CÓMO ESTÁ EL PATIO
Una brecha en la zeja
Por Pablo Molina
Los artistas comprometidos con los valores de la izquierda han decidido abandonar a Zapatero y al PSOE a su suerte, más bien incierta, para sumarse a la burrada de votantes que un personaje como Llamazares arrastra habitualmente a las urnas cada vez que se presenta a unos comicios.
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Ni siquiera el hecho de que Rubalcaba haya tomado las riendas del socialismo español ha sido estímulo suficiente para evitar esta desafección prácticamente general, especialmente entre el mundillo del artisteo, tan entusiasta del PSOE cuando este partido está en el poder.
En cualquier otro ámbito profesional esta evolución ideológica, ciertamente repentina, podría causar extrañeza y dar lugar a todo tipo de suposiciones, a cuál más desdeñosa para con los protagonistas del cambiazo; pero, tratándose de las "gentes de la cultura", es evidente que la decisión ha sido fruto de un intenso proceso reflexivo, ajena completamente a cualquier interés pecuniario.
Los artistas han decidido retirar su confianza política a Zapatero y entregársela a Gaspar Llamazares. El primero no ha acusado recibo de la afrenta y el segundo tampoco es que se haya vuelto loco de entusiasmo, señal de que la influencia de los artistas entre las masas votantes no es la que tantos suponen. En todo caso, la infantería cultureta y sus chusqueros más destacados han decidido apoyar al sempiterno candidato comunista, en la confianza de que su auxilio le ayudará a conseguir un resultado electoral menos pavoroso de lo que viene siendo norma para la izquierda marxista ortodoxa en las últimas décadas.
En última instancia se trata de que Llamazares obtenga un diputado por Asturias, provincia que tradicionalmente ha tratado bastante bien a los comunistas; así que, a poco que las prospecciones demoscópicas acierten, Gaspar trincará un escaño y los intelectuales que lo han apoyado con manifiestos y actos diversos tendrán la satisfacción que proporciona el deber cumplido.
Es interesante reseñar que entre los abajofirmantes que han decidido dejar de hacer la pelota a ZP y entregar su valioso apoyo al líder comunista no hay directores de cine. Los actores han estado representados en este viraje ideológico por Juan Diego y algún otro anticapitalista incombustible, pero "nuestro director más internacional" (según TVE 1) y el resto de nombres de nuestro afamado elenco de genios del séptimo arte han preferido no repudiar su pasado zapateril. Al fin y al cabo, también entre las "gentes de la cultura" hay disidencias, y hay, por tanto, quien acecha a la espera de hacerle la autocrítica al primero que se ponga a tiro por su carácter tornadizo.
Una explicación posible a esta prudencia ideológica de los cineastas puede ser que hayan decidido hacer caso al sabio consejo de las madres de cuando entonces, que advertían a sus hijos de que no se metieran en política, especialmente en momentos de tribulación como los actuales.
No están los tiempos para significarse políticamente, en especial si con anterioridad has estado lamiendo la bota del partido que ahora va a abandonar el poder de manera infamante. Lo mejor es dejarlo estar, claro, porque el PP nunca se ha atrevido a tocar uno solo de los privilegios de nuestros muy privilegiados directores de cine; pero tampoco es plan de señalarse en los apoyos a un candidato claramente perdedor como Rubalcaba, no sea que llegue al Ministerio de Cultura algún pepero vengativo y el asunto acabe afectando a la cuenta de resultados de la productora.
La ceja izquierda de Rubalcaba tiene una brecha, y lo peor es que el árbitro del combate no piensa parar la pelea hasta el próximo veinte de noviembre. Los intelectuales más eximios del PSOE, como la ilustre pensadora Pilar Bardem, han preferido pasarse a Llamazares, que tampoco va a ganar, pero al menos defiende ideas radicales contra el capitalismo desde la altura moral de sus fondos de inversión, que, como a todo buen líder de progreso, le garantizan una jubilación muy confortable a costa de los españoles.
