sábado, 21 de junio de 2008

LA MUERTE DEL COMISARIO MACHIN - CASO GAL

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Introito para ver.

http://maremagnumdequisicosillas.blogspot.com/2008/07/gal-1-parecen-slo-tres-letr-as-en-la.html

Aparece en un artículo anterior el comisario Machín como muerto 4 meses antes de que tuviera que asistir a un juicio en el que se juzgaba al, ahora, recién ascendido a General de Brigada por el Consejo de Ministros, el coronel de la Guardia Civil Félix Hernando.

Hernando, de 60 años, dirige la UCO desde hace ocho años, a donde llegó procedente del Servicio Fiscal y de Fronteras.


Después de numerosos retrasos, el juicio por el "caso de los maletines" terminó celebrándose el pasado noviembre, y la Audiencia Provincial de Madrid condenó a Rafael Vera y a Juan de Justo, pero el coronel Hernando fue absuelto.

El comisario Machín no pudo ser juzgado, por haber fallecido cuatro meses antes del juicio.

Me viene a la cabeza el fallecimiento del Magistrado del TC, el bañezano Roberto García Calvo, que también falleció, como, 4 meses antes de un dictamen del citado tribunal sobre el Estatuto de Cataluña.

Se le tuvo que practicar la autopsia antes del entierro.

El citado Magistrado, bañezano, era contrario a conceder ese estatuto.

¿Coincidencias, coincidentes?

Lo que es interesante es que si El Coronel Hernando hubiera sido condenado no hubiera podido ser ascendido

Como esto es un MAREMAGNUM mayor que el mío acudo a una web que he logrado encontrar y que lo explica muy bien, mejor imposible.

Doy todos los datos de su autor y editor, y lo pongo directo porque habrá alguno que no gastará un segundo en buscarlo y no lo leerá:

GUERRA SUCIA /
Un extraño fallecimiento La muerte sorprendió a Aníbal Machín cuando iba a revelar nueva información sobre los GAL.
Fue el único imputado del caso de los maletines que se acogió a su derecho a no declarar para no tener que mentir
CASIMIRO GARCIA-ABADILLO - EL MUNDO

MADRID.- En la tarde del pasado 26 de julio se había levantado viento.
Había que cerrar bien las puertas para evitar corrientes.
Sin embargo, aquellas contraventanas no dejaban de golpear una y otra vez.
Serían las 20.00 horas cuando Ana González, extrañada, salió de su bungalow para ver por qué razón su vecino no reaccionaba ante aquel ruidoso batir.
Vio la puerta de la vivienda contigua abierta.
Le llamó a voces, pero no contestó.
Rodeó el pequeño jardín que hay frente a la entrada principal y penetró en la estancia.
Siguió llamándole a gritos.
Miró en su habitación.
Estaba vacía.
Al fondo del pasillo, la puerta del cuarto de baño se encontraba entreabierta.
Asomó la cabeza y pudo ver el cuerpo desarbolado, tumbado sobre la bañera boca arriba, como si se hubiera caído de espaldas, con las piernas colgando.
Sólo llevaba puesto el bañador.
Aníbal Machín, 65 años, policía desde 1970, hombre de confianza de Rafael Vera y José Barrionuevo, estaba muerto.
Al margen de los agentes, el forense y la juez, sólo Ana González pudo verle esa tarde en su casa de la Urbanización Las Estancias, a las afueras de Denia (Alicante).
Machín vivía solo desde que se separó, hacía casi un año, de su compañera sentimental, Ana Bravo.
Sus dos hijas (Lara y Lola) viven en Madrid y su hijo (Santiago), en Cádiz, donde también reside su primera esposa y madre de los tres.

Apenas le quedaban amigos.
En sus últimos meses de vida tan sólo hablaba con José María Núñez (Chema), jefe de cocina del restaurante donde Aníbal acudía a comer casi todos los días.

Ana Bravo y Pedro Pastor (ex alcalde de Denia y amigo de Machín) le pudieron ver ya en el tanatorio.
«Tenía la cara completamente amoratada»,
recuerda Pastor.

