Pujol, el farsante mayor del reino de España
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Una de las claves para entender lo que está sucediendo en España partiría de la base de aceptar, si se quiere con algún matiz, que en la región catalana no existe la democracia. No puede ser llamada democrática una sociedad como la catalana, que carece de medios informativos dispuestos a ejercer la crítica hacia los políticos locales, por lo que cada proceso electoral, sea autonómico, sea general, se convierte en una orgía plebiscitaria que acaba por elegir al 90% de sus representantes por el simple hecho de ser nacionalistas, unos más de izquierdas y otros más de derechas, pero nacionalistas al fin y al cabo. No, esa sociedad está decididamente enferma y se sabe que el virus de la enfermedad se lo inoculó hace muchos años Jordi Pujol, quien en una entrevista publicada hoy en el diario ABC tiene las santas narices de decirnos que “Cataluña es España [todavía], pero lo es a su manera”.
A Pujol, que da la impresión de haber pronunciado la frase con una idea en su mente: "¡Dios mío la que he liado!", le ha faltado especificar cuál es esa manera de ser España, porque si no lo indica es como afirmar lo mismo pero de cualquier otra región española, ya que todas poseen su personalidad, sus tradiciones y su cultura. E incluso alguna de ellas una segunda lengua regional. La diferencia es que, salvo excepciones poco significativas, los ciudadanos de las comunidades autónomas hacen compatible sus cualidades regionales con el sentimiento de pertenencia a España, que es algo que cada vez ocurre menos en Cataluña, donde vemos a diario cómo los políticos y muchas organizaciones, a veces denominadas culturales, desmienten la afirmación de Pujol, destinada con toda seguridad a contentar a unos lectores de ABC que considera tan españolistas como ingenuos.
No, Pujol no es creíble desde hace mucho tiempo. Ni lo era cuando proclama su gran aportación a la gobernabilidad del Estado, mientras la socavaba en el medio y largo plazo a través de un feroz adoctrinamiento antiespañol, ni lo es ahora cuando afirma que Cataluña es España, pero a su manera. La frase de Pujol, digna de tenerse muy en cuenta en el mundo de los incautos, no puede serle aceptada como sincera por cuanto su trayectoria política ha consistido precisamente en lograr todo lo contrario, que Cataluña no sea España. Nos hallamos, pues, una vez más, ante el político que ha representado desde siempre, con mayor constancia que nadie, la doblez del nacionalismo y el presumir de lo que se carece: lealtad, carencia que ha determinado una Cataluña muy nacionalista, angustiosamente nacionalista, y muy poco democrática.
Ahora bien, ¿qué tiene todo esto que ver con la situación actual española? La respuesta es simple, Cataluña aporta al Parlamento español un número anormal de parlamentarios no nacionalistas: 6 sobre 47. Y si hablamos del Senado, aún es peor: 0 sobre 16. A partir de unos datos tan significativos, que en el caso del Congreso de los Diputados representan el 13% del posible respaldo al Gobierno de turno, los partidos políticos nacionales están obligados a ganar por mayoría absoluta o a someterse al chantaje de los nacionalistas para lograr mantenerse en el poder durante los cuatro años que dura una legislatura. Hay políticos, como en el caso de Aznar tras su primera victoria, que no reparan en pagar un peaje al nacionalismo con tal de gobernar. Pero a mi juicio las decisiones de Aznar, aun siendo graves como la cesión a Pujol en el tema de la lengua y la fulminación de Vidal-Quadras, no representaron poner a España patas arriba, sino todo lo contrario, la prueba la tenemos en el hecho de que volvió a ganar y por mayoría absoluta como consecuencia de su buen hacer en la economía y la ausencia de corrupción.
No es el caso de Zapatero, que no repara en pagar el mayor precio que pueda pedírsele a un presidente de gobierno, la fractura de España a través del estatuto catalán, sino que, como resultado de lo que se acuerde con los nacionalistas catalanes, enseguida tendrá en el umbral de la Moncloa, rascando la puerta con la patita y soltando aullidos, a toda una jauría de perros de presa nacionalistas procedentes de otras regiones. Y es que este hombre del talante no acaba de ser consciente de que toda decisión acarrea unas consecuencias, las cuales pueden llevarnos a convertir a España en crónicamente ingobernable o en un mosaico de gobiernos regionales, más de uno de ellos de carácter totalitario, donde cada cual vaya a lo suyo, y eso si no acaban por declarar persona non grata a más de un ministro, como creo que quieren hacer en Murcia con la ministra Narbona.
De hecho, España es ya ingobernable. Si un estatuto como el catalán, que no es más que un reglamento liberticida en perjuicio de los ciudadanos catalanes, carece de críticos en la propia Cataluña, eso quiere decir que se hará cualquier cosa al margen de la democracia con tal de que sea aprobado. Y si es preciso, incluso más de un acto violento contra quienes pretendan explicar los inconvenientes de dicho estatuto. Luego la situación antidemocrática que se vive en Cataluña, enquistada desde hace tiempo, seguirá impidiendo que en España sea posible la estabilidad política y, sobre todo, la continuidad sin sobresaltos de la propia nación española. Si hubiese que apuntar hacia un personaje para responsabilizarle del inicio de tanto desmán, no tengo ninguna duda al respecto, señalaría a Pujol, el farsante mayor del reino de España. Y es que como decía Aristóteles: “El castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad”.
Desde el balcón del Palacio de la Generalidad, gritó: el Gobierno de Madrid, ha hecho una jugada indigna.....(noviembre de 1986)
ResponderEliminarclaro:
ResponderEliminar¡No van contra mi, van contra Cataluña!