| Truchas río abajo, truchas río arriba |
¿Es bueno lo que es costumbre? ¿Podemos dirigir nuestras vidas con la regla de las estadísticas, del “todo el mundo lo hace así”? La pregunta puede parecer ingenua, casi candorosa. Podríamos pensar en ella en una tarde silenciosa, mientras caminamos por un bosque, o en una noche en que la televisión está estropeada y queremos pensar un poco en todo y en nada.
Quizá antes de responder nos pondríamos a considerar qué es lo que hace ese grupo indeterminado que denominamos “todo el mundo”. Las estadísticas nos atiborran de datos, de porcentajes más o menos variados. Pero el fenómenos que parece ser una constante empíricamente convertible en ley es ésta: no siempre una estadística reúne un 100 % de respuestas idénticas (a no ser que contenga preguntas del estilo: “¿Respira Ud. varias veces al día?”, y quizá incluso aquí encontremos quien responde “no sé”...). Así, vemos que un 90% de mexicanos cree en Dios, mientras un 45% de ingleses no cree en la inmortalidad del alma, un 40% de nigerianos come cereales tres veces a la semana, y cerca del 20% de australianos no han visto nunca un canguro (cualquier coincidencia de estos datos inventados con la realidad es fruto de la casualidad...).
Es posible también iniciar, en ese momento de ideas y divagaciones, una segunda reflexión: ¿podemos decir que lo que piensa y hace la mayoría es más verdadero y mejor que lo que prefiere y escoge la minoría? En tal caso resultaría mejor no comprar cantidades importantes de acciones de bolsa, porque esto es una actividad minoritaria, o no ir a las montañas en verano, porque la mayoría prefiere el mar (no sé si haya estadísticas que indiquen lo contrario; me imagino que en Nepal los datos deben ser muy distintos que en México o en Estados Unidos...). La “verdad” de la inmortalidad del alma (más de una vez nos ha quitado el sueño) quedaría sometida a las variantes de opinión que se producen de época en época y de región a región, y ello tiene consecuencias no pequeñas a la hora de dirigir el comportamiento de cada uno en la vida social.
La televisión todavía no se ha arreglado, y así tenemos tiempo para una tercera consideración. Todos nosotros vivimos en un mundo fundamentalmente democrático, regido por la normativa que nos viene del famoso “50+1” que permite el nacimiento de la mayoría. Pero ese mundo del 51% se encontraría con problemas si algunos afirmasen que el bien o el mal no depende de la mayoría, sino de otros parámetros. Que la verdad pudiese estar en manos de unos pocos pone en serio peligro principios de convivencia que han dado tan buenos resultados (con excepción de algunas elecciones que nos hayan dejado tal o cual pésimo presidente). El planeta se llenaría así de un número no pequeño de camicazes, dispuestos a comportarse en contra de todos, como los automovilistas suicidas que corren a más de 100 por hora en el carril que lleva el sentido contrario...
En este callejón sin salida, que arranca, por un lado, del hecho de la riqueza de opiniones y del valor del pluralismo, y, por otro, de la necesidad de regular nuestra vida según el dictamen de las urnas, se impone iniciar un camino largo, pero no por ello imposible. Un camino no reservado para las élites intelectuales o para los “pocos” que se permiten, como nosotros ahora, pensar por nuestra cuenta. Este nuevo esfuerzo conseguirá que la fuerza de la mayoría (que muchas veces coincide con la verdad, aunque no siempre...) deje paso, cuando sea necesario (y para bien de todos) a la fuerza de la verdad. Ante ella se producirá, con asombro de los expertos en la materia, una uniformación creciente de los resultados estadísticos. Y si al inicio serán pocas las truchas que vayan corriente arriba, en pugna contra la opinión, tantas veces infantil, de las truchas que disfrutan la bajada bulliciosa de la vida, mañana serán innumerables aquellas personas que vuelvan a las fuentes de la verdad para construir una humanidad fresca, joven, buena... Basta con que empecemos desde ahora. Otros nos seguirán...
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