional del rey al PSOE en las batallas políticas que le tocó entablar, como consecuencia de los ases informativos que se guardaba en la manga, Polanco consiguió, además, que la Casa Real interviniera en su favor en el caso de Sogecable, convirtiéndolo en una cuestión de Estado. Hace falta recordar que el juez Javier Gómez de Liaño había abierto diligencias contra la sociedad (del grupo Prisa) por presunta estafa con los depósitos de los abonados de Canal Plus. Pero cuando en mayo de 1997 citó a declarar a Juan Luis Cebrián, responsable directo como consejero delegado de Sogecable, Aznar empezó a recibir llamadas telefónicas del rey, muy preocupado por el asunto. Aznar y su equipo no tenían ningún interés, desde luego, en ayudar a Prisa (de hecho, Polanco y su entorno no han dejado de quejarse de que era el Gobierno del PP quien tenía interés en meterlos en prisión), pero cedieron a las presiones. El vicepresidente Álvarez Cascos fue el encargado de hacer las gestiones oportunas con la ministra de Justicia, Margarita Mariscal, y de avisar al fiscal general del Estado para parar el tema. Y lo pararon. Las cosas funcionan así. El juez acordó suspender la comparecencia y pedir el amparo del Consejo General del Poder Judicial alegando coacciones. Y, como todo el mundo sabe, lo que consiguió fue acabar él mismo condenado por prevaricación. Tras quitarse de encima a Mario Conde (y de paso, a Francisco Sitges, otro buen amigo del rey, inculpado con el banquero en el caso Banesto), y con Prado completamente en sus manos, Polanco se ha convertido en la nueva influencia a tener en cuenta en el entorno del monarca.
Al parecer, también hubo un intento de desembarazarse de Fernando Almansa, en 1995, porque era amigo y testigo de Mario y podía seguir siéndole fiel. Pero al final, tras tratar con él, creyeron que no hacía falta. En efecto, Conde no había acertado demasiado a la hora de escoger. A pesar de su éxito fulgurante, el banquero, con su caída, acabó descubriendo que en realidad no contaba con ningún incondicional sincero. Los últimos años, los reyes se han hecho asiduos de las cenas y saraos organizados por Jesús Polanco. En uno de estos saraos, a finales de junio de 1999, celebrado en casa de Plácido Arango, íntimo amigo de Polanco, Juan Carlos y Sofia bailaron tras la cena, agarrados los dos como en los mejores tiempos, una ranchera lenta.
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    ¡Ni 100 minutos seguidos!

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