Poco antes de medianoche, el cadáver fue trasladado a Alicante, donde se le practicó la autopsia. Según el relato forense que obra en autos, la causa del deceso fue un «shock séptico pulmonar»; es decir, un proceso infeccioso agudo.
Ese diagnóstico no cuadra con lo que vio Antonio González, forense de Denia, en la tarde del 26 de julio. Cuando se levantó el cuerpo, había en la bañera un vómito y un charco de sangre.
«Variz esofágica con el consecuente shock hipovolémico», en lenguaje médico.
Hemorragia interna como consecuencia de una cirrosis hepática, para entendernos.

Al día siguiente, el 27 de julio, el cuerpo fue de nuevo trasladado al tanatorio de Denia, donde sus hijos pudieron verle por última vez.
Después, fue incinerado y sus restos reposan junto a los de sus padres (era hijo único) en la localidad orensana de Xunqueira de Andia, en la que había nacido el 18 de agosto de 1941.

Extraña muerte la de Aníbal.
Quince días antes de su fallecimiento (el 11 de julio), Machín se hizo un chequeo en el Policlínico San Carlos, de la sociedad médica Asisa, en el que no se detectó nada anormal en sus pulmones. Es verdad que no gozaba de buena salud.
Estaba lleno de achaques.
Sufría de diabetes, tenía una lesión de cadera, problemas de riñón, hígado, etcétera.
Bebía y fumaba en exceso.

Dos días antes de su muerte, como siempre en el Café Baroco,
almorzó (rabo de toro, puré y huevos escalfados) con vino,
y después, para acompañar a su obligado capuchino,
se tomó dos copas de Ballantine's.

Según dicen los médicos, nadie que sufriese de sepsis pulmonar hubiera podido hacer ese copioso almuerzo.
El ahogo y una fiebre altísima son los síntomas de las personas que padecen ese mal.
Pero ése no era el aspecto de Machín a mediodía del día 24 de julio.
Aunque él parecía adivinar su pronto final.
Ese mismo día, sin venir a cuento, le dijo a una de las empleadas del restaurante:
«Este es mi último capuchino».

Al día siguiente, el 25 de julio, no acudió a comer al Baroco.
Su vecina, Ana, le vio vivo por última vez ese mediodía.

La titular del Juzgado número 4 de Denia, Lidia Paloma, ha archivado la investigación sobre su muerte ya que, según declaró, ésta se había producido por «causas naturales».
Machín llevaba meses pasándolo muy mal. Y no sólo por su delicado estado físico.
Desde que se inició el llamado juicio de los maletines, en el que él estaba imputado como cómplice por el pago de 200 millones de pesetas a las mujeres de Amedo y Domínguez para comprar su silencio, el estrés no le dejaba descansar.

Sus cercanos cuentan que estaba muy enfadado con Félix Hernando.
Le hacía responsable de la reactivación penal del caso por haber declarado, a preguntas de un diputado en la Comisión del 11-M, que el asunto de los maletines estaba ya archivado.
El sabía perfectamente que no lo estaba.
Que ese proceso seguía ahí, inverosímilmente aletargado.
Y sabía también que le traería problemas.

La realidad confirmó sus temores. El 18 de diciembre de 2006, la Sección Séptima de la Audiencia Provincial de Madrid confirmó la decisión del Juzgado de Instrucción número 9 para transformar las investigaciones en procedimiento abreviado y abrir juicio oral.
Machín, junto con el propio Hernando, Rafael Vera y Juan de Justo,
tendrían que sentarse en el banquillo acusados de malversar fondos públicos.

El comienzo del juicio se fijó para el mes de marzo de 2007.
Machín estaba muy nervioso, inquieto y empezó a beber más que de costumbre.
Era consciente de que los testigos iban a cambiar sus declaraciones.
Le habían dicho que las esposas de Amedo y Domínguez se iban a desdecir de lo declarado en su día ante el juez Garzón.
La razón era evidente.
No ganaban nada con la condena de los acusados y, si no se podía demostrar que los 200 millones ingresados en Suiza provenían de fondos reservados, sencillamente recuperarían el dinero, actualmente bloqueado en sendas cuentas de la UBS, en una de sus sucursales de Ginebra.

Antes de que se iniciaran las sesiones del juicio, Machín decidió dar un paso importante.
A través de un amigo común, un alto cargo de la Generalitat valenciana, el ex comisario de Policía decidió ponerse en contacto con el diputado del PP Jaime Ignacio del Burgo, a quien también conocía por haber pasado éste algunas vacaciones en Denia.

