viernes, 1 de noviembre de 2013

UN REY GOLPE A GOLPE CAPITULO 13


Juan Carlos y Felipe GonzálezEncantado con los dirigentes del PSOE 

Cuando en 1982 el PSOE accedió al poder, empezó una etapa de gran prosperidad para la monarquía. El presidente Felipe González, sobre todo en los tres primeros años de mandato, llegó a tener una íntima amistad con Juan Carlos, fascinado por su gracia andaluza. Aunque institucionalizaron despachar todos los martes, hablaban por teléfono y cambiaban o ampliaban sus encuentros muchas veces. A menudo los dos matrimonios salían a cenar juntos y después veían películas en La Zarzuela hasta la madrugada.
Al final, Felipe se pasaba por La Zarzuela cuando quería, sin avisar. El presidente se desvivía por atender los deseos del rey, con un planteamiento gubernamental que se podría resumir en la recomendación siguiente: "Señor, no se preocupe, nosotros nos ocupamos de todo: ¡diviértase Vuestra Majestad!". Y Juan Carlos estaba encantado con los socialistas, capaces de llegar hasta la frivolidad o el derroche para proporcionarle cualquier capricho: aviones, helicópteros, barcos, automóviles, la práctica de los deportes más caros, viajes a los sitios de moda internacional… y, sobre todo, vacaciones, muchas vacaciones. El día de su santo se celebraron grandes saraos en los jardines del Campo del Moro, con más de 4.000 invitados de la beautiful people, esta nueva casta social de "isabelitas preysler" y ministros del nuevo Régimen que habían ido a más, bien nutridos por el mamoneo del PSOE. 

En el terreno estrictamente político, apenas había desavenencias. Quizás la única situación crítica entre el rey y Felipe González derivó de las declaraciones que Juan Carlos hizo a Jim Hoagland, del Washington Post, en 1986, como adelanto del viaje oficial que tenía que hacer a los Estados Unidos. El jefe del Estado discrepaba de la forma en que el Gobierno español llevaba las negociaciones para desmantelar las bases militares norteamericanas, y se alineaba sin reservas con el dispositivo de defensa de Washington. Daba la impresión de que el rey enviaba mensajes al presidente a través de la prensa norteamericana, cosa que no era correcta en absoluto. Más bien se trataba de que los norteamericanos enviaban el mensaje a través del monarca al Gobierno socialista, y éstos lo captaron inmediatamente. 