Los cineastas, por su parte, no apoyan a ninguno de los aspirantes del arco siniestro, no sea que se produzcan daños colaterales, porque las subvenciones, a veces, también entienden de ideología. Si lo sabrán ellos.
En cualquier otro ámbito profesional esta evolución ideológica, ciertamente repentina, podría causar extrañeza y dar lugar a todo tipo de suposiciones, a cuál más desdeñosa para con los protagonistas del cambiazo; pero, tratándose de las "gentes de la cultura", es evidente que la decisión ha sido fruto de un intenso proceso reflexivo, ajena completamente a cualquier interés pecuniario.
Los artistas han decidido retirar su confianza política a Zapatero y entregársela a Gaspar Llamazares. El primero no ha acusado recibo de la afrenta y el segundo tampoco es que se haya vuelto loco de entusiasmo, señal de que la influencia de los artistas entre las masas votantes no es la que tantos suponen. En todo caso, la infantería cultureta y sus chusqueros más destacados han decidido apoyar al sempiterno candidato comunista, en la confianza de que su auxilio le ayudará a conseguir un resultado electoral menos pavoroso de lo que viene siendo norma para la izquierda marxista ortodoxa en las últimas décadas.
En última instancia se trata de que Llamazares obtenga un diputado por Asturias, provincia que tradicionalmente ha tratado bastante bien a los comunistas; así que, a poco que las prospecciones demoscópicas acierten, Gaspar trincará un escaño y los intelectuales que lo han apoyado con manifiestos y actos diversos tendrán la satisfacción que proporciona el deber cumplido.
Es interesante reseñar que entre los abajofirmantes que han decidido dejar de hacer la pelota a ZP y entregar su valioso apoyo al líder comunista no hay directores de cine. Los actores han estado representados en este viraje ideológico por Juan Diego y algún otro anticapitalista incombustible, pero "nuestro director más internacional" (según TVE 1) y el resto de nombres de nuestro afamado elenco de genios del séptimo arte han preferido no repudiar su pasado zapateril. Al fin y al cabo, también entre las "gentes de la cultura" hay disidencias, y hay, por tanto, quien acecha a la espera de hacerle la autocrítica al primero que se ponga a tiro por su carácter tornadizo.
Una explicación posible a esta prudencia ideológica de los cineastas puede ser que hayan decidido hacer caso al sabio consejo de las madres de cuando entonces, que advertían a sus hijos de que no se metieran en política, especialmente en momentos de tribulación como los actuales.
No están los tiempos para significarse políticamente, en especial si con anterioridad has estado lamiendo la bota del partido que ahora va a abandonar el poder de manera infamante. Lo mejor es dejarlo estar, claro, porque el PP nunca se ha atrevido a tocar uno solo de los privilegios de nuestros muy privilegiados directores de cine; pero tampoco es plan de señalarse en los apoyos a un candidato claramente perdedor como Rubalcaba, no sea que llegue al Ministerio de Cultura algún pepero vengativo y el asunto acabe afectando a la cuenta de resultados de la productora.
La ceja izquierda de Rubalcaba tiene una brecha, y lo peor es que el árbitro del combate no piensa parar la pelea hasta el próximo veinte de noviembre. Los intelectuales más eximios del PSOE, como la ilustre pensadora Pilar Bardem, han preferido pasarse a Llamazares, que tampoco va a ganar, pero al menos defiende ideas radicales contra el capitalismo desde la altura moral de sus fondos de inversión, que, como a todo buen líder de progreso, le garantizan una jubilación muy confortable a costa de los españoles.
Los cineastas, por su parte, no apoyan a ninguno de los aspirantes del arco siniestro, no sea que se produzcan daños colaterales, porque las subvenciones, a veces, también entienden de ideología. Si lo sabrán ellos.
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