viernes, 25 de septiembre de 2009

LA PARA"JODA" DE LA GUINDA CATALANA. LA GUINDA ES MONTILLA

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Lectura obligada para el que no siendo nacionalista, tampoco sea anticatalán
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LAMODELO
dijo el día 24 de Septiembre de 2009 a las 20:39:59:
Cuando tenía siete años
mi madre me apuntó a clases particulares de catalán,
vivía en un barrio obrero periférico
y el franquismo
aún estaba dando sus últimos coletazos
por lo cual excepto
en contadas escuelas,
era difícil estudiar esta lengua.

El aprendizaje
de uno de los dos idiomas propios de Cataluña
me posibilitó en el futuro,
y entre otras cosas,
corregir los escritos,
por una cuestión profesional,
de exaltados independentistas
que redactaban
con faltas sintácticas y ortográficas.

La ponderación,
sobriedad
y creatividad
de la cultura catalana
siempre me gustó,
es más a día de hoy reconozco
que leer ciertos libros en catalán,
por alguna extraña razón,
me produce paz,
supongo que hay algo de materno en ello.

Por otra parte
ni que decir tiene
que la búsqueda
de la excelencia,
de la calidad
y del trabajo bien hecho
es una característica propia de esta tierra,
así como una bonhomía
tranquila,
prudente,
no dada a la exaltación emocional,
pero confiable y amable.

Que nadie dude
que éste es un lugar de acogida
y que, al cabo de poco tiempo de vivir en él,
la mayoría de las personas
se sienten cómodas e integradas.

Tampoco tengo la menor duda
de que la mayoría de ciudadanos
de Cataluña amamos esta comunidad,
defendemos la pervivencia
y permanencia de la lengua catalana,
y sabemos de, -y apoyamos-,
una identidad social y cultural propia,
igual que la tienen
los andaluces,
los vascos
o los castellanos.

Es más,
estoy convencido
que la mayoría de los españoles de bien
defienden el patrimonio cultural
y lingüístico catalán,
y que no les gustaría
ni verlo desaparecer
ni minimizarlo.

Dicho esto,
¡Qué cansancio!
¡Cuánta manipulación!
¡Cuánto alejamiento de la realidad social catalana!

Montilla diciendo esa reiterada estupidez
del desafecto catalán hacia España.

El nacionalismo radical,
no el de las personas sensatas,
ha imbuido de pensamiento único
a toda la sociedad,
ha creado una dictadura ideológica
de la que es imposible escaparse,
y sí o sí
tienes que expresarte
como ellos marcan,
y si no permanecer en silencio.

Pero lo peor de todo no es esto.

Lo peor es que el problema catalán
lo podríamos definir como
“el techo de cristal”.

No nos engañemos,
detrás de todo este aparataje ideológico
lo que se esconde,
de manera más o menos consciente,
es la defensa y perpetuación acérrima
de un establishment social y económico
que inteligentemente
ha sido diseñado
poniéndole una guinda,
una guinda que enmascara la realidad subyacente,
una guinda llamada Montilla.

La única manera
de que no exista la idea de discriminación
hacia un importante sector de la población,
es poner al frente
a un miembro del sector discriminado,
un andaluz astuto donde los haya

que habla lento en catalán
porque no lo domina

y que habla lento en castellano
para que no se le note el acento de su tierra

y qué mejor que hacerle
President de la Generalitat de Cataluña.

Es la cuadratura del círculo,
la máxima idea de integración,

pero
¿qué hay detrás de todo ello?

Sencillamente la existencia de dos clases,
los ciudadanos de primera
y los de segunda.

Pero que nadie me malinterprete,
tan discriminados están
los jóvenes catalanes de varias generaciones
de Berga
como los jóvenes de Santa Coloma de Gramenet
cuyos padres
inmigraron de algún lugar de España,

porque no se trata de una dicotomía
catalán-castellano
sino de mantener un statu quo
para que los de siempre
sigan estando ahí arriba
sin que nada les perturbe.

Pongamos un ejemplo,
mientras que las empresas catalanas
pasan por serias dificultades,
siguen el proceso de deslocalización
y algunas multinacionales
plantean la posibilidad de marcharse
o cerrar parte de sus plantas,
la Generalitat,
con su guinda a la cabeza,
regala
a uno de los voceros-pancarteros
mayores del reino
una academia del cine catalán
con su sueldo oficial
y su glamour.

Otro de los politiquitos exaltados,
personaje berlanguiano donde los haya,
el vicepresident Carod-Rovira
se pasa los meses viajando alrededor del mundo,
y abriendo “embajadas”
para colocar a amiguitos
de una u otra índole.

La cuestión es permanecer en la cresta de la ola.

Y así podríamos poner cientos de ejemplos.

La sociedad civil catalana,
concepto escuchado por estos pagos
hasta la saciedad,
permanece al margen
del interés de los sucesivos gobiernos de la Generalitat,
especialmente de esta cosa llamada tripartito
que sirve exclusivamente a sus acólitos,
a sus exaltados
y a sus clientes más fieles.

La política identitaria
prescinde de las dificultades
por las que están pasando empresarios
y trabajadores,
auténtico motor de una sociedad dinámica
y pionera como la catalana,
y se dedica a construir
una entelequia que desgasta las arcas públicas
y que deja al margen cualquier atisbo de real politik
(concepto alemán que se basa
en atender las circunstancias
no desde la estúpida demagogia
sino desde la praxis y el posibilismo).

Cataluña está perdida,
cansada,
hastiada de su clase dirigente,
tan alejada de la realidad,
y de los cansinos y fastidiosos exaltados que,
como moscas cojoneras,
tienen mareada
a una sociedad potencialmente esplendida.

Nacionalistas moderados,
catalanistas y españolistas respetuosos,
es decir los constitucionalistas,
somos la inmensa mayoría
de los habitantes de Cataluña,
esa mayoría silenciosa
que tiene que aceptar,
continuamente,
a un club de ineptos gobernantes
que unidos a esa minoría subvencionada y crispante,
mantienen sus privilegios
a base de obviar la realidad.

El problema
es que el pensamiento único
con el que hemos sido machacados
durante las últimas décadas
ha grabado en la mente de todos los catalanes
la idea de que si uno no es
independentista o soberanista
directamente es anticatalán,

y eso ha creado mala conciencia,
razón por la cual
una minoría
controla y domina
todos los resortes de poder,
y la inmigración española y sus descendientes
hacen un esfuerzo de catalanismo
para no quedar más al margen
de lo que les corresponde
por no ser completamente autóctonos.

Solo desde ahí se explica
la paradoja de la guinda.

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