Las fricciones entre la Casa Real y La Moncloa no llegaron más allá. Por lo general, había una sintonía perfecta entre ellos, hasta el punto de que en mayo de 1983, en el transcurso de una visita oficial de Su Majestad al Brasil, éste pronunció un discurso ante la cámara legislativa de la República Federativa prácticamente idéntico a un artículo que había publicado Felipe González en Le Monde Diplomatique, en la edición en lengua española para Iberoamérica, el mismo mes. La conferencia del rey, que trataba sobre los valores democráticos, había sido unánimemente alabada por toda la prensa: "El Rey Juan Carlos explicó como en España, con independencia del partido que gobierne, la proyección americana es uno de los objetivos fundamentales de la política exterior, un compromiso encarnado por la Corona que está reflejado en la Constitución", decía la crónica de Diario 16. Sin embargo, no se tardó en descubrir que se habían repetido párrafos literales del artículo del presidente González. En total, ocho partes del discurso del rey se correspondían exactamente, incluso en los puntos suspensivos, con ocho partes del artículo de Felipe, y a la prensa le faltó tiempo para criticarlo. "Bochornoso patinazo", "metedura de pata", "refrito", "desliz", fueron algunas de las expresiones con que se calificó el hecho. Eso sí, apuntando directamente al Gobierno. El rey no es criticable de ninguna de las maneras. El director general de la Oficina de Información Diplomática (OID), Fernando Schwartz, pidió disculpas públicamente. Por su parte, Felipe González lamentó lo que había pasado, y el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, se irritó. Pero a quien le costó el cargo fue a Carlos Miranda, entonces director general para Asuntos de Latinoamérica. La Casa Real no se pronunció. Según las explicaciones que en aquel momento se dieron a la prensa, es habitual que los discursos de los viajes oficiales o de visita del rey se encarguen al ministerio correspondiente. En este caso, el encargo había pasado a un funcionario de la Sección de Latinoamérica de Asuntos Exteriores. Entre la documentación facilitada se hallaba el borrador del famoso artículo de Felipe González. Tras el funcionario, el discurso había pasado por varias manos: el director general de Latinoamérica (Carlos Miranda), el ministro de Asuntos Exteriores (Fernando Morán), la Presidencia del Gobierno, y después, para acabar, por las manos de la Casa Real, donde se revisó de nuevo y se pulió la redacción (no mucho, al parecer). Total, que todo había sido algo así como el error informático de Ana Rosa Quintana en la novela-plagio Sabor a hiel. A pesar de los pesares, parece que a nadie le llamó la atención el hecho de que el artículo de Felipe González --como se podía deducir fácilmente del episodio en el que su "borrador" aparecía en manos de un funcionario-- tampoco lo hubiera escrito él mismo. Ni se puso en duda quién intervenía en la redacción de los discursos institucionales. Y si nadie dudó del presidente, mucho menos del rey, que años después, en su biografía autorizada, firmada por José Luis de Villalonga, seguía manteniendo respecto a sus discursos, sin el menor asomo de vergüenza, que "El presidente del Gobierno sabe lo que voy a decir (no sería leal por mi parte ocultárselo), pero no sabe qué términos voy a expresar... Las líneas maestras de mis mensajes son siempre obra mía. Luego las discuto aquí, en palacio, con mis colaboradores más íntimos. Después, según el tema que tengo que tratar, hago que me aconsejen juristas, sociólogos, a veces el ministro de Asuntos Exteriores, incluso militantes... Pero no hay en España un speech writer como en los Estados Unidos o como en Inglaterra". Tan poca importancia dan a lo que pueda pensar la gente respeto a esta cuestión, que Sabino Fernández Campo, el secretario, ni siquiera se preocupó de "censurar" esta parte del libro, cosa que sí hizo con otros párrafos que ya hemos comentado que desaparecieron en la edición española (sobre todo los que hacen referencia al 23-F). 

Golpes que no fueron de Estado 

A lo largo del "reinado" del PSOE, mientras el rey se divertía en Mallorca, en Baquèira, en Suiza o donde fuese, su valoración en las encuestas registraba los índices más elevados de popularidad, por encima del 80%, que crecían de manera imparable. Y los únicos inconvenientes eran los golpes que con "real" torpeza se daba de vez en cuando, mientras jugaba a alguno de sus juegos favoritos, que le obligaban a estar de baja durante largos períodos. Aunque esto nadie lo podría atribuir a los socialistas. Antes, en julio de 1981, ya había tropezado con una puerta de vidrio cuando se dirigía a la piscina de La Zarzuela, y le tuvieron que escayolar un brazo. Pero después vinieron muchos accidentes más, que no pillaban nunca al monarca trabajando. En enero de 1983, durante las vacaciones navideñas en Gstaad, tuvo uno de los accidentes más graves. Resbaló con una placa de hielo, cosa que le produjo una fisura en la pelvis. Fue un susto importante que casi le costó un testículo. Tras ser atendido en Suiza, fue trasladado rápidamente a Madrid. Cuando Sabino Fernández Campo, el secretario de la Casa Real, fue a recibirlo y lo vio postrado en la litera en que lo bajaban del avión, pálido, demacrado, despeinado.., vaya, hecho un asco, no pudo dejar de exclamar: "Señor, con todo respeto, tengo que decirle que un rey sólo puede tener ese lamentable aspecto si viene de las cruzadas". La recuperación de don Juan Carlos duró dos meses, pero le dejó como secuela un hematoma interno que originó una fibrosis reactiva ("brida fibrótica pelviana periuretral que ejerce presión sobre el uréter izquierdo"), que tuvo que ser operada dos años después. En la intervención se le extirpó la fibrosis y parte del testículo izquierdo. Los médicos le recomendaron entonces que pusiera las partes al sol para favorecer la cicatrización, y fue cuando tuvo la mala suerte de que un paparazzi le fotografiara desnudo sobre la cubierta del yate Fortuna en aguas de Mallorca, como si fuera un "naturista", cuando sólo lo hacía por prescripción facultativa. 