Machín había recalado en la localidad alicantina en 1995.
En la época de los maletines (1990-1991) era nada menos que jefe del Servicio de Operaciones del Ministerio del Interior, todo un pez gordo de la lucha antiterrorista.
Cuando dimitió Vera como secretario de Estado de Seguridad (enero de 1995),
Machín pidió un lugar tranquilo y alejado de Madrid donde disfrutar tras años de azarosa lucha contra ETA en todas sus facetas.
Se le adjudicó sin muchas complicaciones la plaza de comisario en Denia.
Unos meses después, tras el triunfo del PP en marzo de 1996, Machín vio peligrar su cargo, pero habló con el alcalde (el independiente Pedro Pastor) y algunos de sus amigos, afiliados al PP, y no hubo represalias. De hecho, permaneció en su cargo hasta 1999.

Por tanto, Machín, que últimamente solía despotricar contra la política antiterrorista del actual Gobierno, no tuvo reparos en llamar al diputado del PP.
Le dijo que quería hablar, que quería contar toda la verdad, no sólo sobre el caso de los maletines, sino sobre la trama de los GAL. Quedaron en verse.
El pasado 10 de marzo, día en que se celebró la manifestación del PP que culminó en la plaza de Colón de Madrid, Del Burgo fue abordado por Machín.
«Recuerda que tenemos una conversación pendiente», le dijo.
Posteriormente, el diputado popular le citó en un hotel de Madrid,
pero Machín no acudió al encuentro.

Cuando le interrogaron durante el juicio, Machín se acogió a su derecho a no declarar.
Fue el único imputado que no se prestó al juego de las mentiras.
Su abogado, Manuel Murillo, así se lo aconsejó:
«Para mentir, es mejor que no declares», le dijo.
Pero, de hecho, su silencio se convirtió en una amenaza para los intereses del resto de los imputados.

Cada vez que tenía que ir a Madrid para sentarse en el banquillo, volvía desecho.
Se emborrachaba y lanzaba mil y un insultos contra sus antiguos jefes y compañeros de fechorías.

A mediados del pasado julio, días antes de morir,
Machín llamó a su primo, el doctor José Antonio Lamas (que es el segundo apellido de Machín), con el que le unía una relación muy especial.
«Tengo que hablar contigo, quiero contar la verdad».
Quedaron en verse a primeros de septiembre, antes de que comenzasen de nuevo las sesiones del juicio.
Lamas leyó su obituario cuando estaba de vacaciones en Bayona.

Poco a poco, los amigos de Machín habían ido apartándose de él.
Quedaban lejos los días en los que el comisario de Policía era un personaje importante en Denia, alguien que tenía hilo directo con la cúpula del Ministerio del Interior.
Hasta tal punto que llegó a vaticinar un atentado de ETA, que, efectivamente, se produjo.

Jubilado desde hacía tres años, su desahogada pensión (por distintos conceptos cobraba unos 3.000 euros al mes, según fuentes de su familia) era incapaz de sostener su frenético tren de vida.
Antes de su ruptura con Ana Bravo, casi siempre comía y cenaba fuera de casa.
Bebía en abundancia y se permitía algún que otro inconfesable extra.
Uno de sus amigos recuerda:
«Podía gastarse más de 1.000 euros en una sola tarde».

Tuvo que vender una finca heredada de su familia en Sos, por la que obtuvo 54.000 euros que se esfumaron.
Tras su separación de Ana Bravo, su ritmo de gasto bajó un poco, pero siguió siendo incompatible con sus ingresos.
Cada mes daba 1.000 euros a cuenta en el Café Baroco, que se esfumaban en tres semanas.
Para poder aguantar tuvo que pedir dos créditos (uno de 24.000 euros y otro de 12.000 euros) en una sucursal del BBVA de Denia.

Alguno de sus conocidos apunta a que Machín, desesperado,
pudo utilizar la información de la que disponía para salir de su calamitosa situación económica.

Aunque Machín mantuvo, durante sus días de vino y rosas, periódicos contactos con los ex ministros Barrionuevo y Corcuera, en los últimos meses, la persona con la que hablaba, según las mismas fuentes, era Rafael Vera.
El ex secretario de Estado para la Seguridad le pidió que aguantara y le aseguró que el juicio estaba ganado.

Chema Núñez asegura que, unos días antes de morir, le llevó a Alicante (debido a la lesión de cadera Machín no podía conducir), donde mantuvo un encuentro con Vera en un restaurante. Según esa versión, dos horas después, Machín salió del local con muchas copas encima y con 6.000 euros en billetes en el bolsillo.
Según le dijo el ex comisario a Chema, ese dinero era parte de las deudas que todavía tenían con él.

