viernes, 28 de septiembre de 2012

S50 5 - INDEPENDENCIA CATALANA: 11 SEPTIEMBRE 2013. FRANCESC DE CARRERAS


en La Vanguardia

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OPINIÓN


Ya está programado un importante acto para la Diada del 11 de septiembre del próximo año. Parece que, por fin, se inaugurará este día la remodelación del viejo edificio del Born, significativa obra construida en 1876, en la época de la arquitectura del hierro, al modo de la torre Eiffel, cuyo autor fue Josep Fontserè.
Durante muchos años, hasta 1971, este edificio fue no sólo el mercado central de Barcelona sino una pieza emblemática de la ciudad. “Roda el món i torna al Born” era un dicho muy popular: viaja por el mundo pero vuelve a Barcelona. El nombre de la ciudad y el de su mercado de abastos se identificaban. Bajo el lema popular de “¡Salvem el Born!”, se decidió a finales de los años setenta, con buen criterio, no proceder a su derribo.
Sin embargo, pasaban los años y el Ayuntamiento no sabía qué hacer con aquel armatoste que, poco a poco, se iba deteriorando. Finalmente, surgió una buena idea: dedicarlo en parte a biblioteca y en parte a centro de difusión y animación cultural. Barcelona era la única capital de provincia española que carecía de biblioteca provincial y su dotación de centros culturales, dada la magnitud de la ciudad, era, y sigue siendo, manifiestamente insuficiente: el viejo Ateneu, el nuevo Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) y poco más.
A partir de 1970, con la creciente importancia del Museu Picasso y la sobria elegancia de la basílica gótica de Santa Maria del Mar, el barrio de la Ribera en que está ubicado el Born, tras muchos años de abandono, experimentó una creciente vitalidad, plenamente justificada dado que allí conviven equilibradamente palacios medievales junto a sencillas casas antes habitadas por pescadores. Hoy, tras la apertura al mar con motivo de los Juegos Olímpicos de 1992, es uno de los barrios más hermosos de Barcelona.
Por tanto, un centro cultural que, entre otras dotaciones, albergara una gran biblioteca, era una magnífica idea, seguramente una coincidencia no casual con el Centro Pompidou, construido a fines de los setenta aprovechando el derribo de Les Halles, el también antiguo mercado de abastos de París. Además, ello no suponía ningún dispendio para el Ayuntamiento ya que las bibliotecas provinciales están a cargo del Estado y los costes corrían a su cuenta.
Así pues, a fines de los años noventa del siglo pasado empezaron las obras. Tras haber ya invertido una considerable cantidad de esfuerzos y dinero, surgió un pequeño problema: en el subsuelo se encontraron restos de los cimientos de las casas que derribó Felipe V al construir una fortaleza militar en el siglo XVIII en la zona que hoy ocupa el Parc de la Ciutadella, todavía el más bonito de Barcelona.
Lo más probable es que los restos encontrados en el subsuelo no fueran una sorpresa, aunque no se calibrara su significado: aquello era tierra sagrada, nada menos que la prueba visible de que Felipe V, es decir, España –para utilizar el lenguaje nacionalista– había arrasado a Catalunya en la guerra de Sucesión y, además, podría añadirse que, desde entonces, la sigue arrasando. Es decir, allí estaban los restos de los cimientos de unos edificios, efectivamente derribados, no en la época de la guerra sino después, para construir una ciudadela militar. Había que aprovechar la ocasión, no para conservar un patrimonio cultural valioso, sino para hacer propaganda ideológica y política.
Muchas zonas de cualquier ciudad están construidas sobre restos antiguos. En la misma parte vieja de Barcelona es el caso, por lo menos, de las calles Princesa, Sant Jaume y Ferran –destruidas para conectar la Ciudadela con el Raval y así poder reprimir rápidamente mediante cargas militares las manifestaciones obreras de aquellas zonas industriales– o, con otros fines, la Via Laietana. Pero estos casos no podían ser utilizados como instrumentos de propaganda. En cambio, lo destruido por Felipe V sí: podía servir para mantener el mito de que antes de 1714 Catalunya era independiente, algo históricamente insostenible pero oficialmente sostenido.
Todo ello pone de manifiesto la utilización de la cultura precisamente por quienes se dicen defensores de la cultura, de la cultura catalana. Frente a la cultura viva y creativa de un centro cultural, o el poso de sabiduría que supone una biblioteca, se prefiere el adoctrinamiento basado en manipulaciones históricas. En el futuro Born podremos ver los cimientos de los edificios derruidos en el siglo XVIII cuando justo a su lado están manzanas enteras de edificios de la misma época todavía en pleno uso. ¿Cuál es, pues, su valor cultural? Un absurdo sólo comprensible desde la óptica del nacionalismo más rancio.
Ochenta y cuatro millones de euros es el coste de la obra y se habrán tardado quince años en construirla. También es un modelo de eficacia en la gestión: dicen que los seis complejos lúdicos del nuevo complejo lúdico proyectado junto a Port Aventura estará listos en cuatro años. Y, por cierto, todavía estamos esperando la biblioteca provincial. Lejos de nosotros la funesta manía de leer, deben pensar nuestros gestores culturales: menos daño hacen las ruinas, las naturalezas muertas y enterradas. Antes piedras que libros.
Francesc de Carreras. Catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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