En 1988 se dio un cacharrazo cazando en Suecia. Cuando perseguía alborotado una pieza, una rama le dio un golpe en el ojo a traición. En diciembre de 1989, durante unas vacaciones en la estación de Courchevel (los Alpes franceses), otra trompada le produjo contusiones y heridas en la cara. El 28 de diciembre de 1991, esquiando en Baqueira, se cayó otra vez, mientras bajaba por una pendiente muy empinada, y se hundió el disco tibial de la rodilla derecha, por lo que tuvieron que intervenirle quirúrgicamente una vez más. Tuvo que traer muletas hasta el mes de abril. La Casa Real, preocupada por el hecho de que los españoles pudieran empezar a pensar que tantos golpes no eran una cosa normal, difundió la versión de que el accidente había sido contra otro esquiador que cruzó el camino que seguía él. El misterioso obstáculo no fue identificado nunca, aunque las redacciones de algunas revistas se llenaron de espontáneos que se querían atribuir el honor. 

El Gobierno idílico del PSOE y el Rey empezó a entrar en una zona oscura cuando los escándalos de corrupción que afectaban al Gobierno empezaron a aparecer en la prensa y acabaron salpicando a la Corona. En un primer momento, la unión no se rompió. En 1990, cuando la oleada de escándalos apenas había empezado, la Casa Real y La Moncloa se aliaron para tirar de las orejas a la prensa. Ya habían salido a la luz, en cuanto al PSOE, los primeros episodios de corrupción, especialmente los casos de la renovación de la flota de Iberia y el asunto Juan Guerra. Y, con respecto al rey, dos publicaciones, el semanario Tribuna y el diario El Mundo, en el mes de agosto, habían osado publicar varios reportajes críticos sobre los "líos de la corte de Mallorca", con titulares como "Así se forran los amigos del rey". 

En el discurso de aquel año el rey pronunció las palabras siguientes: "Si la libertad de expresión implica por parte de todos la capacidad para aceptar las críticas y las opiniones diversas, el derecho a la información veraz exige de los medios de comunicación social la máxima profesionalidad y responsabilidad en el ejercicio de su tarea. Si hay que pedir comprensión ante las críticas a quienes las reciben, es legítimo pedir también mesura y respeto a la verdad a quienes las hacen". Sus palabras no gustaron nada a la prensa y se empezó a difundir el rumor de que el párrafo en cuestión había sido una imposición de La Moncloa. Se dijo que el mismo Felipe González lo había incluido de propia mano, en contra incluso del entonces máximo responsable de la política de la Casa Real, Sabino Fernández Campo. Curiosamente, El País fue el único diario que no se sumó a las críticas al mensaje navideño. Cuatro días después (el 28 de diciembre) se publicó una felicitación del rey por la celebración de los primeros 5.000 números del diario, en la que decía: "Siempre he estado seguro de que, como Rey, podría contar cono 'El País' en cada ocasión en que la historia reciente lo requería, es decir, cotidianamente, en los momentos más graves y en los más livianos". Pero éste no fue el final de la historia, ni mucho menos. Unos meses después, en el transcurso de un viaje oficial a Granada, en junio de 1991 el rey, evidentemente aconsejado por otras personas, se refirió por primera vez a la corrupción: "Es lógico que… queráis romper con la desidia y la corrupción que han malogrado tantas cosas en España", dijo en un contexto en el que el caso Guerra estaba muy calentito. Y sus palabras, dichas como quien no quiere la cosa en medio de un discurso bastante largo, fueron destacadas por toda la prensa menos, sospechosamente, por los noticiarios de Televisión Española. Al Gobierno le sentaron como una patada en el hígado. Algunos incluso las calificaron como "injerencias" en asuntos políticos que no le correspondían. 