A partir de ese día, la situación se hizo insostenible. Machín estaba histérico, con los nervios a flor de piel. Dijo a sus amigos que recibía llamadas amenazadoras.
Machín llevaba siempre una de sus pistolas (un pequeño revólver) en la parte de atrás del pantalón. En esos días frenéticos, antes de coger el coche, le pedía a Chema que mirase debajo «por si acaso».
Tenía miedo por su vida.

Sin embargo, no denunció nada.
Sufría en silencio mientras se consumía en su soledad, bebiendo y fumando constantemente.

Cuando Machín acudió al Policlínico San Carlos el 11 de julio para hacerse un chequeo, le acompañó su hija Lola, que se había desplazado a Denia desde Madrid, preocupada por su estado de salud.
Cuando regresó, les dijo a sus hermanos que su padre había vomitado sangre.

En un momento, Machín hizo una confesión a Lola.
Le dijo que tenía escritas tres cartas, una para cada uno de sus hijos.
Presentía su final y quería contarles su verdad.

Machín también comentó a varios de sus allegados que guardaba en un maletín papeles comprometedores para la antigua cúpula de Interior en relación a la guerra sucia contra ETA.
Su ex compañera, Ana Bravo, había visto ese maletín, pero nunca supo qué documentos contenía. Chema, el ex alcalde Pastor y su primo, el médico José Antonio Lamas, están seguros de que Machín tenía en su poder papeles que arrojarían nueva luz sobre los años de plomo de la lucha contra ETA.
Cuando su primo mantuvo la enigmática conversación telefónica con Machín unos días antes de morir, le preguntó si
«tenía los papeles a buen recaudo»,
a lo que aquel le contestó sin dudar que sí.

Según testimonios de la Policía, el día 26 de julio Machín tenía bajo su cama un maletín de las mismas características que el que había visto en varias ocasiones su compañera sentimental.
Sin embargo, el día 27, cuando sus hijos acudieron a Denia, el maletín ya no estaba allí.
Ellos miraron por todos los rincones, tratando de encontrar las tres cartas y los documentos de su padre.
Pero no vieron nada.
Llegaron incluso a descubrir un escondite donde Machín guardaba tres pistolas (la Policía se había incautado de otras dos), además de cientos de balas.

¿Eran los documentos de su maletín y las cartas a sus hijos la prueba definitiva para el caso de los maletines, que ya está visto para sentencia?
En los últimos años, Machín se había sentido abandonado por sus antiguos jefes.
El, que, según los testimonios de referencia, también ganó dinero con la guerra sucia, sin embargo nunca tuvo cuentas en el extranjero, ni propiedades conseguidas por vías ilícitas con las que afrontar los años de vacas flacas.

En realidad, su comportamiento siempre fue un poco ingenuo.
Según comentó a uno de sus íntimos, cuando Juan de Justo (ex secretario de Vera) le propuso ir a Suiza con los maletines de dinero para comprar el silencio de Amedo y Domínguez (entonces encarcelados por Garzón) le argumentó para tranquilizarle que le acompañaría el coronel Hernando, de la Guardia Civil, para involucrar así a jefes de los dos cuerpos (Policía y Benemérita) en la operación.

Arrogante y confiado, Machín utilizó su propio pasaporte para viajar a Ginebra.
Cuando el escándalo salió a la luz, le pidió a su primo, el doctor Lamas, que le falsificase un volante de hospital para poder tener una coartada y negar ante el juez que él hubiese ido en esas fechas a la ciudad suiza.
Naturalmente, aquél se negó a ayudarle.

Sin embargo, el desgaste físico y la soledad achataron su tradicional soberbia.
Era un hombre abatido que se solazaba comentando con cierta indiscreción algunas de las fechorías de antaño, como, por ejemplo, una sinuosa trampa para poder chantajear al juez Garzón e impedir que siguiera hurgando en la trama de los GAL.

Muchas de las incógnitas que aún siguen por despejarse de la guerra sucia contra ETA, que acarreó 28 asesinatos podrían quedar aclarados si los documentos que tenía en su poder el ex jefe del Servicio de Operaciones de la Policía salieran a la luz.
Con información de Francisco Pascual.

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