A pesar de los pesares, en la complicada etapa política que el PSOE todavía tenía que atravesar, al rey también le tocó sufrir un poco. Al poco tiempo del asunto de Granada, pareció involucrarse él mismo en un nuevo lío mediático, provocado por el inocente Felipe González, como un pequeño aviso del hecho de que si caían ellos caerían todos. Fue en 1992. Empezó cuando el presidente, "sin querer", le dijo a un periodista que el rey no estaba en España. Los primeros en publicarlo fueron los de El País, pero después toda la prensa se dio cuenta de que aquello era muy irregular, porque no se tenía constancia oficial de su ausencia, y su firma figuraba en decretos como si no hubiera abandonado el Estado. Para complicarlo aún más, se acabó filtrando que estaba de vacaciones en Suiza... ¡con una amante! Fue un escándalo terrible, que acabó costándole la cabeza, en un juego de intrigas complicadísimo, no a Felipe sino a Sabino Femández Campo. 

En el mensaje de 1994, el rey volvió a hacer referencia al tema de la corrupción, pidiendo que se corrigieran "con firmeza los abusos cometidos". Tenía que salvar la cara como fuese, después de que, aparte de miembros importantes del PSOE, varios amigos íntimos (Miguel Arias, Manuel Prado, el príncipe Tchokotua, Pedro Sitges, Mario Conde...) empezaran a pasar por los juzgados. Le habría costado poco dejarlos tirados a todos en aras de la monarquía para seguir adelante impoluto y en solitario. Pero ¡alerta!, que el PSOE de Felipe González no estaba dispuesto a bajar solo al infierno, cosa que sí habrían aceptado algunos de sus íntimos, siguiendo el modelo de su fiel Armada, por ejemplo. Y es necesario no olvidar que el mismo rey era escuchado por el CESID al menos desde 1990. En este sentido, no se sabrá nunca hasta qué punto y con qué clase de secretos el PSOE lo tenía en sus manos. En octubre de aquel año, como se supo después, el CESID le había captado de forma "casual" en el sistema de boy escouts hablando desde el coche, cuando se dirigía a "una cita". "¡Vaya por Dios! A ver... A ver, qué ha dicho éste...", se alarmó Manglano cuando le trajeron la cinta. A partir de este momento, la actividad adquirió una gran importancia, traspasada a otro sector, controlado directamente por Manglano, porque "con estos bobones nunca se sabe". 

Mientras el rey jugaba al squash, se iba a esquiar a los Alpes o a las regatas de Mallorca, el PSOE se había dedicado, durante años, a través de los servicios secretos, a grabar y archivar sus conversaciones privadas con sus amigos (Manuel Prado, Carlos Perdomo, Tchokotua...). Cuando se supo en 1995, tuvieron que dimitir el vicepresidente del Gobierno, el ministro de Defensa Narcís Serra, Julián García Vargas; y el jefe del CESID, el general Manglano. Pero el mal ya estaba hecho. Los líos económicos se convirtieron en moneda de chantaje contra la Corona utilizados por los que tenían acceso a la información. Sobre todo cuando el PP llegó al Gobierno, el rey tuvo que dejar de estar permanentemente de vacaciones para intervenir en varios asuntos que requerían su atención, en favor del Gobierno que durante tantos años le había dado una vida regalada.

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